LITERATURA › MARGARET ATWOOD, GANADORA DEL PREMIO PRíNCIPE DE ASTURIAS DE LAS LETRAS
“Se crea una voz y esa voz no es la realidad, pero es una ilusión con mucha fuerza”, definió ayer la novelista y poeta canadiense, ardiente defensora de los derechos humanos.
› Por Silvina Friera
A veces resulta curiosa la compensación que se produce cuando se anuncian los premios literarios más prestigiosos. Eternos candidatos al Nobel, obtienen otros galardones mientras esperan el máximo. Es el caso de la gran dama de las letras canadienses, mujer de mirada cristalina y rasgos suaves. La poeta y narradora Margaret Atwood ganó ayer el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, dotado de 50 mil euros, “por su espléndida obra literaria”. El jurado eligió a la autora de El cuento de la criada, una crítica feroz a las sociedades totalitarias, y El asesino ciego porque “asume inteligentemente la tradición clásica, defiende la dignidad de las mujeres y denuncia situaciones de injusticia social”.
Al recibir el premio, la escritora canadiense dijo que “este maravilloso reconocimiento es muy importante para mí y también para la literatura canadiense” y justificó su sorpresa al conocer que había ganado por el hecho de que la literatura de su país “no es tan conocida en Europa, y se nos confunde a menudo con los estadounidenses”.
Comprometida en la promoción de los derechos humanos y colaboradora de Amnistía Internacional, desde donde ha defendido los derechos territoriales de los indios mohawks, Atwood señaló que los derechos civiles son como árboles: “Se tarda mucho en conseguir que crezcan, pero muy poco en talarlos”. En declaraciones a la agencia EFE, señaló que “la gente se asusta fácilmente con la amenaza de peligro y está dispuesta a sacrificar sus derechos a cambio de protección, siempre y cuando no sean sus propios derechos los que se violan”.
La flamante ganadora del Príncipe de Asturias aseguró que “el terrorismo es un pequeño desafío comparado con otros que afronta el mundo”, como el cambio climático. Sobre el papel de los escritores e intelectuales frente a los abusos del poder, Atwood opinó que “debe ser el mismo que el del resto de los ciudadanos: resistirse a la deformación de la sociedad civil antes de que se llegue al matonismo o la dictadura”.
“La escritura es todo un misterio. Se crea una voz con una pluma o con una computadora, y esta voz no es la realidad, pero es una ilusión con mucha fuerza. Cuando lees a Shakespeare, o Don Quijote, tienes la impresión de que el autor te está hablando directamente a ti. Es sorprendente la fuerza de la escritura”, afirmó Atwood, nacida en Ottawa en 1939. Como su padre era etnólogo forestal y estudiaba los insectos, la escritora canadiense creció en medio del bosque, sin televisión ni cine: “Si llovía no había otra cosa que hacer salvo leer”.
A los 19 años Atwood empezó a escribir sus primeros poemas, impregnados de referencias mitológicas que luego se desplazarían hacia el interés por el misterio, las referencias culturales, literarias y pictóricas. Aunque escribe en inglés y en francés, siempre ha sentido que sus principales influencias están en la literatura francesa, en Flaubert, Zola, Maupassant, pero también en los clásicos rusos. “En mi opinión –escribe Atwood en ¿Cómo me convertí en poeta?– la poesía se nutre de la parte melancólica del cerebro, y si no haces nada para evitarlo, te encuentras caminando lentamente por un largo túnel sin salida. Yo he evitado esta situación convirtiéndome en ambidiestra: también escribo novelas.”
Interesada por el avance científico y, especialmente, por la función renovadora del movimiento feminista en la sociedad, la poeta y narradora canadiense considera que la aportación más radical del feminismo es “ayudar a las mujeres a confiar en sus posibilidades”, como reflejan sus poemas de Juegos de poder (1971) y en el ensayo Second words (1982). Observación, minuciosidad y análisis sobre la identidad canadiense están presentes en El juego del círculo (1964) y Los diarios de Susanna Moodie (1970). Autora de distopías, visiones negras del futuro que The Times y The Washington Post, entre otros medios, ya han comparado con las de Orwell y Huxley, la escritora canadiense tiene más de veinte obras de ficción publicadas y sus libros fueron traducidos a más de treinta idiomas.
Entre los títulos más recientes de su obra se destacan El cuento de la criada (1987), Ojo de gato (1990), espléndida rememoración del mundo de la infancia, considerada por algunos críticos como su mejor novela; El huevo de Barba Azul (1990), Resurgir (1994), incluida por Harold Bloom en su polémico Canon occidental; Doña Oráculo (1996), Alias Grace (1998), el volumen de relatos Chicas bailarinas (1999), El asesino ciego (2000), considerada la “primera gran novela” del nuevo siglo y con la que ganó el premio Booker; y Oryx y Crake (2003). “Un mundo feliz es más gracioso y es una sátira, con lo cual siento a Huxley más cercano a mi estilo literario, pero emocionalmente siempre me sentí más cerca de Orwell”, admitió la ganadora del Príncipe de Asturias.
Atwood es una escritora que piensa el mundo y al ser humano que lo habita. En el espacio creativo de sus textos convergen su punzante ironía, su exquisita sensibilidad poética, una aguda profundidad psicológica, una inteligencia fuera de lo común y una inconformista y batalladora denuncia contra los mecanismos de poder desencadenantes de toda clase de injusticias que tienen como víctimas a los sectores más desfavorecidos de la humanidad.
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