Jueves, 24 de julio de 2008 | Hoy
LITERATURA › LA PIEL DE LA BOCA, UNA “CRóNICA-CONVENTILLO” DEL ESPAñOL JORGE CARRIóN
El escritor vivió seis meses en un conventillo, a metros de la Bombonera. Su experiencia se tradujo en un libro que excede el estereotipo “orillero” y le escapa al pintoresquismo. “En La Boca se describe una modernidad paralela”, señala.
Por Silvina Friera
En el prólogo de La piel de La Boca (Libros del Zorzal), Jorge Carrión cuenta que después de haber vivido más de seis meses en un conventillo del barrio, a metros de la Bombonera, llegó a conocer el pasaje Zolezzi como la palma de su mano. Quizás ese exceso de confianza que le daba el hecho de haber regresado al conventillo muchísimas veces de madrugada, caminando, o el haber cruzado solo a la isla Maciel, además de su capacidad de “mimetizarse” (“soy bastante moreno y en muchos países paso por nativo”), le hizo dar un paso en falso, como los que dan cientos de turistas que buscan capturar las cotizadas postales de las zonas pintorescas y marginales de algunas ciudades. El escritor salió una mañana cámara en mano para registrar imágenes de los conventillos que había visto y que había fotografiado tantas veces. Blanco visible de una pandilla de pibes chorros, Carrión se dio cuenta “de que había sido un estúpido” cuando uno lo empezó a seguir por la calle Pinzón. Después de una corrida cinematográfica, él con la cámara en la mano y la mochila abierta y cinco pibes chorros detrás, logró evitar que le robaran cuando se encontró con un policía en la puerta de un restaurante. “El episodio de la cámara lo cuento también para desmitificar al viajero canchero que se las sabe todas”, dice Carrión en la entrevista con PáginaI12.
La piel de La Boca, que se presenta hoy a las 19 en la librería Hernández (Corrientes 1436), es mucho más que un “libro orillero” que se mueve entre la crónica y el ensayo. El efecto de ese barrio que se ha convertido en una metáfora de las migraciones humanas, “barrio canalla, lunfardo, de perros callejeros”, se percibe en la textualidad que adopta el libro, claramente construido como un artefacto poético potente, que puede funcionar, a gusto de cada lector, como ensayo, autobiografía, crónica periodística o poema en prosa. “En La Boca empecé a hacer un documental, y aunque no fui capaz de terminarlo, recuperé mi lenguaje que es la literatura, experimentando cómo hablar de un espacio fragmentario mediante la fragmentación, cómo hablar de inmigrantes con entrevistas no lineales, cómo hacer una crónica-conventillo”, señala Carrión.
“Me costó mucho encontrar el título; me gustaba En La Boca, pero me recordaba a En la Patagonia de Bruce Chatwin, también había pensado ‘en La Boca no’, que es un poco el leitmotiv de lo que me decían todos los porteños”, repasa Carrión, que nació en Tarragona (España) en 1976, que escribe en las revistas Letras libres y Quimera, de la que es codirector, autor de la novela Ene, de La brújula (crónicas) y el libro de viajes Australia. “En literatura es importante el ‘sobresentido’, la dimensión simbólica. La metáfora que vincula todo el libro es la piel. Es una buena metáfora de lo que un viajero intenta hacer en un país: atravesar la capa y llegar a la profundidad, no quedarse en la superficie.”
Carrión vivió en el conventillo del pasaje Zolezzi en la casa de Nora Mouriño y Martín Otaño, integrantes del elenco de El fulgor argentino, del grupo Catalinas Sur. “Enseguida conecté con mi mundo –confiesa–. Soy hijo de inmigrantes andaluces que se fueron en los ’60 a Cataluña, y la Argentina me interesa, sobre todo, por la inmigración. De todos los lugares de Buenos Aires, aunque hay muchos con referencias migratorias, La Boca es el más evidente. Lo que me fascina del barrio, entre otras cosas, es el conventillo como arquitectura migrante.” El escritor español, que ha viajado por los cinco continentes, que vivió en Rosario y recorrió la Argentina a bordo de un Volkswagen Senda, señala en el libro que en La Boca no hay shopping center, cine, subte, agua corriente para el ciento por ciento de los vecinos, limpieza pública, librería, ni un McDonald’s. “El problema es el centro, que eclipsa, anula todo lo que –por razones que no son realmente geográficas– pasamos a entender como periferia”, subraya el escritor en uno de los capítulos. Y propone una tesis: “En La Boca se construye una modernidad paralela a la de Buenos Aires. Una modernidad anacrónica, o contramoderna, que no interesa a los viajeros españoles porque no les puede pagar pasajes de barco ni hoteles lujosos ni conferencias. Una modernidad no subvencionada. Una vanguardia real, por autónoma. Al margen, periférica, epidérmica. Con muy poco poder”.
“Es de una absoluta ingenuidad pensar que se puede alcanzar la comprensión absoluta de otro país, del otro. Eso no existe –admite Carrión–. La literatura de viajes tiene que asumir ese filtro, esa distancia. En la Argentina soy visto como extranjero, y asumir la extranjeridad, en vez de un handicap, es una virtud, porque te permite ser distante y a la vez crítico. Lo que me interesa en este libro es encontrar un punto equidistante entre Argentina y España para ser tanto crítico de un país como del otro.” El escritor recuerda que al principio de La piel de La Boca hay una cita de Salvador Novo en la que advierte que los viajeros ilustres que visitaron la Argentina incurren en un disimulado o franco elogio. “Como no soy complaciente, ni conmigo ni con los demás, intento ser siempre analítico, bifronte. Ni Lorca ni Ortega y Gasset estuvieron en La Boca ni han hablado del barrio; de modo que reivindico un espacio virgen en la literatura española y en la literatura argentina. Palermo está hipertextualizado, La Boca no. La Boca no está en Buenos Aires. Esa insularidad, ese margen, es lo que me interesaba analizar.”
En los fragmentos de las entrevistas a pintores, actrices, líderes vecinales y dueños de locutorios del barrio aparece de modo constante la nostalgia de los hijos de inmigrantes como si fuera un sentimiento heredado. “La inmigración siempre abre una herida que nunca cicatriza. Incluso puede ser que se herede de algún modo esa nostalgia por un paraíso perdido, que sea como un mito que se transmite casi genéticamente, porque dentro de las familias siempre se remite a ese país que se perdió, al que se quiere volver, pero no siempre se vuelve, que no es recuperable porque es pasado.” Carrión aclara que “el relato de La Boca es la pintura de Quinquela Martín, un pintor muy conflictivo y emblemático, y no es casual que tuviera una filiación con el fascismo italiano. De una forma inesperada y un poco arbitraria, establezco un contrapunto entre Quinquela y Borges. Hay un combate, un conflicto imaginado por mí, en el que gana Borges, porque está del lado del poder, del centro, mientras que Quinquela está en el margen absoluto”, compara el escritor.
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