LITERATURA › ENTREVISTA CON SANTIAGO GAMBOA
“La geografía literaria nunca coincide con la de la realidad”
El escritor colombiano vino a presentar su última novela, El síndrome de Ulises, que transcurre en París. Allí cuenta historias de inmigrantes, “legales” e “ilegales”, sin acudir a los estereotipos de la corrección política.
Por Silvina Friera
Santiago Gamboa cuenta que durante mucho tiempo sólo el escritor europeo tenía derecho a escribir novelas en Venecia o en Paraguay. Los latinoamericanos, por esa visión paternalista que se ejercía desde la cultura de Europa y de los Estados Unidos, debían narrar historias sobre sus países. “Soy colombiano, pero no siento que tenga la obligatoriedad de que mi escritura esté arraigada en Colombia”, señala el autor de El síndrome de Ulises (Seix Barral). Nada está prohibido para las nuevas generaciones de escritores. Con la libertad que le confiere este “desarraigo” cultural, Gamboa escribió la más personal de sus novelas. Relata los pormenores de la vocación literaria de un joven latinoamericano que busca su destino acaso en el lugar menos propicio: el París de comienzos de la década del ’90, ciudad en la que se hacinan los extranjeros ilegales. “No es un libro que se proponga contar las desgracias de los inmigrantes”, aclara el escritor colombiano residente en Roma, que vivió en Francia durante siete años.
El síndrome de Ulises, por estructura, es una novela coral. Los sueños y desgracias de un joven colombiano que refriega platos en un restaurante oriental, para sumar unos francos al escaso dinero que gana dando clases de español –experiencia similar a la que vivió el escritor mientras habitó en esa ciudad–, se entrecruzan con las esperanzas de una vida mejor de africanos, de orientales y de franceses. Pero no todos los inmigrantes son iguales: el status de “legalidad” separa, como en un abismo, a quienes tienen y a quienes no tienen los papeles. Ese joven colombiano, suerte de personaje eje, se llama Esteban –su nombre es apenas deslizado sólo en una escena en la que lo llaman desde un coche– y es el mismo personaje de una novela anterior de Gamboa, Vida feliz de un joven llamado Esteban. “No quería que desde el principio quedara claramente unido al libro anterior. Y además necesitaba que no fuera tan protagonista, que le cediera el lugar a los otros”, justifica el escritor su decisión de que el nombre del personaje principal apareciera mencionado promediando el libro.
–Uno de los personajes señala que los inmigrantes no son todos iguales. ¿En las condiciones de mayor fragilidad se reproducen y ahondan las miserias humanas?
–Sí. El inmigrante que tiene una situación económicamente mala, pero tiene documentos, es un privilegiado respecto de quien está igual de muerto de hambre, pero no tiene papeles. En los niveles más bajos de la sociedad, las pequeñas distancias son enormes. Te lo puedo poner en un ejemplo muchísimo más drástico: en una noche de frío, la diferencia entre la vida y la muerte puede estar entre quien tiene media botella de whisky y quien no la tiene, cosas que en otros ámbitos de la misma sociedad son totalmente irrelevantes.
–¿Cómo se enteró de la existencia del “síndrome de Ulises” como enfermedad?
–Leyendo un artículo de la prensa española sobre la enfermedad que padecen los inmigrantes con una situación ilegal, que tienen miedo de que los agarre la policía y los deporten a sus países. El miedo es siempre como una aguja clavada que nunca deja de ser hiriente. El pánico parece que es algo momentáneo, pero si el miedo se insufla en un ser humano normal durante más de diez días se le daña el sistema nervioso, y ese es el síndrome de Ulises: empieza a temblar, tiene dolores abdominales, pierde la realidad, se cae al suelo. Es un cuerpo normal, pero con una inyección de miedo permanente durante 24 horas al día. Ese nombre me parecía espectacular como título para esta novela porque, además, el Ulises es el mito del viajero, pero en este caso es el viajero que se va a vivir esos sacrificios terribles para mejorar la vida de su gente.
–En un momento se plantea que el único compromiso del escritor tiene que ser con su escritura, no con la militancia política.
–Esa es una manera de decir algo muy claro: el escritor tiene que hacer libros buenos, porque si son malos, los libros pueden ser extraordinariamente correctos políticamente, pero no tienen ninguna importancia. De toda esa cantidad de literatura que produjo la militancia de izquierda, muchísimos libros son fallidos porque responden a principios elementales donde los obreros siempre son buenos y el gringo es malo. Toda la literatura del realismo socialista es lamentable. Hay una novela que a mí me encanta de Alejo Carpentier, La consagración de la primavera, un libro muy militante en el que defiende la Revolución Cubana. Es una defensa de la identidad cubana, además de ser una gran novela. Hubo una cantidad de escritores malos que metían gato por liebre con el cuento de que eran políticamente correctos, y si alguien les decía que el libro era malo, le reprochaban que no era un buen comunista. Lo que importa no es la militancia sino la literatura.
–¿Su generación desdeña la política en la literatura?
–En Colombia hay novelas que hablan sobre el narcotráfico, el sicariato, la corrupción política, todas escritas por autores de mi generación. No están pensadas para establecer una denuncia, desde el punto de vista militante, pero los libros son en sí mismos elementos críticos. En mi generación hay un trabajo muy enraizado con la vida real y los problemas políticos de las sociedades en las que vivimos. Lo que pasa es que ninguno de nosotros tiene puesto el carnet de un partido político. La literatura no es el escudo por el cual estamos transmitiendo ideas políticas.
–¿Cómo se relaciona el escritor con el exilio? ¿La experiencia del desarraigo y la escritura se parecen?
–A mí me gusta mucho respetar las palabras: yo no soy un exiliado. Para mí un exiliado es una persona que no puede estar en su país por motivos políticos o económicos, pero yo me fui por una opción completamente personal, y en este momento mi situación más que la de exiliado es la de residente en el exterior. El territorio en el que uno escribe no se ubica en ninguna parte de la realidad. Al fin y al cabo, uno escribe delante de un muro, dónde esté ese estudio es casi irrelevante. Los territorios de la literatura ocurren en la imaginación, no en la realidad. En ese espacio mental de las novelas es donde se da esa geografía literaria que nunca coincide con la de la realidad.