Miércoles, 27 de agosto de 2008 | Hoy
LITERATURA › SERGIO OLGUíN HABLA DE LA REEDICIóN DE SU PRIMERA NOVELA, LANúS
El autor de Filo, El equipo de los sueños y Springfield reivindica una literatura “que tiene que ver con lo barrial y que durante muchos años fue mal vista por los círculos literarios y por la nueva Academia, que era la Facultad de Filosofía y Letras”.
Por Silvina Friera
Todos los caminos conducen al barrio, aunque volver parece una misión imposible. “A mí me falta la suerte de los campeones”, se dijo Adrián, repitiendo una frase de César Luis Menotti, entonces director técnico de Boca. Ex jugador de las Inferiores de Racing devenido en un diseñador gráfico que sobrevive gracias a los trabajos que le pasa su tío, un funcionario corrupto, Adrián es el protagonista de Lanús (reeditada por Tusquets), un joven que vive en el centro, a principios de los ’90, pero que se crió en esa zona del conurbano que empieza en Avellaneda. “Al cruzar el puente Victorino de la Plaza, al pasar sobre las aceitosas y nauseabundas aguas del Riachuelo ya se está en Lanús, aunque el catastro de la provincia de Buenos Aires indique que eso es Avellaneda.” En el periplo existencial del protagonista de la primera novela de Sergio Olguín (que a fin de año se publicará en Alemania) “cruzar puentes” y regresar al barrio implica saldar una deuda con su pasado, cumplir con un antiguo pacto. El recorrido vital de Francisco, ese amigo de la infancia que una vez le salvó la vida, es inverso. Nunca se fue del barrio, tal vez por eso terminó cayendo en las garras del mafioso Tito, pero viaja al centro con mil pesos robados para pagar el aborto de su novia. Adrián, el único que lo puede ayudar, escucha los mensajes demasiado tarde. La policía bonaerense ya había matado a Francisco cuando “intentaba robar” un kiosko. Volver no es fácil. Los amigos de la infancia están sumergidos en una maraña de negocios clandestinos y no quieren aclarar la muerte de Francisco. Ni les conviene. Sólo Adrián, con la ayudita de una amiga prostituta y una travesti, conseguirá desmontar esa complicidad estructural.
Olguín dice que sigue identificándose con el tipo de escritura y de literatura que expresa su primera novela. “Estoy dentro de la misma línea narrativa; no siento que haya habido un corte con todo lo que escribí después. Al punto de que hace unos meses empecé una novela con los mismos personajes de Lanús, pero unos años después, a fines de los noventa”, cuenta el escritor, autor de Filo, El equipo de los sueños y Springfield. “En Lanús, uso el material autobiográfico de modo tal que se pierda entre todos los personajes; lo que funciona es esa diseminación a lo largo de toda la historia. No me molesta trabajar con lo autobiográfico, pero no me limito a eso”, plantea Olguín a PáginaI12.
–¿Fue deliberado que aparecieran en la novela las marcas del menemismo: la desocupación, cierta sensación de no futuro, la degradación de la vida en el barrio?
–Sí. Los barrios del conurbano bonaerense pasaron de la violencia de la dictadura a la violencia de la Policía Bonaerense. Quise escribir sobre esta destrucción de los lazos sociales, que los empezó a romper la dictadura en el ’76, pero que no terminó con la dictadura porque el desastre económico continuó en los ’90. La novela también intenta reflejar esa destrucción.
–¿Por qué apeló al género policial?
–El policial es el vehículo por donde transcurre la historia, pero no es el fin. Si bien hay un desenlace donde queda claro qué fue lo que ocurrió, lo importante está en otra parte; en los vínculos que se establecen entre los personajes, en la relación del protagonista con sus amigos de la infancia. Siempre caigo en el policial, incluso en mis novelas juveniles; me siento muy cómodo en el género.
–Sin embargo, la novela podría ser vista como un “falso policial”, en tanto hay una imposibilidad de que la propia institución policial o judicial resuelvan el asesinato de Francisco.
–La desconfianza hacia las instituciones es un problema del policial argentino. Uno no puede confiar en la Justicia ni en la policía. Uno de los personajes, Tito, dice que entra al despacho de Manolo (por Manuel Quindimil, entonces intendente de Lanús) cuando quiere. Es el mafioso del barrio que maneja todos los vínculos. En ese sentido, Lanús es un falso policial porque no se va a resolver dentro de lo que podríamos llamar “la Justicia ordinaria”. Hay otro tipo de justicia en la novela; la solución planteada es bastante discutible porque es casi una justicia por mano propia, una justicia irregular. El policial argentino siempre es un falso policial en comparación con el policial norteamericano o el anglosajón, donde las instituciones están menos cuestionadas.
–Cuando se publicó Lanús, había pocas novelas que reflejaran los distintos escenarios del conurbano bonaerense, pero en estos últimos años fueron apareciendo Turdera, de Angela Pradelli; Veneno, de Ariel Bermani, y recientemente Villa Celina, de Juan Diego Incardona. ¿Cómo explicaría esta expansión de la mirada más allá de la General Paz?
–Hablar de barrio y de la zona sur es hablar del Turco Asís en la literatura argentina, por lo menos para mí. Es una literatura que reivindico, que tiene que ver con lo barrial y que durante muchos años fue mal vista por los círculos literarios o por lo que podríamos llamar “la nueva Academia”, que era la Facultad de Filosofía y Letras; por algunos sectores, por otros no, como el tipo de literatura que pregona David Viñas con la que me siento más identificado. Hay un proceso de cambio en la literatura argentina del que Lanús forma parte. No es una literatura barrial, que a veces implica cierta mirada nostálgica o que todo tiempo pasado fue mejor, no es sólo eso; es poder contemplar desde la ficción los cambios sociales que se produjeron más allá de los barrios de la Capital.
–Más allá de dar cuenta de estos cambios sociales, ¿la Policía Bonaerense aparece como una institución que “conecta” los ’70 con los ’90?
–La Policía Bonaerense ha sido la continuidad más clara de la impunidad de la dictadura durante la democracia. No se desarmó el aparato represivo de la manera en que se tendría que haber hecho en su momento, y la prueba más hiriente son los casos de gatillo fácil en la provincia de Buenos Aires. La policía es un símbolo muy claro de la violencia de ese Estado represor que actúa contra las personas. Por qué no poder escribir sobre estos temas, por qué no ficcionalizar la violencia de la policía. En Lanús no es tan evidente como sí va a aparecer después en El equipo de los sueños. Estoy seguro de que voy a seguir escribiendo sobre esta violencia del Estado y de cómo sus estructuras atacan y destruyen al individuo. No nos alejamos mucho de lo que escribimos en la primera novela (risas).
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