LITERATURA › UN MERECIDO HOMENAJE A ROBERTO BOLAñO
El notable escritor chileno, fallecido en 2003, será el eje de una serie de actividades en la primera edición del Filba, que se desarrollará en el Malba. Alan Pauls, Martín Kohan y Alberto Fuguet, entre otros, dan cuenta de su admiración por Bolaño.
› Por Silvina Friera
A cinco años de su muerte, Roberto Bolaño es venerado como el nuevo demiurgo de la literatura. Consagrado con Los detectives salvajes (1998), novela que le deparó los premios Herralde y el Rómulo Gallegos –aunque su prestigio ya cotizaba en alza gracias a libros anteriores como Estrella distante y La literatura nazi en América, ambos de 1996–, el narrador y poeta chileño, peleador y provocador profesional, “una especie de patotero surrealista”, se animó a patear el tablero del canon, mezclando las aguas de la tradición y la renovación. Agrupó los libros por afinidades, según le cayeran los autores, comenzando por Borges. Bolaño inventó a sus predecesores, reescribió la tradición y en pocos años, con la certeza de que iba a morir pronto, reconstruyó el árbol genealógico de nuestras letras. Rápidamente conquistó el reconocimiento casi unánime de la crítica, el respeto y devoción de muchos escritores y el fervor incondicional que le profesan los jóvenes lectores y escritores de América latina. Como colofón, las trágicas circunstancias de su muerte, o mejor dicho esa larga enfermedad que lo fue cercando hasta que falleció el 15 de julio de 2003, lo transfiguraron para siempre en un héroe literario.
Ahora que será homenajeado en la primera edición del Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba, ver programación en la página www.fil ba.org.ar), que comienza el miércoles en el Malba, tal vez más de uno recordará a Arturo Belano, ese personaje que, como tantos otros en Los detectives salvajes, camina hacia atrás, “de espaldas, mirando un punto, pero alejándose de él en línea recta hacia lo desconocido”. Quizá la obra de Bolaño esté transitando por ese punto en donde todo lo cercano se aleja para luego volver a acercarse. En la que sería su última aparición pública, en el congreso de jóvenes escritores al que asistió en 2003, en Sevilla, Bolaño le puso un título premonitorio a su conferencia de clausura: “Sevilla me mata”. “¿De dónde viene la nueva literatura latinoamericana? La respuesta es sencillísima. Viene del miedo. Viene del horrible (y en cierta forma, bastante comprensible) miedo de trabajar en una oficina o vendiendo baratijas en el Paseo Ahumada. Viene del deseo de respetabilidad, que sólo encubre al miedo”, decía el escritor.
Nunca cultivó la indulgencia y hasta se podría asegurar que gozaba de ser impiadoso con los consagrados. “Francamente, a primera vista componemos un grupo lamentable de treintañeros y cuarentañeros y uno que otro cincuentañero esperando a Godot, que en este caso es el Nobel, el Rulfo, el Cervantes, el Príncipe de Asturias, el Rómulo Gallegos”, fustigaba Bolaño a buena parte de su generación en esa última conferencia. “El río es ancho y caudaloso, y por sus aguas asoman las cabezas de por lo menos veinticinco escritores menores de cincuenta, menores de cuarenta, menores de treinta. ¿Cuántos se ahogarán? Yo creo que todos.” A pesar del riesgo de pecar de optimistas, ya se podría afirmar que al menos Bolaño no se ahogará. Anticipándose a los debates que se suscitarán en el Filba, Alan Pauls, Juan José Becerra, Martín Kohan, Alejandro Zambra, Alberto Fuguet y Cecilia García Huidobro, directora ejecutiva de la Cátedra Bolaño, creada en julio de 2007 en la Universidad Diego Portales, esbozan ante PáginaI12 algunas coordenadas que permiten interpretar este fenómeno que ha generado Bolaño, tan cercano y salvaje. “La Cátedra –aclara García Huidobro– no pretende ser un altar desde donde rendirle tributo, que sería una forma de traicionarlo. Más bien pensamos que es bueno joder un poco la paciencia, como el mismo Bolaño alguna vez recomendó. De lo que se trataba justamente es de inspirarnos en su espíritu crítico e irreverente, para crear un espacio de debate latinoamericano, algo que hace mucha falta en nuestros días.”
“Bolaño cruza con una eficacia asombrosa dos tradiciones hostiles entre sí: la tradición aventurera, salvaje, espontaneísta, de la ficción beatnik, y la erudición, la sofisticación cultural y la densidad letrada de la ficción ‘intelectual’ –explica Pauls–. Básicamente hace congeniar dos líneas literarias que eran antagónicas: Kerouac y Borges, digamos. Me parece que todos los escritores que trabajan con ese tipo de ‘reconciliaciones’ producen un efecto liberador, de entusiasmo, contagio y vitalidad. Son escritores que hacen posible la literatura. Creo que eso es lo que las nuevas generaciones encuentran en él: un horizonte de posibilidad. Y por supuesto que el aura de la muerte prematura también influye.” García Huidobro reconoce que el canon es lo más parecido al juego de las sillas musicales. “Cuando termina la música, muy pocos quedan instalados en la posteridad. Por eso, en el mundo literario nada produce más ‘reacciones’ que el éxito. Bolaño ha construido una obra nueva dentro de la tradición, o sea ha hecho una ampliación a la construcción literaria que teníamos a la fecha, usando los mismos materiales, pero renovando profundamente la arquitectura”, señala la directora de la Cátedra Bolaño. “Me pregunto si es necesario instalarlo en el post-boom, o plantearse la obligación de clasificarlo como un adelantado o como un fraude. ¿Para qué? Sin ensalzarlo a los extremos a los que algunos llegan, ni combatirlo como otros gustan hacer, propongo leerlo. Ahí es posible encontrar una historia oblicua de las últimas décadas de Latinoamérica, las bajezas, miedos y fantasías de un mundo más bien perplejo; relatos estremecedores y divertidos a la vez.”
Becerra postula que, respecto de los escritores de su generación, Bolaño es el único que tiene una obra y una biografía concluidas. “Es un escritor de esta época que gravita como un clásico respecto de quienes han sido sus contemporáneos. Es un contemporáneo que habla desde el pasado. Hay en su figura una combinación de obra moderna y vida romántica irresistible para cualquier lector. Pero, sobre todo, Bolaño es la última manifestación de escritor latinoamericano que hemos visto. Es el último escritor de Sudamérica que nos da una ‘imagen’ latinoamericana compuesta de migraciones, marginalidad, una militancia sobre ciertos postulados estéticos radicales (posiblemente más radicales en la postulación que en los hechos) y una paciencia de artista que le dan a su vida un elemento épico. Y creo que, también, es el último escritor del ‘boom’, una corporación a la que no le faltó el mito del escritor revolucionario, ni el del escritor nómade, pero sí le faltaba el del escritor romántico. Sobre ese mito personal oscuro y malogrado se montan sus libros extraordinarios, sobre todo Estrella distante, Los detectives salvajes y 2666 que, para mi gusto, forman la obra completa de Bolaño.”
Fuguet opina que hay una suma de razones que han convertido a Bolaño en un “escritor faro” para las nuevas generaciones. “Creo que hay dos que son factores clave en esto de alzarse como en faro: una es que su novela cumbre, Los detectives salvajes, es acerca de ser joven, de ser escritor, de ser latinoamericano, de crear para vivir, de escribir para crecer. Se vuelve casi un manual de cómo escribir o de cómo sobrevivir si uno desea ser escritor. Hay muchos escritores en la obra de Bolaño, y muchos jóvenes, y creo que por eso es un autor tan querido y reverenciado por los autores jóvenes. El otro factor es que fue un autor global, casi McOndo, de las fronteras, un viajero que escribió obras mexicanas, chilenas, españolas, incluso nazis. Bolaño se movió mucho e integró esos viajes a su obra. No se fue a Barcelona a recordar a su pueblo y eso es muy contemporáneo y liberador: ahí también es faro”. Zambra subraya que la obra de Bolaño no es dócil, ni tranquilizadora. “Sus libros conservan un lado ilegible, la huella de una necesidad. En todo caso, más que matar al padre, creo que Bolaño quería tener varios padres y se reservaba el derecho a elegirlos, a crear a sus precursores, Borges el primero”, advierte el autor de Bonsai. Kohan agrega que, entre otros argumentos posibles, “Bolaño recuperó una particular potencia para la narración literaria, sin por eso sucumbir a la tontera de contar buenas historias”.
García Huidobro cuenta que el año pasado una revista chilena hizo una nota sobre cuáles eran los libros más robados en las librerías de Santiago. “Adivina la respuesta –pregunta con picardía–. Pues sí, el amigo Bolaño encabezada el ranking con dos títulos a falta de uno. Resulta que Los detectives salvajes seguido de 2666 superan a Dan Brown y a Isabel Allende en la práctica de desafiar el séptimo mandamiento. Eso se llama tener fieles lectores dispuestos incluso a desafiar la ley de Dios con tal de poder leerlo.” Zambra aporta a este lado B de la intriga sobre el hurto de libros la cara que faltaba para completar, en parte, el mosaico de anécdotas chilenas. “De un tiempo a esta parte, cualquier éxito de Bolaño es interpretado en Chile como un triunfo nacional. Es como si ganara nuestra selección de fútbol, cosa que raramente sucede. Hace poco sucedió y fue hermoso, pero no nos gusta recordar que Marcelo Bielsa es argentino y que el gran Mati Fernández nació en Caballito. Al comienzo, a Bolaño le negaban la nacionalidad, lo presentaban como escritor mexicano o español o extraterrestre. Ahora lo presentan como un chileno destacado y goleador”, ironiza Zambra. Más allá de que Bolaño, en vida, se encargó de disparar y herir a algunos autores (decía que leer a Antonio Skármeta le revolvía el estómago y que Isabel Allende no era una escritora), Fuguet sostiene que Bolaño quería sentirse parte de la literatura chilena. “No sólo se instaló y se ganó un lugar en poco tiempo sino que ahora es, por cierto, uno de los autores referentes. Se lo lee mucho, se lo presta, se lo compra, se lo piratea, se lo imita, se lo cita, se lo admira. Triunfó en Chile rápidamente. Creo que antes que en España.”
¿Cómo se relacionan como lectores y escritores con la obra de Bolaño? Kohan responde que el escritor chileno hizo una lectura “tremendamente inteligente” de una franja “muy bien elegida” de la tradición literaria latinoamericana. “La leyó y la reescribió, y al mismo tiempo la inventó, que es lo que hacen los buenos escritores. A mí me sigue gustando especialmente La literatura nazi en América, que es lo primero que leí de él.” Zambra menciona a 2666, Los detectives salvajes y Amuleto como sus mejores libros. “Pero Bolaño construyó una literatura entera, incluso sus poemas menos buenos cobran sentido en el interior de su obra. Me gusta pensar que, en cierto modo, los poemas de Bolaño son los poemas que escribían los personajes de Bolaño”, precisa Zambra.
“Me gustan mucho la primera novela que leí de él, Estrella distante, que es un libro perfecto, y las dos grandes, Los detectives salvajes y 2666 –plantea Pauls–. Me interesa el modo en que sus ficciones se alimentan de la mitología de las vanguardias artísticas, desplazando el foco del campo de las prácticas (ninguno de los poetas de Los detectives... escribe nunca una línea) al campo de las ‘historias de vida’, los imaginarios personales, la aventura existencial. Hay un biógrafo extraordinario en Bolaño. Y me interesa también su trayectoria: cómo corona y clausura el género de la gran novela latinoamericana con Los detectives... y cómo es capaz después de escribir el monstruo de 2666, que ya es una novela de otro mundo, escrita prácticamente desde el más allá. Clausurar una dinastía es difícil, pero siempre es más fácil que abrir una nueva. Bolaño hizo las dos cosas. “Con calma, sin mitificaciones. Así se vincula Fuguet con la obra de Bolaño. Al autor de Las películas de mi vida le parece que Bolaño era “mucho más pop” y estaba más interesado en la cultura popular de lo que la gente cree. “Es un autor que está ligado al cine, al porno, a otros escritores. Y por cierto que uno de sus grandes aportes es la relegitimación de lo fragmentado y lo fronterizo, que llega al extremo con 2666, una novela en parte ambientada en la frontera.” García Huidobro asegura que la obra de Bolaño “consigue ser un cruce de caminos entre la tradición y la renovación; entre la literatura chilena, mexicana, argentina, peruana; entre la alta literatura y géneros mal llamados espurios, como es el relato policial. Como dice Borges –la infaltable cita a Borges–, un autor inventa a sus predecesores, lo que significa reescribir la tradición. Bolaño lo hizo y de paso reconstruyó el árbol genealógico de nuestras letras”.
“Es un hombre que batalló por escribir desde una total libertad respecto de las capillas literarias y de la institucionalidad cultural, y se entregó de lleno a los demonios de la escritura y a la esclavitud de la lectura omnívora –afirma García Huidobro–. Eso le valió estar cerca del modelo del escritor romántico, de la escritura como una forma de estar en el mundo. Esa posición sumada a su muerte, cruzada por el heroísmo de empeñarse a escribir más allá de sus fuerzas y los males que le minaban la salud, lo convierte en alguien con un atractivo casi cinematográfico.” Rupturista, renovador, “hijo bastardo del boom”, “un escritor de moda”. A cinco años de su muerte, la literatura de Bolaño, pero también la construcción de su figura de escritor, continúa alimentando debates y polémicas. “Bolaño era un peleador, un provocador profesional, una especie de patotero surrealista –lo define Pauls–. Basta leer su discurso de agradecimiento del premio Rómulo Gallegos para entender su estilo. Por lo demás, no veo incompatibilidad alguna entre considerarlo un escritor de ruptura y una moda. Es un gran escritor que está de moda, y seguirá siéndolo cuando ya no lo esté.
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