Mié 12.11.2008
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LITERATURA › HORACIO CASTELLANOS MOYA, ESCRITOR Y PERIODISTA HONDUREñO

“Escribir me mantuvo a flote”

El autor de El asco y Tirana Memoria participará del Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), que comienza hoy en el Malba. Una oportunidad para conocer a un escritor notable, que voltea sin piedad mitos culturales y políticos.

› Por Silvina Friera

Lo primero que sorprende de Horacio Castellanos Moya, escritor y periodista hondureño criado en El Salvador, es el tono reposado con el que habla de sus libros, sobre todo de El asco (Tusquets) –novela que es un ejercicio de imitación del estilo Thomas Bernhard y por la que recibió amenazas de muerte que lo obligaron a exiliarse en México–, o de su extrañeza vital en sociedades donde la vida “vale los veinte dólares que pago para mandarte a matar, y hasta lo pueden hacer gratis, por una cerveza”. Quizás esa serenidad haya sido el resultado de una larga necedad que lo empujó a expresarse, a escribir, aunque tuviera que sobrevivir –que a veces en Centroamérica no es sinónimo de ganarse la vida sino de no dejarse matar–, y aunque no hubiera estímulos de ningún tipo (ni siquiera entonces existía la carrera de letras en las universidades salvadoreñas). “Yo estuve infectado por Bernhard, y como toda infección hay que sacársela de encima. Y me la saqué, aunque todavía quedan algunas bacterias”, bromea el escritor en la entrevista con PáginaI12, en una de las salas del hotel donde se hospedan casi todos los autores invitados al Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), que comienza hoy en el Malba (ver aparte).

También Castellanos Moya es un escritor que infecta. No se puede parar de leer El asco, Insensatez, Desmoronamiento o su última novela, Tirana Memoria. Es casi imposible olvidarse de las resentidas voces de Vega, tan revulsivo y cómico en su profundo desprecio por El Salvador que no deja títere con cabeza; o de Lena, una loca de atar, enceguecida por el odio y el rencor hacia su marido y su hija, esa “malnacida” que se casa con un salvadoreño divorciado, veinte años mayor que ella, y para colmo de males “comunista”. Sus personajes, sus historias, por momentos tan endiabladamente venenosos, hasta por qué no decirlo, insoportables, se quedan adheridos a la memoria. Castellanos Moya parece escribir con la fruición del resentido que se desquita, del lenguaraz que voltea sin piedad mitos culturales y políticos, del que goza al desmoronar todos esos cimientos simbólicos hasta convertirlos en apenas cartón pintado. Escribe con la mueca de una amargura que deviene en carcajada feroz. Y por eso molesta, fastidia. Y paraliza con una prosa en la que renglón tras renglón se respira poesía.

“Yo comencé como poeta, pero luego de algunos años tuve la buena fortuna de darme cuenta de que era muy malo. No dejé de escribir poesía voluntariamente, digamos que el proceso de darme cuenta de que era un mal poeta automáticamente secó mi veta poética. Y tuve la gran suerte de tener la oportunidad de quemar mi poesía. Se publicaron un par de cosas que mis enemigos conservan en sus escritorios para atacarme cuando tengan la oportunidad –ironiza el escritor, que actualmente reside en Pittsburgh (Estados Unidos)–. Hubo una edición que el Ejército me hizo el favor de confiscar, cuando se tomó la universidad, en julio del ’79, una antología de poesía joven, donde por supuesto me incluí. Seguramente me quedó un gran respeto por la poesía, pero es una amante que me abandonó.”

–En El asco, Vega dice que nunca pudo aceptar que habiendo centenares de países le haya tocado nacer en “el peor de todos, en el más estúpido, en el más criminal”. ¿Qué es lo que provoca que se rompa ese sentimiento de pertenencia con el lugar donde se nace?

–Es un asunto muy significativo porque tiene que ver con la identidad, con cómo se construye uno como ser humano. En este sentido, muchos de mis personajes tienen ese problema de adaptación, pero no sólo de adaptación social sino nacional. En buena medida puede ser un reflejo de cierta experiencia personal o la vida que me tocó. Porque yo nací en Honduras, crecí en El Salvador, soy de los dos lugares formalmente. Nazco en un lugar, aunque me formo en otro donde adquiero mi sentido de pertenencia, pero casi al terminar mi adolescencia, tengo que irme por la guerra civil y ni siquiera puedo enraizarme como el común de la gente. Y luego en México, aunque sea una ciudad central para no-sotros los centroamericanos, porque es la más grande urbe cercana que tenemos, no dejaba de sentirme un extranjero. Mis personajes no se sienten cómodos con lo que son, con los que les toca vivir, y esa inadaptación es fundamental, es lo que define sus vidas.

–¿Por qué en los países centroamericanos la violencia se ha naturalizado?

–Mira, es muy complicado. Hay razones institucionales, con estados de derechos muy informales, donde la ley es nada más papel impreso y donde desde muy arriba no se cumple y no se aceptan esas leyes de juego. El crimen siempre se utiliza ante el disenso, y no necesariamente estoy hablando de política. Te voy a poner un ejemplo muy sencillo. Tanto en El Salvador como en Guatemala, pero sobre todo en El Salvador, hubo una guerra civil muy intensa. El número de muertos diarios por la guerra civil es casi el mismo que se tiene ahora por el crimen organizado. La resolución de lo político no llevó a un cambio cultural, no llevó a una idea distinta del valor de la vida. En el fondo de todo hay un desprecio profundo al valor de la vida. La vida vale los veinte dólares que pago para mandarte a matar. Y hasta lo pueden hacer gratis, por una cerveza.

–¿Cómo fue la experiencia de querer ser escritor en un ámbito tan hostil?

–Tenía necesidad de expresarme, de ir hacia esa ruta, aunque todo el mundo se preguntara: “¿Dónde va éste?”. Pero seguía en esa ruta por necedad, por un sentido de destino. Pese a todas las cosas que tenía que hacer para sobrevivir, para salir adelante, para no dejarme matar, para poder pagar mis facturas, seguía escribiendo. Me propuse no dejar de escribir, aunque no tuviera incentivos. La literatura se convirtió en mi territorio privado y personal, que es lo que me mantuvo a flote.

–Tal vez una de las novelas donde parece haber más elementos biográficos es Desmoronamiento, contextualizada, en parte, durante la guerra entre Honduras y El Salvador. ¿Qué impacto tuvo en usted esa guerra?

–Para mí fue desquiciante. Me afectó mucho porque yo vivía en El Salvador, mi padre era salvadoreño, pero al mismo tiempo tenía mis abuelos en Honduras. Esa guerra me hizo ver por primera vez el gran sin sentido de la historia, y esa estupidez de la historia me llevó automáticamente a comprender que los nacionalismos son una estupidez. Yo no terminaba de entender qué era lo que pasaba. Fue la primera vez que sentí una extrañeza vital: a qué pertenezco yo.

–Se podría advertir que en esa extrañeza vital hay algo fundacional de su escritura.

–Seguramente sí, lo que pasa es que uno no debe hurgar mucho en las razones que lo llevan a hacer lo que hace porque se puede paralizar. No hay que hurgar en el misterio, aunque uno lo intuya. Pero sí, creo que hubo un ejercicio de violencia por parte de la historia que me llevó a reaccionar. No tengo la menor duda.

–Quizás esa extrañeza vital también esté relacionada con el hecho de que varios de sus personajes horadan el cliché del centroamericano alegre, del macho erótico.

–Sí, claro. Si lo heroico sería el macho alegre, mis personajes son antihéroes. En primer lugar porque no son alegres sino que en todo hay una enorme tristeza, una enorme grisura. Por otro lado, no son machos en el sentido del poseedor exitoso. Incluso en Insensatez cada vez que el protagonista tiene sexo, te preguntas para qué (risas). Va contra toda la cultura latina del hombre que te cuenta sus aventuras sexuales, con todas las chicas que se acostó y lo exitoso que fue. Mis personajes son antihéroes radicales, son anticliché identitario latinoamericano. Son amantes desastrosos, nada los hace feliz ni los divierte.

–Mientras escribía El asco, ¿pensó que podrían amenazarlo de muerte?

–Ni siquiera sabía si se iba a publicar, nada más me divertía y sacaba el veneno. Gocé mucho cuando la escribí; fue una escritura intensa, muy catártica. Cuando la terminé, la guardé dos años hasta que se publicó en una pequeña editorial salvadoreña. Es un libro que se sigue editando, la gente lo lee y se estudia en algunas universidades. Hace cinco meses uno de los principales diarios salvadoreños, El Diario de Hoy, el más derechista, publicó un editorial en donde se preguntaban cómo era posible que El asco se estudiara en las universidades. Once años después es una novela que sigue fastidiando. Hay gente que se sigue sintiendo muy agredida por el libro. Para mí es un motivo de satisfacción. Mientras el libro siga fastidiando, seguirá vivo.

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