Sábado, 20 de diciembre de 2008 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR NIGERIANO WOLE SOYINKA
En 1986 se convirtió en el primer africano ganador del Nobel de Literatura. Eso no lo hizo inmune a las persecuciones, al punto de que en 1997 la dictadura de Nigeria lo condenó a muerte. “Un escritor sólo puede abrir horizontes”, dice.
Por Javier Rodríguez Marcos *
Desde Avilés
Wole Soyinka le pide al fotógrafo que le dé una tregua que dure lo que le duren a él los dos dedos de aguardiente que acaba de pedir. No le gusta posar y cualquier excusa es buena para no salir del faro de San Juan de Nieva, donde come con los responsables del Centro Niemeyer. El escritor vino a Asturias para leer poemas en Avilés y, sobre todo, para poner en marcha las Jornadas Africanas Soyinka. A partir de 2010 –cuando abra sus puertas junto a la ría avilesina el edificio diseñado por el brasileño Oscar Niemeyer–, el Premio Nobel será el comisario de una muestra anual que mostrará lo más relevante de la música, el cine y el teatro que se hacen actualmente en Africa.
Al pie del faro sopla el viento del Cantábrico y Akinwande Oluwole Soyinka (Abeokuta, Nigeria, 1934) tiene frío. Pero se deja fotografiar. Llama incluso a su esposa para tener un recuerdo del lugar, “para los chicos”. De vuelta al calor, habla de un particular cambio climático al que ha dedicado su último libro: Clima de miedo (Tusquets). “El miedo es una estrategia”, dice. “Y el gran poder de los que la usan reside en infiltrar en la mente de los demás un clima de miedo.”
Para Soyinka, el cambio no empezó el 11 de septiembre de 2001, sino el 19 de septiembre de 1989. Ese día, mientras sobrevolaba la República de Níger, fue derribado un avión de la compañía francesa UTA. Murieron 170 personas, pero los propios gobiernos africanos, dice el escritor, hicieron la vista gorda. “La URSS existía todavía, pero era un síntoma de que algo estaba cambiando. Nadie se dio cuenta de que aquello iba a durar. No era un caso aislado.” Según Soyinka, el mundo se está llenando de “cuasi-Estados” que, al contrario que los Estados tradicionales, “ni tienen fronteras ni se les puede pedir responsabilidades”.
El doble rasero, dice el escritor, es el pan de cada día de la política internacional. Según Soyinka, el genocidio de Ruanda, en el que los hutus masacraron a los tutsis, mostró “la parálisis de la ONU”. “Sabían lo que iba a pasar y dejaron que pasara. Fueron cómplices por omisión”, dice. Justo por entonces, él mismo escribió: “Sudáfrica es nuestro sueño y Ruanda nuestra pesadilla”. ¿Y ahora? Piensa unos segundos eternos. Luego contesta: “Hoy Sudáfrica mantiene muchas contradicciones. Ha pasado de ser un gran sueño a ser una pequeña decepción. Lo irónico es que puede que Estados Unidos haya comenzado a convertirse en el sueño de Africa. Y del mundo. Sí, podría decirse que hoy el sueño se llama Obama. Desgraciadamente, ha llegado en un momento muy difícil. Le llevará su tiempo. Pero lo importante es el hecho en sí. Es la consecuencia positiva y optimista del 11-S. Es una señal de que la salvación, incluso en el peor escenario, es posible”. ¿Y la pesadilla? “El avance del fundamentalismo religioso.”
Cuando se le pregunta si un escritor puede combatir ese estado de cosas, es rotundo: “No. Sólo puede abrir horizontes, dar una visión más abierta del mundo”. Y luego agrega, irónico: “Haría falta un bombardeo literario, lanzar literatura con paracaídas.” Narrador, ensayista y poeta, Wole Soyinka se considera sobre todo hombre de teatro: “El teatro es mucho más que texto, es el arte más social, tal vez el más revolucionario. Eso sí, es más débil que el cine. Pero el contacto humano sigue estando del lado del teatro”.
Ese contacto es justo el que le faltó durante los dos años que, entre 1967 y 1969, pasó en la cárcel por su compromiso con la democracia en Nigeria: “Mi único objetivo era sobrevivir, y no sólo físicamente. Pasé 22 meses en una celda de aislamiento, sin ver a nadie, sin nada que leer y nada con qué escribir. Mi objetivo inmediato era salir de allí mentalmente intacto”. En El hombre muerto hizo el relato de aquel tiempo: “Descubrí hasta qué punto los seres humanos podemos ser imaginativos. Salí mentalmente más fuerte de lo que entré”.
Soyinka vive en Nigeria y pasa temporadas en Estados Unidos. Nacido en una familia en la que se mezclaba la anglofilia y la cultura yoruba, fue, en 1986, el primer Nobel de literatura africano. Luego vendrían el egipcio Naguib Mahfuz y los surafricanos Nadine Gordimer y J. M. Coetzee. A él no parece pesarle el hecho de ser casi un símbolo: “Uno cree que el delirio del premio va a pasar en cuanto se lo den a otro, pero no. Ya sabe lo que decía Bernard Shaw: se le puede perdonar a alguien que invente la dinamita; que invente el Premio Nobel no tiene perdón”. Y se ríe.
Con todo, el premio más mediático del mundo “no te convierte en alguien a prueba de balas”. En 1997, durante uno de sus varios exilios, fue juzgado in absentia y condenado a muerte por el régimen militar de su país. Ahora ha vuelto, pero no deja de moverse: “El contacto entre las sociedades las hace menos arrogantes. Hay países a los que les encanta enseñar sus atributos a los demás. Conocerlos directamente les añade humildad. La primera vez que viajé a Inglaterra, en los años cincuenta, descubrí que allí había pobres”. El entonces joven estudiante llevaba en la retina la imagen del lujo con que los británicos vivían en Nigeria, que se independizó del Reino Unido en 1960: “Cualquiera que va a un país más próspero que el suyo se da cuenta de que en todas partes hay dificultades, de que nadie ha llegado todavía a la sociedad ideal. Tiene una ventaja: cuando vuelves a tu casa te pones a trabajar”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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