LITERATURA › HERNAN CASCIARI, AUTOR DE MAS RESPETO, QUE SOY TU MADRE
El autor mercedino, radicado en Barcelona desde 2000, habla de su novela llevada al escenario por Gasalla y de su manera de escribir. “Prefiero poner mis borradores al aire y probarlos, ver si están funcionando bien, como si fuera el minuto a minuto de la literatura”, dice.
› Por Silvina Friera
En varias mesas de la calle, en Perú y Humberto Primo, las groupies de Hernán Casciari esperan que el escritor termine las entrevistas que está dando por la publicación de Más respeto, que soy tu madre (Plaza & Janés), la primera novela on line, escrita en directo desde un blog, leída por más de cien mil internautas en todo el mundo, adaptada e interpretada en el teatro por Antonio Gasalla, en el rol de la heroína Mirta Bertotti, ama de casa de Mercedes (Buenos Aires) que debe lidiar con un marido desocupado, tres hijos, para colmo dos adolescentes, y un suegro que fuma porro terapéutico junto a uno de sus nietos. Una amiga que se sale de la vaina entra al café de San Telmo y abraza al escritor argentino, radicado en Barcelona desde 2000. Los motivos para celebrar sobran. Además del libro y la obra de teatro que se está presentando de miércoles a domingo en el Metropolitan, en septiembre Juan José Campanella filmará una versión cinematográfica con la historia de los Bertotti, protagonizada nada más ni nada menos que por Carmen Maura. El número que faltaría para completar el cartón y cantar bingo sería que a alguien se le ocurriera filmar una serie de animación, en formato comedia de situación, al estilo Los Simpson, con los que suele ser comparada la familia mercedina made in Casciari.
Mercedino de pura cepa, hincha de Racing y ahora también del Barça, cuando Casciari repasa los últimos cinco vertiginosos años de su vida, de tanto en tanto, alza los hombros en un gesto de incredulidad. Tuvo el extraño privilegio de ver en la casa de Gasalla, en julio del año pasado, el embrión de un primer ensayo de la obra en el que el actor hizo todas las voces de los personajes sólo para él. También presenció los ensayos generales, pero le faltaba el termómetro del público. “El estreno fue espectacular. Lo que más me llamó la atención fue ver reírse a la gente con algo que yo había escrito, porque Gasalla no tocó nada, fue muy respetuoso con el texto. Hay chistes que no son míos, son del acervo popular de los mercedinos, los decía mi viejo, como ‘bajate del auto que no nos sacamos la rifa’. Son refranes bien de pueblo que al escucharlos en un teatro de la calle Corrientes te sorprenden mucho. Me impactó la dicotomía: cómo se transforma un chistecito interno de pueblo cuando lo festeja un público raro, que no tiene nada que ver con ese ambiente”, revela el escritor a Página/12.
En su forma de hablar mercedina, una combinación de tono campechano y fraternal que se aviva con el combustible de la puteada en la punta de la lengua, Casciari confiesa que desde que murió su padre, en julio del año pasado, no volvió a Mercedes. “Tengo un terror espantoso de ir a la casa de mi viejo, soy muy cagón.” Los mercedinos, a pesar del faltazo más que justificado, están fascinados con el fenómeno que se generó desde que el escritor colgó en su blog los primeros capítulos de la novela. “La gente del pueblo conoce la propuesta desde que esto no era ni libro. El boca a boca funcionó mejor que en ninguna parte –señala Casciari–. Empecé la historia en 2003, y les avisé a mi vieja, a mi viejo y a un par de amigos. Aunque muchos recursos pueden ser universales, son chistes internos, exageraciones de cosas que el mercedino conoce al dedillo. Después, por Internet, se enganchó gente de otros países. Pero durante los diez meses que escribí la novela traté de no perder de vista que estaba escribiendo para los mercedinos. Ahora se está haciendo una obra de teatro y todo esto es muy loco para ellos porque nombro a gente del pueblo. Sacando a los integrantes de la familia, los otros nombres y apellidos que aparecen, los vecinos, como la vieja Monforte, es gente que existe. Es muy loco para ellos, para mí, para todos.”
–Cuando arrancó con la escritura de la novela, ¿era consciente de los límites del formato, de que tal vez esos textos tenían un carácter más efímero, menos perdurable?
–Yo estaba experimentando el medio y sus posibilidades. Muchas de las cosas que suceden en la novela ocurrían mediante sistemas internéticos; por ejemplo, Mirta descubre que su hijo es gay por el messenger. Escribía como si el barrio fuera Internet. Estaba permanentemente experimentando con la idea de cómo se podían generar situaciones mediante las nuevas tecnologías: el messenger, el chat, la webcam, y cómo eso se mezclaba con los recursos tradicionales para contar una historia. No estaba muy vigilante con respecto a si esos textos eran efímeros o perdurables. Los textos, que al principio eran muy cortitos, empezaron a ganar en extensión, en diálogos; comenzaron a tener carnadura los personajes, los hijos, el marido, el abuelo. Al principio era un monólogo stand up de Mirta Bertotti, en el que hablaba de lo que le pasaba a ella, y después surgieron otras cosas que no habrían aparecido si no hubiera tenido público que leyera la historia. Es una novela que jamás hubiera escrito en plan tradicional, sentado en un lugar, doscientas cuarenta páginas sin saber qué onda. Yo me daba cuenta de que estaba escribiendo algo divertido y que estaba divirtiendo. Cuando dejé de escribir la novela, ya sabía que la gente se reía, independientemente de donde hubiera nacido. Pero cuando empecé a escribir no había ninguna intencionalidad. Tampoco ilusión, ni esperanza de que la cosa fuera para otro lado.
–¿Cómo ve esa escritura hoy desde lo literario?
–La veo fresca; creo que sería incapaz de encontrar esa espontaneidad, ¿no? Estoy en un punto distinto en donde sé que soy incapaz de escribir así. Antes me chupaba absolutamente un huevo todo. Ahora estoy en otra posición; sin querer, involuntariamente, estoy mucho más pajero. No me puedo sacar de encima saber que me lee más gente. Lo odio; me gustaría que me pegaran un palo en la cabeza, quedar amnésico y empezar de nuevo. Para conseguir cierta espontaneidad, no por otra cosa. Escribo mejor que antes, pero no logro ser fresco.
–En la novela aparecen mucho las “malas palabras”. ¿Qué función cumplen esas puteadas?
–Muchas de las cosas que hago tienen como respuesta que vivo en otro país. Recibo mis viejos y primitivos recuerdos de Mercedes con la sorpresa de darme cuenta de cómo somos los argentinos. Y me encanta. Lo que nunca había pensado acá, empiezo a pensarlo allá: ¡qué loco el mate y cómo puteamos los argentinos! Todo eso lo fui bajando en la historia y fui subrayando esas revelaciones. A mí, que me gusta hacer reír hasta en una sobremesa, me desesperaba al principio que no podía hacer reír a un gallego ni a palos. Entonces me puse a observarlos, y en esa búsqueda, en la que trataba de entender cómo eran ellos, fui pensando en cómo somos nosotros, qué raros y locos que somos.
–Pero el español también putea mucho. ¿Cuál es la diferencia?
–El español putea sólo cuando está enojado y para hacer sentir mal al otro. En cambio, aunque hay diferentes matices, el argentino usa la puteada para demostrar cariño o admiración. En España no se usa el “¡qué hijo de puta!” para expresar admiración, ni el “boludo” para hablar de un amigo del alma. Tenemos puteadas de nueve matices de color distinto y no estamos casi nunca enojados cuando las usamos. Yo, además, soy muy puteador en lo cotidiano.
–¿Entendieron en Barcelona el uso del “hijo de puta” como un elogio?
–Sí. Creo que a ellos les está pasando los que nos pasó a nosotros en los años ’30 y ’40 con los italianos. Al final entienden todo. Esta semana estuvieron haciendo chistes porque el presidente del Real Madrid se llama (Vicente) Boluda de apellido. Hace diez años no hubieran hecho chistes, pero ahora se pusieron a tono con nuestra forma de ser. Los argentinos estamos muy vinculados con trabajos en las áreas de comunicación. El argentino está permanentemente comunicando y va impregnando su propia cultura en los españoles.
De pronto, una avispa se pone a zumbar cerca del escritor. Cuando Casciari está a punto de tomar un ejemplar de Más respeto, que soy tu madre para espantarla, Página/12 le sugiere que lo haga con uno de los diarios que están sobre la mesa. Duda un instante, segundos en los que asoma cierta timidez infantil que contrasta con el cuerpo de un hombre al que, parafraseando a Mirta Bertotti, “le gusta morfar de lo lindo”. Al final, elige el diario, pero la avispa se pone más agresiva. Y molesta. Escritor desde los nueve años, a esa edad escribió su primer cuento a máquina y alguien lo leyó; periodista desde los trece, cuando le publicaron su primera crónica sobre básquet en un diario de Mercedes; el año pasado, en la clausura del Evento Blog 2008, realizado en Sevilla, Casciari se despachó contra los blogs en una conferencia en la que anunció “la esperada y necesaria muerte” de los blogs y de los blogueros. “Años enteros quemándome las pestañas para ser un escritor, o por lo menos un cronista de mi tiempo, un observador de la realidad que redacta cuentos en la bohemia de la noche; y a la mitad de ese camino maravilloso viene alguien y me pone en el lomo una etiqueta absurda que, hace ya cinco años, estoy intentando despegarme de la espalda”, se quejó.
Casciari objeta el término bloguero porque en español parece un insulto tropical. “No me cuesta sospechar –agregaba en esa conferencia en la que dejó a más de uno boquiabierto– a una madre cubana, o dominicana, diciéndole así al vago de su hijo: ‘¡Pero no sea usted bloguero, hijo mío, levántese y vaya a trabajar!’. La sensación que da la palabra bloguero, y también blogger, es la de una persona que no ha encontrado todavía qué tiene para decir en Internet. Es una palabra hueca, vacía de oficio. Una palabra desapasionada y triste.” La avispa va y viene y el escritor regresa a 2003, cuando le dio duro y parejo a las teclas de la computadora y se lanzó a escribir la novela. “En un punto agarraba por acá, en otro por allá, y el tono grotesco y escatológico me salía solito. Yo disfrutaba como un chancho, me cagaba mucho de risa con lo que surgía de los personajes. Solté las riendas y llegué al punto de escribir lunes, miércoles y viernes. Yo trabajaba en un diario económico, hacía el cierre a las seis, a las siete me ponía a escribir un capítulo y a las ocho estaba colgado.”
–¿Qué le aportaba esa velocidad, ese plazo tan corto de tiempo?
–Antes me ponía a escribir y pensaba. Y además quería ser intelectual. Ahora pienso para ver cómo hago para no ser nunca un intelectual (risas). Es la única diferencia que me dio la escritura de esta novela. Desde hace cinco años no escribo nada en las sombras, todos mis borradores van al aire.
–¿Volvería a escribir en las sombras?
–No sé, no sabría cómo hacerlo. Posiblemente tenga que ver con mi inseguridad. Escribir ahora, como lo hacía en los ’90, trescientas cincuenta páginas sin saber qué había, sin saber si estoy aburriendo o bardeando, no tengo ganas de hacerlo. Entonces lo hacía porque no tenía otra opción. Prefiero poner mis borradores al aire y probarlos, cambiar, ver si están funcionando bien, como si fuera el minuto a minuto de la literatura. Estoy contento y soy más feliz así. Otros prefieren los medios más tradicionales, pero a mí no me cierra. ¿Para qué voy a hacer una novela de setecientas páginas para cuatro pelotudos con polera negra, que se leen entre ellos y se pajean? También podría hacerlo, pero no me interesa. Prefiero hablarle a la gente que no lee; me parece muchísimo más divertido escribir para ellos y no para los chabones de polera negra, que son todos medio divos. Yo recibo mails de gente que en la puta vida leyó un libro y leyeron mi novela en dos días y quieren otra. Ya gané ahí. Y también gané cuando un tipo que leyó mucho me dice: “Vos te hacés el pelotudo, pero escribís bien”. Buenísimo, te diste cuenta...
Hace un año que decidió mudarse a Sant Celoni, a 50 kilómetros de Barcelona, un pueblito de montaña chiquito, de 16 mil habitantes, tan tranquilo que ni siquiera tiene semáforos en las calles. “Es mi Mercedes de hace treinta años –bromea Casciari–. De a poquito fui convenciendo a mis cuatro amigos mercedinos de toda la vida para que se vinieran a vivir al pueblito. Estoy formando como un consulado de mercedinos en Celoni.” En el pueblito habla en catalán; en la radio, donde tiene un programa, lo hace en español, y cuando está en su casa admite que anda a las puteadas. “El acento me quedó feo, muy limado; hablo como habla Valdano, que no sabés qué carajo es.”
–¿Cómo putea en la cancha cuando va a ver al Barça?
–Cuando puteo, digo: “La concha de tu hermana, hijo de puta, árbitro del orto, te voy a reventar la cabeza”. ¿Qué voy a decir? ¿Gilipollas? Nooo, suena horrible. Hay que putear bien (risas).
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