Jueves, 19 de febrero de 2009 | Hoy
LITERATURA › DANIEL SADA Y CASI NUNCA, PREMIO HERRALDE DE NOVELA 2008
El autor mexicano aborda la historia de un hombre sin perspectivas, cuyo futuro amenaza con aplastarlo, y que encuentra una redención posible a través del sexo. “Es un esforzado luchador vital que pronto se desilusiona”, describe.
Por Silvina Friera
A Demetrio Sordo, ese agrónomo que suda como nunca imaginó bajo el consabido sol asesino de Oaxaca, donde trabaja en un rancho como administrador y técnico agrícola, el terror de vivir sin perspectivas de nada, un porvenir con cuentagotas de la grisura que tarde o temprano no tardaría en aplastarlo, lo empuja al primer burdel que encuentra en su camino, convencido de que sólo alcanzará la redención a través del sexo: “Meter, sacar; meter, sacar; meter, sacar”. Se entrega, entonces, al sexo diabólico, al descaro del sexo con Mireya, una de las prostitutas que empieza a frecuentar. Pero los rumbos de la monotonía se tuercen, siempre madre mediante, y el “agrónomo sexual”, candidato a quedar en los anales de la literatura como el nuevo pícaro mexicano del siglo XX, viaja hasta Sacramento para asistir a la boda de su prima.
Ahí conocerá a Renata, hija de una de las familias más respetadas de la comunidad. El “príncipe azul venido de lejos” quedará prendado de la dulcísima mirada y el cuerpo de florcita de campo de la joven ilustre. Aunque se compromete con Renata, quiere seguir con su Mireya, quien queda embarazada pensando que Demetrio será su salvador, el hombre que la arrancará de cuajo de la “mala vida”. La paternidad lo espanta y huye justo a tiempo del tren que lo conduciría inexorablemente a trabajar como un burro y a no tener el más mínimo espíritu de transgresión.
Pero el guión de las peripecias eróticas y amorosas de este agrónomo fugitivo, cuyas secuelas serán inciertas, oscila entre la perversión y la santidad. Y habrá más huidas y muchas complicaciones. El escritor mexicano Daniel Sada supo dotar a Casi nunca, novela ganadora del premio Herralde 2008, de una intriga que nunca se desmorona, tejida por un lenguaje exquisito y una maratónica oralidad que la atraviesa de punta a punta.
Poeta, cuentista, novelista y discípulo de Juan Rulfo, el horizonte de Sada (México, 1953) se expandió desde que obtuvo el premio Herralde. A pesar de haber publicado los libros de relatos Juguete de nadie y otras historias, Registro de causantes y El límite; y las novelas Lampa vida, Albedrío, Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe, Luces artificiales, Ritmo Delta, La duración de los empeños simples y Una de dos, que fue llevada al cine, antes del premio el escritor mexicano estaba confinado en el armario de los autores de culto, etiquetado como el secreto mejor guardado de la literatura latinoamericana.
“Jamás uno puede prever la repercusión de un premio. Por una parte, es un impulso significativo, pero por otra, la más nebulosa, es que tampoco me aclara el camino. La exigencia, el cuidado expresivo, la imaginación que emana de un modo natural acorde con los subterfugios de un entorno, son fuerzas con las que ya cuento y que nada tienen que ver con ningún premio”, dice el escritor mexicano en la entrevista con Página/12.
–¿Por qué decidió que la historia de Casi nunca transcurriera a mediados y fines de la década de la década del ’40 del siglo pasado; el narrador precisa, de entrada, 1945, año del estallido de la bomba atómica y fin de la Segunda Guerra Mundial?
–En gran medida la historia de Casi nunca es verídica y sucedió justo después de que estalló la bomba atómica en Hiroshima. Algunos de los personajes de la novela aún viven, por tal razón tenía miedo de que algunos de ellos se reconocieran, si es que se atrevían a leer el libro.
–¿Por qué el confort y la estabilidad terminan agobiando al personaje de Demetrio?
–Demetrio Sordo es un hombre a la deriva, sin un proyecto de vida definido, ni siquiera a corto plazo. En realidad, no sabe lo que quiere, ni lo que es ni lo que tiene. Se guía por patrones de conducta harto convencionales, pero no sabe la razón por la que son eficaces o convincentes para la sociedad. Tampoco es un personaje que sea analítico, ni de sí mismo ni de los demás. Es, eso sí, un personaje tragicómico, un esforzado luchador vital que pronto se desilusiona. Para él la “insatisfacción” es una amenaza constante.
–El narrador de la novela dice: “Siempre lo real es paradójico, sobre todo porque visto desde el ángulo equis no deja de ser una percepción harto parcial”. ¿Se podría interpretar esta afirmación como su ars poetica?
–Tal vez sea parte de mi ars poetica. Lo único que identifico en esta aseveración es que para mí la realidad me es insuficiente. Siempre encuentro sombras tras lo evidente. Siempre descubro paradojas en lo más insulso. Arthur Koestler asegura en su libro sobre la imaginación que esta realidad humana es parcial, que la única realidad real es la de Dios. Yo comparto esta idea en su totalidad.
–Roberto Bolaño afirmaba que usted está escribiendo una de las obras más ambiciosas de nuestro español, comparable a la de Lezama Lima, aunque su barroco suceda en el desierto. ¿Podría explicar por qué no se considera un escritor barroco?
–Esa idea pertenece a Roberto Bolaño y sólo la comparto en una pequeña dosis. Mi apuesta verbal está más inclinada a la oralidad. Lo culterano (o barroco) sólo es una continua, pero también diminuta, insinuación que se filtra en mi prosa. Lo barroco es demasiado ostentoso, tanto es así que me parece un enorme defecto. Nuestra lengua es enfática. Su expresividad abunda en reiteraciones y alambiques muchas veces innecesarios, pero también en su énfasis reside su fuerza. No dejo de estar consciente de este rasgo idiomático. Lo que a final de cuentas me importa es escribir aprovechando la elasticidad que aporta la lengua española, su eufonía expansiva, pero también su concreción crasa.
–Severo Sarduy decía: “¡Cuánto trabajo! Implica apenas un disimulado adjetivo, ¡cuánto juego y desperdicio, cuánto esfuerzo sin funcionalidad!”. ¿Cómo es en su caso ese trabajo con el adjetivo?
–Muchas veces prefiero la sustantivación a la adjetivación, porque siento que el idioma se vuelve más preciso. Para mí es mejor decir “lo bonito de María” a “María bonita”. Sin embargo, cuando el adjetivo es novedoso, es mucho más vivaz que el sustantivo. Un buen adjetivo puede ayudar a desplazar con mayor amplitud nuestra subjetividad, también, por lo mismo, nuestra imaginación.
–¿Casi nunca podría ser una novela que, en parte, parodia el “amor cortés”, pero a la mexicana?
–En casi todo el amor cortés que ha existido en México a través de su historia hay una idea muy poderosa referente a que el crecimiento del deseo es lo que fortalece al amor: “quien más desea, más ama”, viejo refrán ranchero. La duración sentimental tiene que ver con las pocas posibilidades de consumación sexual. Esta idea es muy ingenua, pero ha sido una de las constantes que han fortalecido uniones añosas, no sólo de amor sino de amistades. La no consumación es parte de un juego que a la postre se volverá sólido. Tal vez como hombre no comparta esta idea, pero como novelista me parece materia fértil de ficción.
–¿Por qué le interesa trabajar con la geografía del desierto? ¿Qué encuentra en ese ámbito donde “un día tenía la dimensión de una semana, y una semana parecía un mes, y un mes un año”?
–Justamente porque ahí el tiempo parece detenerse. Además, son mis raíces, el desierto ha sido mi primer y constante aprendizaje. Es un territorio que he gozado y padecido a lo largo de mi vida. Siempre lo necesito, mi espíritu necesita frecuentarlo.
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