LITERATURA › POLA OLOIXARAC Y LAS TEORíAS SALVAJES
La autora, que inauguró el ciclo “Los martes de Eterna Cadencia”, despliega en su primera novela humor corrosivo para retratar a la Facultad de Filosofía y Letras. “Algo que amo de un escritor es que sea muy divertido”, destacó.
› Por Silvina Friera
La inauguración del ciclo “Los martes de Eterna Cadencia” arrancó con Pola Oloixarac, autora de una primera novela, Las teorías salvajes (Entropía), que la instaló en un lugar de provocadora y revulsiva –hasta de chica mala o incorrecta de la literatura argentina– entre críticos, periodistas y lectores. Aprendió, rápido, a agitar el ambiente y a generar discusiones. Entrevistada por Juan Terranova, este “dúo dinámico” se sacó chispas, especialmente cuando se puso las cartas sobre la mesa de la sempiterna pulseada entre los del bando de filosofía (Pola) y los de letras (Terranova). El aplausómetro del público que desbordó el bar de la librería, por el ímpetu de las palmas de algunos más que por la convicción, se inclinó, hay que decirlo, a favor de la filosofía, carrera que estudió Oloixarac en “un ecosistema gagá donde se permitía al académico gagá convivir a gusto con el deterioro institucional”, tal como la define a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires la narradora de la novela. “Es difícil hacer una reflexión crítica de este libro, pero lejos de ser un obstáculo para su lectura resulta una virtud”, admitió Terranova.
Después de enumerar una serie de ideas que le generó la lectura de Las teorías salvajes –la filosofía como insatisfacción, el campo intelectual porteño como circuito de entrenamiento del narcisismo, “un libro que, más allá de su alta calidad literaria, faltaba por su contundente pronunciamiento sobre lo contemporáneo” y “Houellebecq en la calle Puán”, entre otras puntas–, Terranova señaló que “no hay posibilidad de que en la Argentina, más aún, en nuestra Argentina cibernética y kirchnerista del presente, las teorías no sean salvajes”. Ante la pregunta del escritor sobre la ausencia en la novela de un conocimiento positivo, Oloixarac dijo que “hasta los personajes más secundarios plantean relaciones entre la teoría y la acción; todos buscan contrastar teorías y, por lo tanto, inscribirse en una suerte de situación, de producción de verdad”. Terranova recordó que tuvo una discusión con una lectora de la novela respecto de si todos los personajes del libro eran feos, categoría que representarían dos de los protagonistas principales, Kamtchowsky y Pabst. Pola pegó un grito y aclaró: “Estos feos no son como el personaje feo que está marginado, que es como un nabo y nadie lo quiere. Los personajes feos acceden al cálido núcleo de la aceptación sexual, de hecho se mezclan. A mí me interesaba crear esta matriz porque la cuestión que me parecía más importante es que el sexo, una pasión que me parece totalmente contemporánea, es la pasión por la autoestima”.
Su prontuario en el arte de provocar comenzó antes del default de 2001; en tiempos en que Pola cursaba en Puán, se trenzó en una cadena de discusiones vía mail para divertirse. Claro que el jueguito tuvo sus costos. La acusaron de ser una “fascista asquerosa”. “Había carteles por toda la facultad que decían: ‘Escrache a Pola por burlarse de nosotros’ –recordó la escritora–. Y entré en la clandestinidad de la que nunca salí.” Oloixarac contó que la novela surgió de un “brote de paranoia” que tuvo que organizar. “Me interesaba hacer argumentaciones lo más claras posibles para poder transmitir la fuerza de eso que se me presentó durante años. Y hacerlo en una comedia, porque la comedia es el género para hacer humor político. Las tematizaciones de los valores actuales encuentran su mejor carril en el humor. Ya en South Park, o en Capusotto, había un lenguaje que tenía que usufructuar y hacerlo lo más divertido posible.” Terranova se sinceró: “A mí me puso bastante nervioso el libro. Fui alumno y fui docente. Para ponerlo negro sobre blanco: hubiera sido aterrador tener a una alumna como vos”.
Pola Oloixarac: –La gente de Letras siempre le tiene miedo a la de Filosofía.
Juan Terranova: –La filosofía no tiene objeto hoy en día, pero la carrera de Literatura sigue teniendo un objeto muy claro.
P. O.: –Que es tratar de hacer filosofía cuando leen. Y leer mal la filosofía cuando leen libros y tratan de hacer teoría literaria.
J. T.: –Esa es una parte de la carrera. Verdaderamente es una parte de la carrera, pero la filosofía perdió el objeto hace doscientos años.
P. O.: –¿Cómo “perdió el objeto”?
J. T.: –Perdió el objeto, no tiene objeto de estudio. Yo hice la carrera de Letras porque me gustaban los libros y sobre todo los libros que contaban historias.
P. O.: –Imaginate el acto de escritura que tiene un Spinoza. Está encerrado, tiene ante él una suerte de aparición maravillosa y aterradora de cómo puede llegar a ser una descripción del mundo, pero no puede apelar a la sensibilidad de contarte una historia. Tiene que emocionarte con una escritura pura, de argumentaciones acérrimas y lo más perfectas posibles. Tiene que mostrarte directamente el cerebro, como renunciando a cualquier tipo de trivialidad. ¡Eso es contar historias!
“Cada historia –afirmó Oloixarac– tiene su manera de ser contada y no utilizaría el lenguaje de mi primera novela para escribir una novela sobre orquídeas”, aseguró. “El estilo es algo que me fascina; hay gente que sabe transmitir como cosquillas o la sensación de que hay un pantano, como Peter Sloterdijk, que tiene una prosa bellísima, aunque no lo pueda leer en alemán.” Los hombres, especialmente, no dejaban de piropearla. “Esta novela invita a leer a Justine (del Marqués de Sade) como si fuera una comedia; desacraliza hasta el terror”, comentó uno de los lectores más fervorosos del público. “Asistimos a la construcción del personaje de una escritora fashion y provocadora”, agregó sobre Oloixarac. “Entiendo que es un halago, pero no puedo evitar relacionarlo con una nota en la que decían que yo era la ‘Fogwill en polleras’. En ambos casos para mí es un honor. Si hay algo que aprecio y amo de un escritor es que sea muy divertido.” Finalmente, alguien se animó a hacer la pregunta molesta: ¿Puán es la aduana de la literatura argentina? “No lo vivo en términos de aduanas, es algo del orden de la producción de conocimiento. Escribir mi novela fue una manera de tomarles el pelo”, respondió esta hija atávica y descarriada de Puán.
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