Lunes, 23 de marzo de 2009 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA A LA POETA DIANA BELLESSI
Acaba de publicar un tomo de 1202 páginas con su notable obra poética. “La poesía, que reclama bastante intemperie, impudicia, trata de constituirse allí donde los seres humanos piensan cosas que no se animan a decir en voz alta”, señala.
Por Silvina Friera
Cuando Diana Bellessi abre la puerta de su casa, Talita Kumi salta, brinca y gira en su propia calesita de dicha. Agil y veloz, corre como “un gamito o una pulga que viene sin ser llamada”; y hay que afinar el oído para apreciar ese concierto de patitas que rebotan en las baldosas. Da gusto detener la mirada en esos instantes que obsequia la perra fox terrier sin pensar en otra cosa, parafraseando unos versos de la poeta, que acaba de publicar un tomo de 1202 páginas con su “poesía reunida”, que incluye casi todo lo escrito desde 1974 hasta su último libro, Tener lo que se tiene (Adriana Hidalgo), que da nombre al conjunto. Mientras ofrece té, mate, sanguchitos y hasta un budín de ciruela con nuez, resulta una tentación repetir alguno de esos versos que entran directo a la oreja y al corazón de quien los lee y asociarlos con la imagen que ella proyecta ahora, ovillada en el sofá, con el mate en la mano, como si estuviera sorbiendo el presente de esta tarde de marzo. Es una de nuestras mejores poetas, si no la mejor. Nadie como ella logra hallar en el poema, como advierte Jorge Monteleone en el prólogo, las formas de la belleza y la gracia del mundo natural. “Ladra el perro y los senderitos/ se llenan de gringos jóvenes/ que preguntan por San Antonio, el río grande, ahora que todo/ es barato para ellos, nosotros/ esfumándonos en la sombra/ del miedo y el otoño, tan bello/ que sólo llorar queremos/ como las hojitas de fresno/ una tras otra cayendo igual/ a las lágrimas, a los sueños/ hechos pedazos y enterrados/ hondo bajo las capas de ese/ arenero”, dice el sujeto lírico del poema “Camino al almacén”.
“Si te mantenés atada al ejercicio de la escritura, se van escribiendo muchas páginas. Aunque se reescribe, se corrige y se tira mucho a la basura, las plantas más exquisitas surgen porque debajo está el yuyal. Creo también en esa ecología de respetar un poema que te parece digno, que dice todo lo que querías decir, aun cuando no sea el mejor que escribiste”, cuenta la poeta en la entrevista con Página/12. “La consternación en torno de que es un libro gordo más que nada proviene de que hace mucho tiempo que en Argentina no se edita obra completa o reunida de los poetas. Pero si nos vamos acostumbrando a que la poesía vuelva a algunos catálogos de las editoriales, no son tan asombrosas las 1200 páginas.” Menos asombroso es afirmar que “el libro gordo de la Bellessi” está destinado a ser uno de los libros de este año.
–En un verso de “El precio”, uno de sus últimos poemas, se alude a “tener la rienda de la mirada”. ¿El tiempo le dio mayor confianza en el dominio de la mirada?
–Tener la rienda de la mirada es estar viva, atenta a representar de alguna manera eso que uno mira, que persigue. Por supuesto que es ilusorio porque no se tiene la rienda de la mirada, pero también es cierto que se congela el tiempo cuando representás algo. La ilusión de tener la rienda de la mirada es la ilusión de congelar el tiempo en su belleza o en su horror. El sujeto lírico siempre sabe que no tiene las riendas de la mirada, que está en medio de la estampida imparable del tiempo.
–Aunque sepa que es ilusorio, ese sujeto lírico debe haber evolucionado. ¿Qué diferencias percibe entre el primer libro y el último?
–En lo más reciente, la concepción del tiempo es completamente diferente a la del sujeto lírico juvenil que tenía toda la vida por vivir. El sujeto lírico de mis últimos libros tiene la vida que vivió, aunque tiene el presente, que es lo único que se tiene, a los 20 o a los 60. El sentimiento del tiempo es muy diferente, pero quizá la celebración del instante sea mayor que cuando uno es joven. Igual hay algo de la celebración del instante que está presente en toda mi escritura.
–¿Se vio tentada de corregir a ese sujeto lírico juvenil?
–Muy poco. Aunque me tomó mucho tiempo algún cambio muy pequeño, una coma, un punto, una palabra, lo que toqué fue muy poco, en buena medida porque sería una traición a aquel yo lírico. Si bien sé cosas ahora probablemente que no sabía en ese entonces, en ese entonces sabía cosas que no sé ahora.
–En muchos versos de su obra reunida aparece una preocupación que se podría resumir en “afinar el oído”. ¿Se puede afinar el oído? ¿Cómo fue ese trabajo?
–Sí, claro. Nacemos con un gran oído que se va opacando, nos vamos volviendo sordos a medida que nos socializamos y entramos en el mundo de los adultos. Es una tarea volver a abrir la oreja, en todo sentido. Aquello que se tenía y se perdió, que hay que trabajar para reobtener, es la atención, la sorpresa, el asombro, la capacidad de escuchar al otro, no como un peso y una obligación, sino como un placer. Pero también se tiene lo que se va adquiriendo en la progresión del ser sociable y adulto. Aprendés a escuchar música en la Quebrada de Humahuaca y a darte cuenta de que una coplera es mejor que otra y cuál lanza o no el alma. La poesía ofrece momentos en que entra directo a la oreja y al corazón del que escucha y ofrece otros en que le está reclamando al lector que afine el oído. Esto es un tránsito: cuanto más escuchás, más apreciás; cuanto más leés, más apreciás. Tu oído se va volviendo más fino.
–A esta dupla entre oído y mirada que se asombra se incorpora la cuestión del pensamiento, que en un verso es definido como ese “zum zum de un abejorro”, algo bello pero que perturba. ¿Cómo fue viviendo esta tensión?
–Lo he ido viviendo de maneras diferentes, pero creo que es un complejo donde nada puede estar afuera: no puede estar afuera la emoción, no puede estar afuera lo más corporal, que es la respiración misma del ser humano, y no puede estar afuera la aireación que culmina en el pensamiento. El tema es cuánto una cosa deja vivir a la otra. La poesía repele un poco las retóricas y los discursos, aunque esté hecha de retórica y de discursos. Repele el exceso de retórica y de discurso; falta aire y los versos se empiezan a morir. También repele un poco el voluntarismo del autor. Por supuesto que el autor hace lo que puede. A veces cae en un lado o en otro, pero también puede lograr momentos de perfecto equilibrio. La poesía, que reclama bastante intemperie, impudicia, trata de constituirse allí donde los seres humanos piensan cosas que no se animan a decir en voz alta, públicamente. Y el yo lírico, se manda, se anima y dice eso en el poema que al propio autor le costaría decir en un espacio público. La poesía está hecha de esa desnudez. Aunque el pensamiento está presente en esa desnudez, y a mí me gusta mucho el pensamiento, cuando sobrecarga demasiado, el pajarito del corazón no vuela (risas).
–En el poema “Epica” el yo lírico se pregunta por qué será que vuelve a intentar aquello donde siempre se fracasa. ¿En qué siente que fracasa?
–La maravilla de la vida es que siempre se fracasa, siempre se pierde y se muere la gente que amás, ¿querés más fracaso que ése? Pero al mismo tiempo ahí se levantan la realeza y la belleza de la vida. El poema quiere hacerse uno con el instante, pero nunca lo logra porque siempre es “después”. Tenés que quebrar el sólo estar y vivir algo para ir y anotarlo. Se fracasa en muchos poemas y algunos los tirás y otros no porque no se fracasó del todo; hay algo que querés, a pesar del fracaso que ves. Sabés que el lector va a recordar un verso y va a olvidar los otros por completo. Y con razón, probablemente. Pero además, hay tantos otros fracasos... se fracasa en la búsqueda de un mundo más justo, pero siempre te levantás y volvés a hacer la apelación de que es posible otro mundo. Se fracasa en retóricas que te resultan tan sublimes y tan caras en un momento determinado, por ejemplo retóricas activistas de la calle que te llenan el corazón. Pero un tiempo después te parecen patéticas y sentís que se han muerto. Y sin embargo les reclamás que vuelvan a vivir. Yo hago uso de llamar a aquellas frases que tanto amamos y que pareciera que ya no dicen nada, pero que uno quiere que vuelvan a decir, quizá combinadas con otras. Hay una especie de constante fracaso porque nacer y renacer implica fracasar. Lo digo en un orden paradojal. No se puede sostener casi nada binariamente como “esto y su opuesto”.
–¿En los ’70 el mundo era mucho más binario que paradojal?
–Sí, sin la menor duda, pero también hay que hacer elecciones. No podés andar por la vida diciendo “esto” pero “lo contrario” porque eso sería ser como un flan (risas). Como decía Simone Weil, cierta flexibilidad y diálogo entre los sujetos más oprimidos de la sociedad es lo que nos hace falta. Muchos aprendimos algo de esa elección, pero eso no implica no creer que sea posible construir un mundo más justo. Eso significa tener paciencia y considerar lo que el otro dice y no simplemente tacharlo y escupirlo. Considerar incluso lo propio, porque somos muchos los que queremos un mundo mejor, pero no todos creemos de las mismas maneras para que pueda suceder. Si nos agarramos a garrotazos entre nosotros, ya sabemos adónde acaba la historia. Pero ante situaciones límite, hay que tomar una posición y quedarse de un lado o del otro de la raya.
–Siendo una persona de izquierda que no procede del peronismo, pero al que respeta por los sujetos sociales a los que representa, en su poesía, campesinos, obreros, piqueteros están en comunión con el yo lírico. Está a contrapelo de esa percepción de “negros de mierda” tan generalizada últimamente en los sectores medios, pero que también aparece solapadamente en muchos intelectuales de izquierda.
–Son mis parientes, yo vengo de ahí. Tampoco quiero hacer de ellos seres impolutos ni mucho menos. Pero se mira desde una afectividad específica, desde una clase de la que se viene, aunque ahora uno viva mejor por migración. Yo quiero agarrar todo el guante que me tirás (risas).
–Agarre...
–Me sigo considerando de izquierda, pero soy menos de una izquierda fundada en la modernidad europea y más una persona que siempre me mantuve abierta al deseo de pensar en la época y en el lugar que vivo, que es el sur de América latina. El fracaso de los ’70 lo vivo como un fracaso momentáneo en el transcurso de la historia. Sigo creyendo que es posible un mundo más justo donde una sociedad sin clases y una particular responsabilidad y mutualidad hagan posible otra distribución de la riqueza y otro modo de vivir. En los ’70 estábamos más seguros de cómo se iba a conseguir, ahora no hay seguridad alguna. En estos momentos prefiero más la palabra esperanza que utopía, porque la palabra utopía pertenece demasiado a la modernidad europea. Esperanza es mucho más de la gente, una palabra más blandita, más de la poesía. Y parece más cristiana, pero eso es América latina en su complejo cultural. A veces uno tiene una pena muy honda, pero en mi caso no es la pena de un sueño cancelado. Muchas veces nos equivocamos en lo que elegimos como gobierno porque exploramos dentro de lo que hay. Esto les pasa a los que despectivamente son llamados “negros de mierda” y hasta al más intelectual de los intelectuales. Pero con una diferencia: las clases medias dirigentes o altas no pagan el costo o pagan un costo menor por esa equivocación. Los sectores populares pagan un costo tremendo, con lo cual tienen ganado el perdón por su equivocación.
Talita duerme hace rato. Ya es de noche. Bellessi fuma su enésimo Virginia Slims. “La poesía es como la cabecita negra de la literatura por su lugar en la industria, en la difusión, en el canon. Y sin embargo, la cabecita negra siempre revive –plantea la poeta–. Cae una dictadura atroz y por un tiempo muy largo la narrativa no puede salir de la parálisis. Pero la poesía sale indemne. Eso es algo que se dio mucho en los ’80; para muchos narradores fue un cross en la mandíbula, pero la poesía siguió cantando, aun en los peores momentos del agujero negro más ciego.”
–¿Por qué en los momentos críticos o límites la poesía sigue en pie?
–Porque tiene poco pa’perder. Esto tiene que ver también con que en los momentos más críticos son las mujeres la que están en la arena de la resistencia. Ves a las Madres de Plaza de Mayo, a las Abuelas, mucho más que a los varones, porque también las mujeres son como las cabecitas negra de la historia. Desglosar esto llevaría mucho tiempo, pero es una imagen que participada puede llegar a ser un mito. Y si el mito se fosiliza, el problema es cómo lo reabrís.
–En los poemas destinados a Cuba, en su último libro, reabre el mito de la Revolución Cubana, inclinándose por pequeños acontecimientos o personas, como la mucama del hotel o el muchacho que cría chanchos y hace mojitos...
–La gente, mi tesoro, te salva de la consigna y la fosilización de la ideología. La gente con su pequeña vida, tan pequeña como la tuya propia y la mía...
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