Sáb 13.06.2009
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LITERATURA › ENTREVISTA A GABRIELA CABEZóN CáMARA, AUTORA DE LA VIRGEN CABEZA

“Pesimista, pero no apocalíptico”

Así define la escritora el mundo donde transcurre su flamante novela, protagonizada por una travesti que se comunica con la Virgen y agita en una villa del norte bonaerense. Aunque lo que sucede en la historia es dramático, admite cierto espacio para el humor.

› Por Silvina Friera

La hermana travesti Cleopatra, que dice comunicarse con la Virgen, no vacila en predicar rodeada de una singular corte de chongos, putas, nenes y otras travestis en una villa hipervigilada, El Poso, en la zona norte del Gran Buenos Aires. Cleo, tan exuberantemente barroca como lenguaraz, llama la atención y provoca con sus discursos místicos-guarros. No es fácil ser una travesti de metro noventa, de peluca rubia y lacia que la hace parecer “una especie de Doris Day de albañilería”, en una villa cincelada por la cumbia y el re-ggaeton. Ella decide organizar la villa y sacar a los pibes del paco. Confía en que la Virgen le enviará un par de señales. Y lo hace: le dice que tienen que ser “piscicultores como los apóstoles”. Por su boca se deslizan citas recicladas de La Odisea. “Dice la Virgen que estar vivo es lo mejor, que ya lo sabía Aquiles en el Hades. Cuando el chabón ese que tardó diez años en volver a la casa, ¿cómo era que se llamaba?, ¿Uliseo?, le dijo: ‘Oh, buenos días, rey de los muertos’, Aquileo le contestó: ‘No me chamuyés, esclarecido Uliseo: prefiero ser esclavo o un hombre indigente’”. Cómo no rendirse ante los fogonazos de seducción que emanan de esta travesti santa y su panteón villero. Qüity, la cronista de policiales de un gran diario, no sólo cree haber encontrado la historia del año cuando la ve por primera vez en los videos de las cámaras que vigilaban la villa. Encuentra, además, un amor que le dará una hija y una historia urgente que pide ser escrita, la ópera cumbia La virgen Cabeza (Eterna Cadencia), primera novela de la escritora y periodista Gabriela Cabezón Cámara.

La villa se organiza y todos comienzan a hablar de “los santos negros” y de la “Catedral Cabeza”. Pero no hay creencia ni culto religioso que puedan frenar la codicia y el hambre de hacer negocios con las tierras de El Poso. El tsunami inmobiliario arrasa y puede conseguir que se publiquen noticias sobre crímenes cometidos en la villa y preparar el terreno para el exterminio. Las topadoras “limpian” la escena para sembrar futuros barrios privados. La ferocidad de la represión deja un saldo de 183 muertos. La cronista repone el discurso referido de Cleo pero también va narrando lo que ve. El resultado es un contrapunto de voces que se contagian, especialmente la de Qüity, que comienza a sintonizar en una frecuencia más y más villerita. “Iba a escribir una novela paranoica, conspirativa, a lo Philip Dick, pero me salió otra cosa”, confiesa Cabezón Cámara a Página/12 en un tono que va descendiendo poco a poco hacia el murmullo, como si aún no se acostumbrara a estar “del otro lado de mostrador”, que le hagan preguntas en vez de preguntar. “La voz de la travesti fue cobrando una densidad, una fuerza, que arrasó con mis intenciones. De todos modos, el tema iba a ser una villa amurallada, cámaras que los filman y lo que pasaba ahí. Pero no es una novela paranoica.”

No hay rock en El Poso, una villa que se asemeja a La Cava. “Es verdad que podría ser una villa más rolinga –admite la escritora, que estudia Letras en la Universidad de Buenos Aires–. Pero me interesa mucho más la música latina que el rock en todo sentido, incluido el literario. Me resulta más atractiva Gilda o Pablo Lescano que Mick Jagger. Los Piojos están buenos y podrían haber estado perfectamente en esta villa, pero el tipo de intertexto con el que trabajé no admitía el rock.” Este intertexto en el que conviven Homero, Petrarca, Dante, Shakespeare, Sófocles y Juan L. Ortiz, entre otros, potencia el lirismo y la mística de esa pequeña multitud alegremente villera, “de pelo engominado, pirinchos parados, cintas de colores, ropas de gimnasia cara y zapatillas destellantes”. En las entrelíneas de la materia enloquecida de La virgen Cabeza se pueden percibir varios intertextos poéticos contemporáneos. El lirismo de la prosa de Cabezón Cámara segrega las lecturas que la marcaron, como la obra de Diana Bellessi, Juan Desiderio (con La zanjita), Washington Cucurto (con La máquina de hacer paraguayitos), Paula Jiménez (con La mala vida) y algo de Copi –aunque menos desaforado y un tanto más “candoroso”– y de Néstor Perlongher.

–En la novela Cleo es prácticamente santificada. ¿Cómo explica este tipo de fenómenos religiosos?

–En Rebeldes primitivos, Hobsbawn estudia todas las formas de rebelión social sin conciencia política, rebeliones más espontáneas. A él le parece que los milenaristas son los que más fácilmente pueden ser absorbidos por una corriente revolucionaria. Creo que hay un potencial revolucionario en la religión popular; de hecho el “otro mundo mejor” es una concepción judeo-cristiana. Y aunque el judeo-cristianismo sea muy conservador, tiene este potencial revolucionario. Cleo es una santa muy trola (risas). Antonio Conselheiro (Euclides Da Cunha cuenta su vida en Los sertones) era un campesino santificado por la gente. Supongo que es un modo de legitimar o encausar cierta fe. En la villa de mi novela es necesario algún tipo de fe. Debe ser muy duro vivir sin tener un poco de esperanza o un espíritu de lucha.

–La cronista dice que “si Evita viviera, seríamos peronistas”. ¿El mundo de esta villa es un mundo peronista?

–Es un mundo pos peronista, todavía vivimos en el posperonismo. La figura de Evita, incluso antes de morir, tuvo un cariz muy religioso. Me gustan esos fenómenos de cultura popular fuerte, como el trabajo que hace Daniel Santoro. En esta novela no hice ni un trabajo antropológico ni periodístico, pero entre mis lecturas estuvo muy presente Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, de Cristián Alarcón, que me sirvió para saber que los pasillos de la villa son estrechos o que vas pisando barro todo el tiempo, ese tipo de descripciones me ayudaron mucho en la composición del lugar.

–Aunque lo que sucede es bastante trágico, el modo en que se lo narra siempre tiende a deslizarse hacia el andarivel de lo cómico. ¿Fue una estrategia deliberada para amortiguar el impacto dramático?

–Esto es bastante propio de la cultura travesti. Pedro Lemebel, el modelo de loca bien loca, tiene siempre mucho humor, aunque esté contando la peor cosa que le pasó en su vida.

–¿Cree que ahora es menor la discriminación contra las travestis?

–No estoy muy segura de que estén mejor, si van a buscar laburo sigue estando todo mal. Esta sociedad es muy patriarcal, muy machista y sexista; el mundo de las travestis sigue siendo muy duro de sostener. Si van por la calle todos las miran y les gritan cosas, no tienen posibilidad de elegir ser invisibles, como puede hacerlo un homosexual o una lesbiana.

Si tuviera más tiempo, le gustaría dedicarse a las lenguas clásicas. Cabezón Cámara dice que volvió al “jardín de infantes” desde que retomó la carrera de Letras. Ahora está cursando la materia Problemas de literatura argentina con David Viñas, y tratando de avanzar, cada vez que puede escribir, “una mañana que me levanto temprano o una noche que sigo de largo”, en una “especie de proto novela” que todavía no sabe si le va salir. “Estoy intentando cambiar de voces y de registros, pero no descarto una continuación de La virgen Cabeza con las aventuras de Cleo en Cuba”, anticipa la escritora.

–Cuando ya tenía la novela terminada, los vecinos de La Horqueta de San Isidro alentaron la construcción de un muro para “protegerse” de los “vándalos” de San Fernando. ¿Su novela parece haber anticipado este muro?

–Lo que pasa es que la gente hace mucho que viene construyendo muros; es como si fuera una especie de Edad Media invertida en la que el “uno” se amurallaba y al otro se lo dejaba afuera. Ahora se encierra al otro y este modelo de murallas y cámaras es cada vez más concentracionario. A eso se agrega la demonización mediática o farandulera con Susana Giménez pidiendo la pena de muerte. En algún momento cada vez más vivirán amurallados, salvo que las cosas mejoren un poco, lo que no me parece que vaya a suceder. Pero el horizonte de la novela no es tan apocalíptico porque hay sobrevivencia, aunque haya una destrucción completa, una derrota, muchos muertos, entre ellos un niño. En todo caso es un mundo pesimista, pero no apocalíptico. Ni se acaba el mundo ni mejora. Hay una derrota, pero la vida sigue...

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