Lunes, 29 de junio de 2009 | Hoy
LITERATURA › LA POESíA DE ERNESTO CARDENAL, REUNIDA EN TRES TOMOS REVISADOS POR EL AUTOR
Personaje insoslayable de la cultura latinoamericana del siglo XX, ex ministro del gobierno sandinista, el escritor nicaragüense rastreó en su obra la vida concreta de los postergados. La completa y oportuna edición local da cuenta de su evolución artística.
Por Silvina Friera
Escribir una poesía que se entienda, pulir el poema hasta que quede sólo el hueso. Este ha sido el proyecto del nicaragüense Ernesto Cardenal, uno de los poetas de habla hispana más importantes del siglo XX, reciente ganador del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2009 en reconocimiento a su larga trayectoria y obra poética. No habría que confundir este empeño simplemente con el sencillismo. La edición de su Poesía completa (publicada por Editora Patria Grande en tres tomos que fueron revisados por el autor) quizá sea el señuelo que permita leer su obra poética, sin resistencias, como el corpus de uno de los grandes místicos de la humanidad, como propone, desde el prólogo, el poeta venezolano Luis Angulo. “La poesía ha sido mi vida. Soy poeta, sacerdote y revolucionario, pero la primera vocación con la que nací fue con la poesía. Si algún impacto tiene mi obra es por razones extraliterarias. Yo no soy grande como escritor, pero es grande la causa que inspira mi poesía: la causa de los pobres y de la liberación”, ha dicho Cardenal, nacido el 20 de enero de 1925 en Granada (Nicaragua). El primer tomo recoge los “Epigramas”, emblemática recreación del universo latino de la mano de Cátulo, pero también junto a Propercio y Marcial (“Yo he repartido papeletas clandestinas,/ gritado: ¡Viva la libertad! en plena calle/ desafiando a los guardias armados. Yo participé en la rebelión de abril:/ pero palidezco cuando paso por tu casa/ y tu sola mirada me hace temblar/”); los poemas de “Hora cero” (relato de la guerra del héroe nacional, Augusto César Sandino contra el Ejército de Estados Unidos), “Gethsemnani, ky”, los bellos e inquietantes “Salmos”, “Poemas documentales”, su legendaria “Oración por Marilyn Monroe”, un puñado de poemas sueltos no recopilados en libros, “El estrecho dudoso” y “Los ovnis de oro”. Este abanico, de apariencia tan disímil, permite recorrer la frescura y modernidad inicial de su poesía –influida por Rubén Darío, Pablo Neruda, Rafael Alberti y Federico García Lorca– y las sucesivas transformaciones del poeta lírico y subjetivista, en sus comienzos, al poeta solar, diáfano y de tono épico que impera en buena parte del conjunto de su obra.
Una influencia capital para este sacerdote y monje trapense comprometido con la liberación de los pueblos, sin duda, ha sido el descubrimiento de la poesía norteamericana y en particular el hallazgo de la obra de Ezra Pound, a quien Cardenal tradujo al español, después de su permanencia en Nueva York, entre 1948 y 1949, como estudiante de la Universidad de Columbia. Del autor de los Cantos, según Pablo Antonio Cuadra, Cardenal tomó un recurso que “consiste más que en un collage, más que en la cita de un trozo de rango poético, en una sabia redistribución de la prosa del historiador o del viajero hasta que alcance un nivel lírico o épico. Sus poemas son así, bellos y vastos documentos ajenos cuya gracia está en los cortes y en las junturas”. El propio poeta, en una conversación con Mario Benedetti, admitía la influencia de Pound, que le hizo ver que “no existen temas o elementos que sean propios de la prosa, y otros que sean propios de la poesía”. “Todo lo que se puede decir en un cuento, o en un ensayo, o en una novela, puede también decirse en un poema. En un poema caben datos estadísticos, fragmentos de cartas, editoriales de un periódico, noticias periodísticas, crónicas de historia, documentos, chistes, anécdotas, cosas que antes eran consideradas como elementos propios de la prosa y no de la poesía.”
Nunca una obra deja de estar puntuada por la gramática y la sintaxis de una vida, pero en el caso de Cardenal conviene repasar algunos acontecimientos que han impactado en su escritura. Después de su inmersión en la poesía norteamericana, viajó por París, España e Italia hasta que en 1950 regresó a Nicaragua y empezó a escribir sus poemas, ésos que por su tono pausado inauguró lo que la crítica denominó “tendencia neorromántica”. Su maestro, el poeta nicaragüense José Coronel Urtecho, le enseñó “las técnicas de una poesía de periodista, escrita con imágenes no con metáforas, directa y concreta de cosas reales y la vida ordinaria”, según lo ha expresado Cardenal. En 1954 participó del movimiento conocido como la “Rebelión de Abril”, que intentó acabar con la dictadura de Anastasio Somoza. Pero el intento fracasó y terminó con la muerte de muchos de sus compañeros y amigos. El poeta decidió ingresar al Monasterio de Our Lady of Gethsemani, en Kentucky (Estados Unidos) en 1957, donde Thomas Merton fue su maestro de novicios y mentor espiritual, aunque por problemas de salud, Cardenal se fue del monasterio y continuó sus estudios religiosos en el Monasterio Benedictino de Cuernavaca, México. “Su trabajo poético –recordaba Merton– estuvo bastante restringido en el noviciado. Escribió tan sólo las notas más sencillas y prosaicas de su experiencia, y no las desarrolló en forma de ‘poemas’ conscientes. El resultado fue una serie de sketches con toda la pureza y el refinamiento que encontramos en los maestros chinos de la dinastía Tang. Jamás la experiencia de la vida de noviciado en un monasterio cisterciense había sido dada con tanta fidelidad y, al mismo tiempo, con tanta reserva. El calla, como debía, los aspectos más íntimos y personales de su experiencia contemplativa y, sin embargo, ésta se revela más claramente en la absoluta sencillez y objetividad con que anota los detalles exteriores y ordinarios de esta vida. Ninguna retórica del misticismo, por muy abundante que fuera, podría haber jamás presentado tan exactamente la espiritualidad sin pretensiones de esta existencia monástica tan sumamente llana.”
Un ejemplo de lo que precisaba Merton se encuentra en “Gethsemnani, ky”, escrito en Cuernavaca: “Hay un rumor de tractores en los prados./Los ciruelos rosados están en flor./ Mira: están en flor los manzanos./ Amado, ésta es la estación del amor/. Los estorninos cantan el sicomoro./ Las carreteras huelen a asfalto recién regado/ y los carros pasan con risas de muchachas./ Mira: la estación del amor ha llegado./ Todo pájaro vuela perseguido por otro./”. Sin embargo, a pesar de esta “transparencia”, Cardenal, como lo ha subrayado Paul W. Borgeson J., “provoca y reta a cuantos lo leen, pues se escapa de las categorías poéticas, teológicas y políticas normativas, para difundir sus propias ideas y múltiples actividades públicas en una sola obra vital, innovadora y renovadora”. Ordenado sacerdote en Managua, en 1965, Cardenal enlaza e integra escritura y militancia religiosa-política. En 1966, junto a Merton, fundó una pequeña comunidad contemplativa en una isla del archipiélago de Solentiname, donde se fomentó el desarrollo de cooperativas, se creó una escuela de pintura primitiva y un movimiento poético entre los campesinos, además del trabajo de concientización sobre la base del Evangelio interpretado, claro, revolucionariamente. En la década del ’70 publicaría los extensos poemas “Canto Nacional” y “Oráculo sobre Managua”, que integran el segundo tomo de su Poesía completa; tomo que incluye, además, las célebres “Coplas a la muerte de Merton” (en las que el místico humanista dialoga con su difunto maestro y guía espiritual), “Pasajero de tránsito”, “2 epístolas”, “Versos del pluriverso” y “Telescopio en la noche oscura”, poema místico en el que cifra su vocación religiosa: “El que amó más de todos sus compañeros,/el que amó más en toda su generación, /amando ahora un tal ser trascendente,/como decir un tipo no existente./ En qué has venido a parar, Ernesto”.
Considerado por la crítica como representante del “exteriorismo”, corriente que prioriza lo concreto a la abstracción de la metáfora, para Cardenal el exteriorismo es tan antiguo como Homero y la poesía bíblica. “El exteriorismo es la poesía creada por las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico de la poesía –explica el poeta–. El exteriorismo es la poesía objetiva: narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y datos exactos y hechos y dichos. En fin, es la poesía impura.” Jaime Quezada plantea que “todo se unifica en la poesía y en el lenguaje del autor”, desde los poetas latinos y las poéticas indígenas precolombinas; el sentimiento bíblico de los Salmos y el Cantar de los cantares, unidos por momentos a la visión oriental de la poesía china y japonesa, hasta los grandes cantos de la India. Este eclecticismo es la antesala de la rotunda presencia mestiza del nuevo mundo desplegándose universalmente en su poesía.
Cardenal, un luchador imbatible contra la dictadura de Somoza, colaboró estrechamente con el Frente Sandinista de Liberación Nacional. El 19 de julio de 1979, el día de la victoria de la Revolución Nicaragüense, fue nombrado ministro de Cultura del nuevo gobierno del FSLN, cargo que ocupó hasta 1987, año en el que se cerró el ministerio por razones económicas. En 1983, cuando Juan Pablo II visitó oficialmente Nicaragua, el pontífice –frente a cámaras de televisión que transmitían a todo el mundo– amonestó e increpó severamente al poeta y sacerdote, arrodillado ante él en la misma pista del aeropuerto, por propagar doctrinas apóstatas según la fe católica y por formar parte del gobierno sandinista. Cardenal rompió definitivamente con el FSLN en 1994, en protesta contra la dirección autoritaria de Daniel Ortega, y denunció la corrupción y apropiación de bienes del Estado por parte de los líderes de la ex guerrilla. Posteriormente, manifestó su apoyo moral al MRS o Movimiento Renovador Sandinista, fundado por el escritor Sergio Ramírez. “Como marxista, Cardenal es hereje; y como sacerdote católico, está al filo de otra herejía, pues rechaza la noción de la incompatibilidad de fe cristiana y política socialista –subrayó Bergeson–. En poética, también discrepa con circunscripciones tradicionalistas, en su rechazo de la metáfora y su inclusión de lo común y corriente dentro del arte verbal. Creer y crear, política y fe en Dios no están reñidos para Cardenal: contrariamente, insiste en que el uno lleva definitivamente a lo otro. Así, estas vertientes marcan su obra definitiva.”
El tercer tomo cierra con una de las apuestas estéticas más ambiciosas de este pacífico luchador convencido del poder de la poesía para cambiar al mundo: “Cántico cósmico”, un largo poema, compuesto en 43 “cantigas”, como las denomina el poeta, donde indaga sobre las razones del Ser y el destino humano. “En el principio no había, naturalmente, ni leyes físicas/Salimos según parece de una amalgama de caos./De electrones y núcleos nacieron átomos,/y después galaxias, estrellas, diamantes./Como la física nuclear descubrió/los elementos transmutables./¡Hiroshima! ¿Era ése el sueño de los alquimistas?”, se lee en la Cantiga 30, titulada “La danza de los astros”.
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