LITERATURA › FOGWILL EN LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE CHILE
Fiel a su personaje, que a veces logra ocultar la excelencia de sus personalidades literarias, el escritor subyugó al auditorio que se reunió para una charla junto al chileno Alejandro Zambra. El temario llegó incluso a los piqueteros.
› Por Silvina Friera
Desde Santiago
Ese hombre que es media docena de autores muy distintos con el mismo nombre de marca, Fogwill –como lo define Elvio Gandolfo–, juega de local en Chile. En el Centro Cultural Estación Mapocho, en la 29ª Feria Internacional del libro de Santiago, el escritor presenta sus Cuentos completos (Alfaguara) junto a Alejandro Zambra. El personaje Fogwill sigue al pie de la letra el guión que escribió hace años. En cada performance que diseña, los gestos están fríamente calculados. En sus ojos azules como agua lavada de repente asoma el mal bajo la forma de una mirada diabólica, fulminante. No asusta a nadie, pero es parte del papel que representa. El del escritor en guardia, alerta, que destila tanta lucidez como veneno. El arte de la provocación es su elixir. Pero el personaje se fagocita a todos los otros autores diversos que conviven en sus mejores páginas y se vuelve un tanto monolítico. Y previsible. “Muchas cosas que le gustaban a Pinochet me gustan a mí: la guita, el orden”, dice Fogwill. Algunos festejan sin saber si es un chiste o una ironía, pero por las dudas se ríen. Otros tragan una, dos y hasta tres veces esa papa caliente y advierten que quizá sea mejor dejarla pasar y no entrar en el juego que propone. No tomarlo en serio. “Me ha dicho que no lo elogie, lo que es un poco difícil”, admite Zambra.
“Muchos cuentos de Fogwill podrían ser descriptos como metaliterarios, pero no hay complacencia en el dominio de los referentes sino un deseo de ir más allá de ese exhibicionismo”, plantea el escritor chileno. Como el género cuento está “tan manoseado”, Zambra prefiere hablar de relatos. “No hay una voluntad mínima de cumplir con las normas del género sino una serie de textos que construyen su propia norma; combaten la idea constreñida de cuento. La voz que aparece en estos relatos no es la voz domesticada; es una voz que se replantea, se busca a sí misma y a la vez se pone en abismo.” El autor de las novelas Bonsai y La vida privada de los árboles subraya el enorme conocimiento de los mundos de los que habla Fogwill; en cuanto a los temas, anticipa que hay sexo, drogas y rock & roll. Un relato sobre la cocaína, “Restos diurnos”, es para Zambra el mejor cuento de Fogwill. “Los textos se escriben con una conciencia de los procedimientos, pero no tiene el deseo de impresionar con la técnica, a pesar de que son relatos muy espléndidos desde ese punto de vista”, reflexiona Zambra.
Fogwill no consigue su cometido. Desde que pisó la Feria pide que le peguen, pero no recibe ninguna estocada soberana. También es parte de la perfomance exigir que lo critiquen sabiendo que es una misión imposible para los escritores chilenos que lo admiran. “No sé si soy seis o siete o diez escritores”, dice Fogwill. “Me pasa eso porque viví muchos años, pero también por mi carácter histriónico e histérico de basar la literatura en el oído que escucha algo que le dicen y tiene la obligación de decir para intervenir en el diálogo social. Esta es la base de esa multiplicidad. Hay días que soy Borges y hay días que soy (Pedro) Lemebel, por qué no”, dice ante las carcajadas del público. “Nunca soy (Diamela) Eltit; me gustaría ser Huidobro, pero nunca me salió.” Cuando Fogwill empezó a escribir y era un hombre con mucho dinero, la edición le parecía absurda. “Cómo iba a discutir con Sudamericana, si facturaba la cuarta parte de lo que facturaban mis empresas”, revela. “Desde esta perspectiva despreciaba al mundo literario; desde ese lugar, inventé la idea de estar en contra del escritor profesional. La idea de tener una profesión distinta te permite tomar distancia y no tener obligaciones con el mundo literario.”
El autor de Muchacha punk sintetiza lo que considera su patrimonio literario. “Un grupo de verdades bien organizadas pueden fabricar una fabulosa mentira. Yo fabriqué este personaje y desde entonces fui víctima de los mejores reportajes de la literatura contemporánea. La función del reportaje es generar nuevos reportajes.” El escritor quiere que el crítico más importante de Chile, que está entre el público, se anime a subir y decir algo en contra. A Alvaro Bisama, el voluminoso crítico en cuestión, le sobran agallas y kilos. “El mundo de Fogwill no es agradable, pero es imprescindible, sobre todo siendo lector chileno. El far west es cualquier cosa menos agradable”, asegura. “Ya no hay palos posibles para mí; sería un palo que me descubrieran un plagio flagrante que no haya mostrado en el texto, o que terminara en manos de Guillermo Schavelzon comprando premios literarios en España. Pero no creo que ocurra”, responde el escritor, y recuerda que Borges lo definió como el hombre que más sabe de cigarrillos y automóviles. “Yo me puse contentísimo... ‘Pero tarado –me dijo Enrique Pezzoni–, quiso decir que no sos un escritor.’ Borges me despreciaba”, confiesa.
Bisama sugiere que la moral de Fogwill es perturbadora. “Cuando escuché a Babasónicos, sentí que estaba escuchando un disco de Fogwill.” El escritor argentino asume la paternidad, “son como hijos míos”, dice de la banda. “Adrián Dárgelos es de la generación que se formó cuando yo era una especie de maestro ideológico del desprecio de la transición a la democracia”, comenta Fogwill. “Es como un halago, pero no soporto escuchar un solo tema. Odio el rock, me gusta la música”, dispara. ¿Por qué hay que leer a Fogwill? “Nos inmunizaría a todos contra la mala literatura chilena”, afirma, sin dudar, Bisama. “Así que me usan para eso... está bien”, festeja, socarrón, el argentino y agrega: “Siempre es más importante producir tres lectores que comprar un libro. La fama se puede comprar, la admiración no”.
“¿Qué tipo de autor sos, te sentís representativo de la sociedad argentina?”, pregunta una mujer. “Soy muy argentino no por lo que escribo sino por chanta.” La mujer quiere saber si encuentra algo bueno en ser argentino. “Sí, hay algo bueno. El cosmopolitismo y el cinismo pragmático del liberalismo argentino, que cada tantos años se vuelve antiliberal y peronista hasta que se agota la fórmula”, enumera Fogwill. El transgresor deviene señora asustada que exige orden y represión. “Los piqueteros administran la ciudad. Cada vez que el Gobierno intenta frenarlos, tiene un conflicto y entonces no los frena. Y la gente siente que el espacio público es propiedad de los menesterosos.” No hay más preguntas. El francotirador deja a todos mudos.
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