LITERATURA › JORGE VOLPI Y SU NUEVO LIBRO, EL INSOMNIO DE BOLíVAR
El escritor plantea que esa es la única manera de darse a conocer, en el contexto actual. En su reciente ensayo, reflexiona sobre “cómo lo que era América latina en los ’70 y ’80 se fue desmoronando, y cómo tenemos que construir una nueva identidad”.
› Por Silvina Friera
En un lugar de cuyo nombre se acuerda perfectamente, en las añejas aulas de la Universidad de Salamanca, un joven mexicano de 28 años, apabullado por las centenarias piedras de Villamayor, frente a las severas estatuas de Fray Luis de León y Unamuno, descubrió que era latinoamericano. Tarde, pero seguro para masticar mayúscula revelación. Como estudiante de filología hispánica, capturó de ese ambiente el pulso de una esperada sensación térmica: los latinoamericanos eran asociados, irremediablemente, con García Márquez y el realismo mágico. Jorge Volpi, ese hombre con cara de niño eterno, pese a la pronunciada pelada que amenaza con expandirse de su frente hacia la nuca, jubilado de “escritor joven” luego de haber participado en Bogotá 3”, estuvo en Buenos Aires para acompañar la publicación de El insomnio de Bolívar (Debate), Premio Debate Casa de América, un ensayo incómodo, concebido para agitar el caudal de la polémica.
Aunque a veces su lectura, como en el “caso argentino” (por Cristina Fernández y Néstor Kirchner), al que define como un “experimento político que no deja de ser, sobre todo, un experimento familiar”, quede encorsetada en un inventario de lugares comunes. De las cuatro consideraciones intempestivas que se tejen a lo largo de más de 250 páginas, ya la primera, titulada “Deshacer la América”, aguijonea, sin anestesia, al lector. Con un estilo que por momentos remeda al Quijote, anticipa que en esta zona inaugural del libro se narra “cómo America latina desapareció de los mapas, cómo sus dictadores y guerrilleros pasaron a mejor vida y se llevaron consigo el horror y la gloria, cómo el realismo mágico fue sepultado en la selva y cómo esta milagrosa y tórrida región se torna cada día más difusa”.
En el prólogo Volpi recuerda que cuando en 1999 publicó su novela En busca de Klingsor, ganadora del Premio Biblioteca Breve, la prensa se apresuró en señalar que se trataba del libro de un mexicano que no parecía mexicano, de un latinoamericano que no escribía sobre América. Con su esmirriado cuerpo y un tono suave, que hilvana el ovillo de la paciencia, soportó un alud de elogios y ataques. De pronto irrumpió en la escena literaria como un autor doblemente exótico: exótico por ser latinoamericano y más exótico aún por no escribir sobre América latina. “Esta novela me transformó en un apátrida literario, celebrado y denostado por las mismas razones equivocadas –admite en el prólogo–. Un crítico mexicano llegó a pedir que se me retirara el pasaporte por no escribir sobre México y un español me acusó de usar un lenguaje desprovisto de localismos para conquistar el mercado mundial.” A pesar de los cascotes, enfrentó la avalancha. En cada entrevista o presentación pública se veía obligado a aclarar su nacionalidad y a señalar que los escenarios no hacen que una obra sea más o menos latinoamericana.
“En México siempre decimos que somos latinoamericanos, pero sin saber en realidad qué estamos queriendo decir”, subraya el escritor en la entrevista con Página/12. “Las identidades siempre son construcciones imaginarias con las que nos sentimos cómodos, lugares en los que creemos y a los que pertenecemos, pero son muy cambiantes. Quizás el libro intenta reflexionar sobre cómo lo que era América latina en los ’70 y ’80 se fue desmoronando, y cómo tenemos que construir una nueva identidad latinoamericana que resulte mucho más válida para nuestra época”, sugiere Volpi. El realismo mágico como categoría política –qué duda cabe– fue una etiqueta sociopolítica pesada. La principal estocada del escritor se dirige hacia ese imaginario de “buenos salvajes, dominados por la superstición y el misterio, habituados a convivir con lo sobrenatural o, en el otro extremo, como un pueblo primitivo que demuestra su apatía ante lo insólito”. Afortunadamente, “el dinosaurio ya no está allí”; la ficción en la región, afirma Volpi en una de las pocas pinceladas optimistas que ofrece en su ensayo, vive un momento inédito: por primera vez no es víctima de un deber ser novelístico.
–En una parte de El insomnio de Bolívar, usted traza un cuadro comparativo entre los escritores del boom y los de su generación. ¿Por qué los escritores de su generación no tienen un tema, cuando la generación del boom se definía por el tema?
–La generación del boom tenía como tema central la propia América latina. Ellos se habían enfrentado profundamente a los grupos nacionalistas de cada uno de sus países, importando mecanismos de la novela anglosajona y francesa, tratando de ser mucho más modernos, pero al mismo tiempo contribuyeron a crear una identidad mayor latinoamericana. El realismo mágico terminó convirtiéndose en la piedra de toque de esa nueva identidad latinoamericana. Conforme a partir de los años ’90 comienza a declinar el realismo mágico, de- saparece esa idea emblemática de América latina y aparecen las nuevas generaciones, nacidas entre los ’60 y ’80, para las cuales la literatura ya no es sólo un instrumento de construcción de identidad nacional o regional. Se trata de una generación que es apolítica, o bien desconfía profundamente de lo político y, por lo tanto, de estas grandes construcciones identitarias.
–¿Cómo explica que esa identidad que se construyó a través del realismo mágico haya tenido tanta fuerza?
–El triunfo de la Revolución Cubana generó un espíritu internacionalista y los escritores emblemáticos, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar, estaban convencidos de ser una especie de portavoces o embajadores de América latina. Todos estaban comprometidos políticamente, al menos al principio o hacia el final; todos creían que la literatura contribuía a la salvación de la sociedad. Occidente necesitaba esa mirada nueva, esta dosis de exotismo era necesaria. El boom no sólo transformó drásticamente la literatura latinoamericana, sino incluso la imagen completa de América latina en el mundo.
–¿Por qué plantea que Bolaño es el último escritor latinoamericano?
–Bolaño fue el escritor paradigmático de las nuevas generaciones, pero ahora, a partir de su éxito en Estados Unidos, es un nuevo icono global. Es una figura que todavía puede seguir siendo muy influyente para las nuevas generaciones. Yo planteo esta provocación de que es el último escritor latinoamericano porque fue uno de los últimos de su generación que directamente quiso responder a esa tradición latinoamericana. La generación de Bolaño fue la última que buscó confrontarse con la generación del boom y las generaciones anteriores; un ejemplo fueron las peleas constantes de Bolaño con la figura de Donoso, al que admiraba profundamente, pero con quien además necesitaba pelearse. Bolaño conocía muy bien la tradición de cada país de América latina; a veces se burlaba de esas tradiciones, otras les rendía homenaje. Esto ya no ocurre: no hay confrontación ni conocimiento ni voluntad de acercarse a esa tradición latinoamericana. Ahora los autores de los países latinoamericanos responden a tradiciones muy distintas, buscan otros modelos, otros escritores a los cuales rendir homenaje, sin necesidad de que sea ese canon central de lo latinoamericano.
–¿A qué se debe el fenómeno reciente de la alta exposición que tienen los escritores en congresos y en festivales?
–Es posible incluir a los escritores en esta sociedad del espectáculo y el entretenimiento. Esto es tan natural en la música y en el cine que rápidamente terminó alcanzando a los escritores. Que un escritor hable en vivo o firme un libro se convierte en un espectáculo: se paga por ver a un escritor leyendo durante una hora o hablando sobre un tema, algo que hubiera sido impensable antes en América latina.
–Para los escritores estos encuentros son un modo de estar en contacto, de conocerse. ¿Pero qué sucede entre ustedes y los lectores?
–Los lectores comunes no tienen acceso a la mayor parte de los libros de los escritores latinoamericanos. Ha habido intentos de tener colecciones de literatura latinoamericana que no han funcionado. No se trata sólo de que sea España quien bloquea la circulación de los libros, sino que realmente parece que las condiciones del mercado no están dadas. Tampoco hay manera de que los lectores sepan quiénes son los escritores importantes o emergentes de los otros países. Por eso es necesario el turismo literario, lo que estoy haciendo en estos momentos; tener que ir a cada uno de los países para crear cierto contexto, aunque no todos los escritores pueden estar viajando constantemente. Los que tendrían que viajar son los libros. En este mundo del espectáculo, si un libro llega solo, sin un contexto periodístico, sin el autor que vaya a la televisión, hable en la radio o en los periódicos, es muy difícil que tenga lectores.
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