LITERATURA › ERNESTO MALLO HABLA DE SU TERCER LIBRO, EL RELICARIO
El escritor, que en los ’70 fue militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, repasa en forma de novela los casi trescientos años previos a la Revolución de Mayo. “La historia que nos han contado también es una ficción”, asegura.
› Por Silvina Friera
Un objeto de ficción, una pequeña joya tallada por el genial orfebre florentino Benvenuto Cellini en 1523 para su protector, el papa Clemente VII, es el hilo conductor “maldito” que eligió Ernesto Mallo para ensamblar los trescientos años de la historia previa a la Revolución de Mayo; desde la incursión por estas tierras del “joven, temerario y colérico” Pedro de Mendoza hasta el fusilamiento de Santiago de Liniers, el legendario héroe de la Reconquista, que no aprendió, como advierte el narrador omnisciente, “la lección que enseña un maestro mucho mejor, el fracaso”. En El relicario (Planeta) hay toda una zona dedicada a los negros. Es, probablemente, el momento más amoroso del libro. El mundo, como dirá el escritor, “sería muy distinto si no hubiera habido negros”. En un bar del Bajo, en Córdoba y San Martín, cerca de donde vive, el escritor y ex militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) confiesa que “amaneció atravesado”. Son los nervios previos de toda puesta en escena. Un par de horas después de la entrevista con Página/12 presentará esta ambiciosa novela en el Centro Cultural Recoleta, donde también se puede ver, hasta el 4 de abril, una exposición con retratos inspirados en los personajes del libro.
La idea original del escritor era contar un crimen en la comunidad de esclavos para no abandonar el policial, donde se mueve como pez en el agua después de haber publicado La aguja en el pajar (premio Memorial Silverio Cañada 2007 de la Semana Negra de Gijón) y su continuación, Delincuente argentino. “A medida que iba investigando aparecían cosas maravillosas, muy literarias, que se prestaban para la narración. En algún momento me surgió el prurito respecto de lo histórico –plantea–, pero la historia que nos han contado también es una ficción. Lo que más me interesa es entender por qué pasó lo que pasó. Detrás de todo siempre hay un ser humano que tiene un deseo. Me paro para contar una historia desde un personaje que desea algo. No hay literatura sin deseo.”
–Al narrador de la novela se le nota cierta rabia hacia Mariano Moreno; no lo deja muy bien parado, lo muestra muy “crispado”.
–Moreno era un hombre crispado, un ser humano con pasiones, con locuras. Las épocas revolucionarias han alentado mucha locura, lo han demostrado todas las revoluciones. Moreno sufría de reuma, no dormía; era un tipo muy alterado, muy belicoso y agresivo. Retrato ese aspecto de Moreno; así como defendía a los aborígenes, a los pobres y a los indios, no tenía ninguna piedad con los opositores. Fue Moreno quien mandó a fusilar a Liniers.
–Justamente, en la escena del fusilamiento, el narrador se compadece de la suerte de Liniers, parece tomar partido por él...
–Trato de no tomar partido, pero no es una lectura equivocada (risas). Liniers es un personaje que me fascinó, es mucho más literario que Moreno. Liniers es un ejemplo muy claro de lo que han sido los gobernantes en toda nuestra historia. En el momento máximo de su gloria, Liniers se desbarrancó y se transformó en Menem; empezó a tener una especie de corte, prohibió el contrabando de mercaderías inglesas con la pena de muerte, además de sus amores con la Perichona... El personaje de Liniers retrata muy bien a los políticos argentinos.
–Si el gran fracaso argentino reciente fue la dictadura, la certeza es que ese terror que se vivió no volverá a repetirse, ¿no?
–¡Dios la oiga! La dictadura fue el gran fracaso argentino porque expresó el fracaso de la política y de la sociedad. El pensamiento militar es una tradición en la historia argentina; un tema que me preocupa mucho. Este es el país de la antinomia y esto viene de la mentalidad bélica; no nos damos cuenta de hasta qué punto no podemos construir en nuestra cultura algo que escape de las antinomias. Hay una tradición autoritaria española que se ve reflejada en las costumbres, en los privilegios. Si uno va a Tribunales, se encuentra con que el poder que debería velar por los derechos de todos tiene un cartelito que dice que el abogado debe ser asimilado al magistrado, en cuanto al respeto y consideración. ¿Los demás no merecen el mismo respeto? Estamos atravesados por las jerarquías; somos una sociedad estructurada con una idea militar de la vida, que heredamos de la raza blanca europea, la más guerrera y dañina.
–¿Por eso en su novela los negros tienen un papel relevante?
–Sí. No tengo dudas de que mi mirada sobre el tema de la esclavitud es algo piadosa. Los negros le han aportado al mundo una cantidad de cosas maravillosas; el mundo sería muy distinto si no hubiera habido negros. Cuántos músicos y poetas extraordinarios habremos matado porque los sojuzgaron...
–¿Qué significó escribir la parte de la Revolución de Mayo? ¿Qué emotividades se pusieron en juego para un ex militante de las FAR?
–¡Qué pregunta, por favor! (Se ríe.) La vía armada fue una gran equivocación generacional que costó muy caro. Mi pensamiento no evolucionó hacia un pacifismo a ultranza, pero sí hacia una posición antimilitarista y antiautoritaria. Si hoy tengo que elegir una utopía, elijo la anarquía; es el punto más elevado del pensamiento. En mi novela no juzgo, simplemente narro. Pero ningún escritor es inocente; uno narra con lo que es y con lo que cree. La revolución tiene muy buena prensa, pero todas las revoluciones de la historia fueron traicionadas. La Revolución Rusa destituyó a los zares y colocó en su lugar otro zarismo. Cuando cayó el zarismo del Kremlin, ¿qué quedó en su lugar? Otro zarismo, la mafia rusa. No olvidemos que nuestra Revolución de Mayo se hizo en nombre del rey.
–¿En nombre de qué o quiénes se hicieron las revoluciones de los años ’70?
–Los movimientos revolucionarios juveniles de los años ’70 se inscriben dentro de una batalla generacional. Mi generación es hija de unos padres que estaban educados en los valores victorianos; vivían una vida hipócrita, predicaban los valores revolucionarios, pero eran ambiciosos. De alguna manera, esos padres les dijeron a los hijos: “No aguantamos más, por favor hagan algo, cambien esto”. Nosotros lo intentamos y después nos castigaron. El cambio más revolucionario fue la aparición de Los Beatles. Antes de Los Beatles, la diversión de un chico de clase media en esta ciudad era ir a bailar a una discoteca o ir a misa los domingos. Las relaciones sexuales no eran un pecado, ¡eran un milagro! Los Beatles trazaron una divisoria de aguas; hasta ese momento, el mundo era marrón, gris y negro. A partir de Los Beatles, fue de colores. Se empezaron a transgredir las normas sexuales, de vestimenta, de costumbres. Eso fue una revolución; pero como toda revolución se pagó caro, con un montón de gente perdida por las drogas y por las distintas enfermedades de transmisión sexual. Las sociedades más evolucionadas, como las del norte de Europa –los suecos, noruegos, finlandeses–, no han pasado por procesos revolucionarios. La revolución atrasa.
–Pero esas sociedades suelen tener altas tasas de suicidios; tanto orden y progreso parece no recomendable para la salud psíquica. ¿Se podría decir que es preferible el “caos” argentino?
–No hay duda. Me muevo como pez en el agua de este quilombo, pero hay una parte de la sociedad que la está pagando muy caro. Si damos vuelta a la manzana, vamos a ver a tres o cuatro chicos que duermen en la calle, junto a la ventilación de una panadería que les da calor. Las sociedades más desarrolladas son más aburridas, pero más igualitarias. No tienen los dramas sociales que tenemos nosotros. No viviría nunca en esas sociedades, me moriría de aburrimiento. A mí me gusta este caos, pero sé que el precio no lo estoy pagando yo. Las sociedades desarrolladas son las que atienden mejor a sus ciudadanos. La nuestra aún está lejos de eso.
–Su novela se publica en un momento en el que se respira un clima destituyente en el país. ¿Qué reflexión puede hacer de esta situación política?
–El gobierno de Néstor, y Cristina como continuidad, ha tenido enormes méritos. Kirchner agarró el gobierno en un momento en que el país estaba en llamas, piloteó la situación muy bien, produjo riqueza. Otra de las grandes medallas es su política de derechos humanos. Pero el problema de estos dos gobiernos, como todo gobierno peronista, es que no saben operar en la cultura; entonces sus mensajes son muy fácilmente malinterpretados, tergiversados. Esa es mi gran crítica. Lo que se llama la oposición, que es una gran bolsa de gatos, ahora quiere el gobierno, pero cuando lo agarró Kirchner no lo quería. Cuando me encuentro con los opositores acérrimos a Cristina, una persona particularmente irritante por su estilo –a veces me hace acordar a mi maestra de tercer grado, pero a mí no me tiene que agradar, no me voy a casar con ella–, les digo que todo lo otro es peor; que el kirchnerismo es lo mejor que tenemos. Lo demás –Macri, De Narváez– es una gran catástrofe. El año pasado estaba dando una charla en Francia y una persona me pidió: “Señor Mallo, ¿podría definir en pocas palabras el peronismo?”. El peronismo no es un partido político, no es un movimiento social, no es una ideología: es una fuerza de la naturaleza (risas). Y como toda fuerza de la naturaleza, no se discute; está ahí y uno trata de manejarse con ella como puede.
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