LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR CHILENO ANTONIO SKáRMETA
El autor de Los días del arcoíris sostiene que “el proceso de la brutalidad dictatorial, de la represión, está formulado en Macbeth”. Su flamante novela refleja el clima del plebiscito de 1988, cuando el triunfo del “No” representó el epílogo de la dictadura de Pinochet.
› Por Silvina Friera
Un trip sentimental. Esa es la práctica que consuma Antonio Skármeta cada vez que regresa a Buenos Aires. Como un andariego que pasea por los escenarios naturales de su infancia, el tour incluye escalas en la casa de la calle Mendoza, donde vivió con sus padres entre 1949 y 1951; la escuela pública del barrio, la Casto Munita; la estación de tren y las barrancas de Belgrano, paisaje de sus travesuras infantiles. “Si voy al mediodía, entro a la confitería de la estación parar comer buena pizza”, cuenta el escritor chileno mientras desayuna en un hotel de Recoleta y lamenta que en esta ocasión no pudo cumplir su trip sentimental. La agenda de entrevistas por el IV Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casamérica, que el escritor ganó con Los días del arcoíris, no es apta para enfermos cardíacos ni autores noctámbulos. A las nueve de la mañana, pincha el jamón con indisimulada rabia, lo enrosca frenéticamente alrededor del tenedor y en un santiamén lo mastica como si fuera lo último que comerá en esta jornada agitada. “Yo me bajo del avión en Ezeiza, siento el aroma de esta ciudad y sucumbo a una atmósfera de fascinación. No lo puedo negar: tengo una sintonía, una química con esta ciudad, fuera de todo límite”, admite el escritor a Página/12.
Skármeta reconoce que Buenos Aires se agiganta en la retina de su memoria. No le importa el tamaño de esa desmesura endulzada por lo afectivo. “Como no vivo en esta ciudad y no estoy pendiente de los problemas y tensiones que puede haber en la vida cotidiana, la idealizo bastante. La vida de barrio es una institución de este país: tú eres de la pandilla del barrio, donde se produce algo muy bonito, muy entrañable, que llamo la ‘socialización de mi intimidad’. Eso me marcó mucho en mi vida, en mi afán de comunicar y sentirme con los otros. Y me viene de mi experiencia en el barrio de Belgrano”. Apenas queda algo de café cuando subraya enfáticamente que el Martín Fierro se lo sabe de memoria. Acá, en esta ciudad, aunque en otro barrio, casi 60 años después, recita: “No hallé ni rastro de rancho:/ ¡sólo estaba la tapera!/ ¡Por cristo si aquello era/ pa enlutar el corazón!/ ¡yo juré en esa ocasión/ ser más malo que una fiera!”. Hace una pausa como si midiera el impacto de esos versos y exclama:
–Mira lo que dice ahora: “Quién no sentirá lo mesmo/ cuando ansí padece tanto/ Puedo asigurar que el llanto/ como una mujer largué: ¡ay, mi Dios: si me quedé/ más triste que jueves santo!”.
–Si lo dejo se recita todo el libro...
(Se ríe.) –Siento mucha simpatía por el protagonista; hasta en sus momentos más bruscos, hay una calidad de las imágenes y de la expresión notables. Cuando enseñé literatura, lo leí con una mirada crítica, pero me sigue gustando muchísimo. Está lleno de dichos sabios...
De la editorial Planeta le avisan que en unos segundos tendrá una breve entrevista radial. Antes de que le pasen el teléfono, el escritor chileno, por esas peripecias antojadizas de las palabras, se acuerda de otro “sabio”. Cuando se exilió en Berlín, en 1973, tenía la sensación de que estaba a punto de perder el equilibrio. “El médico me miró y me dijo: ‘Hijo, usted está angustiado, yo no tengo nada que hacer...’ Y me mandó a un terapeuta.” Su voz se va alejando; espera que lo saluden del programa y comiencen las preguntas. En Los días del arcoíris se aproxima a un momento que no vivió porque aún estaba en Alemania. La novela refleja el clima del plebiscito de 1988. El triunfo del “No” representó el epílogo de la dictadura de Augusto Pinochet. Narrada desde la perspectiva de Nico, un joven estudiante que presencia el secuestro de su padre, profesor de filosofía, durante una clase, y desde un narrador en tercera que alterna y acompaña al resto de los personajes –especialmente al publicista Adrián Bettini, que orquesta la campaña por el “No”–, la novela reconstruye, en el ring de la ficción, la efervescencia previa a la derrota de la dictadura.
Pese al rechazo “pasivo” hacia la dictadura, muchos creían que Pinochet cometería fraude. A esa conjetura había que sumarle el factor “desánimo”, hábito a la dictadura, desesperanza confundida con tedio y toneladas de escepticismo que impedían configurar un horizonte de libertad. Lejos de ser neutralizado, el abono del miedo fertilizaba por goteo. El terrorismo de Estado sumaba sin cesar nuevas víctimas. El publicista de la novela tiene que convencer a través del “No” de que lo que está en juego es la dignidad de un pueblo. Un momento casi “surrealista” estalla cuando aparece en escena Raúl Alarcón, alias Florcita Motuda, con una canción para la campaña. Sobre la música de Danubio azul de Johann Strauss, ante la mirada estupefacta del publicista, canta: “Se empieza a escuchar el ‘No’, el ‘No’/ en todo el paí, ‘No’, ‘no’/ cantan los de allá, ‘No’, ‘no’/ también los de acá, ‘No’, ‘no’...”. El personaje y la canción existen; no son invenciones de Skármeta. Basta con revolver en esa especie de baúl de objetos milagrosos que es YouTube y entregarse a la escucha de esta melodía pegajosa que pronto se convirtió en un hit (ver aparte).
“Shakespeare es el más actual de los escritores internacionales”, afirma Skármeta, ya liberado de la entrevista radial, ahora picoteando las sobras del desayuno. “Cuando lo lees, entiendes lo que es un clásico por la penetración que tiene en la esencia de las conductas, en la psicología de los seres humanos. Todo el proceso de la brutalidad dictatorial, de la represión, está formulado en Macbeth; el dolor de los hijos perdidos es una de las fuerzas que late en Los días del arcoíris –compara–. Lo notable de Shakespeare es que siendo un autor trágico también es un comediante brillante. Por muy dura que sea la experiencia que narra, hay un gusto por buscar imágenes histriónicas que iluminen lo que quiere decir.”
–En su novela, ¿Shakespeare aparece como un modo de resistir al pinochetismo, que secuestra al padre del protagonista, o como una válvula de escape para poder seguir viviendo?
–Válvula de escape, no. En el personaje de Nico proyecto algo que pasó en mi vida, en un tiempo bastante feliz, durante mi adolescencia, cuando tuve un profesor de inglés, Roberto Parada, que además era actor; un actor voluminoso que tenía un tremendo vozarrón y no ahorraba histrionismo. Fue profesor de inglés en el colegio público, donde hice la secundaria. A él está dedicada la novela. Le tengo mucho afecto por la brillante y generosa actuación que tuvo haciendo de Pablo Neruda en mi película Ardiente paciencia, que es anterior a Il Postino; una película de bajo presupuesto que se filmó en Portugal como si fuera en Chile. Y por último, hay un episodio en la vida de Roberto Parada muy trágico: su hijo, que estaba activo en la investigación por la violación de los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet, fue secuestrado y asesinado. Lo cual le causó un dolor inmenso.
–Entonces, en ese contexto previo al plebiscito, Shakespeare permitía resistir.
–Sí; hay un episodio significativo en Los días del arcoíris. Un profesor es asesinado y en el colegio se realiza la ceremonia fúnebre. Nico recita un texto de Shakespeare, unos versos de Julio César, el discurso de Marco Antonio. Y Marco Antonio dice que si fuera Brutus, si pudiera hablar, si tuviera la lengua de un orador, en ese mismo momento clamaría y haría que hasta las mismas piedras de Roma se levantaran en rebelión. Nico lo dice en inglés y sabe que nadie entiende. Pero agrega que mejor no lo traduce, porque si lo hace lo meten preso. La novela va matizando estas sombras y las combina con la luz del camino hacia la libertad.
–La campaña del “No” y los textos de las canciones que están en su novela suenan muy verosímiles. ¿Se parecen a cómo fue en verdad esa campaña?
–Sí, aunque debo aclarar que Los días del arcoíris es una novela; por lo tanto es una ficción. Pero los elementos tomados de la vida real son numerosos, a pesar de algunas deformaciones que hice porque quería expresar una ambigüedad muy dolorosa que hubo en esos años. Se hablaba de la democratización de Chile bajo la conducción del dictador y se comenzaban a abrir espacios de libertad; pero al mismo tiempo la represión seguía siendo tan intensa y brutal como cuando Pinochet dio el golpe. A 15 años de ocurridos los acontecimientos, había un terrorismo de Estado sistemático. En la campaña del “No”, para entusiasmar a los chilenos, para que perdieran el miedo y votaran contra el dictador, hubo actos imaginativos propios del surrealismo. Hay un personaje que se llama Florcita Motuda, que participó en la presentación de mi novela, que inventó un vals basado en Danubio azul de Strauss, con una letra muy sencilla. Esta canción prendió en la gente joven; fue un hit al cual se le atribuye el poder de haber contribuido a cambiar la historia.
Otra de las canciones/himno de la campaña del “No” decía: “vamos a decir que no/ oh, oh, oh”. “Ese ‘oh’, ‘oh’, ‘oh’, ese timbrecito, marcó todo el carácter de una visión de futuro –plantea Skármeta–. Era una propuesta de alegría, una incitación a salir del estancamiento anímico, a ejercitar esa imaginación que logró desplazar a Pinochet y abrir el camino a la democracia. Esto prueba, a mi modo de ver, que la unión de los artistas con la gente tiene el poder de provocar cambios libertarios”.
–¿Gracias a los artistas y publicistas ganó el “No”?
–Sí, los artistas encontraron el lenguaje. Muchos chilenos tenían un “No” pasivo en sus corazones. Cuando se abrió la perspectiva de un plebiscito, el dictador pensó que no iba a perder. Algo de razón tenía porque más de un 40 por ciento votó que “Sí” a la continuidad de Pinochet. La derecha siempre ha tenido una fuerte presencia; pero ese poema que fue la campaña del “No” tuvo el mérito de que les mostró a los indecisos, que habían sentido el dolor de su pueblo, pero que temían la perspectiva de un futuro sin Pinochet, que la alternativa era entre la dictadura y la libertad. Los artistas y los publicistas encontraron el lenguaje adecuado y el humor tuvo mucho que ver...
–Bettini, el publicista que en su novela está a cargo de esa campaña, ¿existió?
–Bettini es un combo de los muchos publicistas que estuvieron muy activos. ¿Sabes lo que pasó en Chile, que explica el carácter poético que tuvo esa campaña?
–No-
–Yo hice un montaje de diez minutos de la campaña; lo muestro para que la gente vea cuánta poesía, gracia y drama había. Después del golpe, mucha gente democrática fue desplazada de sus trabajos y se fue al exilio. Otros talentos que se quedaron, siendo muchos de ellos de izquierda, entraron a trabajar en empresas publicitarias para sobrevivir. El golpe trajo aparejado la venta del país; la publicidad reinó sin tapujos. Y estos publicistas con alma de artista mantuvieron su corazón con la democracia. En el momento en que fueron convocados para trabajar por el “No”, utilizaron su talento artístico y las técnicas que habían aprendido en la práctica publicitaria para revertir el desánimo. Y esto resultó mortal para la dictadura.
–Un personaje siniestro de Los días del arcoíris es el ministro del Interior, que pronto se prueba el ropaje de la democracia para adaptarse a los nuevos tiempos. En un diálogo hacia el final de la novela, niega la posibilidad de que lo puedan meter preso a Pinochet y dice: “A mi general no me lo tocan ni con el pétalo de una dama”. ¿Persiste esta añoranza por Pinochet como la que expresa este personaje?
–La totalidad de las instituciones y las personas que pertenecen al mundo de la derecha, empresarios y familias de raigambre aristocrática o seudoaristocrática, están muy sinceramente reintegrados en las reglas democráticas y aprecian la democracia como un bien superior. Hay una minoría de escasa significación política que siente añoranza por Pinochet, con un discurso muy duro que suele reprimir; pero a veces con una copa de más sueltan algunas impertinencias. Acá se le escapó una impertinencia a un embajador (Miguel Otero), el año pasado, cuando dijo que la mayoría de los chilenos no habían sufrido la dictadura. Pero esta minoría, afortunadamente, no es influyente en el país.
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