Jueves, 7 de julio de 2011 | Hoy
LITERATURA › PUBLICAN LOS POEMAS DE ROSA MARíA PARGAS, DESAPARECIDA POR LA DICTADURA
Hubiera querido recupera los textos de esta militante montonera que escribía “con desenfreno”, a quien se vio por última vez en El Vesubio. Y también permite escuchar su voz, porque el libro viene acompañado por un CD con poemas leídos por ella.
Por Silvina Friera
Respirar palabras, exhalar poesía. El desconsuelo profundo garabateado en un poema de despedida. “Hubiera querido traspasarte/ hasta diluirme en tu sangre somnolienta,/ y conocerme al revés,/ y salirme/ y verme al verte./(...) Hubiera querido tantas cosas, dije/ y no me alcanzó el tiempo.” Rosa María Pargas, militante de Montoneros detenida en la cárcel de Rawson, escribió estos versos en su celda, pocos días después de la masacre de Trelew, cuando todavía pensaba que su compañero era uno de los 19 presos políticos fusilados el 22 de agosto de 1972, luego del intento de fuga. Aislada en el penal, cauterizaba el dolor y la impotencia, “la bronca de los disparos por la espalda”, desafiando a los asesinos con su escritura. “Miles de ojos te espían/ no te escondas, capitán”, le advirtió al capitán Sosa, quien impartió la orden de fusilamiento, en otro poema. Recién más tarde se enteraría de que su pareja, Alberto Camps, había sido uno de los tres sobrevivientes. Después se reencontraron y recuperaron la libertad por la amnistía del gobierno de Héctor Cámpora, en 1973. Al año siguiente se exiliaron en Perú, México e Italia, pero regresaron al país, clandestinamente, al poco tiempo. Y continuaron militando. Tuvieron dos hijos, “todo muy rápido, ¡todo al mismo tiempo!”, como había escrito en ese poema, cuando creyó que su compañero estaba muerto. En el mismo operativo parapolicial, Camps fue asesinado y Pargas secuestrada, el 16 de agosto de 1977. La última vez que la vieron fue en el centro clandestino de detención El Vesubio. Los lectores descubrirán los textos y la voz de Rosa en las páginas y el CD de Hubiera querido, editado por el sello platense Libros de la Talita Dorada, en la colección de poesía argentina “Los detectives salvajes”.
Su hija, Raquel Camps, cuenta en el prólogo que ese oscuro agosto de 1977, cuando ella tenía apenas once meses, perdió la posibilidad del cuerpo y las palabras de su madre: “Mi memoria no pudo retenerla, ni un gesto, ni una caricia, sólo recuerdos prestados, ajenos, de otros”. Desde el hallazgo de los poemas, esa caja de Pandora preservada por la tenaz abuela materna, que un día Raquel abrió junto a su hermano Mariano, pudo reconstruir a su madre. “Así empecé a conocerla, a sentir lo que decía, a creer que sus palabras de vez en cuando eran para mí, a saberme en ella y a que al menos sus letras pudieran traspasarme.” Más allá de la palabra escrita –chiquita y prolija, a veces en imprenta–, anudándose a los ojos y al cuerpo de la hija, está la voz. Su voz trémula que regresa. Que se vuelve a oír con cierta premura en la lectura, acaso por el temor a que el tiempo no le alcanzara –como reconoce en el poema inicial– o que esa tecnología prehistórica, la del grabador, le tendiera una emboscada y no registrara la dulce cadencia que hilvana su dicción apresurada.
Rosa necesitó grabar varios poemas en algún momento entre 1974 y 1977, cuando vivía en la clandestinidad. Tal vez “por el simple capricho/ de creerme poeta”, como se podría conjeturar al leer estos versos. ¿Qué dice hoy el sonido inquietante de un fusil FAL, que se escucha en el CD que acompaña la edición del libro, como música de fondo? No es un “efecto especial” agregado a posteriori de la limpieza de audio, que se realizó para que la voz se proyecte nítida. ¿Empuñó las armas, al igual que el poeta Francisco Urondo, porque buscaba la palabra justa? ¿Creía que la poesía implicaba también llevar el arma en el bolsillo? Como si las detonaciones de la voz y las ráfagas interpelaran a releer esa época, restituyendo poesía y militancia política en una misma dimensión. “Con la mano hecha hueco/ esperando la bala que mate al tirano/ y buscando tus ojos que me anuncien la hora/ de tirar al podrido bastante perfumado/ y levantar al dueño de todo que sos vos, proletario/ Para vos estoy yo... ¡y otros tantos!”, augura la poeta.
La voz jamás envejece. La de Rosa tiene 27 años, aunque los avatares de la biografía consignen que nació en 1949, en Gualeguaychú (Entre Ríos); que a los 20 viajó a La Plata para iniciar la carrera de Sociología y que debería cumplir –el próximo 10 de agosto– 62 años. El archivo sonoro, la poeta recitando sus poemas, cristaliza el tono de una muchacha que aglutina una ética colectiva, apuntalada en los versos finales de dos de sus poemas grabados: “le sacaremos las lagañas a la historia” y “tu grito no se escucha todavía/ pero anda creciendo”. Hay una joven –la misma– que parlotea con sus pensamientos más elípticos y que le arranca “al tiempo sílabas resecas”. Y que tiene miedo de “quedar empantanada/ en el pozo de la tristeza”. La materia articulada por la “voz que vive” –o los textos que viven en esa voz– le permite a Raquel recomponer la identidad de esa madre, en diálogo y tensión permanente con su propia identidad de hija de desaparecidos. “Tenemos que reconocernos en ellos pero sin ellos –explica en el prólogo–, tenemos que enemistarnos con la parte que no nos gusta y amar lo bueno que nos dejaron, pero siempre con la ausencia en el bolsillo que nos hace ruido.”
Antes de la hazaña de la publicación del libro, antes de la posibilidad de explorar la escritura de esa joven que dicen que escribía “con desenfreno”, los hijos de Rosa decidieron dar a conocer parte del acervo documental de su madre en la muestra Para la libertad. Cárcel y política 1955-1973, que fue inaugurada en el Museo de Arte de la Memoria de La Plata, en agosto de 2008. Entonces ingresaron Julián Axat y Juan Aiub, dos jóvenes poetas y editores, también hijos de desaparecidos, que no cejan en el rastreo de la poesía inédita, perdida y escondida por efecto del terrorismo de Estado. Estos muchachos están haciendo historia, recuperando el tiempo perdido y restituyendo el vacío de los cuerpos desaparecidos por cuerpos de “versos aparecidos”. Los editores revelan que algunos poemas de Rosa se remontan a su adolescencia; pero la etapa del ’72 al ’73, los años en que estuvo presa en la cárcel de Rawson, evidencian una mayor intensidad hacia la escritura. Ninguno de los poemas publicados en Hubiera querido tiene título. El orden de la transcripción de esas hojas sueltas y amarillas lo dispuso Raquel, que decidió incorporar algunas notas al pie para aproximar el contexto o el destinatario.
“El acto de escritura funcionaba para los presos políticos como la necesidad de respirar –plantean Axat y Aiub en “Tras la búsqueda de Rosa”, las notas de la edición–. Los mecanismos de censura internos y la propia dinámica institucional de la cárcel potenciaban los registros de escritura a la vez que obligaban a los presos a ingeniar una suerte de sistema de mensajes clandestino o cifrado entre pabellones–mundo exterior; lugar donde quedaban a salvo sus secretos, la proyección de sus planes, o donde aparecía la reflexión política, la amistad, el amor, el deseo de libertad.” Los editores esbozan la hipótesis de que la experiencia carcelaria durante ese período ponía a prueba la formación de una subjetividad militante cuya épica podría sintetizarse en unos versos paradigmáticos de Urondo: “Del otro lado de la reja está la realidad de/ este lado de la reja también está/ la realidad/ la única irreal/ es la reja”.
En el epílogo, “El querer, siempre”, la poeta Alejandra Szir confiesa que el encuentro con los poemas de Rosa la dejó “sin aliento”. “Algunos son cortos y redondos, otros más largos con versos–hallazgos sencillos, ciertos.” El “hubiera querido” que la hija eligió para titular el libro abarca dos campos de acción que se superponen y retroalimentan: el deseo mutilado de la generación militante, que regresa para suturar el diálogo fracturado; y el deseo “desde el alma” de sus hijos, que quieren saber “qué tanto de ellos desparramamos en el presente”, como afirma Raquel. En el devenir de las pesquisas, los editores han aprendido con Roberto Bolaño que cada detective salvaje busca a su Cesárea Tinajero. “Si bien en este caso la hemos encontrado –confían Axat y Aiub–, y por esas casualidades la musa tiene el nombre de la rosa, seguramente habrá otras por hallar.” Que así sea.
* Hubiera querido se presentará el 15 de julio a las 19, en el Anfiteatro de ATE, Belgrano 2527. Participarán Eduardo Luis Duhalde, Raquel Camps y Julián Axat.
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