Lunes, 3 de septiembre de 2012 | Hoy
LITERATURA › LUISA VALENZUELA Y LA MáSCARA SARDA, SU NUEVA NOVELA
La autora de El gato eficaz se nutre del enigma de Giovanni Piras para enriquecer ficcionalmente el mito del origen sardo del General. “Perón es un emblema casi sagrado. Algo pasó ahí por debajo”, dice la autora, comparando al ex presidente con los “santos populares”.
Por Silvina Friera
Un destino la acecha: cabeza en alto, pero el corazón estrujado. La memoria regresa a la cuadra de la calle Teodoro García y Arribeños, en el barrio de Belgrano. Quizá sea una tarde de 1948 o 1949. Nunca es bueno acelerar demasiado el paso. La suavidad del andar es lo que encanta. Y de encantamientos se trata esta escena. De hechizos y de un renunciamiento. La niña no lo sabe. No puede saber lo que escribirá en el futuro. En tres oportunidades, “sin querer queriendo”, se asomaría de reojo al mito de Perón. La máscara sarda (Seix Barral), su última novela, es la tercera. Carlitos, el vigilante y su cómplice peronista, habla con la mujer que –según la madre de la niña– tenía “la piel más transparente del mundo”. Las enseñanzas secretas dicen que si se quiere encontrar no se debe buscar. Si estamos dispuestos a la renuncia, seremos encontrados. “Evita me llamó y yo hice que no la veía –cuenta Luisa Valenzuela–. Me di media vuelta y me fui hecha un trapo, con un dolor en el alma, porque yo quería la bicicleta.” El antiperonismo era innegociable en el hogar de esa niña, donde los escritores de la época se juntaban “para hablar en voz baja con las ventanas bien cerradas”. Qué difícil alejarse de la tentación más popular de todas: conocer a Evita y tener la bicicleta tan deseada. “Yo quería y necesitaba la bicicleta. Había poca plata en esa época; mamá recién se había separado y no era fácil. Pero cómo iba a recibir la bicicleta con las calcomanías de la fundación en mi casa, con Borges y compañía. Me ma-ta-ban –silabea despacito mientras una sonrisa eclipsa, finalmente, la tensión evocada–. Yo estaba convencida de que estaba mal... Lo que recuerdo es la mezcla de sensaciones al renunciar a la bicicleta: la opresión y el orgullo.”
A Valenzuela le gusta “caminar sobre el fuego del peronismo”. En su casa de Belgrano, rodeada de las máscaras que colecciona, le pone paños fríos al temprano desgarro entre el deseo y el deber ser. “De la bicicleta de la fundación a La máscara sarda, mi novela es la venganza de la bicicleta que no fue; con los derechos de autor me puedo comprar una regia bicicleta”, bromea la escritora en la entrevista con Página/12. Un nuevo renunciamiento la acechó, pero –esta vez– no se concretó. Antes de embarcarse hacia los carnavales de Cerdeña, en febrero de este año, estaba convencida de que nunca más escribiría una novela. “Yo pensé que había cerrado el ciclo. Cuando salió Cuidado con el tigre, una novela muy vieja que nunca había dado a publicar pero que tiene que ver con todo lo que vendría después, luego de El mañana, que para mí fue como mi ars poética, mi legado, me dije: no tengo nada más que decir. Nunca pensé que tenía algo que decir. Pero algo se va diciendo a través tuyo. No hay como renunciar para que venga el golpe.”
El gran golpe sucedió apenas aterrizó en Cerdeña. En la pequeña ciudad de Mamoiada, pueblo montañoso de unos 2500 habitantes, la escritora se entrevistó con Giannino Puggioni, gran referente del carnaval local, presidente de la Asociación Pro Loco de Mamuthones e Issohadores, las máscaras emblemáticas de ese pueblo. “¿Acaso no sabe usted que Juan Domingo Perón era sardo y nació acá, propio de Mamoiada? En un principio se llamó Giovanni Piras...”, le dijo sin anestesia. No tenía noticias de esta leyenda la escritora de ficción que cuanto más atrabiliaria la historia que se cuenta, más la interpela. Aun a su pesar. “Los servicios secretos de su país –continuó el referente del carnaval sardo– se han esmerado en borrar todas las pistas, pero acá lo sabemos desde principios de los años ’50.” Ahí nomás le mostró las páginas del viejo diario L’Unione Sarda de 1951, donde se anunciaba el increíble “descubrimiento”. Luisa leyó el primer artículo firmado por Nino Tola, abogado y periodista que cuenta cómo Giovanni Piras, emigrante de Mamoiada que llegó a la Argentina a los 17 años, repentinamente cortó todo contacto con familiares y amigos de su pueblo natal porque, a decir de unos compañeros de trabajo, “se había convertido en un personaje sumamente importante” que podría ser el presidente argentino. El germen de La máscara sarda. El profundo secreto de Perón cayó en sus manos de la manera menos esperada. No podía esquivar ni renunciar a hacer lo que mejor sabe: escribir con el cuerpo, poner mentalmente las vivencias o los asombros en palabras, encontrar la manera más eficaz de verbalizarlos. Cuando regresó, suspendió otros viajes y conferencias. “Mi cabeza estaba en otro lado”, subraya Valenzuela. Aunque todavía le parezca extraño, se zambulló durante dos meses enteros en la escritura de la novela.
“Es usted trino, mi General”, dice José López Rega, el Brujo, la noche del sábado 16 de junio de 1973 en la quinta del barrio madrileño de Puerta de Hierro. Muy cerca, en el piso alto, está el sarcófago de Evita; en los bajos fondos de la quinta, en el inframundo, deambula Isabel. “Vamos, Lopecito, acábela con sus patrañas y déjeme descansar tranquilo que tengo que prepararme para el gran viaje. Quiero llegar en forma al destino que me aguarda desde siempre. ¡Trino, qué boludeces se le ocurren, Lopecito! Ni que yo fuera un pajarito, un pajarón”, retruca Perón en las primeras líneas de la novela. El Brujo, hundido en un viejo rencor, no dará el brazo a torcer. Pese a las ironías y maltratos del viejo, no ceja en convencer al General, hipnosis mediante, para que rememore el eslabón de su infancia escamoteada. “Usted es Juancito Sosa y es Juan Perón por supuesto, pero no debemos olvidar que primero y principal usted es Juanne de Mamoiada, al que llaman también Juvanneddu o Juvennu. Usted es la reencarnación del dios Dionisos, el de los múltiples nombres. Todos los Juanes son usted, mi estimadísimo, lo configuran, confunden y complican, pero yo estoy acá para definirlo porque también soy trino (en un aspecto muy íntimo que ni sueño con explicarle, viejo socarrón).”
Novela “trina” estructurada en tres partes, será la Filonzana –la máscara más oculta de Mamoiada– el alter ego de la escritora, la hiladora que urde la trama. La que teje y se nutre del enigma de Giovanni Piras, inmigrante sardo que probablemente nació en 1893 o 1895. Y que al poco tiempo de llegar a la Argentina fue protegido por Juana Sosa –personaje de crecimiento descomunal en la segunda parte de La máscara sarda, que transcurre en Chubut, en la estancia donde estaban radicados los Perón– y cambió su identidad para no regresar a Cerdeña y cumplir el servicio militar. Luego daría el gran batacazo al casarse con Aurelia Tizón y escalaría posiciones hasta abandonar su máscara sarda. “Usted se nutre de las contradicciones, les saca punta como a lápiz para ir escribiendo su pasado como mejor le cuadre al momento en que escribe –afirma el siniestro López Rega en un tramo de la novela–. A cada uno de los entrevistados les dio fechas diferentes, información confundida. Y lo bien que hizo y usted lo sabe y no se cansa de repetirlo: el misterio es su mejor aliado.”
–El mito de Perón es inagotable, ¿no?
–Sí, como todo mito, es de múltiples lecturas. Mi novela es una lectura más, desde la ficción. El mito es el habla, todo lo que se dice; se va formando por lo que uno va comprendiendo y mirando desde otros ángulos. Perón escribió su mito en el imaginario de los argentinos; por eso borraba huellas. El mito necesita muchas ambigüedades. Es una lectura que aporta el lado mágico. Y estaba pensando también en todos los santos populares. Perón, que tuvo sus cosas positivas y negativas –muchas más positivas que uno le reconoce–, es un emblema casi sagrado. Algo pasó ahí por debajo. Más allá de él y de todo. También como los santos populares, ¿no? ¿Qué pasa con esos santos populares como la Difunta Correa o el Gauchito Gil, que de golpe se convierten en seres tan emblemáticos?
–Un ser también emblemático es Juana Sosa, que en un momento de la novela crece tanto que parece la protagonista. ¿Cómo explica esta sensación que genera el personaje?
–Esa madre es una figura universal. Me interesó mucho esto de las madres a posteriori. Yo no me planteo de antemano que voy a explorar sobre las madres. Pero en algún momento esa exploración empieza a armarse y Juana Sosa cobra una fuerza que no me esperaba. Tenía previsto que la parte argentina sería más corta; de hecho pensé en una novelita muy corta. Pero empecé a solazarme con el mundo gaucho y la parte tehuelche de Juana Sosa. Por lecturas supe que ella era una mujer fuerte, que manejaba la estancia.
–¿Cómo fue el regreso de López Rega, como personaje de ficción?
–El hecho de que volviera el Brujo fue lo que abrió la novela, porque no sabía cómo tratarla. Hasta que entendí que el Brujo le tenía que haber tenido mucha bronca a Perón porque no lo puso como su representante y eligió a Cámpora; no le dio el lugar que él quería. Ese resentimiento me vino como anillo al dedo. Como al Brujo ya lo tenía trabajado, escribí la novela muy rápido, porque estaba en una parte horrible de mi inconsciente, en la zona más oscura.
–¿Por qué plantea, al final de la novela, en la “Bitácora”, que a Perón le tendría que haber gustado esta historia de la máscara sarda?
–Lo traté con el mayor respeto posible a Perón y no creo que la novela sea hiriente. Pero confieso que en algún momento me sentí incómoda porque estaba escribiendo sobre un personaje que tanta gente venera. No me gustan los dogmáticos de ningún color ni de ninguna laya. Crean esto o todo lo contrario. Los dogmáticos son personas que no tienen flexibilidad de cintura para ver la otra cara de los asuntos. Los dogmáticos me resultan muy banales, la banalidad del mal. O del bien, que también puede ser igualmente banal y siniestro. Esta historia le tendría que haber gustado a Perón, si no hubiera sido anticonstitucional, porque es muy enriquecedora como mito. Alguien que viene de ese pasado, de ese mundo pastoril, de haber sufrido ser un chivo expiatorio, de haberse liberado de eso, de haber entablado una relación y haberla seducido intelectualmente a Grazia Deledda –algo que invento yo– para que se preocupe por ese chico, hijo de la Accabadora, que es una mujer mágica. No es una infancia denigrante. Al contrario: es dura, pero extraordinaria.
–¿Le costó escribir los diálogos, hacerlo hablar a Perón?
–Lo he escuchado hablar tanto a Perón que la escritura se dio naturalmente. Cuando el personaje crece en uno, pasa por otro filtro. Además es un Perón disminuido, viejo, enfermo. No es el Perón que recordamos en su magnificencia. Todo fluyó con tanta naturalidad..., es tan extraño que tocó un resorte muy interno. El tabú –como dice Roland Barthes– empieza a fluir y sale eso que está oculto y que ni sabés que lo tenés.
–¿Cómo explica esa fascinación que ejerce en usted el peronismo, sin ser peronista?
–El peronismo es fascinante y en absoluto me definiría como peronista. El peronismo fascina a tantos; Perón es el héroe de las mil caras de (Joseph) Campbell. Imaginate que si Macri es peronista, si Menem es peronista, si Cristina es peronista, si la gente de ultraizquierda es peronista... Es el significante vacío de Ernesto Laclau, cuando habla del peronismo como esa cosa donde todo cabe, es informe. En esa “informidad”, por decirlo así, entra la infancia mamoiadina, la máscara sarda. Perón, de alguna extraña manera, es una máscara. Yo estoy a favor de las máscaras. Yo amo las máscaras, no lo digo en un sentido negativo. Lo digo como algo transformativo que te permite ingresar en otro espacio.
A toda costa una máscara procura inmiscuirse en el campo visual. Hay tantas máscaras en esta casa que la cuestión podría ser minúscula. Pero esta máscara deja a la entrevistadora con los ojos como platos cuando cae en la cuenta –con todas las connotaciones de la caída como golpe– del asombroso parecido. Luisa se ríe con ganas. “La compré en Cerdeña y la guardé. Ni siquiera la había mirado. Cuando llegué acá, la saqué y la puse en esta repisa. Y de pronto me dije: ‘¡Ay, se parece a Perón!’. El mascarero -Franco Sale- no cree que Perón sea de Mamoiada. Dice que es una leyenda. La mitad de los mamoiadinos no cree y la otra mitad sí. Lo curioso es esa pasión, la fuerza de esa creencia popular que materializa situaciones”.
–Esa experiencia del carnaval en Cerdeña, tan definitiva en la escritura de La máscara sarda, ¿la vivió como si hubiera estado, en cierto sentido, en un mundo peronista?
–Tenés razón en lo que me preguntás porque estás pensando en otro tipo de carnaval. Pero el carnaval de Cerdeña es muy interior, muy brutal, de despertar la tierra. La Filonzana tiene la tijera porque va a cortar el hilo de la vida; es muy trágico. En cambio para mí el peronismo es la alegría, la felicidad de masas. Quizá el carnaval de Cerdeña sea la otra cara, la cara oculta del peronismo. Ese es el mundo que me enriqueció y me conmovió. La escritura siempre es mediúmnica.
* La máscara sarda se presenta mañana a las 19 en la librería Cúspide Recoleta (Vicente López 2036), con Guillermo Saavedra. Marilú Marini y Leonardo Sbaraglia personificarán, respectivamente, a López Rega y a Perón.
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