Viernes, 21 de septiembre de 2012 | Hoy
LITERATURA › LA ESCRITORA ITALIANA SILVIA AVALLONE HABLA DE SU NOVELA DE ACERO
La joven narradora ubica su historia en la Italia de Berlusconi. Y describe el mundo del trabajo industrial, degradado e invisibilizado por “los falsos mitos de la televisión”. Un tema, también, prácticamente excluido de la novelística contemporánea.
Por Silvina Friera
El movimiento elemental de la máquina es igual a la vida. La sombra de este pensamiento atraviesa la mente del joven Alessio, obrero de una planta siderúrgica de Piombino –una ciudad de la Toscana a orillas del Mediterráneo– que vota a Forza Italia, a Silvio Berlusconi. Al muchacho no le quita el sueño la justicia social y no deja de burlarse, en cuanta ocasión se le presenta, de las convicciones comunistas de su madre. Aunque él y tantos otros trabajadores de la Lucchini sean víctimas de la expoliación, en lo único que piensa es en tener un Golf GT. En ese verano de 2001, su hermana Anna y la amiga Francesca –la morena y la rubia–, dos adolescentes que salpican sonrisas aquí y allá entre los vecinos del barrio obrero Via Stalingrado, sienten determinadas cosas en el cuerpo. Los ojos masculinos horadan esos cuerpos que experimentan cambios. Necesitan que las miren; andan agarradas de las manos, como novias, se exhiben y juegan un juego que va en serio. Tienen ganas de hacer algo que no debe hacerse y que el mundo debe mirar. Pero la amistad también duele. Pronto llegará la escisión, la crisis. De acero (Alfaguara), primera novela de la joven narradora Silvia Avallone, es una ficción excepcional. Narra el mundo del trabajo industrial, degradado en su precariedad sin fondo, el gran excluido o convidado de piedra en la novela contemporánea, explorando qué implica crecer para dos chicas en un entorno tan hostil y cruel.
“En la última década, al menos en Italia, el trabajo en general, y el trabajo del obrero en particular, fue el gran excluido del relato de los medios”, cuenta Avallone. “Se veía mayormente, sobre todo en la televisión, la imagen de una vida que estaba a años luz del esfuerzo, las dificultades materiales, los dramas y los problemas de la desocupación, de las muertes por negligencia, del deterioro y los peligros presentes en muchos lugares de trabajo. Como si ya no existieran las fábricas y los obreros hubieran de-saparecido.” La escritora nació en Biella, en 1984. Después de obtener la Licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad de Bolonia, comenzó a escribir relatos cortos y poemas. De acero, publicada en Italia en 2010, fue finalista del Premio Strega y cosechó un puñado de premios como el Campiello, Flaiano y Fregene, entre otros. La versión cinematográfica de la novela, dirigida por Stefano Mordini, acaba de ser exhibida en el Festival de Venecia dentro de las Jornadas de Autores. Dos actrices piombinesas, Anna Bellezza y Matilde Giannini, interpretan a Anna y Francesca. “Para mí fue una experiencia extraordinaria: ya sea volver a los lugares reales de la novela, colaborar en la escenificación o ver a mis personajes tomar cuerpo. Mientras la escribía la veía como una película. Y cuando vi la película, lloré”, confiesa la escritora en la entrevista con Página/12.
“Yo tenía una fábrica gigante a pasos de mi casa, crecí y pasé los veranos con jóvenes que trabajaban el acero –recuerda–. El vigor de sus anécdotas y la fuerza trágica y fascinante de la acería me dieron la esencia para la historia que tenía en el corazón. Quería poner nuevamente en escena la realidad desnuda y cruda de una parte de mi país. Que se hablara del trabajo: un derecho que para mi generación está cada vez más ausente, difícil de alcanzar, lejano. Hoy, con la crisis económica, los obreros reclaman ser escuchados, vuelven a salir a la plaza; por fin estos temas se volvieron tan urgentes que no pueden ser aplazados. Sin embargo estaban ahí desde antes: jóvenes que fabricaban el acero y necesitaban ser escuchados y mirados. Yo siempre los vi como pequeños héroes de la vida cotidiana y pequeños guerreros del acero.”
–¿Qué cuestiones ahondaron ese abismo generacional entre padres e hijos para que una madre militante comunista tuviera un hijo votante de Berlusconi que sólo quería formar parte de la sociedad de consumo sin importarle el “cómo”?
–Hubo un tiempo en el que podíamos ilusionarnos de que lo importante era “disfrutar de la vida” y en el que la vida podía ser una gran fiesta. Una época, en realidad, de gran desilusión respecto de la política y los ideales del pasado, de desorientación, de individualismo llevado a la exasperación, de falsos mitos construidos por la televisión. Como si la realidad no tuviera valor respecto de los sueños de la sociedad de consumo. Esta época duró poco y no podía ser de otra manera. Hoy los hijos se dieron cuenta de que les espera un futuro no mejor, sino peor al de sus padres y de que, para mejorar, la realidad tiene que ser enfrentada y no disimulada. Podríamos decir que quizá las generaciones pasadas no se ocuparon mucho de dejarnos como herencia un mundo más justo y la dosis necesaria de oportunidades para que ese mundo se realizara. El asunto es que un horizonte colectivo es necesario, una visión del mundo que contemple un “nosotros” en lugar de un “yo”. Es necesario volver a las fábricas que están cerrando y hablar con los obreros que temen perder su puesto de trabajo, con los jóvenes que esperan una oportunidad haciendo cola en las bolsas de trabajo. Partir nuevamente de la realidad, la más dolorosa, y contarla, porque lo que dejamos en el silencio es como si no existiera.
–Vista desde la amistad entre Anna y Francesca, De acero sería una novela de formación, pero también por la problemática social, económica y política está cercana a la novela social del siglo XX. De hecho, el narrador omnisciente es propio de la novela realista, ¿no? A pesar de esa tercera persona, que podría a priori implicar demasiada distancia respecto de los personajes, daría la impresión de que ese tipo de narrador, en sus manos, es tan plástico que puede bosquejar al mismo tiempo una intimidad tan potente como la que se presume en una primera persona.
–Mi deseo era relatar un mundo muy amado por mí, que es el de la periferia industrial italiana. Un mundo muy distinto al del paisaje de “postal” que se tiene de nuestro país en el exterior. Pero también un mundo lleno de humanidad y de sentido del otro, de comunidad, de grupo. Quería que ese mundo fuera mirado ante todo por dos jovencitas que están creciendo, dos futuras mujeres que quieren emerger, pero es difícil cuando detrás se tienen familias desgarradas por dentro y una fábrica enorme siembra la vida y la muerte como un dios de la noche. Quería que De acero fuera ambas cosas: una novela social y de formación. Quería también que la perspectiva fuera lo social visto por quien tiene toda la vida por delante. Por quien necesita desesperadamente un futuro. Elegí instintivamente la tercera persona porque precisaba moverme libremente para poder recrear un mundo verdadero. Tenía que poder pasar de un punto de vista al otro y poder concederme toda la libertad de la omnisciencia. Sin embargo, en efecto, me involucré con mis personajes hasta el alma. Me reencontré a mí misma enredada en sus emociones, implicada y cómplice. Siempre tomé partido por ellos, siempre los defendí, lloré literalmente con ellos y de esta manera toda la objetividad de la tercera persona de memoria dieciochesca se desvaneció. Fui una tercera persona absolutamente no objetiva. Amiga de mis personajes, por momentos incluso quizás una especie de “hermana mayor”. Quería ser su testigo y terminé volviéndome una de ellos. Es lo placentero de escribir una novela.
–En un momento de la novela, cuando una chica dice que le gustaría ser escritora, Anna le responde: “¡Pero si eso no es un trabajo!”. ¿Por qué la escritura no suele ser considerada un trabajo, sino más bien un pasatiempo o un hobby?
–La escritura es una actividad que tiene que ver en igual medida con el esfuerzo y la artesanía como con el misterio. Es necesario ser metódico y disciplinado: trabajar ocho horas al día todos los días, ser muy severo con uno mismo, escribir y reescribir incluso decenas de veces una misma página. Con frecuencia, es frustrante. Es lo más lejano a un hobby que se pueda imaginar. Pero posee también un “no sé qué” de misterio que no depende de nosotros y que tiene que ver con los personajes, con sus vidas que en un momento se vuelven autónomas y te arrastran. Entonces, es un trabajo y no lo es. Escribir para mí siempre significa también tratar de conocer una partecita de realidad y apartar ese pedacito del silencio y del paso inevitable del tiempo.
–¿Cómo vivió el hecho de querer escribir, de ser escritora?
–Por cada página buena, siempre escribí al menos cincuenta que descartaba al instante. Escribir por escribir es parte de la escritura. Es un vaivén continuo: en el lapso de 24 horas se pasa de la exaltación por un personaje a la frustración por no haberlo completado como se merecía. Hay un poco de fanatismo y de irracionalidad en todo esto. A los veinte años decidí que iba a escribir. Antes no había sido una decisión consciente, sino un deseo que brotaba de mi amor por los libros y por la lectura. Obviamente, antes de De acero mis padres y mis amigos me miraban con cierto cinismo y recelo. También por eso escribí mi primera novela manteniendo la más absoluta reserva. No quería que me tomaran por extravagante (risas). Mis días no tenían nada de extravagantes: estaba en la computadora, sentada en el escritorio. Después de De acero las cosas cambiaron, pero sólo en la mirada de los demás. Para mí escribir siempre es el mismo desafío de crear mundos de la nada a través de las palabras.
–Se ha comparado su literatura con (Emile) Zola por el naturalismo, con (Pier Paolo) Pasolini, por darle visibilidad a los jóvenes lúmpenes y con Vasco Pratolini por el neorrealismo. ¿Qué significan estos nombres para usted? ¿Qué otras influencias reconoce?
–Zola, Pasolini y Pratolini son gigantes con los que nunca osaría compararme ni siquiera lejanamente. Siento particularmente una auténtica veneración por Pasolini. Sin embargo, puedo considerarlos maestros a los tres. Me formé sobre todo con la poesía, de (Giovanni) Pascoli a (Wislawa) Szymborska, también con los grandes clásicos del Ochocientos, desde Dostoievski hasta Flaubert. Amo las novelas construidas como grandes catedrales, que sepan crear mundos verdaderos. Narraciones no de diario e introvertidas, sino lo más extrovertidas posible y que sepan recrear épocas, tramas vastas de la existencia. También amo el lenguaje libre, absolutamente preciso de la poesía. Por último, para decir un nombre que no puedo callar, el de una gran mujer italiana que espero que los lectores argentinos aprecien también: Elsa Morante. Este año es el centenario de su nacimiento. Ella es quizá la escritora que siento más cercana.
–¿Cómo sigue la vida después de De acero? ¿Qué está escribiendo ahora?
–Durante un año y medio, casi dos, recorrí Italia y Europa. Fue como un “viaje de formación” ulterior. Encontrarme con los lectores fue, sin dudas, la experiencia más fuerte y más auténtica. Pero mi trabajo, lo que más amo hacer, es quedarme sola con mis personajes, escribir y reescribir hasta que la historia toma verdaderamente cuerpo y se vuelve autónoma, como yo la deseo y la quisiera leer. Pero este es un trabajo muy íntimo y es necesario que sea un secreto hasta el final (risas).
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