Jue 10.01.2013
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LITERATURA › LA OBRA DE ROBERTO ARLT PASó A SER DE DOMINIO PúBLICO

Aguafuertes para celebrar

Ya cumplidos los setenta años de la muerte del autor, ahora cualquiera puede publicar o compartir sus textos sin pagar derechos. Y como para certificar que 2013 será arltiano, por primera vez serán compiladas sus Aguafuertes cariocas.

› Por Silvina Friera

En el mar revuelto de la memoria, la afinidad de los recuerdos funda un nuevo orden alfabético con los apellidos de los escritores que vuelven bajo la confortable oleada del dominio público. Tarde o temprano, el tiempo ofrece la chance de reconstituir los puentes que el olvido, la omisión o el ninguneo intentaron borrar o quebrar. La mirada del flâneur –la de miles de lectores que como topógrafos se entregan a la dicha de transitar y descifrar cientos de páginas como si estuvieran en sus casas– tiene motivos para celebrar el inicio de la temporada. “Comienzo por declarar que creo que para vagabundear se necesitan excepcionales condiciones de soñador. Ya lo dijo el ilustre Macedonio Fernández: ‘No toda es vigilia la de los ojos abiertos’”, se lee en una de las Aguafuertes porteñas. “Ante todo, para vagabundear hay que estar por completo despojado de prejuicios, y luego ser un poquitín escéptico, escéptico como esos perros que tienen mirada de hambre, y que cuando los llaman menean la cola, pero en vez de acercarse se alejan, poniendo entre su cuerpo y la humanidad una considerable distancia.” Después de transcurridos setenta años de la muerte de Roberto Arlt (1942), todas sus obras podrán ser reproducidas sin que medie restricción o derecho de autor alguno. Este será un año arltiano en el que se augura un gran batacazo: la publicación por primera vez de cuarenta crónicas cariocas, nunca antes reunidas en un libro, que el autor de Los siete locos escribió a principios de la década del ’30 del siglo pasado en Río de Janeiro.

La trama se repite. El tiempo de la espera concluye. Aunque los nombres cambien. Los Reyes Magos dejan por anticipado sus regalitos en los zapatos de los lectores. Arlt no es el único “caso” para celebrar. El listado de obras que ingresan al dominio público incluye a varios narradores y poetas: Miguel Hernández (España), Robert Musil (Austria), Irène Némirovski (Rusia), Bruno Schulz (Polonia), Stefan Zweig (Austria), Porfirio Barba Jacob (Colombia), José María Eguren (Perú) y Jorge Cuesta (México), entre otros. Todos los primeros de enero varias obras empiezan a formar parte de este “shock póstumo” de tiempo ilimitado que permite que una constelación textual esté disponible sin pagar derechos. La propiedad intelectual en Argentina –como en los países miembros de la Unión Europea, Brasil, Israel y Rusia, entre otros– tiene vigencia por setenta años a partir del primero de enero del año siguiente a la muerte del autor, según dispone el artículo quinto de la ley 11.723. El año pasado ingresó a esta categoría la obra de Virginia Woolf. Varias editoriales argentinas como La Bestia Equilátera y Cuenco de Plata aprovecharon la ocasión para poner en circulación La muerte de la polilla y otros ensayos, Freshwater, única pieza teatral de escritora inglesa; Flush y Un cuarto propio, entre otros títulos. En 2008, la obra de Horacio Quiroga, uno de los mayores cuentistas del Río de la Plata, entró en esta suerte de paraíso en la tierra para editores y lectores.

Las bondades del dominio público, enhorabuena, pueden ser capitalizadas por lectores y usuarios que quieran subir y compartir, nuevas tecnologías mediante, Los siete locos, El juguete rabioso, Los lanzallamas o El amor brujo, por citar algunos títulos de Arlt que ya están callejeando por el amplio espacio virtual, circulando de pantalla en pantalla, a tan sólo un click de distancia para descargar. Los devotos del libro impreso, aquellos que observan los e-books aún con ciertas prevenciones, tendrán su revancha en papel. Entre las novedades editoriales del año, no podía faltar un auténtico Arlt inédito: cuarenta crónicas nunca antes reunidas en un libro, fechadas entre el 2 de abril y el 29 de mayo de 1930. Adriana Hidalgo publicará Aguafuertes cariocas, compilado y prologado por Gustavo Pacheco. Después del impacto que tuvieron las Aguafuertes porteñas que publicaba cotidianamente en El Mundo, Carlos Muzio Sáenz Peña, el director del diario, le ofreció al escritor la oportunidad de viajar por América del Sur para escribir notas de viaje. En abril de 1930 llegó a Río de Janeiro, donde permaneció durante dos meses. Las crónicas que escribió desde esa ciudad nunca fueron publicadas antes, con excepción de tres textos: “¿Para qué?”, “Pobre brasilerita” y “Espérenme, que llegaré en aeroplano”.

En el estudio introductorio de las Aguafuertes cariocas, maravilla que el lector pronto tendrá entre sus manos, Pacheco afirma que es sorprendente que no hayan sido reunidas hasta ahora y que sean prácticamente desconocidas. “Tanto desde el punto de vista literario, como desde la perspectiva histórica o sociológica, los textos escritos por Arlt en Río de Janeiro están a la altura de lo mejor de su producción periodística. Por tratarse de las primeras crónicas que escribió fuera del país, las aguafuertes cariocas funcionan también como laboratorio para las notas de viaje que escribió después, a lo largo de su carrera”. Pacheco encuentra en estos textos “un retrato muy franco y personal” del Brasil de la década del ’30, además de un “cambio gradual en las impresiones de Arlt” a lo largo de su estadía brasileña. “Las primeras notas, que enaltecen a Río y a sus habitantes, dan lugar a textos cada vez más críticos y cáusticos, en los cuales Buenos Aires y la sociedad argentina aparecen como el contrapunto moderno y civilizado respecto del atraso en que se encontraban Brasil y su capital de entonces. Se revela así un Arlt muy diferente del narrador cínico y pesimista de la realidad porteña; un Arlt, como él mismo dice, ‘argentinófilo’, orgulloso de su ciudad natal, y que advierte que ‘es necesario haber vivido en Buenos Aires y después salir de ella para saber lo que vale nuestra ciudad’. Arlt escribe lo que quiere y como quiere, incluyendo opiniones abiertamente prejuiciosas, racistas y sexistas”, plantea Pacheco. Bienvenidas sean, entonces, las parrafadas políticamente incorrectas de un autor crucial que todavía puede ensayar distintas variantes en el peliagudo arte de incomodar.

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