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Domingo, 26 de mayo de 2013

LITERATURA › RICARDO FORSTER HABLA DE LA ANOMALIA KIRCHNERISTA

“El kirchnerismo perturba la buena conciencia argentina”

En su flamante libro, el filósofo y ensayista plantea que la aparición de Néstor Kirchner “rediseñó, hacia atrás y hacia adelante, la travesía del país”. Y aquí plantea que “nadie puede permanecer indiferente a lo que esta década suscitó en términos de discusión”.

 Por Silvina Friera

Las pasiones políticas regresaron. La lengua de Néstor Kirchner, a diez años de su irrupción en la escena argentina, “rediseñó, hacia atrás y hacia adelante, la travesía del país”, plantea Ricardo Forster en La anomalía kirchnerista (Planeta). “El kirchnerismo perturba, desacomoda, incomoda; desemprolija una historia que prolijamente iba cegando cualquier posibilidad de cambio. Bajo otra lógica, recobra aquella idea cookeana de lo maldito; rompe ese bloque bien ordenado del poder. El kirchnerismo introduce una febrilidad a la realidad, le sube la temperatura. Me interesa el kirchnerismo en la medida que perturba la buena conciencia argentina”, admite el filósofo en la entrevista con Página/12. “El lenguaje es el centro de una disputa. Las palabras se convierten en instrumentos de construcción de sentido, en trama de controversia política. Y más hoy cuando todo está en discusión. Lo que rescato de este tiempo –por eso el concepto de anomalía que retoma el título de otro libro, pero que ahora piensa específicamente lo kirchnerista– es que no recuerdo un momento histórico donde tantas cuestiones hayan sido puestas en debate público. Y que se lo haya hecho tocando núcleos del sentido común que antes permanecían intocables, independientemente de si uno se siente más próximo o lejano del kirchnerismo. Nadie puede permanecer indiferente a lo que esta década suscitó en términos de discusión.”

–Le han cuestionado el concepto de “anomalía”, una palabra que tal vez genera cierto malestar.

–No soy un defensor a ultranza de una palabra, como si fuera iluminadora del mundo. El concepto de anomalía apunta a un énfasis: qué hay de ruptura, de giro, de perturbación en esta época. Qué trajo el kirchnerismo, en un sentido de ir a contracorriente. Intento ser muy benjaminiano en mi lectura de la realidad histórica, de lo que va sucediendo en el interior de la vida social-político-cultural. Me interesa mucho la idea de la ruptura, de discontinuidad, de sorpresa, de lo inesperado, de la excepcionalidad. No creo en las concepciones acumulativas de la historia, en la historia como una continuidad necesaria. Desde esa perspectiva, me interesa el dislocamiento, la ruptura, el descentramiento; lo que viene de antes, pero cae en el interior de una nueva significación. No pretendo que la anomalía sea una categoría ni que el kirchnerismo no tenga dentro suyo continuidades. Hay un conflictivo vínculo con el peronismo, resabios de la vieja política, dispositivos de alianzas que, lejos de ser innovadores o rupturistas, podrían ser leídos como continuidades de formas previas. Pero el kirchnerismo coloca a todo eso en una “dimensión otra”. Y al colocarlo en esa otra dimensión, lo desplaza. No es lo mismo una alianza con gobernadores o intendentes para llevar adelante las políticas de siempre, que una puja en el interior de un dispositivo tan complejo como el peronismo para sostener una política de transformación de la sociedad.

–¿Qué otras cuestiones son tensas para usted al interior del kirchnerismo, eso que se podría definir como núcleos críticos, problemáticos?

–El kirchnerismo no ha podido todavía salirse de cierto abrazo de oso que le marca una historia muy compleja del peronismo. Soy de aquellos que piensan –y lo digo en el libro– que el kirchnerismo es un plus. Que es el peronismo, pero es algo más. Que el kirchnerismo no debe ser pensado sólo desde la matriz del peronismo, sino que se ha constituido en el interior de una nueva experiencia histórica en la Argentina. Se nutre del peronismo, pero a su vez se mueve en el interior de una realidad que ya no es aquella que definía las circunstancias hegemónicas del peronismo tal cual lo conocimos. El kirchnerismo tiene un problema no menor: cómo construye alianzas y cuáles son los actores sociales y económicos con los que desarrollar esas alianzas. El ideal inicial del kirchnerismo de forjar una burguesía nacional ha fracasado. Los sectores del capital en la Argentina están siempre al borde de la ilegalidad y del juego de debilitamiento de las estructuras institucionales, porque estaban acostumbrados a ser los que determinaban la vida política. El kirchnerismo se ha encontrado frente a un problema no menor en relación con la estructura sindical, que está fragmentada, y no queda claro si hay un actor sindical que pueda sostener al Gobierno, en caso de dificultades. No ha logrado desplegar una transformación de la estructura del Estado que esté a la altura de los cambios que efectivamente sí ha producido. No quiero disculparme frente a la pregunta “¿cuáles son tus críticas?”. Lo voy a decir de una manera muy contundente y decisiva: tanto Néstor Kirchner como Cristina siempre se colocan a la izquierda de nuestras supuestas críticas de lo no hecho. A nosotros no se nos hubiera ocurrido que éste era el momento para plantear una reforma de la Justicia. Discutir la Justicia es discutir una de las tramas estructurales del poder y de las formas de dominación de una sociedad. Al mismo tiempo, vos me dirías: “¿Qué hacemos con los qom?”. Ahí hay una deuda y hay que actuar sobre esa deuda.

–Es una gran deuda, a pesar de que no se puede obviar el hecho de que el kirchnerismo hizo por las comunidades originarias lo que no hicieron otros gobiernos.

–Pero eso lo endeuda más. Si este es un gobierno que efectivamente ha avanzado en la construcción de nuevos derechos –que tienen una relación directa con los sectores más débiles de la sociedad, desde las minorías sexuales hasta las minorías étnicas–, el gobierno más responsable es de cualquier tipo de acción violenta o de cualquier pérdida de garantías para que esos derechos funcionen. El Gobierno no puede decir “nosotros somos los que más hicimos”. Se tiene que hacer cargo de que modificó un mapa de carencias, pero que hoy está más obligado. Lo mismo sucede con los sectores populares, con los trabajadores. Cuando vos salís de un momento de destrucción, de caída brutal de salarios, de desocupación y reconstruís salarios y derechos, el piso cada vez es más alto y las aspiraciones cada vez mayores. Y, por lo tanto, las demandas van a crecer. Y un gobierno democrático, transformador, progresista, no puede decir “ya les dimos demasiado”. Cuando una sociedad se reconstruye, aspira a más. Ahí está la dificultad y también la oportunidad del gobierno: cómo lograr que ese “más” no quede encerrado. Algo que me parece clave es el tema corporativo. Y no me refiero sólo a las corporaciones económicas, sino también a los sindicatos, los movimientos sociales. Cuando la corporación pone por delante su propio interés al interés general, se pierde de vista el conjunto. Se pierde de vista la densidad de las transformaciones que están operando y la necesidad de ir acomodando los intereses particulares a un interés general. Este es el punto más complicado de cualquier proyecto de transformación social que busca ampliar el piso de la igualdad. Los mineros en Bolivia ahora piden un tipo de régimen jubilatorio que es insostenible. O las demandas corporativas de ciertos sectores sindicales en la Argentina.

–Más allá de que Hugo Moyano haya transformado una demanda por cierto legítima, elevar el piso del mínimo no imponible de Ganancias, en punto de ruptura sin retorno con el kirchnerismo, ¿el kirchnerismo también se equivocó al soltarle la mano?

–Pero el piso de Ganancias no fue el motivo de la ruptura. Moyano guardaba la estructura autorreferencial de una trama corporativa que no ve más allá de sus propios intereses. Moyano fue un aliado importante. Los años de Néstor Kirchner y los primeros de Cristina tuvieron a Moyano como un personaje necesario para sostener un momento complejo, el que se abrió con la crisis por la disputa de la renta agraria. Pero Moyano, al mismo tiempo, tiene una visión de sociedad, de país, que iba a entrar en antagonismo con un salto cualitativo que se está dando en el kirchnerismo, en términos de resignificación de la política, de los actores sociales. Y que Cristina va llevando hacia otra dimensión de lo político, de los vínculos y de las alianzas, que no eran las que dominaban la escena del primer kirchnerismo. ¿Podía haberse encontrado un punto de contemporización? Puede ser... Lo extraño de este momento es que el kirchnerismo no suele retroceder frente a ciertas decisiones que incluso lo pueden conmover: desde la disputa por la renta agraria, la disputa por la ley de medios, la disputa con el sindicalismo y con Moyano, la disputa con el Poder Judicial. El modo en que el kirchnerismo ha ido construyendo lo político y el poder está en ese filo de la excepcionalidad, esa sensación de un momento histórico donde el piso bajo nuestros pies está siempre moviéndose. ¿Fue terrible la ruptura de esa alianza con Moyano?

–Quizá fue dramática para quienes recuerdan al Moyano que se plantó en los años ’90 contra la flexibilización laboral.

–Evo (Morales) tiene un conflicto equivalente con la COB, la vieja central obrera boliviana, que no es lo que era. Hoy la COB va hacia la construcción de un partido político, como intenta Moyano, un partido contrario a Evo. La COB también termina aliándose o siendo funcional con los sectores de la derecha golpista boliviana. Cuando se mira las alianzas de Moyano hoy, uno acepta que podés entrar en disputa, distanciarte de un gobierno, pero hay una idea de sociedad, de país y el reconocimiento de quiénes son tus adversarios efectivos que no te permite ese movimiento oportunista, ese desplazamiento de Moyano. Converso mucho con dirigentes sindicales y creo que no hay una política hacia el movimiento obrero del kirchnerismo. No ha surgido la posibilidad de una relación entre kirchnerismo y movimiento sindical. Hay que preguntarse si el kirchnerismo no supone una visión de los sujetos sociales que no hace del sindicalismo el núcleo central de esa trama social indispensable sobre la cual sostenerse. Es un tema no menor, complejo, difícil, que marca una diferencia del kirchnerismo respecto de la matriz tradicional del peronismo.

–¿Va a ser candidato a diputado en las próximas elecciones?

–No lo sé, nadie me habló... Por un lado me entusiasma, me desafía. Pero al mismo tiempo me produce un ruido interno grande porque tengo una vida construida, un trabajo intelectual no encerrado en lo académico. Me siento cómodo escribiendo, interviniendo en el debate público. Asumir una responsabilidad política tiene otro peso, otra determinación... No deja de producirme contradicciones. Y aparte, tengo una vida hecha ya. No voy a construir una profesionalización de la política, en términos profesionales he seguido otro camino, aunque respeto la figura del político profesional. ¿Qué hago con toda esta película? Tendré que consultar con mi mujer, con mis hijos, con mis amigos. Pero también asumo que algo me pasó, que tengo un lugar. Recorro mucho el país, estoy en distintos lugares y tengo un feeling muy fuerte con la gente, sobre todo de extracción popular. Y eso me produce una emoción enorme... Estas elecciones son fundamentales. Si Cristina me pide que sea candidato, ¿qué le voy a decir? Es casi imposible decirle no a Cristina; estoy en un brete (risas).

Suena el teléfono. Forster atiende. Un programa de radio lo quiere sacar “ya” al aire. Dice que lo llamen en una hora. Cuenta que estuvo recientemente en Bolivia con Evo Morales, entrevistándolo para el documental La letra inesperada. Diez años que conmovieron a la Argentina, que se estrenará en agosto en el canal Encuentro. “Evo tiene una conciencia poderosa de que Bolivia sola no puede. Que sin Kirchner, sin Lula, sin Chávez, no hubiera amanecido a la historia del modo en que amaneció. Me sorprendió muy gratamente ver la relación directa, profunda, intensa, entre Evo y los actores sociales que sostienen el proyecto.”

–¿Qué balance respecto del modo en que el kirchnerismo “rediseñó” el pasado?

–El kirchnerismo tuvo un papel clave en la reinvención del pasado. Vuelvo a ser benjaminiano: el pasado es una cita del presente. No es que el presente hace cualquier cosa con el pasado o que el pasado es una ficción. Se trata de que ese pasado material, que se ha fugado de una determinada forma de percibirlo, vuelve a ser percibido de otra manera. Y vuelve a darle potencia a lo que está sucediendo en el presente. Que Videla haya muerto en prisión tiene una carga simbólica tremenda. No murió en su casa tranquilo, como un viejito al que todos le tienen lástima. Murió como aquel que cumplió una sentencia por crímenes de lesa humanidad, gracias a que hubo un Estado y un momento político democrático que pudo salir de la trampa de los indultos y de las leyes de impunidad. Esto es mucho más de lo que yo hubiera soñado...

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“No creo en las concepciones acumulativas de la historia”, se planta Ricardo Forster.
 
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