Mié 05.06.2013
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LITERATURA › MAñANA SE ESTRENA EL DOCUMENTAL EL JARDíN SECRETO, SOBRE LA POETA DIANA BELLESSI

La eternidad en un instante poético

Realizado por Claudia Prado, Diego Panich y Cristian Costantini, el film propone tres itinerarios para seguir a la autora de Mate cocido: un viaje a su hogar porteño, una escala en Zavalla, su pueblo natal, y finalmente la casita del Tigre, donde escribió sus últimos libros.

› Por Silvina Friera

“Dios está en todas partes”, se lee en un cuaderno escolar, entre dibujos de flores, pájaros, paraguas, bichitos y casitas, de una niña de Zavalla –pueblo de la pampa santafesina– que quería ser monja misionera para ir al Africa. La letra, las frases y las ilustraciones son un gran hallazgo. El preludio de un momento perfecto de El jardín secreto, el documental sobre la poeta Diana Bellessi, realizado por Claudia Prado, Diego Panich y Cristian Costantini, que se podrá ver todos los jueves de junio en el Centro Cultural de la Cooperación. Lo más simple y lo más hondo contenido en una escena memorable. Ya caminó la protagonista por las ruinas de la chacra en la que trabajó su familia, intentando reconstruir la habitación que compartía con sus padres, la arquitectura invisible de esa casita de la que fueron echados en la década del ’60. Ahora está sentada, leyendo el poema “Detrás de los fragmentos”: Peones y campesinos/ fueron mi ascendencia.// Palabras italianas, guaraníes/ quechuas/ se mezclaron desde niña/ en mi alfabeto.// No tengo saga que contar/ ni epopeya sostenida con la espada/ en el anca briosa de una yegua.// Pero sí/ un puñado/ de historias que rescatar/ donde se cuentan/ para memoria de la Aldea/ apariciones/ desapariciones/ en la noche cruenta/ y un enorme azadón/ que puebla todas las cosechas. Entonces sucede el “milagro” o la pequeña maravilla. Tendrá que ceder, si usted se proclama ateo o atea, y reconocer que Dios está ahí, al menos en esos instantes. En una sugestiva comunión, la voz, el poema, la lectura, el paisaje se mueven desde la intensidad del sol al crepúsculo. De la luz a la oscuridad.

A partir de la voz de Diana –con ese modo de hablar y de decir tan cálidos–, el documental propone tres itinerarios: un viaje a su casa y a su jardín en Buenos Aires, con caminata incluida por las calles de Palermo junto a su inseparable perra foxterrier, Talita; una escala en Zavalla, donde nació, en 1946, y donde vive su hermana; y finalmente la casita del Tigre, donde ella misma cuenta que escribió sus últimos libros. Los realizadores acompañan a la poeta por esos espacios vitales constitutivos para impregnarse de la atmósfera que rodea a Diana y ahondar en la trama en la que se teje vida y obra, intimidad y política, naturaleza y asombro incesante. “La escritura, los viajes, el amor de otra persona y la política fueron las pasiones centrales, pero nunca hipotequé la escritura frente a ninguna instancia”, dice la autora de El jardín (1993), Mate cocido (2002), La rebelión del instante (2005) y Tener lo que se tiene (2009), entre otros títulos, mientras pone el cuerpo en la plaza del Congreso, la noche en que se votaba el matrimonio igualitario. “Se supone que una obra se hace con repeticiones en variación; es la variación la que pesa, la que genera una obra. La repetición no la generaría”, plantea y luego comenta que anda imaginando un libro “muy chiquito y muy inocente sobre la ternura que me dan los bichitos”.

El gran logro de este documental es captar esas variaciones no sólo en los paisajes de la obra, sino hasta en los mínimos recodos de una intimidad que no siempre resulta asequible. Llega el domingo en Buenos Aires, esa hora fatal, entre las tres y las cuatro de la tarde, en la que la poeta sabe que no es la única que siente “esa tristeza honda y sostenida” que luego, con la noche, se irá. Cuando está en Zavalla con su hermana –que muestra la magnífica magnolia que la madre vio florecer poco antes de morir–, toman mate juntas, evocando anécdotas risueñas de esa infancia compartida –tan parecida y tan distinta– y cómo sus padres, como muchos en aquellos años, pudieron acceder a la realidad de la casita propia. “Y por eso una es peronista en el fondo”, subraya la hermana. “Evita quería mucho a los niños”, escribió la niña Diana en ese cuaderno. “Me acuerdo de haber ido a las procesiones con antorchas por la muerte de Eva”, revela la poeta cuando confronta ese cuaderno escolar con los recuerdos. En ese andar por Zavalla no podía faltar Osmando, el amigo jardinero al que conoce desde los seis años, que tiene un programa de radio en el que habla de plantas y lee poemas de Diana. Y la simpatiquísima tía Porota –que estuvo sentadita en primera fila cuando se presentó la obra reunida de su sobrina, emocionada hasta las lágrimas–, con la que la poeta visita el cementerio del pueblo. Ahí les deja flores a sus padres y al tío Nene, el primer gay de Zavalla.

La tercera y última parte transcurre en el Delta, el ámbito que eligió para refugiarse del horror en 1976. “Cuando conocí el lugar, yo dije: ‘Me quedo acá’. Fue como si llegara al Edén en medio del infierno que estábamos viviendo en Argentina.” En la lanchita que la lleva hasta la isla, los dedos de Diana se aferran al tallo de una de las plantas que van y vienen, de Palermo al Tigre. Y de pronto resuena un pensamiento lanzado al principio: “Yo digo que el jardín mata y uno no quiere que mate. La vida, para ser, mata incesantemente”. Los realizadores no dan puntada sin hilo. Los cuadernos de la niña y de la poeta bailan una danza animada por obra y gracia de la artista visual Julia Masvernat; pasado y presente se componen y descomponen. Desde lo visual logran algo que sólo la poesía consigue: apresar la eternidad en un instante. “Los cuadernos son el ejercicio; es como agarrar un instrumento musical y tocar –explica Diana–. Es un ejercicio de centrar la atención: lo que pasa adentro mío y afuera.” Entonces la poeta toca, escribe, fuma y toma mate sin urgencias a la vista. El tiempo, en ese ámbito, es otro. Sin embargo, la casita misma pareciera estar a la espera de esos probables versos, como si las paredes, las vigas, los muebles, estuvieran aguantando, silenciosos, la respiración.

La sobremesa con su amigo Tata es otra de las instancias inolvidables de este documental excepcional. Diana es peleadora, le gusta azuzar el debate cuando pondera lo que generó el movimiento de las fábricas recuperadas y toda la agitación y efervescencia post 2001, que rebasó la estructura tradicional de los partidos de izquierda. Tata, más escéptico respecto de esta lectura, destaca en cambio la organización sindical como el gran aporte de Perón, contención indispensable para frenar el salvajismo que el capitalismo ostentó en el resto de los países de la región. La lluvia estalla sobre la isla. La naturaleza se transforma. Después queda el barro. Y hay que limpiar. “La escritura siempre me centró y me salvó la vida, evitó que me perdiera en la guerrilla, en las drogas, en los viajes, porque siempre estuvo ahí para que yo me agarrara de ella. La escritura es un vértigo también”, subraya la poeta que en 2011 obtuvo el Premio Nacional de Poesía.

El epílogo se aproxima y acaso el espectador vuelva sobre el primer cuaderno, el de la niña que escribió: “Qué lindo día de sol. Sí Ada, dan deseos de andar, andar, andar, andar...”. Movimiento y quietud, viajar y permanecer, son las caras de una misma moneda. Un día, andando por un rincón del Tigre, Diana descubrió que estaba cumpliendo con un viejo deseo: “Hoy llegué al Africa, la isla es Africa”.

* El jardín secreto se estrena mañana a las 19.30 en el Centro Cultural de la Cooperación y se podrá ver todos los jueves de junio en Corrientes 1543.

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