LITERATURA › ENTREVISTA A JORGE ZEPEDA PATTERSON, AUTOR DE LA INQUIETANTE NOVELA LOS CORRUPTORES
Su libro es un descarnado relato policial que sirve como pintura de la situación de México, en un constante tironeo entre el poder político y el de los narcos: “No todo está perdido, pero hay una impotencia brutal hacia varios rasgos del crimen organizado”.
› Por Silvina Friera
Las primeras páginas siembran la intriga. El thriller “político” arranca con un anzuelo irresistible: la aparición del cadáver de la actriz mexicana Pamela Dosantos, en un terreno baldío próximo a la oficina paralela del secretario de Gobernación Augusto Salazar, “el hombre más temible” del nuevo gobierno. Luego de doce años de administraciones panistas “débiles e ineficaces”, el PRI ha regresado hace exactamente un año. La novela sucede en el “tiempo real” de sus primeros lectores: entre el 19 de noviembre y el 6 de diciembre de este año. Tomás, un periodista tan escéptico como desanimado con el oficio, escribe su columna habitual sobre este asesinato, la noticia del momento, y desliza una dirección que activa una bomba que estalla en el corazón del poder. Todos los caminos, según parece, conducen a incriminar a Salazar, amante de la actriz asesinada. Las apariencias –se sabe– pueden engañar. Los Azules, un grupo de amigos integrado por Tomás, Amelia –la presidenta de un partido de izquierda, el PRD–, Jaime –funcionario de seguridad nacional– y Mario –profesor universitario–, inician una arriesgada investigación. Pronto descubrirán que la víctima se dedicaba al espionaje político y que solía etiquetar los informes confidenciales sobre cada uno de sus numerosos amantes con alguna canción de José Alfredo Jiménez. “Diciembre me gustó pa’que te vayas” fue la ranchera elegida en el caso de Salazar. Era, sin dudas, el título perfecto que el periodista y escritor Jorge Zepeda Patterson eligió para su primera novela. Pero rechazado por “demasiado mexicano”, confiesa el autor a Página/12, finalmente quedó Los corruptores (Planeta).
Zepeda Patterson, fundador del mítico diario Siglo 21, en Guadalajara, ex director de El Universal, autor de varios libros sobre la realidad política mexicana y director del sitio de noticias en Internet SinEmbargo.mx, dio el salto hacia la ficción con un retrato descarnado y brutal sobre la clase política mexicana. Cuando no tienen “un muerto en el placard”, andan en negocios non sanctos y corruptelas de diversos calibres. Incluso, comprobará el lector, hasta Amelia, la líder del partido de izquierda, acaso la “más limpia” de los Azules luego de Mario, no vacila en afirmar que “lo de Dosantos es una fisura en los planes del nuevo gobierno y no podemos desperdiciarla: una fisura que tenemos que convertir en fractura”. El asesino, que sin revelar su identidad no es Salazar, justificará el crimen como una “muerte necesaria” por “razones de Estado”. Hasta Salazar, el más cínico en esta trama, planteará un dilema que da en el blanco, cuando cuestiona la hipocresía de otro de los personajes que pululan en la novela, Carlos Lemus. “Los que estamos en las trincheras no somos perfectos, pero sabemos que hay que mojarse. Tú pretendes hacer creer que sobrevuelas la política sin mancharte, cuando la regenteas. Te has enriquecido defendiendo con éxito a corruptos y corruptores gracias al tráfico de influencias (...) Me recuerdas a los que venden armas para la guerra y luego se horrorizan de la violencia.”
–Uno de los personajes dice que él ha sido del PRI porque era la única manera de participar en la esfera política. Que durante décadas fue “un mal necesario para obtener estabilidad y crecimiento”. ¿Sigue siendo el PRI un “mal necesario”?
–Hay muchos que piensan así. Hay una sensación de frustración en México, después del hecho de que nos tomara setenta años quitarnos la “dictadura perfecta”, como decía (Mario) Vargas Llosa del PRI, y que doce años después hayamos tenido que votar para ir por malo conocido, bajo el argumento de que ellos tienen el oficio y saben cómo hacerlo. Las referencias a Vladimir Putin en la novela no son gratuitas, obviamente yo no coincido con quienes dicen que no vendría mal un Putin en México. Está la sensación de que estamos tan mal que el PRI es inevitable. La primavera democrática mexicana duró lo que las jacarandás: nada. Muy pronto nos dimos cuenta de que el PAN, el partido conservador, lejos de constituir una alternativa se convirtió en una mala copia del PRI, un PRI sin el oficio.
–¿Por qué tanta frustración y escepticismo en la novela? Daría la impresión de que no hay salida...
–Al final, los Azules son una representación de la sociedad civil a su manera; los cuatro amigos se resisten a que el régimen les pase por encima. La novela es una especie de épica de estos ciudadanos en contra de las fuerzas que intentan pasarlos por encima. No creo que todo esté perdido. Pero el subtexto de la novela es que en la clase política no podemos confiar. Los asuntos públicos son demasiado importantes como para que se conviertan en la cosa nostra de esta cuasi mafia, dedicada a reproducirse a sí misma.
–Si no es posible confiar en la clase política, ¿qué hacer entonces?
–Participar en la vida pública, ése es el único elemento esperanzador que veo, ¿no? Con todo lo que ello supone, desde la plaza pública como espacio físico hasta las redes sociales, el activismo de la gente, las nuevas causas. Me parece que es una disputa continua de la cosa pública versus la clase política. El gran problema de nuestros pueblos –incluyendo Washington, Francia o Londres– es dejar que esta clase política profesional enajene nuestros destinos.
–En la novela tienen un papel fundamental las redes sociales. ¿Considera que son espacios de resistencia?
–Sí, absolutamente. Las redes sociales son la nueva Bastilla y esto recién está empezando. El presidente Prida en la novela, o (Enrique) Peña Nieto para el caso, le tiene más miedo a un hashtag con trending topic negativo que a una declaración de la oposición política. No hay control de daños frente a un trending topic que se hace viral. Peña Nieto ha sacado reglamentos, reformas, planteamientos, simplemente a partir del ruido que se escucha en las redes sociales. El relativo descenso de los medios de comunicación tradicionales para ir formando la opinión pública hace que las redes sociales se conviertan en un combinado muy incómodo para la cosa pública. En los manuales de operación política, que se construyeron durante décadas, no hay un capítulo que diga “contención de daños efectivos en la blogosfera”. Estamos en terrenos inéditos, incipientes y no sabemos adónde vamos a parar. Cuando hablo de blogosfera, hablo de Facebook, de Twitter, pero también de una buena cantidad de sitios de información de Internet que están surgiendo y van configurando este espacio caótico que es una nueva plaza pública.
–El problema del narcotráfico en México es una cuestión tan compleja que parecería que la política la manejan los cárteles y no los políticos, ¿no?
–No llega a ese punto todavía. Hay regiones donde hay un estado paralelo, que es el de los cárteles, regiones minoritarias y más aisladas, como en ciertas zonas de Sinaloa, Michoacán y Guerrero. Pero de esto a decir que el Estado mexicano sirve al narco hay una distancia enorme. Lo que sí hay es una impotencia brutal hacia varios rasgos del crimen organizado, que se ha ido desparramando hacia otro tipo de delitos, que ya no sólo tienen que ver con el trasiego de drogas, sino con la piratería, la venta de ropa clandestina, la extorsión. En la medida en que buena parte de México vive en la economía informal, más del 50 por ciento de la población, son estructuras en donde estos estados paralelos penetran más fácil porque hay evasión fiscal, violación de cualquier tipo de reglamento en la manera de producir, distribuir y vender. El potencial que tiene el narco para corromper es enorme. Los ingresos del narco representan –según cálculos de unos y otros– entre 25 mil y 45 mil millones al año, mayor que la renta petrolera, manejados además con niveles de liquidez que nunca tiene el Estado mismo. Esto significa que pueden poner de rodillas a comandantes policíacos y a generales del ejército de una manera imparable. Por otro lado, el sistema de Justicia está tan poroso, la impunidad predomina en todos los niveles, que son muy difíciles los actos heroicos individuales de aquel que se resiste. Que siempre existen. No pasa una semana sin que un funcionario sea asesinado, un presidente municipal que rehusó ser extorsionado. Esas batallas épicas se están dando todo el tiempo. Y pese a todo, es difícil contener el vendaval.
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