Viernes, 2 de mayo de 2014 | Hoy
LITERATURA › APROVECHANDO EL FERIADO, MILES DE PERSONAS RECORRIERON AYER LOS STANDS
Como todos los años, el 1º de Mayo marcó el momento de mayor movimiento en la Feria. En medio de la marea humana se pudo ver al Premio Nobel J. M. Coetzee, quien enfocó su búsqueda hacia un stand que agrupa a varios de los mejores sellos editoriales argentinos.
Por Silvina Friera
La explosión, como estaba previsto, sucedió ayer por la tarde en La Rural. ¿Qué valor encarna esta explosión, este saludable “descontrol” de personas refrendando, cada una a su manera, un compromiso con el libro y los escritores, o bien un acercamiento posible, más o menos intenso, que se cumple, puntualmente, cuando estalla la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires el feriado del 1ª de Mayo? Colas y más colas para ingresar por Plaza Italia y comenzar a marchar despacio –el “pecaminoso” atolondrado se muerde los labios y acaso se reprocha, por unos instantes, cómo se le ocurrió que hoy (por ayer) era el mejor día para venir acá y, sin respuestas a la vista, ralentiza sus pasos–; bolsas pesadas o más livianas que chocan rodillas propias y ajenas. Tanta pasión desatada, cuando el resto del año parece domesticada en el territorio menos masivo de las librerías, asombra. El inventario de historias que podrían narrarse con sólo observar, por ejemplo, un dedo índice apuntando hacia un lomo o una tapa –como si pudiera hablar y dijera algo así como: “¡Ahí estás, después de tanto tiempo te encontré!”– es tan elástico y abierto que hay que lidiar con las conjeturas de un puñado de gestos mínimos y a la vez esquivos, en tanto distan de ser grandilocuentes. Algunos pasean. Otros, además, y a pesar del bullicio y el “tránsito lento”, celebran el itinerario de un encuentro.
Una escena se multiplica y expande a lo largo y ancho de los stands: hombres y mujeres husmeando en busca de un libro. Padre e hijo cargan con varias bolsas. “Mostrale lo que compraste”, pide Gustavo (el padre) a su hijo Alan, dos rosarinos que viven en Buenos Aires. Pulseando contra su timidez, como quien intenta reponerse de un dolor estomacal crónico, el joven saca un ejemplar de Descartes de la colección Biblioteca Grandes Pensadores de Gredos.
–Decile cuánto lo pagaste –sugiere Gustavo.
–700 pesos –responde Alan.
De otra bolsa saca también el segundo tomo de Ludwig Wittgenstein de la misma colección de Gredos. “Como padre de Alan, no hay nada mejor que gastar el dinero en libros”, pondera Gustavo, esa clase de hombres que no padecen la retención verbal. Alan cuenta que suele venir a la Feria porque “hay libros que sólo se consiguen acá”. Una mujer pispea Herejes, la última novela del cubano Leonardo Padura. Lee la contratapa y vacila. Revisa la primera página y duda. En unos instantes lo volverá a dejar en la misma pila de libros de Tusquets. ¿Y ese señor que anda lo más campante por el pabellón amarillo, sin que nadie lo acose ni lo reconozca, es o no es J. M. Coetzee, el escritor sudafricano Premio Nobel de Literatura? Se impone, a esta altura de la tarde en la que cuesta dar un paso, un flashback: el insert de otro recorrido previo. El día anterior, miércoles por la noche, la Feria es la misma de siempre, pero en su versión más unplugged, con menos gente. Sí: es Coetzee. Camina junto a Soledad Costantini. El autor de Desgracia sonríe, extiende su mano para saludar a esta cronista, y continúa su camino hacia el stand de Los Siete Logos, un espacio que aglutina a varias de las mejores editoriales independientes del país: Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo, Eterna Cadencia, Caja Negra, Katz, Entropía y Mardulce. Coetzee saluda a Luisa Valenzuela y luego empieza a recorrer el stand. “Me encanta la Feria, la veo realmente preciosa. Es extraordinario que haya podido subsistir a lo largo de años tan caóticos como los que fuimos viviendo, ¿no? Quizás algunos extrañamos un poco la otra feria tan familiar, con olor a sánguche de chorizo. No sé si seré más optimista, pero ahora creo que hay más interés por el libro y por la literatura”, confiesa la escritora. El “saqueador serial”, el lector y comprador compulsivo, puede experimentar un auténtico festín en Los Siete Logos. A modo de recomendación, se sugiere algunos títulos: Subrayados (Mardulce) de María Moreno (100 pesos); Conquista de lo inútil (Entropía) de Werner Herzog (164 pesos); Cómo funciona el mundo (Katz) de Noam Chomsky (159 pesos); El náufrago (Beatriz Viterbo) de César Aira (85 pesos); Palabra desorden (Caja Negra), la antología de Arnaldo Antunes que presenta hoy en el stand de San Pablo (130 pesos); Novela (Adriana Hidalgo) de Arnaldo Calveyra, que también se presenta hoy.
Carla está hojeando La violencia en los márgenes, de Javier Auyero y María Fernanda Berti, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Ella es directora –cuenta– de la escuela secundaria de la isla Maciel. “Escuché en el programa de (Eduardo) Aliverti que se hizo una investigación sobre la violencia en Villa Inflamable, que queda muy cerca de nuestra escuela, en Avellaneda, en Dock Sud mismo. Me parece muy interesante la narrativa que hace el sociólogo –por Auyero– sobre el uso de las armas.” Aunque Carla se define como una lectora más interesada por la historia reciente del país, no duda en afirmar que su libro preferido, ese que nunca olvidará, es El Aleph de Borges. Mateo, de 22 años, es el hijo de Carla. Anda con ganas de entrarle a El arte, la muerte y otros escritos de Antonin Artaud (Caja Negra).
–Soy un lector vago –dice y sonríe como pidiendo disculpas.
–¿Un “vago” animándose a Artaud? –lo increpa Página/12.
–No sé... no me puedo definir como lector. Un libro que me impactó mucho fue Rayuela, de Julio Cortázar.
Hay pequeños paraísos en La Rural. Uno de ellos, donde abundan joyitas e inhallables, es Waldhuter, una distribuidora que despliega un arsenal de seis mil títulos. “Estamos sorprendiendo a los lectores con mil novedades que trajimos especialmente de editoriales de España, de Chile y de México que representamos, más la importación especial de sellos que no tienen distribución en el país, como Valdemar, Hiperión y Alba, entre otros”, subraya Gabriel Waldhuter. Una hoja de ruta posible, entre tantas combinaciones, debería consignar una variedad y diversidad de títulos apabullantes. Van, apenas, algunos: El paraíso perdido, de John Milton (Alba), a 920 pesos; El combate, de Norman Mailer, editado por Contra, a 290 pesos; La invención de lo cotidiano, de Michel de Certeau, en dos volúmenes a 379 pesos cada tomo; y La casa de hojas del norteamericano Mark Z. Danielewski, editada conjuntamente por Alpha Decay y Pálido Fuego, a 425 pesos. Hay mucho más: Buñuel y sus discípulos, de Augusto M. Torres (Huerga & Fierro); Edipo, en una edición que reúne el texto original griego de Sófocles, la versión de Hölderlin en alemán y la traducción de ambos al español, acompañados del film Edipo rey de Pasolini (La Oficina de Arte y Ediciones); y Ante la jubilación. Minetti. Ritter, Dene, Voss, tres de las mejores piezas tragicómicas de Thomas Bernhard (Hiru). “Vamos mejor que el año pasado en ventas –agrega Waldhuter–. Nos dimos cuenta de que tenemos que presentar las novedades en la Feria.” Una escena final de tono tragicómico para concluir. “Este lugar habría que dinamitarlo, estoy gastando una fortuna”, se queja Florencia en el stand de Waldhuter, más en broma que en serio, mientras paga los libros de Edith Wharton y Stendhal: “Necesito un poco de literatura de escritores muertos”.
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