LITERATURA › ADELANTO DE PILAR CALVEIRO
La guerrilla setentista
Inaugurando la nueva serie Militancias, que dirigen María Moreno y Lila Pastoriza, Norma acaba de distribuir el ensayo “Política y/o violencia”.
Por Pilar Calveiro
@¿Cómo se llegó a estos niveles de violencia? En todo el mundo, y durante décadas, la izquierda asociada a los partidos comunistas había afirmado que, en los procesos revolucionarios, las condiciones subjetivas, o de conciencia, se derivaban de las condiciones objetivas, o materiales.
En los años 60, a partir de la Revolución Cubana y la guerra de Vietnam, algunos círculos de la izquier-da comenzaron a cuestionar la infalibilidad de este enunciado y propusieron la idea de que la lucha revolucionaria misma podía generar conciencia per se, sin necesidad de aguardar a que las condiciones objetivas, materiales, económicas, “maduraran”, o más bien, que podía acelerar ese proceso de maduración. Esto permitiría, a una generación impaciente por producir los cambios sociales que consideraba necesarios en el Tercer Mundo, acelerar las llamadas “condiciones revolucionarias”, para acabar con la injusticia social. Así nació la teoría del foco.
El foquismo cobró gran importancia, sobre todo para los movimientos de liberación de los países tercermundistas. Estos concebían la lucha antiimperialista como condición de posibilidad para realizar una revolución social en países dependientes como los de América latina, en los que el desarrollo de las fuerzas productivas, y por lo tanto de las “condiciones objetivas”, era muy escaso para considerar un tránsito al socialismo por las vías que vislumbraba la izquierda tradicional.
Así proliferaron diversos movimientos armados latinoamericanos, palestinos, asiáticos. Incluso en algunos países centrales, como Alemania, Italia y Estados Unidos, se produjeron movimientos emparentados con esta concepción de la política, que ponía el acento en la creación de condiciones revolucionarias mediante la aceleración de los conflictos y la acción directa.
No se trató de un fenómeno marginal, sino que el foquismo y, en términos más generales, el uso de la violencia pasaron a ser casi condición sine qua non de los movimientos radicales de la época. Dentro del espectro de los círculos revolucionarios, casi exclusivamente las izquierdas estalinistas y ortodoxas se sustrajeron a la influencia de la lucha armada. Piénsese, por ejemplo, que el PRT argentino, mientras sostenía el accionar del ERP como su brazo armado, era miembro oficial de la Cuarta Internacional, cuya trayectoria, si bien radical, no había sido nunca violenta.
La guerrilla argentina formó parte de este proceso, por fuera del cual sería incomprensible; muchos de sus militantes se entrenaron militarmente en países del bloque socialista y desarrollaron estrechas relaciones con el MIR chileno, los Tupamaros uruguayos, el M 19 colombiano, la Organización de Liberación Palestina, el Frente Sandinista y otras organizaciones semejantes.
La concepción foquista adoptada por las organizaciones armadas, al suponer que del accionar militar nacería la conciencia necesaria para desatar la revolución social, las llevaba a dar prioridad a lo militar sobre lo político. Esta preeminencia contribuyó, con manifestaciones diferentes pero bajo un mismo signo, a desarrollar una práctica y una concepción militarista y autoritaria en el seno de las organizaciones. Su expresión más clara consistía en considerar básicamente la política como una cuestión de fuerza y de confrontación entre dos campos: amigos y enemigos.
Dicha concepción se asentó sobre un sólido basamento preexistente que no ofrecía contradicciones, sino que, por el contrario, sustentaba el sentido autoritario de lo político. Me refiero a la formación política de esta generación y a la historia misma del país desde principios de siglo.
Los primeros grupos políticos con los que se relacionaron los jóvenes, casi adolescentes, de fines de los años 60, ya fueran de derecha o de izquierda, reivindicaban para sí prácticas autoritarias. El grupo nacionalista Tacuara o la Federación Juvenil Comunista, organismos por los que pasó buena parte de los “fundadores” de la guerrilla, ostentaron, cada uno a su manera, los más claros rasgos del autoritarismo y de las concepciones binarias de nuestro siglo: en un caso el antisemitismo; en otro, el estalinismo. Ambos habían engendrado en Europa procesos que comprendían el campo de concentración como modalidad represiva central. Estas ideologías fueron el marco de referencia inicial de esa generación, que intentó rebasarlas con un éxito relativo. Casi indistintamente, militantes peronistas y trotskistas habían pasado por uno u otro grupo en sus primeros años de práctica política; peronistas provenientes de la Federación Juvenil Comunista, trotskistas salidos de Tacuara o de la Alianza Libertadora Nacionalista fueron algunos de los extraños fenómenos que dieron origen a las “formaciones especiales”.
La idea de considerar a la política básicamente como una cuestión de fuerza, aunque reforzada por el foquismo, no era una “novedad” aportada por la joven generación de guerrilleros, ya fueran de origen peronista o guevarista, sino que había formado parte de la vida política argentina por lo menos desde 1930.
Como se señaló en el apartado anterior, los sucesivos golpes militares, entre ellos el de 1955, con fusilamiento de civiles y bombardeo sobre una concentración política en Plaza de Mayo; la proscripción del peronismo, entre 1955 y 1973, mayoría compuesta por los sectores más desposeídos de la población; la cancelación de la democracia efectuada por la Revolución Argentina de 1966, cuya política represiva desencadenó levantamientos de tipo insurreccional en las principales ciudades del país (Córdoba, Tucumán, Rosario y Mendoza, entre 1969 y 1972), fueron algunos de los hechos violentos del contexto político netamente impositivo en el que había crecido esta generación.
Por eso, la guerrilla consideraba que respondía a una violencia ya instalada de antemano en la sociedad: los Montoneros afirmaban “responder con la lucha armada a la lucha armada que se ejercía desde el Estado”, y casi simétricamente, el ERP aseveraba que “...cerradas todas las posibilidades legales con la asunción de Onganía, [el PRT] se orienta correctamente hacia la guerra revolucionaria”.
Esta lógica tampoco fue privativa de la guerrilla. Al inicio de la década de los 70 –como ya se señaló–, muchas voces, incluidas las de políticos, intelectuales, artistas, se levantaban dentro y fuera de la Argentina, en reivindicación de la violencia. Entre ellas tenía especial ascendencia, en ciertos sectores de la juventud, la de Juan Domingo Perón, quien, aunque apenas unos años después llamaría a los guerrilleros “mercenarios”, “agentes del caos” e “inadaptados”, en 1970 no vacilaba en afirmar: “La dictadura que azota a la patria no ha de ceder en su violencia sino ante otra violencia mayor”. “La subversión debe progresar.” “Lo que está entronizado es la violencia. Y sólo puede destruirse por otra violencia. Una vez que se ha empezado a caminar por ese camino no se puede retroceder un paso. La revolución tendrá que ser violenta.” El líder reconocido y admirado aprobaba calurosamente el uso de las armas en ese momento, ya que eran favorables para su proyecto de retorno al país.
Por otra parte, la práctica inicial de la guerrilla y la respuesta que obtuvo de vastos sectores de la sociedad afianzó la confianza en la lucha armada para abordar los conflictos políticos. Jóvenes lograron concentrar la atención del país con asaltos a bancos, secuestros, asesinatos, bombas y toda la gama de acciones armadas.