Dom 23.11.2014
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LITERATURA › EL CINEASTA JOHN WATERS HABLA DE CARSICK, SU LIBRO EDITADO POR CAJA NEGRA

“El mal gusto se está volviendo universal”

El director de Pink Flamingos viajó a dedo por Estados Unidos y transformó la experiencia en un libro. El resultado es más que una crónica de ese periplo y puede leerse como la road movie que nunca realizó, con la perenne obsesión por el lado B del sueño americano.

› Por Federico Lisica

John Waters nunca vomitaría en un coche ajeno. El cineasta y escritor, al que han llamado “El príncipe del vómito” por las imágenes que poblaron su filmografía (y por la cual también fue bautizado “el rey de la mugre”, “el sultán de la sordidez”... y hasta William Burroughs lo llamó “el pontífice de la basura”), le confiesa a Página/12 que jamás tuvo los mareos típicos que terminan en un regurgito contra la ventana de un vehículo en movimiento. “Nunca he sentido malestar alguno, pero debo confesar que he estado mentalmente enfermo dentro de un coche”, dice en medio de una risita endemoniada, mientras es muy probable que del otro lado del teléfono esté meneando su bigote anchoa. La pregunta se vincula al título de Carsick, el libro de 320 páginas en el que Waters relata el viaje que hizo a dedo en 2012, editado aquí por Caja Negra (con traducción de Matías Battistón). Para realizar la crónica, tuvo que trasladarse más de 4500 kilómetros junto a extraños caritativos, ingerir comida chatarra y parar en hoteles al costado de una ruta. Partió de Baltimore, en la refinada costa Este, atravesó el corazón del país del norte hasta llegar a San Francisco, epicentro de la contracultura en los ’60 y del movimiento gay.

Un itinerario que, por otra parte, comprende las temáticas que le atrajeron durante toda su trayectoria y cierta forma de encararlas. La manera del sibarita amable y descarnado que le dio protagonismo a toda suerte de incorrectos, ya fueran transformistas, provocadores profesionales, presidiarios, estrellas pornográficas, y que hasta supo defender públicamente a Leslie Van Houten, ex miembro del Clan Manson. La fascinación por el lado B de su país también aparece en Carsick cuando Waters cuenta el viaje que hizo a dedo junto a la nieta del magnate periodístico William Randolph Hearst. Patty logró su “triste fama” en los ‘70: al ser secuestrada por un grupo guerrillero, decidió unirse a la lucha armada, dedicarse al robo de bancos, y al salir de la prisión, participar de varias películas de Waters. “Es divertido viajar con gente que conoces, que sabe cómo es viajar a dedo y con otra que no lo ha hecho en mucho tiempo, o nunca. Cuando vas con iconos como Patty, el primer coche para enseguida”, dice Waters con un dejo de voz que recuerda a Fred Schneider, cantante de The B-52.

El libro es más que un simple relato de viajes en el que charla con desconocidos (veteranos de Vietnam, pastores, camioneros o policías dentro de un patrullero). Es también el intento de un artista de culto que roza las siete décadas de vida por seguir lozano. Aunque en su travesía –con su “bolso de cocodrilo sintético”, su “kit de fama”, tarjetas de agradecimiento y botellitas de agua Evian– aparezca una inesperada ternura. Eso sí, maldice cuando no lo levantan por varias horas y se empapa a la vera de una ruta. Siempre reflexivo, y en una primera persona juguetona (hay algo de ego trip en todo el proyecto), Carsick se presenta como el diario de una celebridad que tuvo sus vivencias, aún goza con sus fetiches sexuales, y posee más bagaje cultural que el juego Preguntados.

Pero puede que sea otra cosa: una cavilación sobre el posconsumismo y el miedo a la soledad. Además del periplo, que le insumió a su autor nueve días, Carsick incluye dos capítulos de ficción, uno dedicado a lo peor que le podría pasar en el viaje y otro a lo mejor que le podría acontecer. Y en las primeras páginas de su devaneo más hermoso aparecen Isabel Sarli y Armando Bo. “Para mí sería genial charlar con alguien que los conociese. Me gusta el porno soft de los ’70, iba a ver sus películas a los cines condicionados de la calle 47, en Nueva York. Hace poco estuve en el festival de cine de San Sebastián y pasaron algunas de sus películas en trasnoche. No había subtitulado y el doblaje lo hacía una mujer en simultáneo a la proyección. Creo que fue Carne. La que hacía el doblaje al inglés era feminista y estaba furiosa, traducía y se escandalizaba, lo cual lo hacía todo mucho mejor y divertido.”

–Todo el libro está escrito en presente, incluso las partes ficcionales, ¿cómo fue el proceso de escritura?

–Lo ficcional fue escrito antes de realizar el viaje. Y no podría haber sido de otro modo, porque después supe cómo era realmente. Imaginar lo peor y lo mejor que podía sucederme tenía que ver con el miedo y la excitación de hacer el viaje. Creo que terminé esa primera etapa, con el aliento y la adrenalina, como dos días antes de partir. Sólo retoqué algunas partes de lo ficcional al volver.

–Menciona el caso de John Steinbeck y su libro Viajes con Charley. En busca de América, junto a Black Like Me, de John Howard, quien se hizo pasar por negro viajando a dedo por el sur de su país. ¿Fueron una influencia?

–¡Steinbeck inventó casi todo! Simplemente me pareció que la idea de viajar a dedo era una buena temática para escribir. En cierta medida, es un libro optimista, porque demuestra que se puede confiar en los demás.

–¿Es Carsick la road movie que nunca filmó?

–Posiblemente. Los personajes ficcionales que aparecen podrían haber estado en mis películas. Los reales seguramente no habrían estado en mis películas, pero fueron muy gentiles. La mayoría pensaba que era un vagabundo y me daba plata. Ya nadie hace viajes a dedo, pero yo los he hecho durante toda mi vida. Hay gente que ni sabe lo que es. Lo que sí saben es lo terrible que podría ser subir a un desconocido a su auto por lo que suele verse en los films de horror.

–Como cuando cuenta que viajó con un niño asustado...

–Estaba petrificado y les decía a sus padres: “¿Por qué esta persona está en nuestro auto?”. Los padres trataban de explicarle lo que era viajar a dedo y a medida que lo hacían se iban dando cuenta de que tal vez no fuera lo más apropiado... ya que en el futuro posiblemente su hijo lo haga.

–La pareja de Júpiter y Kitty, ¿no parece sacada de alguna de sus primeras películas?

–Sí, eran un poco así. Igualmente, Divine era incomparable. Fue y será la estrella que tuve en esa primera época. Tras su muerte, pude seguir trabajando con Mink Stole, Mary Vivian Pearce y toda la gente que quiero. Fue bueno poder mezclar el mundo de Hollywood con lo que yo traía de antemano.

–Una idea que subyace en el libro es la de mantenerse vital a medida que uno va envejeciendo, especialmente para alguien que siempre ha sido señalado como parte de la contracultura...

–Totalmente. ¿Cómo tener una aventura? ¿Cómo liberarte de tus seguridades? Es una idea que tomé de Brigid Berlin, una de las artistas más salvajes de la troupe de Andy Warhol. Ella me preguntó una vez con un tono perverso: “¿Cómo podemos ser malos a los 70 años?”. Creo que hacer dedo fue mi respuesta a ello. Si querés, hacé un viaje corto, pero embarcate, date un respiro.

–Irónicamente, hay algo de búsqueda de la aceptación del conductor que lo lleva, ¿no lo cree?

–¿Cómo no te van a caer bien? Es gente que te ayuda. Lo peor es cuando te dejan, porque es volver a empezar. A veces me llevaron más lejos de lo que me habían prometido... ¡o me llevaron dos veces! Y vos también te esforzás por caerles bien: tenés que ser como una operadora sexual telefónica, así se mantienen con vos.

–¿Es cierto que muchos creían que era Steve Buscemi haciendo dedo?

–Sí. (Se ríe).

–En el pasado, usted regaló postales de Navidad con una foto de Steve Buscemi posando como si fuera John Waters. Podrían ir de viaje juntos haciendo dedo, ¿no?

–Debería interpretarme en una versión fílmica de Carsick, sería una gran road movie.

–¿Cuál sería el mejor soundtrack que lo acompañaría en un viaje?

–Lo hice para Carsick y se puede encontrar fácilmente on line. Básicamente, country y western. Pero para ser honesto, no tenés posibilidad de escucharlo, porque cuando hacés dedo la gente generalmente viaja sola y tiene ganas de hablar. Casi nadie escucha la radio cuando viajas haciendo dedo.

–¿Qué consejos podría

darle a alguien que quiera

encarar un viaje como el que usted hizo?

–Viajar ligero. Llevar la ropa interior más vieja, porque va a tener que desecharla. Un cartel realmente ayuda mucho. Los más inventivos hacen reír a la gente, pero hay que tener en cuenta que la intención es viajar y no entretener al tránsito. Hay que ser directo. Lo más importante es ser abierto y estar dispuesto a hablar. Sería de muy mala educación subirse a un coche y mantenerse callado.

–Y cuando usted conduce, ¿levanta pasajeros en el camino?

–El hecho es que casi no se ven. Hace como cinco años levanté a alguien y empezó a aspirar pegamento. Esa era su manera de pasarla bien un viernes por la noche. Me ofreció, pero le dije que no, y muchas gracias. Y esa fue la última vez que levanté a alguien que hacía dedo (se ríe).

–Suele decir que no le tiene miedo a la gente, que mantenerse en su casa lo aterroriza más. ¿A qué le teme realmente John Waters?

–Le tengo miedo a no saber lo que pasa en la actualidad. Le tengo miedo a la nostalgia. No me gusta la idea de pensar que la pasé mejor cuando era joven. Siempre estoy interesado en el mañana. Cuando empezás a estar interesado sólo en el ayer es cuando estás en problemas.

–¿Y algo en relación con perder los estribos? En el libro se define como un maniático del orden...

–Bueno, no lo soy totalmente, no trabajo los siete días de la semana, pero entiendo a lo que se refiere.

–¿Y qué estribo no hay que nunca perder al hacer dedo?

–El punto es que cuando hacés dedo no podés controlar todo. Lo dejás de lado. Y eso es bastante aterrador. No podés tener tu programa porque no sabés qué es lo que vendrá. Hacer dedo es una de las formas más extremas de perder el control.

–Usted ha dicho, refiriéndose al trabajo de Pier Paolo Pasolini, que la obscenidad puede ser una manera de combatir el fascismo. En el segundo capítulo, especialmente cuando imagina cómo sería asesinado, ¿está presente esa idea?

–En realidad, lo peor que podría pasarte haciendo dedo es estar con diarrea. No podés decirle al conductor: “¿Podría detenerse que tengo que hacer lo segundo?”. Tratá de imaginar lo peor, siempre será un asesinato. Soy un gran fan de Pasolini, es extremo y ha sido acusado de mal gusto, pero Saló no deja de ser muy bella en su forma. Se trata de contar historias y es lo mismo que yo he intentado. Tal vez adosándole el humor. Podés lograr que alguien cambie de idea a través de la risa.

–¿El shock como algo utilitario?

–Nunca tuve la prioridad de conmocionar. Me gusta más sorprender. Hacerte pensar diferente sobre el comportamiento humano, porque hay cierto tipo de comportamiento que nunca terminaré de entender. Cuando la gente trata de ser normal es cuando suele ser más bizarra.

–El hecho de que en el libro muestre su lado más cordial, ¿tendrá que ver con que en la actualidad ser irreverente es justamente la norma?

–Que yo sea alguien aceptado y esté “adentro” no deja de ser llamativo y gracioso. El punto es que yo no cambié tanto, el mundo lo ha hecho, creo.

–Este es su segundo libro que se publica en la Argentina. ¿Tiene alguna explicación para ello?

–El mal gusto se está volviendo universal (se ríe). En su país también disfrutan mearse sobre el buen gusto.

–Tiempo atrás, en el Bafici se proyectó la película This Filthy World sobre sus monólogos. ¿Nunca lo han invitado al festival, siendo usted uno de los referentes del cine independiente?

–Hubo contactos, pero siempre me agarraron a contramano con otros proyectos. Ahora, mi espectáculo de stand-up es bastante distinto, con material nuevo. Y tengo muchas ganas de estar en la Argentina.

–¿Vendría a dedo?

–Nunca haría dedo en un país en el que no he estado. No soy tan valiente o tan demente para encarar algo así.

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