Lunes, 1 de diciembre de 2014 | Hoy
LITERATURA › OPINIóN
Por Mempo Giardinelli
En la magnificencia mexicana, que es impactante en grandes acontecimientos como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la presencia de nuestro país gratifica por la organización la eficiencia y el cuidado de los detalles.
También, claro, por los más de 60 escritores presentes, a los que se suman 150 artistas entre músicos, actores, actrices, dramaturgos, cineastas y artistas plásticos. La muestra, necesariamente incompleta pero muy representativa de la cultura de la democracia argentina, permite apreciar además, y en rápido recorrido, el cuidado por la pluralidad. Así, de entrada uno se topa en los primeros estantes con obras de Luis Alberto Romero e Hilda Sabato junto a las de Horacio Verbitsky y el Nunca más. Y más adelante están los Cuentos Completos de Jorge Asís seguidos de novelas de Vicente Battista, y en la letra S hay varios libros de Beatriz Sarlo.
Entre los grandes paneles circulares que los visitantes recorren, se hace un repaso también inevitablemente incompleto de los principales nombres de la literatura argentina. Lógicamente se destacan Borges y Cortázar y sólo cuatro nombres del siglo XIX: José Hernández, Lucio V. Mansilla y Esteban Echeverría con citas y menciones destacadas; y Domingo Faustino Sarmiento con sólo una foto y debajo la palabra “Facundo”.
Toda una definición de época, yo diría, que merece una reflexión porque ya es costumbre, en los últimos años, cierta creciente condena al enorme escritor, pensador, educador y político –en ese orden– que fue Sarmiento.
No afirmo que se haya querido agraviar en esta ocasión al maestro sanjuanino, pero si el inconsciente existe –y es obvio que existe– aquí operó de lo lindo. Porque Don Domingo Faustino fue no sólo el estadista que más y mejor pensó esta república, por lo menos en el siglo XIX, sino que como narrador y ensayista plantó ideas y definió estilos que nuestra literatura ineludiblemente ha trajinado desde entonces.
Pero infortunadamente, y sobre todo por prejuicios e ignorancia, Sarmiento viene siendo descalificado y rebajado en su dimensión histórica. Y acaso sutil e innecesariamente en esta magnífica feria también.
Nuestros gobernantes de la segunda mitad del siglo XIX evidentemente creían en las teorías de Charles Darwin, y algunos consideraban incluso que era mejor contribuir a la selección de las especies: así los ministros de Guerra Adolfo Alsina primero, y Julio Argentino Roca después, lanzaron campañas genocidas contra “el salvaje”, como llamaban a los naturales. “Es necesario ir directamente a buscar al indio a su guarida, para someterlo o expulsarlo”, decía Roca en 1879. Dos años después había sometido a 14.000 indios y conquistado (para beneficio de oficiales y amigos) 15.000 leguas de territorio. Pero el caso de Sarmiento es completa, abismalmente distinto. Y lo convoco a conciencia, porque aquí en Guadalajara nuestro stand da un relieve muy superior al general Mansilla, por caso.
Del sanjuanino se cuestionan las barbaridades que pronunció y ciertas expresiones bestiales sobre indios y gauchos. Y es cierto, las dijo. Fue brutal en muchas de sus expresiones, y por eso lo llamaban “El Loco Sarmiento”. Por eso hoy cierto revisionismo histórico lo condena y con razón, repito, pero es absurdo no reconocerle también sus innumerables méritos como intelectual, educador y estadista.
De origen muy humilde, autodidacta, escritor y viajero irrefrenable, Sarmiento fue un hacedor compulsivo y acaso el primero que soñó a la Argentina como un país consolidado y homogéneo.
En medio de críticas porque se declaraba admirador de los modelos de vida británico, francés y norteamericano, en 1869, al iniciar su segundo año de gobierno, mandó hacer el primer censo nacional, que sirvió para saber, por ejemplo, que en todo el país había menos de 500 médicos y sólo 2300 maestros... Y procedió en consecuencia. Fundó el sistema de Escuelas Normales de Maestros y además el Colegio Militar y la Escuela Naval, e introdujo casi todos los adelantos científicos y tecnológicos que en aquellos años surgían en Europa y Norteamérica: trajo el tren, el correo, las comunicaciones, la electricidad. E hizo mucho más. Terminó la ominosa guerra con el Paraguay iniciada por Mitre y sus aliados brasileños en 1865. Planificó y empezó las obras del puerto de Buenos Aires. Introdujo todo tipo de animales y plantas, y cuando empezó la inmigración masiva se ocupó personalmente de traer médicos, científicos e investigadores de todas las disciplinas.
Sarmiento fundó más escuelas que ningún otro funcionario jamás, y es el padre de la Ley 1420, que instauró la educación común, universal, gratuita, obligatoria y laica que por más de cien años instruyó a generaciones, eliminó el analfabetismo e integró a millones de hijos de inmigrantes a nuestra lengua y nuestra cultura.
Cierto, entonces, que llevado por su ígneo temperamento y ante la natural indolencia de los pueblos originarios de esta tierra, se manifestó con brutalidad respecto de indios, gauchos, analfabetos e incluso inmigrantes. Sin dudas merece consideración crítica por ello. Pero la Historia, la universal y la de cada pueblo y cada tiempo, no se construye eliminando o degradando nombres sin reconocer matices. No hay relato histórico posible si se niegan gestas, episodios y protagonistas. La Historia es un magma complejo, siempre inacabado y necesita reconocer razones y corazones de los protagonistas.
Mejor sería repensar hoy a Sarmiento desde un pensamiento nacional inclusivo, o sea uno que no segregue por prejuicios y permita ver las cosas desde ángulos diversos, como en un poliedro, y no con apresuradas condenas.
Sin ánimo de polemizar, pero sí como llamado de atención a cierto inconsciente colectivo funcionarial que suele evidenciarse, sostengo que hubiese sido apropiado que en esta feria libresca se diera una justa relevancia a Sarmiento, como así también a Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Juana Manuela Gorriti, por lo menos, todos ellos escribidores que en el siglo XIX sentaron las bases de la mejor textualidad de nuestra nación.
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