Lun 04.09.2006
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LITERATURA › “BUENOS AIRES 2033”: CUENTOS SOBRE LA CIUDAD DEL MAÑANA

Hay historias que leen el futuro

La antología forma parte de un programa impulsado por la Fundación Ciudad de Arena. Prologado por Gabriel Guralnik, el libro incluye relatos de Pablo De Santis, Carlos Gamerro, Carlos Gardini, Rudy y Ana María Shua.

› Por Silvina Friera

Las especulaciones sobre el porvenir están latentes en nuestro imaginario. El mañana, que parece a veces tan lejano, se aproxima de un modo inexorable. “Me interesa el futuro, porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida”, dice Woody Allen. Y si pensar el futuro es una manera de inventarlo, Buenos Aires 2033 (Norma) es el resultado de la confabulación creativa de Ana María Shua, Carlos Gamerro, Pablo De Santis, Rudy y Carlos Gardini, autores de los cuentos que integran esta antología, que forma parte de un programa impulsado por la Fundación Ciudad de Arena (ver aparte). La elección del año no fue un capricho del editor y prologuista, Gabriel Guralnik, ni de los escritores que asumieron el desafío de imaginar cómo será la ciudad dentro de varias décadas. Es la fecha en la que se celebrará, por fin, el cincuentenario de la democracia, en un país que aún no logra vencer el récord de continuidad institucional de los gobiernos que se sucedieron entre 1880 y 1930, cuando se produjo el primer golpe de Estado.

No hay robots ni viajes espaciales ni encuentros con alienígenas en la Buenos Aires del futuro. Gamerro reescribe el mito de Tiresias en ese hipotético 2033, con piquetes de analógicos que exigen plenos derechos digitales con piedras y palos. La conexión a la red se ha vuelto impensable y no hay situación que no se pueda vivir, ni sentido que no se pueda estimular, en una experiencia de sesiones múltiples. En el noticiero desopilante que imagina Rudy –patrocinado por una empresa que ofrece un “generador automático de ideas”–, se informa que el gobierno abolió la diferencia entre la noche y el día por considerarla discriminatoria, que el presidente Mario Blanco Saavedra reclama más apoyo a sus opositores y menos críticas a sus partidarios, y que siguen apareciendo “falsos embarazos” de jóvenes varones. Y todo puede ser noticia, pero hay una perlita internacional: la premier israelí y su par palestino son madre e hijo, y ella le advierte que considerará “un grave insulto de consecuencias internacionales imprevisibles el hecho de que no la llame por teléfono para ver cómo está”. En Encarnación y Valentino, Shua explora una historia de amor entre dos jóvenes que estuvieron tan acostumbrados a vivir largamente la guerra, que la declaración de paz puede resultar una noticia sin importancia.

“La ciudad no cambia tanto, salvo por esa enfermedad misteriosa que aparece en el relato”, dice Pablo De Santis, autor de Zona de influencia, en la entrevista con Página/12. “La literatura siempre tiende al pesimismo; las visiones acerca del futuro han sido más bien oscuras y siniestras porque en una imaginación muy feliz no hay muchas cosas para narrar.” En el cuento de De Santis, el doctor Sáenz cree encontrar una cura para el mal que aqueja a la ciudad. Sin embargo, la pócima le sale como a Jekyll y en cada rincón reaparece Hyde bajo la forma de objetos que sólo se deterioran si el paciente muere. “La idea es qué pasaría si lo que tenemos adentro saliera afuera, porque siempre queremos mostrar algunas cosas y ocultar otras”, señala el escritor sobre la recreación de la maldición de Tlon, que nos condena a crear objetos de la nada y contra nuestro propio deseo. De Santis opina que la tecnología en la literatura siempre es difícil de manejar. “Las novelas de Flaubert y de Brontë nunca atrasan, pero las de ciencia ficción siempre, lo mismo sucede en el cine. Lo primero que envejecen de las películas son los uniformes de los personajes del futuro, que tienen esos joggings amarillos pegados al cuerpo. Es muy difícil imaginar algo que no envejezca de inmediato”, plantea De Santis. “Cuando se hace una novela de ciencia ficción ‘realista’, se traza una hipótesis sobre los problemas del mañana. Y es muy curioso porque nosotros, que somos el futuro del pasado, tenemos preocupaciones que no tienen nada que ver con lo que se proponía en esasnovelas –compara–. Uno de los íconos de la ciencia ficción fue el robot, pero hoy es completamente marginal dentro de la tecnología.” Otro tópico obsoleto son los viajes espaciales. “Cuando tenía 6 años el hombre llegó a la Luna y fue un acontecimiento. Pero ahora cada vez que se hace un viaje espacial, apenas sale en el diario una pequeña columna; es algo que no forma parte de la imaginación popular y que ha quedado totalmente desplazado.” Según De Santis, la literatura fantástica atrasa menos porque se mueve fuera del tiempo. “Nunca trabaja con el futuro sino con el pasado, siempre habla de un pasado que de pronto aparece en el presente”.

En Timbuctú, el cuento de Carlos Gardini, Buenos Aires está escindida en dos partes: el mundo “normal”, del que nada se sabe, y el barrio de Timbuctú, especie de zona franca para los esclavos de la Dama Negra. En este barrio, “el Paraíso del Paria”, hay adictos que vomitan en las calles, proxenetas, prostitutas y predicadores, muchas botellas rotas en veredas desparejas y la música esquizoide del neotango. “Es una ciudad más lumpen y empobrecida –admite Gardini–. Muchos elementos del relato surgen del presente, es una radicalización de aspectos que ya están en la realidad urbana. Lo que hago es mirar el presente y proyectarlo en el futuro. Buenos Aires en 2033 será una ciudad delirante porque éste es un país delirante”. El escritor añade que no es necesariamente un pesimista. “Uno piensa que todo está mal, pero la lucha entre lo bueno y lo malo es algo eterno. No soy pesimista porque no soy demasiado optimista –bromea el autor–. Tengo fe en el ser humano. Creo que viviremos con la miseria y con el heroísmo, tensión que representa lo que somos: mitad ángeles, mitad animales.” Gardini, lejos del cliché de “dar la vida por la patria”, encuentra el heroísmo en los pequeños detalles: “El hecho de tener fe en los sueños es un acto de heroísmo. Escribir puede ser también un acto de heroísmo, no porque me considere un héroe, sino porque creer en el arte es un acto de fe, y eso nos redime un poco”.

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