LITERATURA › DAVID FOENKINOS ESTUVO EN BUENOS AIRES POR EL FILBA
El narrador francés llegó a una cumbre personal con Charlotte, la novela en verso libre sobre Charlotte Salomon, la pintora alemana de origen judío que fue asesinada en Auschwitz a los 26 años, cuando estaba embarazada de cinco meses.
› Por Silvina Friera
El torbellino de una emoción estética suprema, la sensación de haber encontrado por fin lo que andaba buscando, estalló frente a los ojos de David Foenkinos en el preciso instante en que descubrió, hace más de diez años, ¿Vida? ¿O teatro?, las acuarelas y textos de Charlotte Salomon (1917-1943). La pintora alemana de origen judío fue asesinada en Auschwitz a los 26 años, cuando estaba embarazada de cinco meses. Todo cuanto Foenkinos quería estaba desplegado en ese estallido de colores vivos, en la desesperación y la locura, en la música y la fantasía. Nunca antes había sentido la complicidad inmediata con alguien, como si conociera de siempre lo que estaba descubriendo. “Hay que ir a buscar la voz en lo más hondo de uno”, anotó durante ese largo camino que recorrió por los lugares donde estuvo “ese genio de la pintura”. Pronto entendió que crear una obra es crear un mundo y escribió una de sus mejores novelas, Charlotte (Alfaguara), en verso libre, con la imperiosa necesidad de poner punto y aparte para respirar. Escandir los versos narrando, como exhalando el estribillo de un canto que inmortaliza la alegría de vivir.
Foenkinos, invitado al VII Festival Internacional de Literatura (Filba) que terminó ayer, cuenta en la entrevista con Página/12 que nunca supo que sería escritor. Este hombre esmirriado y locuaz, que se emociona al hablar de la obra de Charlotte Salomon, tenía 16 años cuando lo operaron del corazón por una enfermedad. “Eso cambió mi vida. Escribí muchas cartas de amor que quedaron sin respuestas y empecé a escribir mucho, pero nunca me dije: ‘voy a ser escritor’. Un día mandé un manuscrito a un editor y me publicó. Nunca pensé que iba a vender millones de libros, que me iban a traducir en todo el mundo. La escritura no es una decisión; es un sentimiento, como lo que me pasó con Charlotte cuando vi sus cuadros”, explica el narrador francés, que nació en París en 1974 y es autor El potencial erótico de mi mujer (2004), La delicadeza (2009), Los recuerdos (2011), Estoy mucho mejor (2013) y Lennon (2014), biografía novelada de John Lennon, entre otros títulos.
–“¿Qué palabra hay cuando se pierde una hermana?”, es una de las preguntas que aparece en Charlotte. Una respuesta que se da es que no existe esa palabra porque el diccionario a veces es púdico, “como si también él se asustase del dolor”. ¿A qué atribuye esta limitación o pudor?
–Charlotte es un libro donde visualmente dejo espacios en blanco, como si las emociones pudieran ocultarse. En muchas obras, particularmente en la de Charlotte, está lo que se ve y lo que no se dice, lo que está siempre oculto detrás del color. Me parece mejor que no se pueda decir todo, me gusta no saber. Fue importante estar en el barrio donde vivió en Berlín, pasear por Charlottenburg. Creo en las memorias de las paredes; se pueden comprender muchas cosas siguiendo esas huellas.
–“Existe un punto preciso en la trayectoria de un artista”, se lee en la novela, “el momento en que su propia voz empieza a hacerse oír”. Escribir esta novela probablemente haya implicado reflexionar también acerca del escritor que es. ¿En qué momento sintió eso de empezar a oír su propia voz?
–Creo que en esta novela. Es mi decimotercer libro, esperé esta novela mi vida. Hay muchos de mis libros anteriores que tienen defectos y tal vez mis próximos libros sean malos, pero con esta novela logré escribir mi corazón. Charlotte es un punto importante de mi vida, estoy contento de haberlo vivido. Evidentemente, cuando pongo la dimensión de una obra al frente, en el momento en que escribo un libro sobre otra persona, explico de manera oculta que es mi libro más personal. No se puede pasar años trabajando sobre alguien, estar en estado de admiración, si no se encuentran resonancias de sus propios deseos.
–Hay un mundo que despliega esta novela con contactos y empatías hacia Franz Kafka, el epígrafe que cita al comienzo, y Walter Benjamin. ¿Ese mundo le genera fascinación?
–Sí, estamos en un panteón cultural, en la expresión de la gran inteligencia. Siempre me fascinó esa época del gran dominio intelectual de la Alemania de los años 20 y 30, toda esa generación que va a ser sacrificada; es extraordinario ver cómo en algunos años se tienen a los más grandes científicos, los más grandes escritores, los más grandes cineastas, que después van a protagonizar los buenos tiempos de Hollywood. Charlotte estuvo en este ambiente intelectual, era alguien que conocía a Walter Benjamin y escuchaba sus programas de radio. A Kafka es importante citarlo porque anunció lo que iba a ocurrir más tarde: la estupefacción total de ser condenado por algo que se nos escapa. Era muy importante no recargar el libro con demasiadas referencias; tenía ser el libro de Charlotte, su cuerpo, su emoción.
–No hay narración sobre la muerte de Charlotte, el lector se queda en el momento en que ella entra a la cámara de gas, embarazada de cinco meses. ¿Fue una decisión suspender el relato ahí?
–Para mí es lo contrario, cuento hasta el extremo; es algo muy complicado y dudé mucho. Tenía ganas de detener el libro en el momento en que ella le da la al médico una maleta donde está su obra y le dice: “es toda mi vida”. Pero necesité acompañar a Charlotte hasta su último aliento, acompañarla hasta la cámara de gas, lo que algunos me reprocharon. Algunas personas piensan que no hay derecho a escribir lo que piensa el personaje en el momento en que entra a la cámara de gas. Tomé la decisión de hacerlo para ir al extremo de su vida; por eso terminé el libro así, para poder tomarla y traerla con nosotros, porque Charlotte es una novela contra el olvido.
–“La delación no prescribe”, afirma cuando recuerda que alguien hizo una llamada telefónica en septiembre de 1943 y denunció que había una joven judía oculta en una casa de Villefranche-sur-Mer llamada L’Ermitage. Y se plantea un interrogante que queda rebotando en los lectores: “¿Tendría que haber seguido investigando? ¿Localizar al hijo o a la hija de quien hizo la denuncia?”
–Yo sé quién denunció a Charlotte, conozco a la nieta de ese hombre, pero no tenía ganas de ponerlo porque es un libro sobre la vida. No quería arruinar la historia de Charlotte escribiendo esa parte.
–¿Se encontró con la nieta del delator?
–Sí. Es difícil tener en la familia un monstruo, un colaborador que denuncia a una joven embarazada que es un genio de la pintura. Ese monstruo fue ejecutado en el momento de la liberación; era un colaborador conocido. Como cuento en la novela, los italianos protegían la zona. Esto enojó más a los nazis, que sentían que no podían practicar su política de exterminio de mandar a todos los judíos a los campos. Cuando los italianos se fueron, la milicia francesa y los alemanes fueron muchísimos más violentos, como si hubiera que recuperar el tiempo, porque hasta septiembre del 43 los judíos estaban protegidos en la región de Niza.
–Hay una herida abierta respecto del colaboracionismo francés con el nazismo, ¿no?
–Sí, llevó como cuarenta años poder hablar del tema, empezó en los años 80. En los 90, el Estado francés reconoció su responsabilidad en un tema que había sido ocultado completamente, mientras que todo el mundo sabía que la policía y la administración francesa fueron capaces de hacer más que lo que se les pedía, como la redada del Velódromo de invierno con los 17 mil judíos que fueron detenidos en París. La colaboración francesa fue enorme; los alemanes son responsables y después igualmente los colaboradores en todos los países. Por otra parte, es trágico que toda la familia de Charlotte –el padre, la madrastra, Alfred– haya empujado a Charlotte a que se fuera de Alemania. Y finalmente fue ella la que murió.
–Si hubiera ido a Holanda en vez de Francia, como hizo el padre de Charlotte, quizá hubiera sobrevivido.
–Es el destino... No se puede saber nunca lo que va a ocurrir. Imagínese el horror de esa niña que de pronto ya no tiene derecho a ir al colegio en Berlín y tiene miedo porque los judíos son víctimas de la violencia, y ella está obligada a dejar todo e irse. Charlotte creía estar protegida en Francia, pero los alemanes invadieron Francia y fueron diez años de horror, de opresión, de miedo. Pero al mismo tiempo, ver la belleza de su obra es magnífico.
–¿Se preguntó si Charlotte habría sobrevivido a esa especie de “mal hereditario” de mujeres suicidas: su madre, su tía, su abuela...?
–Sí, por supuesto. Gracias a su obra, llegó a romper con la maldición: ella quedó embarazada, estaba dentro de la vida, después la atrapó el drama. Pero llegó a escapar del suicidio por su obra: ¿Vida? ¿O teatro? Esa obra la salvó.
–Cuando Charlotte está en el campo de Gurs, el narrador de la novela menciona que en una de las filas está Hannah Arendt. ¿Es una licencia de la ficción o realmente estuvo Arendt en ese lugar?
–Habría podido cruzarse con Hannah Arendt porque estuvieron en el campo de Gurs al mismo tiempo; no había tantas mujeres. Cuando se declaró la guerra, todos los alemanes que estaban en Francia fueron internados, lo que fue terrible porque era un doble castigo. En la misma fecha que Charlotte, Hannah Arendt estaba en ese campo.
–En el epílogo, se cuenta que aparece el folleto de una exposición de Charlotte Salomon en el bolsillo interior del traje de Alfred Wolfsohn, a la altura del corazón, cuando lo encuentran muerto en 1962. ¿Esto es una licencia suya o es un dato que leyó en un diario, en algún libro?
–Lo que es cierto es que cuando Alfred descubrió el catálogo con la obra de Charlotte, cuando descubrió la importancia que él tuvo para Charlotte –porque ella dibujó centenares de veces el rostro de él y restituyó por escrito los monólogos–, quedó postrado de emoción durante tres días. Eso es cierto. Que haya muerto con el folleto cerca del corazón, eso es novela. Pero uno tiene derecho a soñar con esas historias, ¿no?
–En un futuro no tan lejano, cuando se cuente la historia de Charlotte, aparecerá ese final de su novela como algo “verdadero” por la fuerza que tiene la ficción para generar pequeñas verdades
–Sí, puede ser. Durante años pensé en cuál podría ser la primera y la última imagen de la novela. En la primera imagino que Charlotte ve su nombre en una tumba. Eso es ficción, pero es muy posible. En la última imagen, imagino que Alfred muere con Charlotte.
–¿Vida? ¿O teatro? se va a editar en Francia por primera vez después del impacto que generó su novela, ¿no?
–Sí, había una edición parcial, es decir más o menos 300 acuarelas que cuentan la historia. Por primera vez en el mundo, en Francia y en los Países Bajos, se va a publicar la edición integral de ¿Vida? ¿O teatro?, el libro de Charlotte con todos los textos y las indicaciones de música. El éxito de mi novela en Francia hizo que el público vaya a ver una gran exposición en Niza sobre Charlotte y eso es muy emocionante. Estoy más contento todavía de que se descubra a Charlotte; es más que una satisfacción, es toda mi vida.
–¿Charlotte es una obra que lo saca de ese lugar de “ligereza”, del escritor liviano y con humor en el que lo habían colocado?
–No, adoro el humor, me encanta la gente que me hace reír, pero una cosa no impide la otra. Estamos hablando con seriedad, habitualmente las entrevistas son más graciosas y cuento muchas tonterías. No considero especialmente que un libro grave sea más importante que otro con humor. Mi próximo libro, acabo de terminarlo, tiene humor.
–¿De qué trata?
–No se lo puedo decir en una primera entrevista, tendremos que volver a vernos (risas). Es un libro que habla de una biblioteca, una historia contemporánea. En un momento sólo vivía para leer a los escritores rusos como Dostoievski, Chéjov, Gogol. Me gusta la literatura de Milan Kundera y Witold Gombrowicz, que vivió aquí; adoro a Philip Roth y estoy leyendo todos los libros de Roberto Bolaño. En el libro que terminé cito una frase de Borges que me gusta mucho: “Ordenar los libros es cansar los estantes”.
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