Mié 06.09.2006
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LITERATURA › MARCELO COHEN Y LOS CRUCES DE SU NOVELA “DONDE YO NO ESTABA”

“El realismo es para mí un arte tremendamente difícil”

Las casi 800 páginas de su libro imponen respeto, pero la experiencia vale la pena. Internándose en una selva de personajes, disolviendo estilos y jugando con el concepto de futuro, Cohen da rienda suelta a su universo: “Me había cansado del carácter profético de la literatura de ciencia ficción”.

› Por Silvina Friera

En su casa del barrio de Belgrano, Marcelo Cohen confiesa que si no escribe se pone cascarrabias. Cuesta imaginarlo malhumorado, pero habrá que creerle, porque estuvo cinco años escribiendo una de las novelas más ambiciosas y voluminosas de la literatura argentina contemporánea, Donde yo no estaba (Norma). No es la cantidad de páginas, más de setecientas, lo que sorprende. Quizá sea el modo radical de llevar al límite y replantear las posibilidades del género novela, expandiendo elementos de su propio universo narrativo, pero tratando de poner a prueba cuánto de la contingencia del presente soporta un espacio imaginario, levemente desplazado en un futuro no tan lejano. El libro conjuga experiencias estéticas heterogéneas que sólo pueden convivir en ese mundo inventado por el escritor. Sería la puesta en abismo de una novela fantástica absolutamente realista, sin contradicción ni oposición. ¿Habría en el origen de esta apuesta un anhelo de disolver todos los géneros? Algo de eso hay, confiesa el autor. “Es curioso –admite Cohen en la entrevista con Página/12–, pero las ideas germinales, el primer pálpito, es muy anterior a la escritura, se incuba largamente.”

La novela empezó a gestarse cuando Cohen terminó El testamento O’Jaral. “Al protagonista, una mezcla de paranoico y obsesivo que fingía normalidad, lo único que lo calmaba era leer un libro, que se llamaba Donde yo no estaba y que era el diario de un comerciante mayorista de ropa interior femenina”, cuenta el escritor. Otra de las partes de esta gestación está en Los acuáticos, un libro de cuentos que se desarrolla en un delta de islas perdidas imaginarias, “más o menos equivalente a nuestro mundo dentro de cinco minutos”, define el escritor. “Decidí que todo lo que escribiera, por un buen rato, iba a pasar en el Delta Panorámico.” Aliano D’Evanderey, un modesto comerciante mayorista de lencería femenina, escribe metódicamente en un diario personal todos los detalles de su vida cotidiana en la isla Múrmora del Delta Panorámico; nada de lo que observa, siente, escucha o lee queda fuera de estas páginas. Lo peculiar es que, llevado por la lectura de escritores que ha adoptado como sus maestros (Rosezno y Mench), Aliano adopta un pequeño plan que consiste en adelgazar su personalidad, dejar que el mundo, que para él es un foco de interés, de deleite y de preocupación inagotable, ocupe su lugar. Ser una pura consecuencia de relaciones entre cosas y personas. Aquejado por una extraña enfermedad, la Mota de Samblovit, que le produce jaquecas insoportables, Aliano se separa de su mujer, Cler, porque ella se enamoró de otro hombre. Sus hijos, Fiena –que toma las riendas del negocio con el diseño de “una prenda para todos”, las camise-te– y Sereno (seguidor de la “música realista”), su amante Lumel, que escribe poemas, y Yónder –un lumpen provocador, clave en el “cambio de planes” del protagonista– son algunos de los personajes que van configurando la trama de la novela.

A pesar del desarrollo tecnológico, como el pantallátor (especie de televisor gigante), el monitorio (un mayordomo virtual) y los farphonitos, entre otros, ese mundo no está exento de disputas religiosas entre los seguidores de la religión del Pensar y la del Dios Solo. El sistema político de la isla, la Democracia Gentil, entra en crisis con la “misteriosa” muerte del presidente Goyfrena y, hacia el final de la novela, al protagonista le ofrecen la presidencia. La Panconciencia, un desarrollo natural de la evolución de la humanidad que consiste en una conexión voluntaria con la red de conciencias universales –pero sin opción de elegir en qué conciencia se depositará el que se conecte–, ya aparecía en Los acuáticos, pero adquiere otro sentido en Donde yo no estaba. “Muchas de las adquisiciones del futuro ya son naturales, fueron incorporadas, están perimidas, han aburrido o forman parte de un decorado más o menos inservible. Aliano tiene la sensación de que en la isla Múrmora se van depositando los futuros perimidos de otras islas más desarrolladas, de manera que hay cosas que podrían ser el último grito de la moda, como la Panconciencia, que llegan con una pátina de cursilería”, explica el escritor.

–Hay una tensión permanente entre la “realidad” y ese mundo imaginario. ¿La novela plantea un debate sobre el realismo?

–Sí, no creo que sea burdo usar la palabra “realidad”. A tal punto la realidad es un tema que hay un tratado sobre un fenómeno de ese mundo que se llama “música realista”, que está relacionado con la marcha del hijo del protagonista a un lugar ligeramente arcaico de esa isla, donde se cultiva esa música. El realismo es para mí un arte tremendamente difícil; me costaría componer novelas realistas, pero no desdeño hacer realismo. Al final, cuando sea grande, escribiré una novela realista sobre Buenos Aires (risas).

–¿Por qué le resulta difícil el realismo?

–La vida siempre es más intensa que la literatura. Pero vivir en la literatura cotidianamente, paradójicamente, para mí es una manera de alcanzar la intensidad que tiene la vida. Siempre pensé la literatura como una evasión radical por fuera, por izquierda, de las mediaciones por las cuales estamos sujetados permanentemente. La virtud política, moral, ética y la alegría que puede dar la literatura es su enorme diversidad, la posibilidad de convivencia sin conflictos de formas que pueden parecer antagónicas. Al mismo tiempo, como cualquier escritor argentino, no puedo no ser borgeano, pero cuando escribo trato de no pensar en Borges. En esta novela no me interesaba trabajar con los géneros, aunque aparecen inevitablemente y voy a ellos como cuando uno conversa con amigos que siempre dan buenos consejos.

–Parece que conversó muy bien con esos amigos...

–Quería probar que la vida podía invadir como quisiera el espacio supuestamente protegido del momento de la escritura. Como tenía un breve plan argumental, muy fino, pero inacabado, algunos esbozos de personajes y mucha parafernalia paisajística, tenía que estar muy preparado para que “los llamados” de la vida cotidiana no tuvieran que abrirse camino a codazos. La gracia era que la novela se fuera acercando a las cosas que me iban pasando a mí, desde las físicas a las anímicas, hasta lo que pertenece al orden de las anécdotas, y por supuesto de las lecturas. Verdaderamente, la novela está samplerizada, como hacen algunos músicos que improvisan en escena: graban su propia voz o la de alguien y sobre eso tocan un instrumento o hacen una segunda voz.

–¿Cómo samplerizó a Rosezno, ese escritor de aforismos, maestro de Aliano?

–Rosezno trabaja contra las grandes ideas del siglo XX que hemos adoptado como evidencias, por lo menos en el campo de la literatura, y que él vuelve a considerar. Porque hoy está muy bien decir que todo escritor es básicamente un lector, pero Rosezno dice que todo el mundo tiene derecho a escribir y a publicar sus libros. Rosezno es un aguafiestas. El plan de una novela de estas características, con un realismo tomado tan al pie de la letra, que se modifica en la medida en que se transforma la vivencia que el escritor de esa novela tiene cotidianamente, un disparate de esta naturaleza, sólo es posible si uno está haciendo trampa y tiene cierto control de las formas. Pero además, si finge o trata de adaptarse a la variación anímica del personaje que sólo escribe un diario para sí mismo, para conectar con su intimidad, y que no se considera un escritor. El lenguaje de Aliano cambia muchas veces a lo largo de la novela; él tiene una idiosincrasia verbal por la cual podríamos reconocerlo, pero su estilo pasa de frases largas y enrevesadas a frases cortas y urgentes, modifica su manera de usar los insultos y se apropia de maneras de decir de los personajes que va conociendo. Rosezno es como una puesta en abismo de los diarios de Samuel Pepys (1633-1703). En muchos momentos de desasosiego, esos diarios me calmaron porque Pepys no cuenta más que banalidades.

–¿Qué encuentra en el aforismo como forma literaria?

–Envidio el aforismo, un tipo que escribe una novela de 800 páginas es porque no sabe resumir (risas). En el aforismo encuentro la posibilidad de reposo del pensamiento y una tranquilidad momentánea, un llamado al cese del ruido. Pero también un predio donde estar y desde donde mirar, como la sombra en un día caluroso. Pero para eso los aforismos tienen que ser buenos. El aforismo no es para mí, no lo sé hacer porque mi temperamento es más expansivo. Esta novela está construida contra los resabios de mentiras que perjudican el glorioso desarrollo del género y contra los cuales se han rebelado todos los grandes escritores del género del siglo XX. A mí me gustaba volver a practicar esa rebeldía contra los peligros de mentira que acechan a la verdad novelística.

–¿A qué se refiere?

–El asunto era cuánta de la conciencia que hay en una persona normal, de la innumerable cantidad de detalles que suceden, grandes o pequeños, podían entrar en una novela. Por supuesto que hay un desborde, pero ese desborde también puede dar lugar a una forma, si uno la mira bien y después hace unos retoques, si la mira, como decía Leonardo, como se puede mirar una mancha en la pared. A mí me gusta tirar un montón de palabras e ideas básicas contra la página, que se estrellen y ver qué pasa con esa mancha.

–¿Y qué sucedió con la mancha en esta novela?

–Me había cansado del carácter profético de la literatura de ciencia ficción y me pareció que una vuelta hacia viejos escenarios de la novela realista, mezclados con la alarma prospectiva y con lo gótico de la ciencia ficción, podía ser una buena mezcla. No sé cómo me salió, pero creo que todavía la novela tiene mucho que decirle al mundo como lugar de indagación y también de recuperación. Hay tierra que todavía es fértil y que antes de que sea convertida en cimientos de torres-countries podemos usarla para que salgan otras plantitas o para hacer unos parques. Si recibí un jardín, que es la novela, quiero dejarlo en las condiciones que creo mejores para que puedan usarlo otros.

–¿La novela sería el mejor género de indagación del presente?

–Sí. Después del cuestionamiento de las líricas, del empalago de la poesía, algo que sigue siendo inamovible en diversas estéticas es que la poesía toma el momento como puro presente, en donde resuenan, se entrecruzan y anudan elementos que han desaparecido en la dispersión de la vida, que pertenecen al pasado, al futuro presagiado o al recuerdo. Pero a pesar de lo que dicen los poetas, la narrativa, que parece que tuviera un excedente de palabras innecesarias, puede incidir incluso a veces más que la poesía, puede ahondar más en ese presente a través de una descripción estática y extática, a través de la incorporación de la mayor cantidad de elementos posibles de ese momento contingente, sin necesidad de preocuparse, como la poesía, por la censura o por la economía. Traer al cóctel del presente la mayor cantidad de componentes posibles puede volver más rica esta combinación en una novela que en un poema.

–Aliano cuestiona permanentemente el sistema de la Democracia Gentil. ¿Cómo ser crítico de un sistema sin terminar siendo reaccionario, como le sucede a veces al protagonista?

–La Democracia Gentil le molesta, le parece que funciona mal y se pregunta cómo podría ser cambiada. No le gusta que la gente ponga el mal siempre fuera de ella, porque él no quiere ponerlo fuera de sí. Por eso su relación con Yónder avanza hacia el reconocimiento de que muchas de las cosas que tiene ese personaje están dentro de él, “el Yónder-en-mí”. A veces puede parecer un reaccionario porque él no quiere mezclarse con la grey del Pensar sin someter primero a escrutinio esa religión, escrutinio que no termina nunca. Lo que quizá parezca más reaccionario es la repugnancia de Aliano respecto del funcionamiento de las multitudes y la permanente dilación sobre su participación o no en la política. Todo el tiempo me di cuenta de que así como Aliano tiene “un Yónder-en-él”, también había un “Aliano-en-mí”, y quise que fuera lo más visible posible.

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