Martes, 19 de enero de 2016 | Hoy
LITERATURA
Poco tiempo después de su muerte, en agosto de 2015, apareció en la Argentina la autobiografía En movimiento de Oliver Sacks, el famoso autor de Despertares, pionero en contar historias sobre ese territorio entonces casi inexplorado del cerebro humano, que él mismo indagó a través de sus observaciones en pacientes neurológicos. El abordaje de la ciencia que Sacks hizo a través de la escritura se tradujo desde un principio en la posibilidad de divulgación de un área que todavía no había tomado el impulso imparable que tiene en estos días. “La vida hay que vivirla hacia delante, pero sólo se puede comprender hacia atrás”, dice la frase de Kierkegaard, que precede el texto, una ajustada síntesis del escenario general donde se ubica Sacks para traer al lector retazos de una experiencia vital, que siempre supera el marco cronológico. Su pasión por las motos, el levantamiento de pesas, su homosexualidad –rechazada de manera cruel por su madre (cirujana y anatomista)–, su viaje a Israel y luego a Amsterdam, para finalizar sus cuatro años en Oxford antes de comenzar sus estudios de medicina, carrera que finalizó en septiembre de 1958. Publicado por Anagrama, el libro está profusamente ilustrado con fotografías de Sacks, de sus amigos –entre los que destacan el poeta Thom Gunn y Carol Burnett– de algunos pacientes, miembros de su familia e incluso los actores Robert de Niro y Robin Williams, protagonistas de Despertares. Refiriéndose a Williams, Sacks relata que el actor llegó a compenetrarse totalmente con él: “No me imitaba; en cierto modo, se había convertido en mí; de repente me estaba saliendo un gemelo más joven”. Su uso de diferentes drogas es un tema que el autor despliega en el relato: “Los nuevos descubrimientos acerca de las drogas psiocoactivas y sus efectos sobre los neurotransmisores del cerebro se acumulaban rápidamente a principios de la década de 1960, y yo deseaba experimentarlas por mí mismo”. Creía que podrán ayudarlo a comprender lo que sentían sus pacientes. Así es como tomó enormes dosis de anfetaminas, LSD, todo tipo de drogas que agudizaban sus percepciones pero también lo hicieron caer en un estado de delirium tremens. El lazo que estableció con sus pacientes y que lo llevó a describir las enfermedades con las que se topaba no fue tomado bien por muchos de sus colegas. Sien embargo esta difusión rescató del anonimato muchas dolencias y permitió mejores tratamientos y comprensión de las mismas. Casi de casualidad en el otoño de 1966 en el hospital del Beth Abraham encontró a unos ochenta pacientes, dispersos que eran supervivientes de la pandemia de encefalitis letárgica. Pudo administrarles L-dopa; “su ‘despertar’ no fue sólo físico, sino también intelectual, perceptivo y emocional”, cuenta el propio Sacks de esa enfermedad retratada en la película Despertares.
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