Jueves, 11 de febrero de 2016 | Hoy
LITERATURA › MURIó AYER, A LOS 95 AñOS, EL POETA JORGE LEóNIDAS ESCUDERO EL INFATIGABLE EXPLORADOR DEL LENGUAJE
Estudió agronomía y fue buscador de oro, siempre en San Juan, la provincia donde nació y vivió. El autor de Atisbos desplegó una obra de gran belleza lírica y radicalmente original.
Por Silvina Friera
Exorcizar la pena no es fácil, pero relampaguea la certeza de que su obra permanecerá, lejos de la amenaza de ese viento zonda que a veces es el olvido. Y sus versos serán mañana una invitación a afinar el oído. Jorge Leónidas Escudero, ese inmenso tesoro apodado Chiquito, uno de los más grandes de la poesía argentina, murió ayer a los 95 años en la misma ciudad de San Juan donde nació y vivió, buscando oro y palabras que desplegaran la belleza lírica de una sintaxis quebrada y radicalmente original en su textura oral. “Sigo aquí en el camino de otras veces, escarbo/ m’encaramo en las palabras, miro/ cielos a ver si la palabra única/ me resume todo lo a decir.// Sigo esto y escribo como que soy mandado/ a encontrar arduamente lo que aún no asoma/ pero lo atisbo./ Una esperanza bruta me asiste.// Y voy a lo invisible sin saber qué/ ni cuándo ni si/ podré poner pie nel umbral de/ o me consumiré andando el camino.// ¿Estoy quizá hablando de la nada/ o del todo que es lo mismo?/ ¿Será eso el/ silencio total ah? Me asusto:/ ¿Buscar la palabra única será/ instinto de muerte?”, se lee en uno de sus poemas.
Las andanzas mineras de Escudero se iniciaron en San Juan, donde nació el 4 de septiembre de 1920. A pesar de que cursó estudios de agronomía, pronto abandonó las aulas para cuerpearle a la vida y entregarse a la travesía de hallar oro en las montañas de su provincia. Infatigable explorador que trajinó por las alturas de Calingasta como cateador minero, en ese andar queriendo encontrar las piedras para hacerse rico con el mineral, el tesoro nunca apareció. Chiquito rumbeó con sus manos, sus oídos y su mirada para otros pagos, sin moverse de su terruño. Se empleó como oficinista y dio rienda suelta a otra de sus grandes pasiones, el juego en la ruleta, “tratando de arrancarle algún numerito al futuro”. A los 50 años publicó su primer libro, La raíz en la roca (1970), en una modesta edición de autor. Rogelio Ramos Signes, poeta y narrador nacido en San Juan pero radicado en Tucumán, ansioso por descubrir una voz que le llamara la atención, entró en la librería sanjuanina Palma. Entonces –en 1985– se cruzó con un ejemplar de modesto porte, Le dije y me dijo (1978), de un tal Escudero. Ramos Signes lo hojeó y se dio cuenta de que estaba ante algo diferente. Lo asaltó un presentimiento, algo relacionado con el olfato o con las “vecindades afectivas”, cuando entre poetas media la amistad. Compró otro ejemplar para regalárselo a su amigo Javier Cófreces (ver aparte). Y no se equivocó.
Cófreces supo detectar el lenguaje despojado de gravedades de Chiquito, esa persistente demolición de estereotipos, golpeando palabras y silencios de espaldas a las modas poéticas. Y decidió publicar algunos de los poemas en las páginas de la revista La danza del ratón, antecesora de la editorial Ediciones en Danza, que comenzaría a publicar la obra del poeta sanjuanino en 2001. Después llegarían Piedra sensible (1984), Los grandes jugadores (1987), Umbral de salida (1990), Basamento cristalino (1993), Elucidario (1992), Jugado (1993), Cantos del acechante (1995), Viaje a ir (1996), Caballazo a la sombra (1998), Aguaiten (2000), Senderear (2001), Verlas venir (2002), Endeveras (2004), Divisadero (2005), Tras la llave (2006), Caza nocturna (2007) y Dicho en mí (2008), entre tantos otros títulos y en 2015 recibió el Segundo Premio Nacional de Poesía por su libro Atisbos. En una de las notas preliminares a la Poesía Completa de Escudero, Ricardo Luis Trombino, profesor de literatura en la Universidad de San Juan, subraya que en la voz y la escritura del poeta sanjuanino se parió “una nueva poesía, difícil de encasillar tras una línea estética determinada”.
“En la montaña sentimos la comunicación con el todo. No sabemos si es Dios, pero es una cosa tremenda. Aun lo inhóspito de la montaña nos da la idea de que pertenecemos a un todo más allá de la vida”, recordaba Escudero en el documental Oro nestas piedras (2008), dirigido por Cristian Costantini, Leandro Listorti y Claudia Prado. Obstinado en buscar “algún relincho de alegría” con su poesía, Chiquito escribió su “Posible epitafio” en un poema memorable: “Que la vida le soltó la mano/ y cayó en lo que nadie ha visto./ Que la noche lo recibió indiferente./ Que los amigos mirándose unos a otros/ menearon la cabeza diciendo ya está./ la ley es así.// Quien se mortificaba en buscar lo oculto/ entró a allá iluminado con velas./ de brazos cruzados y encajado/ en madera lustrada./ El mundo siguió andando como dice el tango./ ¿Y en vida qué hizo? Hizo lo que pudo/ pero murió oscuro,/ murió en oscuro mientras golpeaba dos piedras/ para sacar luz.// Hoy merece el recuerdo de algunos poquísimos/ los que entienden que el suyo/ fue un empecinado ejercicio para Ver”.
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