Vie 04.03.2016
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LITERATURA › EDGARDO COZARINSKY HABLA DE SU NUEVA NOVELA, DARK

“El personaje oscuro permite inventar, imaginar, suponer”

“Están compuestos de recuerdos, de lecturas, de lo imaginado”, dice el escritor sobre las criaturas que habitan su nuevo libro, que gira sobre la iniciación de un escritor y establece relaciones que no van más allá del puro deseo, que no llegan a pasar al acto.

› Por Silvina Friera

“No tengo recuerdos. Tengo memoria, eso sí.” El escritor memorioso en que se convirtió aquel adolescente llamado Víctor recupera las ruinas de la trama de una aventura por la noche de Buenos Aires de fines de los años 50 de la mano de un personaje ambiguo y misterioso, Andrés o Fredi, una “mala compañía” desde el mundo reglado por los prejuicios familiares de clase media, personaje fascinante que lo sumerge en la sordidez de un piringundín donde intenta sobrevivir una cantante de tango que figura en una lista negra por peronista. O lo pone frente al espejo de un peligro en ciernes un fin de semana en el Tigre, alimentado por la ausencia de todo contacto físico. “Solo en la memoria puede aparecer un aura de ficción. Y solo nosotros podemos darle algún sentido a esos fragmentos”, plantea el escritor a un interlocutor mucho más joven. “El Kintsugi es el arte japonés de llenar las fisuras de un objeto roto, porcelana por ejemplo, con una resina donde se ha diluido polvo en oro. En vez de disimular la grieta se la subraya con una sustancia luminosa, a veces de mayor valor que el objeto mismo. Así se vuelve noble el objeto: en vez de ocultar las cicatrices de su vida, las exhibe”. En DARK (Tusquets), Edgardo Cozarinsky desciende a los pasadizos del deseo y la voracidad insaciables de la juventud para componer una novela que celebra la astucia de la imaginación.

El extraño azar gira repentinamente la perilla y baja el volumen de las conversaciones en el recuperado café Los Galgos, nuevo refugio del escritor desde que cerró Santé, el bar que era como su segundo hogar en la esquina de Azcuénaga y Peña. Entonces se escucha unos versos de “El arriero”: “Las penas y las vaquitas, se van por la misma senda...” Los caminos de la memoria, en cambio, se bifurcan. “Yo empecé escribiendo sobre Borges y el cine y la gente me etiquetó porque lo conocí a Borges, fui su alumno en la facultad y lo frecuenté un poquito. De pronto me di cuenta de que no quería pasar a ser ese tipo de personas que viven de anécdotas de la gente que conoció”, confiesa Cozarinsky. “Lo poco que quise recordar de Borges, lo recordé en Blues, donde hay una notita muy breve también sobre Silvina Ocampo y otra sobre José Bianco. Y punto”.

El año pasado se tatuó el Enso abierto en rojo, el círculo de sabiduría Zen, en la cara interna de la muñeca. “Cuando está cerrado, es la plenitud espiritual, que a mí no me interesa. Cuando el círculo está abierto, estás abierto a lo imprevisto, a lo imperfecto, en resumen, a la vida. Me atrae mucho el budismo por el hecho de que no sea una religión, que no tenga un dios creador ni un sistema de penas ni castigos. Me gusta la disciplina, la cuestión de la respiración, de la meditación y de ir desprendiéndome de deseos o de bienes materiales, algo que es imposible para mí, pero desprendiéndome en el sentido de ponerlo a distancia. Hace años me robaban un celular y me ponía histérico, nervioso, deprimido, lo que quiera. Ahora me quemaron una computadora y pensé: siguió el destino de todas las cosas, se arruinó”, explica a Página/12.

–¿Se podría definir a DARK como una novela de iniciación de un escritor?

–Sí, me parece que es la espina dorsal de la novela. Iniciación no solo del escritor que aspira a ser Víctor, también del adolescente en un mundo oscuro, ajeno a su educación, sobre todo en la maraña de sentimientos ambiguos que pueden acechar en cualquier relación. No hay nada en la anécdota que sea vivido, pero en el deseo está todo... En mi adolescencia había un deseo de peligro, de conocer “el lado malo” porque yo venía de una familia muy formal de clase media, que me daba bastante libertad de movimiento, pero que eran cerrados a cualquier fantasía. Y yo quería ver qué había detrás, en el universo de la noche, de los bares. Una vez tuve una relación puramente de conversación con una copera de un bar del Bajo, que me contó cosas que no están en la novela, pero que me dieron un atisbo sobre cómo le hacían beber whisky a los clientes y ellas se servían en el mismo vaso té frío con poquito de hielo, pero al cliente le cobraban dos whiskies. Andrés tiene mucho de mí, no en la parte de la homosexualidad reprimida, sino más bien por el hecho de que siempre sentí que las relaciones más fuertes eran las que no se realizaban físicamente.

–Las relaciones que quedan en el puro deseo, ¿no?

–Sí, hay una cosa que los analistas llamarían “no paso al acto”, que queda en el plano de lo imaginario y es como semilla de literatura: ¿hasta dónde va a llegar? ¿hasta dónde el jugueteo? Lo que me interesó es hasta qué punto Víctor lo maneja a Andrés para conseguir que le compre ropa, que lo lleve a Mar del Plata... Habría un juego que no sé si es perverso o bastante turbio.

–¿Hay un erotismo encubierto en esa relación?

–Sí, hay una doble manipulación, sin duda consciente de parte del adulto con mucha vida vivida, y que el adolescente solo empieza a intuir. Lo que me interesó es que no haya “paso al acto”, que ese “erotismo encubierto” que menciona sea motor de ficción al no realizarse sexualmente.

–La estructura fragmentada, la alternancia de puntos de vista y tiempos, hacen de DARK una novela que desestabiliza la idea de “autoficción”, ¿no?

–Eso es lo que más placer me dio al escribir DARK. Sentir que abordaba la historia de una relación anómala, si se quiere aberrante, en forma de fragmentos de un caleidoscopio, donde podía pasar constantemente de lo anecdótico a la reflexión y hacer al final esa pirueta de “Sesenta años más tarde...” que cierra el relato, sin disipar el misterio de la identidad de Andrés ni su destino.

–Nunca se termina de saber quién es Andrés o Fredi, el personaje que queda en una zona de misterio por esa reunión dudosa con un subteniente en la que se menciona el plan Conintes.

–Hay sí mucho dato de “la realidad” (perdón por la palabra) en la evocación de un año bisagra, 1957-1958. Al final de la novela, hay un inspector que dice que Andrés empezó en la federal en el año 51, en la represión de la huelga ferroviaria de La Fraternidad. La huelga esa fue reprimida por el comisario Lombilla. Quién sabe si lo que dice el policía en el penúltimo capítulo es cierto, y aunque esté asentado en un prontuario, qué dice un documento del entrevero de conductas y sentimientos de un personaje... Salvo un personaje ocasional inspirado por Tibor Gordon, todo lo demás son compuestos de recuerdos, de lecturas, de lo imaginado: tanto la mención a “la Libertadora” o al Plan Conintes como las siluetas de una vedette francesa del teatro de revistas o una cantante de tangos prohibida.

–Como escritor, aunque no aparezca en la novela, ¿pensó en el destino de Andrés después de la detención?

–No lo pensé cuando escribí la novela. Ahora después leyéndola, ya terminada, me dije qué interesante hubiera sido inventar un destino dudoso, que años más tarde Víctor lee en el diario que en un operativo policial por tráfico de drogas cayó un tal Fredi no sé cuánto y se acordó de que una mujer lo había llamado así en el Tigre, no será él... Pero nunca es un encuentro sino destinos hipotéticos a través de noticias policiales.

–“Sólo escribo sobre individuos oscuros, gente cuyo nombre nadie recuerda”, se lee en una parte de la novela. Muchos de sus libros tienen este tipo de personajes. ¿Por qué le interesan los personajes oscuros?

–Son los que permiten inventar, imaginar, suponer sin disipar del todo un aura de inseguridad sobre sus motivos, que es lo que más me interesa, y no solo en literatura. Qué podés escribir a partir de la gente que aparece en las revistas people... Hola es un catálogo para la hoguera...

–Hay un lugar que tiene mucha mitología, el Tigre, un espacio que ya aparecía en Maniobras nocturnas y está también en DARK.

–Tigre para mí es un escenario fantástico, de peligro y ocultamiento, donde la naturaleza puede ser idílica, primitiva, y también temible. La hostería del suicidio de Leopoldo Lugones aparecía más declarada en la novela anterior, en ésta es una sombra apenas evocada.

–El personaje de Andrés dice en un momento “este país no tiene arreglo”. ¿Coincide?

–Es una frase que oí a lo largo de mi vida en boca de gente de ideas opuestas y en momentos históricos diferentes... No son términos que yo pueda emplear... Le puedo decir un sentimiento: la tan mentada “grieta” empezó aquí en 1810, con Saavedra y Moreno, y la continuaron Rosas y los unitarios. Se fue reencarnando y no hay personaje histórico unívoco en esta trama. Piense que gracias al hoy tan denostado Roca tenemos matrimonio civil y la Patagonia no es chilena...

–-En la novela, el adolescente Víctor repite lo que ha leído: que el escritor debe acumular experiencias para poder luego darles forma. ¿Para escribir hay que vivir?

–No sé si es cierto, pero se decía mucho. Yo creo que Víctor se lo plantea como una excusa: quiero ser escritor; entonces me puedo permitir frecuentar todos los ambientes sórdidos y tener experiencias raras para escribir.

–Como Víctor, ¿siempre se sintió escritor, aun antes de escribir?

–Sí, fui un escritor reprimido, maniatado por el miedo a publicar, consecuencia de terminar lo empezado a escribir... Hablo de mis ficciones y ensayos más personales... Perdí el tiempo con un ensayito sobre James y un Borges y el cine y solo me animé a soltarme cuando me fui lejos, con Vudú urbano. Y aun así necesité sentirme en peligro para empezar, desde una cama de hospital en Francia, a descargar sin pausa todo lo que he publicado a partir del principio de este milenio.

–Ese salto de sesenta años al final de la novela lleva al final de la vida del escritor. ¿Por qué la muerte es un tema que reaparece en sus libros y en sus films?

–No lo busco pero es cierto que me ronda. Esta mañana recibí un mail de un amigo, el escritor David Rieff, el hijo de Susan Sontag, que me llamó la atención por lo que leyó en DARK. Se lo leo (busca en el celular) suprimiendo muchos elogios: “...una de las mejores evocaciones de la inminencia de la gran derrota que representa la muerte, pero escrita con elegancia, aun con humor, y totalmente libre de autocompasión”.

–¿“La memoria borra más de lo que recuerda”, como se dice en la novela?

–Sí... hay una cuestión de higiene con la memoria, si no quiero acordarme de algo feo que me pasó o de alguna situación donde no me lucí y quedé mal con alguien, poco a poco esas cosas las voy borrando. O si quiero castigarme vuelven incesantemente. Lo que hubiese querido que ocurriese, lo que temí que ocurriese, son parte de lo vivido, no solo lo actuado. La memoria borra, la imaginación recupera.

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