LITERATURA › EDUARDO SACHERI GANó EL PREMIO ALFAGUARA DE NOVELA
Elegida entre 707 manuscritos, La noche de la usina se impuso en el certamen literario que otorga 175 mil dólares. “Me gusta construir personajes creíbles, pero confieso que me gustan las buenas personas”, dice sobre su novela ambientada en la crisis de 2001.
› Por Silvina Friera
La esperanza es lo último que se pierde, aunque muchas cosas estén por extinguirse con la crisis económica y política del 2001. Los “perdedores heroicos” del pueblo bonaerense O’Connor –una geografía familiar, una especie de “vuelta al hogar” en la narrativa de Eduardo Sacheri, Premio Alfaguara de Novela por La noche de la usina, precuela de Aráoz y la verdad– intentan reunir la suma de dinero que necesitan para comprar unos silos abandonados en un predio agroindustrial. La estafa aprieta, pero no ahorca. Antes de que puedan cumplir con ese proyecto, participarán de una “merecida venganza colectiva”. La paciencia impresionada –un modo profundo y a la vez sencillo de celebrar una gran distinción– quiebra levemente el tono de voz del escritor cuando comenta el momento en que le comunicaron que había obtenido el premio –dotado de 175 mil dólares–, que en otras ediciones lo ganaron Sergio Ramírez, Tomás Eloy Martínez, Elena Poniatowska, Laura Restrepo, Andrés Neuman, Juan Gabriel Vásquez y Leopoldo Brizuela, entre otros. “Estaba en mi cama durmiendo; eran las 6.30 de la mañana. Yo había tenido la precaución de no decirle a nadie en casa de esta posibilidad para no sembrar ilusiones inútiles. Cuando la vi a mi mujer atender el teléfono y poner cara de ‘¿por qué te están llamando desde España?’, me permití ilusionarme. Recibí la noticia, les pedí que volvieran a llamarme en cinco minutos y me tomé esos cinco minutos para explicarle a mi mujer que habíamos ganado el Alfaguara.”
La noche de la usina –presentada bajo el mismo título y con el seudónimo de Alfredo Alvarez– fue elegida sobre un total de 707 manuscritos por un jurado presidido por la escritora y académica Carmen Riera, y compuesto por Michi Strausfeld, Carlos Zanón, Sara Mesa, Mercedes Corbillón y Pilar Reyes (ver aparte). La novela premiada se distribuirá simultáneamente en España, Latinoamérica y Estados Unidos y llegará a más de 400 millones de hispanohablantes. Las grandes pasiones en la vida de Sacheri son la literatura y el fútbol. “Cuando mi hijo mayor, el de 19, se enteró esta mañana (por ayer) lo del premio, me hizo un comentario muy importante. Cuando El secreto de sus ojos ganó el Oscar en 2010, Independiente salió campeón a fines de ese año de la Copa Sudamericana. Creo que éste es un gran augurio para que Independiente gane algún título este año. Espero que estemos a la altura”, dice el escritor en la sede de Penguin Random House Argentina, acompañado por Juan Ignacio Boido. “Me gusta construir personajes creíbles, pero confieso que me gustan las buenas personas y sospecho que tiendo a caer, libro a libro, en que mis protagonistas sean buena gente. Me parece que mis personajes son dignos y buenos perdedores. Y los buenos perdedores, de vez en cuando, intentan salir de esa condición. La novela creo que va por ese lado: tipos que son dignos en la mala y sueñan con la buena.”
El escritor gambetea la emoción y responde las preguntas de los periodistas de España y México. “El germen argumental de esta novela es muy posterior a las crisis del 2001, pero siempre hay un germen emocional en lo que escribimos. Cuando encontramos un argumento, el combustible último es esa emoción profunda que nos viene de algún lado. En 2001 recién estaba empezando a publicar, era un profesor de historia a tiempo completo, estábamos con enormes dificultades, yo tenía a mis hijos muy chicos y una enorme duda de cómo iba a hacer para sostener a mi familia. Recuerdo estar con mi hija en brazos, que tenía un año, pensando, ¿cómo salgo de esto? Creo que un poco les transferí a mis personajes esas dudas”, explica Sacheri y aclara que “no es una novela política” extrapolable a la situación general. “Soy más de pensar en personas que en gobiernos al momento de construir mis libros y de intuir las soluciones”, advierte y plantea que La noche de la usina va por el camino del policial, el suspenso y la intriga. “Hay unas pequeñas personas jugándose la vida en un sueño que, mirado de afuera, puede ser bastante minúsculo. Entiendo que como la trama se sitúa entre 2001 y 2004, haya gente dispuesta a hacer analogías o referencias a la situación política y a los proyectos que estaban en disputa entonces y que siguen teniendo un lugar hoy, pero no es mi pretensión. La historia la protagonizan las personas mucho más que los gobiernos. Los gobiernos son un eco que participa en la vida de las personas. Pero no creo en los gobiernos prometeicos, sino en las personas que trabajan.”
“¿Hacen falta más novelas políticas en la literatura de América latina?”, pregunta un periodista. “La literatura latinoamericana actual está vinculada a temas de la forma y de la estructura y a mí me gusta más una literatura vinculada con esta cosa clásica de contar historias. Y lo digo como lector, no como escritor. Me gusta encontrarme con la belleza de la palabra mientras me cuentan una historia. A veces las historias son lejanamente políticas como puede ser La noche de la usina, o a veces no. La literatura latinoamericana está muy viva, es muy diversa y hay lugar para todos dentro de ella. Que cada lector encuentre su mundo y sus libros”, propone Sacheri. “Desde nuestra América latina, con frecuencia nos sentimos en el margen, en el costado de algo que si anda muy bien tiende a sernos ajeno. Vivir es perder; la angustia profunda que nos habita como seres humanos es la constatación de que perderemos cosas muy importantes en la vida, y que nuestros triunfos van a ser fugaces. Por eso literariamente la derrota es fecunda y va más allá de nuestra posición como sociedades latinoamericanas. Como seres humanos nos toca perder casi siempre y lo que nos define es qué cara le plantamos a esa derrota.”
Sacheri subraya que las pasiones “son lo más profundo que tenemos para bien y para mal, son nuestra condena y nuestra salvación” y condensa una interpretación sobre los modos de narrar los acontecimientos de una vida. “Nuestra biografía puede reducirse a qué pasiones nos condenaron, qué pasiones nos salvaron, qué pasiones nos llenaron de culpa, qué pasiones nos hicieron tender puentes hacia otras personas. Si uno contesta esas pocas preguntas, nuestra vida está contada”, afirma el escritor y admite que su vida cambió “bastante” del 2001 al presente por la repercusión de sus libros y el Oscar que obtuvo El secreto de sus ojos. “La gente que habita mi vida hoy es la misma que la habitaba en 2001, eso es lo que me hace más feliz”, reconoce el autor de Papeles en el viento y Ser feliz era esto, entre otros libros.
Al finalizar la videoconferencia, Sacheri recibe a Página/12 con esa calma inquebrantable que lo caracteriza aun en momentos complicados. Pide un café para eclipsar el cansancio que acumula desde la madrugada. Apenas pudo dormir tres horas. El celular suena y lo atiende. “Pensé que era del hospital. Tengo a mi hermano mayor (Sergio) internado por un ACV, por suerte está mejorando”, aclara el escritor que viaja mañana a San Rafael (Mendoza) para participar del festival de literatura nacional Filba. “El sábado a la tarde vuelvo, mi hijo me pasa a buscar a Aeroparque y nos vamos derechito para Avellaneda. Para cualquiera, jugar con Olimpo de local es un trámite, para nosotros es una Odisea”, anticipa el hincha del Rojo el calvario que se avecina.
–¿Por qué regresó a O’Connor?
–Me gustó mucho ese pueblo y esos personajes, entonces dije: “me gustaría volver”. Aráoz y la verdad está situada en 2006, en el momento en que la escribí. La noche de la usina es como una precuela de Aráoz y la verdad, en el sentido de que están todos menos Aráoz, está Perlassi, está el viejo Medina del lavarropas, están los hermanos López, esos camioneros imposibles; está Belaúnde que es el jefe de la estación, está Manzi el comerciante especulador, y hay algunos más... Me sentí muy cómodo volviendo a ese mundo, extrañaba a esos personajes.
–A veces parece haber un gran malentendido respecto de los personajes perdedores. ¿Qué es un perdedor para Eduardo Sacheri?
–Está bien que me lo preguntes porque tal como se lo entiende en el mundo actual, casi todos somos perdedores. Te cambio la pregunta: no ser un perdedor sería tener mucho dinero, salir mucho en los medios, ser famoso. Me parece que por ahí vendría a estar el éxito, en alguna de esas claves en las que no creo. Yo me siento mucho más cómodo del lado de los perdedores, definiendo perdedor a aquel cuya vida no pasa por ganar mucho dinero. ¿Qué cambió de aquel 2001 cuando recién empezaba a publicar? Por supuesto que darle un respaldo a mi familia me interesa, pero no me interesa salir en los diarios. Salir en los diarios es el precio de poder dar un respaldo a mi familia. Pero ahí se acaba; no es que me haga feliz. Yo creo que perdedores somos casi todos, en el sentido de que perdemos casi siempre porque así es la vida. Casi todo lo que amamos lo vamos a perder. Creo que esa angustia es el combustible del arte: o te hundís en la depresión o decís, “finjamos que no y creemos”. Y mientras escribimos y leemos, no morimos. Esos somos los perdedores.
–¿Qué importancia tiene la épica de lo colectivo en su literatura?
–Así es como entiendo la vida. Yo creo que La pregunta de sus ojos son dos empleados judiciales dándose una mano. En Ser feliz era esto, es un papá ayudándose con una hija... Me parece que redimirse sólo no tiene gracia. Aunque fuera posible, no tiene el mismo efecto lo que lográs a solas, lo cual no significa que lo que hagas solo no sea importante. La épica de lo colectivo es una mirada sobre la vida que traslado a mi literatura.
–¿Qué marcas específicas de la crisis del 2001 aparecen en la novela?
–Lo que aparece es el corralito. O’Connor es un pueblo de 1000 personas, así que todo lo que fue la represión de la manifestación de diciembre de 2001 les llega por la radio y por el canal de noticias de la televisión. Lo que está también es esa sensación de vendaval general de “quedar con el culo apuntando al norte”, que es algo que dice un personaje en Aráoz y la verdad. Me gusta que la historia sea un telón de fondo. La historia nos pasa a todos, pero también nos pasan otras cosas que no van a quedar en la historia. Los agentes de la historia somos todos. Por supuesto que los gobiernos influyen enormemente en nuestras vidas, pero nosotros también influimos en los momentos políticos.
–La noche de la usina se publica en una circunstancia muy compleja del país: hay muchas personas que fueron despedidas y están sin trabajo. Algo del clima del presente podría remitir al 2001, como si fuera la antesala de otra crisis, ¿no?
–¿Te parece? A lo mejor tendremos el panorama más claro de acá a un tiempo... La sensación que me daba el 2001, que no la tuve después ni la tengo todavía, a lo mejor me equivoco, es de colapso total. El menemismo lo padecí enormemente a nivel laboral y tuve muchísimas dificultades, pero la sensación del 2001 fue de desorientación absoluta. Este momento lo veo más como una pugna de proyectos, pero a lo mejor de acá a un año te estoy diciendo: “fui un pelotudo y lo vi mucho más leve de lo que era”...
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