Jueves, 23 de junio de 2016 | Hoy
LITERATURA › RAúL ZURITA GANó EL PREMIO DE POESíA PABLO NERUDA
“La dimensión estética y política” de la obra del poeta chileno lo hicieron acreedor del galardón, que es otorgado desde 2004 por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de su país. Antes lo ganaron Juan Gelman, Ernesto Cardenal y Nicanor Parra, entre otros.
“Todos los cuerpos lanzados al mar de Chile flotan, sus /brazos y piernas rotas, sus torsos. Se han vuelto al/ cielo y flotan./ Resucitadas olas que vuelven, hambrientos peces que/vuelven y flotan en el viento como nubes. Marejadas/ de torsos, de brazos y piernas retornan como cielos/ ensangrentados, como cielos del color sangre del/ atardecer. Ah el atardecer. Se dice del atardecer y de/ torbellinos de peces flotando en el cielo como el mar”. Qué pliegues bellos y desgarradores tienen los versos del excepcional Raúl Zurita, “el obrero de la experiencia”, como él mismo suele definirse, ganador del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, que otorga desde 2004 el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) de Chile a poetas de reconocida trayectoria en el mundo de la poesía iberoamericana. En ediciones anteriores obtuvieron este premio, dotado de 60 mil dólares, Juan Gelman, Ernesto Cardenal (Nicaragua), José Emilio Pacheco (México), Nicanor Parra (Chile), Augusto de Campos (Brasil), Antonio Cisneros (Perú) y Reina María Rodríguez (Cuba), entre otros. El jurado de esta edición, integrado por Naín Nómez (Chile), Cristián Warnken (Chile), Mercedes Roffé (Argentina), Jorge Boccanera (Argentina) y Roberto Echavarren (Uruguay), decidió otorgar el premio al poeta chileno “por la dimensión estética y política de su obra, destacando entre otros aspectos la trascendencia de su poesía, a través de la cual se expresan las distintas voces de la historia latinoamericana reciente y una vivencia telúrica y alucinada de la geografía americana, mediante una escritura innovadora, que retoma y reelabora los puntos clave de la tradición cultural occidental”.
“Estoy sin palabras, esto es verdaderamente muy emocionante”, dijo Zurita. El autor de Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), Canto a su amor desaparecido (1985), La vida nueva (1994), El día más blanco (2000) y Los países muertos (2006), entre otros poemarios, comentó que recibe este reconocimiento “con mi pensamiento puesto en los jóvenes y nuevos poetas chilenos y latinoamericanos, quienes están abriéndonos al mundo, y pensando en que la poesía es posiblemente la voz más profunda del pueblo chileno”. Cristian Warnken, poeta y profesor de literatura, afirmó que “la poesía de Zurita no ha dejado de explorar y llegar a zonas del lenguaje y el ser americano con una profundidad notable”. Warnken agregó que es un poeta original, que ha cambiado la poesía de las últimas décadas. “A algunos les gustará más o menos su estética, pero fue unánime en el jurado reconocer que estamos ante una voz potente, desgarrada, donde se cruza la memoria, la alucinación, y donde el paisaje chileno, que es uno de los sellos de la poesía chilena, es visto desde un estado de locura, esas montañas que se levantan, esos ríos que hablan. Su poesía tiene la profundidad del Antiguo testamento y La divina comedia, pero en el paisaje americano”.
Algo del magnífico poema de Dante Alighieri le entró por el oído a ese pequeño que había nacido el 10 de enero de 1950 en Santiago de Chile. Su abuela Josefina le relataba distintos pasajes de La divina comedia; obra que no sólo se convirtió en su primera ventana literaria, sino que atraviesa toda su poesía, como sucede en Zurita (2011), torrencial híbrido de poemas, biografía, memorias y alucinaciones de 737 páginas publicadas por Ediciones Universidad Diego Portales. Inspirado en la novela Ulises, de James Joyce, el libro del grandísimo poeta chileno también se centra en un día: desde el atardecer del 10 de septiembre de 1973 hasta el amanecer del día siguiente, el día del golpe de Estado de Augusto Pinochet. Tenía 23 años, tres hijos y estaba separado. El entonces ingeniero civil –la carrera que había estudiado– escribía sus primeros versos sin saber que su destino, finalmente, sería la poesía. En la madrugada del golpe fue detenido en Valparaíso, encerrado y torturado en una de las bodegas del carguero Maipo, donde estuvo tres meses, junto a numerosas personas. “Tenía las manos en la nuca y cuando a culatazos me obligaron a pararme, las piernas se me doblaron –cuenta en uno de los fragmentos de Zurita–. Un último culatazo me dio de lleno en la boca y mientras escupía un coágulo de dientes y sangre, vi la interminable planicie ocre y al fondo los conos nevados de los dos volcanes. El sonido de The Wall de los Pink Floyd cubría ahora por completo la redondez de la tierra y de pronto sentí su mano remeciéndose en mi hombro. ¿Te gusta ‘Mother’?, me preguntó. Pero faltan cuatro años para que ese disco salga, traté de decirle, mientras él seguía el compás tamborileando sobre el volante. Al fondo, las delgadas nubes muy altas parecían peces blancos y pensé que Kurosawa lo filmaría”.
El poeta integró el grupo CADA (Colectivo de Acciones de Arte) con el que realizó performances de gran formato para resistir la dictadura pinochetista, usando los espacios de la ciudad pero también su propio cuerpo: se quemó su mejilla con un fierro, se masturbó públicamente ante una pintura de Juan Dávila y se arrojó amoníaco en los ojos. “Un golpe de Estado como el golpe de Estado en Chile rompió todas las certezas. Tengo la sensación de que nada de lo que había podía dar cuenta del quiebre que eso significaba. Nada de lo anterior. Ni siquiera la portentosa poesía y el lenguaje de Nicanor Parra. El quiebre del ‘yo’ era como aprender a hablar de nuevo, a decir ‘pa’, ‘pe’, ‘pi’, ‘po’, ‘pu’…”, planteó Zurita en una entrevista con Página/12. “La única respuesta que podía darse durante la dictadura era la gran lucha por los significados. La palabra Chile, la palabra patria, ¿eran la que le estaban dando los militares, eran esos significados, o eran los significados que habían construido Pablo Neruda, Violeta Parra, Víctor Jara, Gabriela Mistral? En una dictadura, la gran lucha que pueden librar los artistas, los poetas, los escritores, es la lucha por preservar los significados. No permitir que esos significados sean apropiados por los que ganan. No dejarles esa victoria. Porque si los que ganan se adueñan de esos significados, no hay ninguna posibilidad de revertir la derrota. Yo me imaginaba escribiendo poemas en el cielo como un modo de no enloquecer, de no morir de angustia y de desesperación”.
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