Jueves, 7 de julio de 2016 | Hoy
LITERATURA › MOON CHUNG-HEE PARTICIPó DEL FESTIVAL DE POESíA EN EL CCK
La poeta surcoreana tiene más de 800 poemas escritos, 15 poemarios publicados y un total de 50 libros. Estuvo en Buenos Aires invitada por el Instituto de Traducción Literaria de Corea y la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina.
Por Silvina Friera
Las pestañas de la poeta surcoreana Moon Chung-hee se baten con la gracia de quien profesa una curiosidad insaciable por el otro. En esa especie de aleteo inquebrantable se puede ver a la niña que jugaba con los restos de granadas y cartuchos vacíos de la guerra de Corea –que estalló cuando ella tenía 2 años– como si fueran juguetes de plástico o tela. La mirada se empaña por un viejo dolor que se renueva cuando recuerda el momento en que tuvo la certeza de la finitud. Durante el otoño de su segundo año en la secundaria, su padre murió a causa de una cirrosis hepática. “Ver el ataúd siendo llevado en procesión alrededor del caqui que se eleva en medio de nuestro jardín me hizo conocer el vacío de la vida, y se convirtió en un trauma permanente e imborrable que hasta ahora ha dejado una herida abierta en mi conciencia”, revela la poeta surcoreana con más de 800 poemas escritos, 15 poemarios publicados y un total de 50 libros –incluidos los ensayos–, que estuvo en Buenos Aires invitada por el LTI (Instituto de Traducción Literaria de Corea) y la SEA (Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina) para participar del Festival de Poesía en el CCK. “Quiero que mi poesía vuele como una flecha y se clave en los corazones de mis lectores como un estremecimiento perenne”, dice Moon a Página/12.
Las manos de Moon se abren como una flor cuando habla. Cuesta creer que esta mujer –nacida el 25 de mayo de 1947 en un país ya escindido entre el Norte y el Sur– tenga 69 años. Dos de sus poemas –“Mi esposo” e “Historia de las casas”– están incluidos en 19.459 Km. Antología de la poesía coreana contemporánea (Bajo la Luna), edición bilingüe seleccionada y traducida por Sun-me Yoon. “A veces me parece el peor enemigo,/ pero por más que dé la vuelta al mundo,/ ninguno ama más los hijos que di a luz/ que ese hombre./ Hoy también preparo la cena./ Ahora que lo pienso, ese hombre es/ quien más come conmigo,/ quien más me enseñó a hacer la guerra”, se lee al final del poema “Mi esposo”. La voz femenina se rebela, sigilosa, contra la sociedad patriarcal. “Corea era una sociedad muy paternalista y machista. Las mujeres recién pudieron estudiar en la facultad y obtener un diploma en los años 70. Cuando me gradué en Literatura Coreana, sólo el 3 por ciento de las mujeres se recibían, ahora llega al 80 por ciento. El sometimiento de la mujer fue uno de los temas que más me angustió cuando empecé a escribir. Muchos de mis poemas vienen de esta angustia. Amo la libertad y al mismo tiempo la soledad. Corea del Sur estuvo gobernada por muchas dictaduras militares que nos trajeron demasiada opresión social. Cuando me casé, también me enfrenté a la opresión familiar. En mis poemas siempre apunté contra estas formas de opresión”.
A diferencia de sus padres, que vivieron durante la ocupación japonesa y tuvieron que expresarse en japonés, Moon pertenece a la primera generación que pudo hablar en coreano. A los 11 años se fue de Boseong, donde había nacido, para estudiar en Kwang-ju. “Me sentía muy triste y me invadía la sensación de estar muy sola en el mundo; entonces escribía y mis maestros me decían que lo que hacía eran poemas”, comenta la poeta, que admira la poesía de Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Octavio Paz, Wislawa Szymborska, Joseph Brodsky y Tomas Tranströmer, entre otros. De adolescente se animó a participar de los certámenes poéticos que se organizaban en la escuela secundaria según las cuatro estaciones del año: otoño, invierno, primavera, verano. Ganó veinte premios y a los 17 años publicó su primer libro de poemas Kot-sum (“kot” es flor y “sum” respiro), cuya traducción sería Respiración floral. Después seguirían La bandada, Campanadas de un derrumbe solitario, Cuando salen las estrellas, hay aroma de tristeza, El sueño de las Nueve Nubes, Con una amapola en el cabello, Yo soy Moon, Corta ahora las rosas, La joven de Dasan, El mar de karma y Sí. “Antes, el centro de los poemas era el hombre y las palabras masculinas. Yo fui la primera poeta que usó palabras que tenían más femineidad. He escrito poemas acerca del útero de la mujer. Para mí, el útero no sólo está dentro del cuerpo de la mujer, sino de la humanidad. La vida de la mujer es la vida de la humanidad. Hay una femineidad por la que daría la vida en este momento. La mujer es como una diosa de la naturaleza. Como poeta he escrito ya muchos poemas, pero ahora me siento en la plenitud y tengo muchas ganas de seguir escribir más poemas. Creo que un poeta tiene que ser mujer. (Federico) García Lorca o Neruda han nacido como varones, pero pienso que ellos eran como mujeres siendo poetas, o sea que tienen una femineidad”, plantea Moon.
–¿Qué es lo que más le cuesta a la hora de escribir un poema? ¿Le tiene miedo al exceso de emoción?
–Cuando escribo, siento que tengo una gran fluidez con las palabras, pero me di cuenta de que esa fluidez hace que aparezcan palabras clichés en mis poemas como “cuando llueve estoy triste”… lugares comunes de ese tipo. Tengo un poema que recité acá, en el Mercado del Progreso, ‘Manifiesto de la flor’, que va contra el cliché de la flor como algo bello. No hay nada que pierda su belleza. La flor es hermosa porque está expuesta al peligro de que se marchite o que una plaga de insectos la coma. Una flor es misteriosa porque habla con su perfume. Tengo otro poema, ‘Una flor vieja’, que se refiere a la brevedad de la vida, que por eso es hermosa. Uno en verdad tiene que vivir el instante porque no es algo que se pueda ahorrar en el tiempo. Acá hay un pensamiento budista, similar a los pensamientos de Borges, que dio unas conferencias sobre el budismo que se publicaron en un libro. Es muy maravilloso que un escritor occidental como Borges esté hablando del budismo con profundidad. Su mente, muchas veces, parece la de un oriental-asiático. No deja de ser una asombrosa ironía que cuando Borges quedó ciego amplió su visión como escritor.
Moon sonríe y extiende su mano sobre la mesa como si preludiara la forma de una despedida al acariciar la madera. “Todavía me pasa lo mismo que a mis 11 años –confiesa–. Lo que más me entristece es el atardecer porque es cuando se va la vida y uno presiente que no va a haber un nuevo amanecer”.
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