Lunes, 2 de octubre de 2006 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA A LA ESCRITORA LAURA RESTREPO
Admiradora de Fernando Vallejo y de la narrativa inglesa actual, la autora colombiana establece vínculos entre ficción y realidad. Y dice que le gustaría escribir la novela del pueblo palestino, “la gran saga de nuestros días”.
Por Juan Cruz *
Desde Segovia, España
Laura Restrepo (Bogotá, 1950) tiene ahora sobre su mesa nuevas ediciones de sus primeras novelas y las presenta en España, adonde ha venido, desde México, también para participar en el Festival Hay de Segovia, donde habló con su admirado Vikram Seth. Las novelas han sido reeditadas por Alfaguara, cuyo premio ganó en 2005 con Delirio; son La isla de la pasión (1989), Leopardo al sol (1993), Dulce compañía (1995) y La novia oscura (1999). Ojos grandes, negros, intensos: una mirada que siempre busca historias. Ahora, dice, “la historia y la cultura se hacen en torno a los muros que dividen a los hombres”.
–Ha dicho usted que los novelistas ingleses son autores que admira, pero ¿por qué no fijarse en escritores de otras partes del mundo?
–Estoy convencida de que el Reino Unido tiene el grupo de escritores más importantes del momento y los leo con placer, pero aquí hemos constatado hasta qué punto el Reino Unido es una isla literaria; están encerrados, no se dan cuenta de que el mundo ha dado muchas vueltas y de que no hay un centro, sino muchos. Decían que no nos conocíamos. “No nos conocen ustedes a nosotros”, les he dicho. Nosotros sí los hemos leído a ellos.
–¿De dónde vienen sus historias?
–A mí me gusta que pasen cosas en los libros. En Snoopy el perro se mete a escritor y descubre que a él le gusta que haya un solo protagonista y que no pase nada. A mí me pasa lo contrario que al perro. Ando por el mundo mirando dónde pasan cosas que tengan visos de aventura. Reconozco las virtudes de los libros en los que no pasan cosas, y me encanta leer a sus autores, pero para vivir y escribir necesito que pasen muchas cosas.
–¿Y qué le pasa ahora?
–Estoy viviendo en México; lo que se vive allí es apasionante, y tiene que ver con la democracia real. Tengo dudas de que la prensa esté reflejando la noticia en toda su dimensión. Es muy emocionante ver los millones de mexicanos que hay en la calle. Independientemente de que caiga bien o mal López Obrador, son millones de personas las que gritan una consigna tan simple como “Voto por voto...”. Nos estamos quedando con una democracia que son cascarones de grandes intereses económicos, de grandes manipulaciones de medios, y esa gente mexicana está demandando el derecho a reclamar su voto...
–¿Cómo imagina todo lo que está ocurriendo allí como materia de ficción?
–Hay algo más que ocurre en México: lo que pasa en la frontera... A mí me parece que en torno de los muros y en contraposición a los muros se está definiendo la cultura desde hace unos años. El muro de Berlín, el muro de Tijuana, el muro que cerca de los palestinos... En la medida que esos muros caigan, la humanidad tiene posibilidad de futuro. En Tijuana lo palpas de una manera casi física: ese cruce de aguas de dos culturas constituye el caldo de cultivo de una nueva civilización.
–Al menos dos novelas suyas tienen a una periodista como narradora. ¿Qué le ha dado a usted el periodismo como escritora?
–La capacidad de preguntar. El escritor siente la obligación de saber; el periodista tiene permiso para preguntar. La vida es más llevadera en la medida que preguntas y no pretendes saber cosas. Todas mis novelas están contadas por personas que no saben de qué están hablando. En Delirio el marido se enfrenta a la locura de su mujer sin las herramientas que requiere un caso como el que ella padece; pasa algo parecido en La novia oscura; en Dulce compañía, una periodista se enfrenta al fenómeno popular de la creencia fanática desde su posición antigua de no creyente...
–Y en La isla de la pasión usted cuenta una historia real del México de principios de siglo, como una periodista que haya ido a hacer historia...
–Esa historia real tiene que ver con mi situación de entonces en México... Yo estaba exiliada. Como escritor, uno siente la necesidad de contar lo que le está pasando, pero el pudor se lo impide, así que vas buscando máscaras para hablar de lo que sientes sin tener que hablar de ti. Y buscando una historia mexicana que contar di con lo que ocurrió en torno de 1908 en lo que Magallanes llamó La Isla de la Pasión, y que ahora se llama Clipperton. Un grupo de gente aislada, nueve años, en un islote maloliente, que durante siglos aparece como un punto en el Pacífico marcado con una señal que dice “existencia dudosa”. El tirano Porfirio Díaz había decidido que tenía que defender ese islote de un enemigo que ni siquiera existía, y envió allí a soldados y a sus familias... Una isla que huele a mierda, que tiene en su centro una laguna azufrosa de aguas contaminadas, donde esta gente vive dependiendo de un barco que les lleva provisiones cada tres meses. Cuando llega la revolución mexicana y cae el tirano, esa gente sigue allí defendiendo un gobierno que ya no existe... Como el paradigma del heroísmo, de todo lo que el heroísmo tiene de absurdo, de tragicómico. Todo eso tenía mucho que ver con la situación de argentinos, de colombianos, de brasileños que coexistíamos en México cuando yo también estaba allí en el exilio, siguiendo en cierta manera el propio camino del exilio de los republicanos españoles...
–¿Cómo sería la novela que querría escribir ahora?
–La novela del pueblo palestino, la gran saga de nuestros días. Allí es donde se define el futuro de la humanidad; es el pueblo que lleva a cabo una lucha más solitaria. Pero me hubiera gustado escribir Memorias de Adriano, lo malo es que ya lo hizo Marguerite Yourcenar.
–¿Cómo ve la novela que se hace hoy?
–Me apasiona la novela inglesa: Kureishi, Seth, los irlandeses, los escoceses. Y parece extraordinario lo que escribe ese ser homosexual, que se rebela con una capacidad torrencial y magistral del manejo de la palabra, con la que rompe toda la mezquindad de la vieja moral. Me refiero a Fernando Vallejo, mi paisano... Y añadiría un chileno, Pedro Lemebel, otra persona homosexual arrasadora, que suple todo el caos de su rebeldía con su dominio del lenguaje.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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