Martes, 21 de noviembre de 2006 | Hoy
LITERATURA › UN ENCUENTRO EN LONDRES CON STEPHEN KING
El Rey del Terror presentó su nueva novela, Lisey’s Story, y habla de sus propios miedos (“Bush”), de su labor de escritor y del misterio último: “¿Qué sucede cuando uno muere?”.
Por Jacinto Anton *
Desde Londres
“Veo que es usted un lector veterano.” El fan de Stephen King siente que le da vueltas la cabeza y le tiemblan las piernas cuando el mismísimo Rey del Terror en persona levanta la mirada y clava sus ojos profundamente azules en él, estudiándolo. Es sólo un momento, porque King valora mucho su tiempo (que es, literalmente, oro), pero es suficiente para que una helada oscuridad se enseñoree del corazón y lo ponga a galopar. Ste-phen King esboza una sonrisa en su inquietante boca sin labios y firma con trazo lento y metódico el viejo, ajado, ejemplar de La sombra del vampiro (editorial Pomaire, de ¡1975!) que el fan ha puesto como una ofrenda sobre la mesa y que yace ahí unos segundos, interponiéndose paradójicamente como un talismán, un crucifijo, unos ajos, entre el novelista y su sobrecogido admirador. “Gracias por venir”, suelta King con el tono del rancio conde al dirigirse a Jonathan Harker en aquella intensa velada en el castillo de Transilvania.
El fan ha llegado de lejos para ver al maestro. Viajó cargado con todos sus viejos libros de King, releyendo horrores (¡cuánto miedo acumulado!), en un avión que ha permanecido largo tiempo perdido sobre la niebla de Londres –exceso de tráfico, según dijeron–, abismado sobre la panorámica de nada que ofrecía la ventanilla y espantado ante la imagen del viajero del asiento vecino que, créase o no, transporta con él una enorme caja con aspecto de ataúd. Sin duda es un violonchelo, se dice para tranquilizarse el fan, pero ¿y ese olor a tierra húmeda? ¿Acaso no se desplazaba en avión el vampiro Dwight Renfield de El aviador nocturno, ese Saint-Exupéry de colmillos largos?
Dos horas antes de la comparecencia de Stephen King, el fan ya está paseando impaciente por The Mall. En los jardines, un enorme cuervo medra entre las hojas secas poniendo unas notas de Poe con su graznido. Desde luego, aquí lo que no falta es ambiente, y eso que el grupo de prensa no pasó por la abadía de Carfax.
La Foreign Press Association ocupa un caserón estilo Regencia en Carlton House Terrace. La reunión de los periodistas con el novelista es en el piso de arriba, en una amplia estancia que podría pertenecer al hotel Overlook de El resplandor, aunque cuando pasa una nube evoca la Casa Marsten. Por un ventanal se ve una noria, lo que causa una indefinible desazón. Una joven imparte instrucciones antes de que aparezca el autor. No quiere grabadoras cerca, y el encuentro seguirá un guión estricto. En la mesa, sólo botellas de agua: no es cuestión de tentar a King, que fue alcohólico de tal grado que ni se acuerda de cómo escribió Cujo.
Finalmente, en la abarrotada sala entra Stephen King y por la mente del fan, que lleva más de 30 años esperando este momento, atraviesa fulgurante, imprevista, la frase del muchacho Mark Petri en El misterio de Salem’s Lot, esa frase que según el maestro condensa todo lo que ha dicho y escrito en su vida sobre el género de horror: “La muerte es cuando te agarran los monstruos”.
King (nacido en Portland, Maine, 1947) es alto, grande, cargado de espaldas, se mueve de manera algo desvencijada (lo normal cuando a uno le pasó por encima un Dodge Caravan del ’85: lo atropellaron en 1999), como si su definitivamente feo pulóver –hombre, Stephen, con lo que gana: 40 millones al año– fuera una bolsa llena de huesos. Jeans viejos, botas. Su rostro es de una palidez sobrenatural que potencia lo vívido, turbador, de una mirada penetrante que acecha tras unos anteojos culo de botella. El cabello plateado, peinado hacia atrás y hacia arriba, con un desconcertante mechón negro en el tupé, le da un aire a lo Elsa Manchester en La novia de Frankenstein. El fan entiende que el desasosiego que provoca el maestro en directo proviene de que reúne en su persona los tres arquetipos del terror (el propio King dixit en Danza macabra, 2006): el monstruo de Frankenstein (el paso vacilante), el hombre lobo (la mirada, las poderosas mandíbulas, la boca adusta, casi cruel) y el fantasma (la lividez, la transparencia casi). Stephen King tiene algo del hombre de la bolsa, se asombra el fan. De la Cosa del Armario, del Vendedor de Pararrayos, del jefe de pista del Pandemónium de las Sombras. Del estremecedor clown Pennywise, la encarnación del mal en It (“Nadie ama a un payaso a medianoche”). Uno se parece a lo que teme.
King se deja fotografiar con cierta languidez complacida de modelo profesional. “Ni que fuera el secretario de Defensa”, bromea sobre la tormenta de flashes. Su voz es clara, profesoral, segura. Se centra en su nueva novela, Lisey’s Store. Destaca que es una historia de amor. Y lo es; qué importa si desde el principio el marido de la protagonista, un escritor de fama –un personaje familiar–, lleve dos años muerto y ella sienta su presencia y, al rebuscar entre sus cosas y escritos, se abisme en sus más íntimos secretos y horrores, incluido una pica que hace buena pareja con el hacha de Jack Torrance/Nicholson. El fantasma, el amor más allá de la muerte, la pareja, la insanidad de la creación, son temas de la novela. También lo peligroso de algunos fans...
“Es lo mejor que he escrito”, afirma. ¿Autobiográfico? No, dice King, él no está muerto, evidentemente, y Lisey no se parece a su esposa, Tabitha Spruce (“Tabby no es sólo la mujer de, escribe y publica, tiene su propia y rica vida social y cultural, y tenemos hijos”). Pero sí hay algunos elementos propios: el estudio de Scott, el escritor de la novela, es el mismo de Stephen King.
“¿Qué es lo más terrorífico en el mundo para usted?” A la recurrente pregunta, el jueves de la semana pasada, Stephen King tuvo una respuesta estupenda: “Hasta ayer, Bush. En serio, me preocupaba mucho el control del complejo militar. Lo de Rumsfeld fue como la muerte de la bruja”. ¿Y el mayor misterio? “Qué sucede cuando uno muere”. Si hubiera habido un reloj en la habitación podría habérselo escuchado avanzar implacablemente. “Lo que hago es atacar las emociones de los lectores”, señala King. “Se me considera un escritor de horror, pero soy básicamente un doctor de emociones. Miedo, sí, pero también humor, o tristeza, como en Lisey’s Story. Todas las emociones vienen del mismo sitio. Mi trabajo consiste en hacerles olvidar a ustedes que tienen una cita, hacerles descuidar lo que tienen en el fuego... Si apagan la luz y sienten miedo de lo que hay bajo la cama, entonces he ganado.”
El fan asiente con el natural escalofrío. El encuentro ha terminado, y la imponente presencia de Stephen King se diluye en la sala como Nosferatu en un amanecer. El fan retiene una frase del maestro: “La imaginación es una espada de dos filos. Me gusta tenerla. Pero ¿qué hago con ella fuera de control a las tres de la mañana?”. Afuera hay sol, pero el cuervo sigue allí, picoteando en la tierra, incansable, como un lustroso y esmerado sepulturero. Parte de la escenografía.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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