Martes, 12 de diciembre de 2006 | Hoy
LITERATURA › A LOS 54 AÑOS, MURIO RAFAEL PINEDO, ESCRITOR INCLASIFICABLE, DUEÑO DE UN ESTILO UNICO Y DESAFIANTE
Empezó a escribir de muy pequeño, pero a los 18 años un arranque autocrítico lo llevó a quemar todo lo hecho. Volvió a las letras recién a los 40, y Plop sorprendió hasta a los más avezados lectores del género fantástico.
Por Silvina Friera
Rabia, bronca, dolor. Los adjetivos podrían multiplicarse, pero para recordarlo habría que prescindir de ellos, o usarlos con la austeridad con la que él lo hacía cuando escribía. Y quizás intentar regalarle una sonrisa porque su presencia en una charla, en los encuentros de la Fundación Ciudad de Arena (ver aparte), en la presentación de un libro o en donde estuviera, garantizaba las carcajadas con sus anécdotas y con su humor inteligente y ágil. “Mi sensación es muy curiosa: escriben mis dedos y piensan mucho mejor que yo”, decía. Murió el domingo, víctima de un cáncer, el escritor Rafael Pinedo –“Rafa”, como él prefería que lo llamaran–, autor de Plop (Interzona), novela que obtuvo el Premio Casa de las Américas 2002, “festival antropológico de la degradación”, como la calificaron algunos críticos, o “ideas en acción”, como la definió Marcelo Cohen, responsable de la publicación de la novela en la colección de literatura fantástica Línea C, que dirige el escritor y traductor. En la entrevista que Página/12 publicó en enero de este año, Rafa bromeaba sobre esa distancia abismal entre lo que él transmitía –un tipo histriónico, divertido, afectuoso– y lo que generaba la lectura de sus libros: “A veces pienso que tengo que animarme a escribir un cuento donde no se muera nadie”. Tenía 52 años y dejó una novela inédita, Subte, que se publicará el próximo año.
Pinedo nació en Buenos Aires en 1952. Empezó a escribir desde muy chico, pero a los 18 años quemó todo y no volvió a producir una línea más hasta los 40, cuando para hacerle la gauchada a un amigo en crisis, lo acompañó al taller de escritura de Ana Jusid. Aunque no escribió durante más de 20 años, nunca dejó de leer desaforadamente todo lo que le caía entre manos, pero especialmente ficción. Se licenció de computador científico por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires y ejercía la profesión informática. Fue, durante un tiempo, actor de teatro off del off. Aunque pasó por varios talleres literarios (como el de Guillermo Saccomanno y Alberto Laiseca), fue en el de Marcelo Birmajer donde Pinedo terminó de redondear Plop, su primera novela. Siempre contaba que había surgido por un par de imágenes combinadas: la de una persona que está en el fondo de un pozo (de hecho al principio pensó en titularla Desde el fondo) y ve cómo lo van tapando de tierra, y la de una mujer que pare un hijo caminando. El título de la novela alude al ruido que hizo el protagonista cuando nació y cayó al barro; ruido que terminó siendo su nombre. En ese mundo en el que transcurre la historia, a los seres humanos se los despedaza para ser comidos y se los “usa”, verbo que Pinedo empleaba para nombrar las relaciones sexuales de ese puñado de sobrevivientes. El jurado que eligió Plop (integrado por Alberto Laiseca, Alexis Díaz Pimienta, Edmundo Paz Soldán, Ignacio Fernando Padilla Suárez y Jorge Franco Ramos) fundamentó su decisión señalando que es “una novela tan extraña como desconcertante dentro del actual panorama de las letras latinoamericanas”.
“La historia era tan dura que cualquier adjetivo era un juicio, entonces no había más remedio que no opinar”, explicaba el autor a Página/12. “La historia es cruenta, la situación también; mi consigna fue que lo único que quedara fuera la supervivencia, y después agregué los ritos, las estructuras jerárquicas y los tabúes. Desde la antropología traté de llegar a lo más elemental posible y solamente incorporé lo que era funcional a la historia para que fuera verosímil, para que tuviera una estructura antropológica coherente.” Cuando la terminó de escribir, la presentó “de puro cararrota” al premio Casa de las Américas. “Nunca pensé que podía ganar un premio al que, prejuiciosamente, consideraba orientado a la literatura ‘latinoamericana’. Fue un lance. El ‘no’ ya lo tenía.” Plop va al grano, al límite de la deshumanización: “Antes de que comenzara la iniciación, Plop se paró. Todos lo miraron. Señaló a una niña, la más gordita. Uno de los suyos le llevó un pote de grasa; otro acercó a la chica. Plop la tiró boca abajo sobre el trono, le puso grasa entre las piernas y la usó por atrás. Aunque la nena gritaba, como tenía la cara contra el trono no se le podía ver la lengua y nadie se preocupó”. A través de este lenguaje deliberadamente pulido, Pinedo se inclinaba por la acción y nunca por la descripción de los personajes. “¿Cómo hacer para no caer en el sadismo?”, se preguntaba el escritor. “Despojando hasta llegar la raíz; si me ponía a describir hubiera resultado chancho.”
Sobre su predilección por la estructura mítica del relato, confesaba que tenía la permanente sensación de que este mundo es absolutamente ridículo, que las estructuras son absurdas. “La única cosa inteligente que hizo Milan Kundera fue acuñar el concepto de ‘la insoportable levedad del ser’. Me di cuenta de que no había otra cosa que no fueran ritos, o lo que es peor que no había nada detrás de la cultura humana. Por eso lo que hace Plop es sobrevivir, porque sólo hay esquemas de supervivencias. Como dijo Angélica Gorodischer, de lo único que se escribe es sobre Eros y Tánatos.” Plop, Frío (novela también inédita, que fue finalista del Premio Planeta 2004) y Subte podrían pensarse, según Rafa, como una trilogía sobre la destrucción de la cultura, tema que obsesionaba al escritor. “La cultura se desmigaja y las migas se pudren en el suelo, y si no mírelo a Bush... Intención de mensaje político no tengo, aunque tenga compromisos con los derechos humanos y esté inserto en la realidad que vivo.”
¿Cómo evitar, entonces, el pesimismo? Pinedo tenía una explicación: “A mí lo único que me salvó fue la lectura. Pero tengo una pequeña teoría y es que la literatura no se hace cuando se escribe; esa gente que dice ‘yo hago literatura’ está mintiendo, salvo dos o tres capitostes. Cuando uno escribe sólo pone palabras en el papel, la literatura se construye cuando la lee el lector”. Ante ese aire de título honorífico que muchas veces tiene el hecho de decir que se es escritor, él prefería decir que escribía, que era un simple enhebrador de palabras. “Lo único que pretendo es que el lector no se aburra, el pecado imperdonable de un libro es aburrir.” Sus lectores no se aburrían y, seguramente, después de que puedan disfrutar de Subte, esa novela que por la lentitud de los tiempos editoriales Rafa no verá en las mesas de las librerías, lo extrañarán un poco más.
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