Martes, 23 de enero de 2007 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA A RAUL BRASCA
El autor de narrativas mínimas acaba de publicar Todo tiempo futuro fue peor.
Por Silvina Friera
La microficción es como un diminuto remolino de palabras que se consume en un instante. “Todas, como quería Stevenson, miran hacia el mismo lado. Miran fijo el vórtice donde serán devoradas. Pero si ellas son el remolino, también son el vórtice. Un caso de canibalismo que se sacia con el propio cuerpo”, escribe Raúl Brasca en Todo tiempo futuro fue peor (Mondadori), que reúne toda su obra dispersa en revistas, suplementos y antologías. “No sabía muy bien lo que estaba haciendo, pero me daba cuenta de que se estaba convirtiendo en mi modo natural de expresión”, recuerda Brasca, ingeniero químico y ex docente de la Universidad de Buenos Aires, que se fue acercando a la escritura literaria gracias al taller de Liliana Heker, a quien le dedicó el primer relato que escribió, Salmónidas. “Cuando me preguntan si la ingeniería sirve para escribir microficción, contesto que sí, que todo sirve para todo”, añade el escritor, uno de los especialistas más reconocidos de la ficción brevísima en la entrevista con Página/12. “Necesito del pensamiento sistemático ordenado para poder decir exactamente lo que quiero decir con la menor cantidad de palabras posibles –explica–, y encima tiene que parecer natural. Es terrible: una palabra que sobra o que está mal elegida te arruina todo.”
–¿Por qué “Todo tiempo futuro fue peor”?
–Es un título sugestivo tomado de una de las microficciones del libro, donde un personaje logra sobreponerse a la muerte. Pero ella insiste con métodos cada vez más atroces, es decir, el futuro del personaje es cada vez peor. Leído como alegoría, también puede entenderse que algo parecido nos ha pasado a los argentinos de mi generación, a los que teníamos un poco más de veinte años en los ’70. Sentíamos que todo tiempo futuro fue peor, que cada nueva esperanza se frustraba. Creo que no hubiéramos sobrevivido si no nos tomábamos las cosas con un poco de humor y de ironía. De todos modos, el título está en pasado: que todo tiempo futuro haya sido peor no quiere decir que deba seguir siéndolo. Hay lugar para la esperanza.
–¿Sus microficciones se acercan más a la poesía o al cuento?
–La microficción, la más contemporánea de las formas brevísimas, es un género camaleónico que suele aparentar una cosa y ser otra. Se caracteriza por tener un enorme poder de sugerencia en los finales, que se logra de diferentes maneras. Cuando está cerca de la poesía, se junta el poder de sugerencia de la poesía con la claridad y la eficacia de la prosa. Los que son más narrativos trabajan con la elipsis, con lo que no se dice, con la ironía y la ambigüedad. No me considero poeta, aunque me han dicho que muchas de mis microficciones se acercan más a la poesía.
–¿De qué modo impacta esa ambigüedad en los lectores?
–El lector de microficciones nunca sabe hasta el final qué es lo que está leyendo. Esto hace que sea un lector muy activo, muy desconfiado y precavido.
–¿Y cómo imagina a esos lectores? ¿Qué tipo de competencias o de características tienen?
–Son muy sutiles; hay tanta elipsis que cuando lee, está escribiendo. De todos los géneros, creo que es el más metaliterario y el más exigente. Si vos leés Argumentun Ornithologicum, de Borges, no solamente tenés que entender el argumento lógico, cuando demuestra la existencia de Dios, mirando solamente una bandada de pájaros. Tenés que conocer las demostraciones de la existencia de Dios que hicieron Santo Tomás de Aquino y otros.
–Con esas microficciones encadenadas referidas a escritores y editores que figuran en Todo tiempo futuro fue peor, ¿quiso reflejar una relación difícil?
–Toda relación con el poder es conflictiva. El editor suele tener poder sobre el autor, salvo que éste sea un best-seller y entonces la situación se invierte. El texto ironiza sobre los equívocos comunes en la situación de publicar. Cada personaje (editor, autor de best-sellers y autor inédito) reflexiona dando sus razones y el lector asiste a un partido jugado por egos monumentales, donde ninguno es inocente.
–¿Por qué eligió escribir microficciones?
–En realidad no elegí la microficción sino que ella me eligió a mí. Empecé a escribirla sin saber qué estaba haciendo, creo que es mi modo natural de expresión. Esa tendencia natural y el reconocimiento de los otros hicieron que persistiera ocupándome de ella también como antólogo y ensayista. Escribir un libro de microficciones es una felicidad, se trata de un género sumamente riguroso, pero no legislado. Quiero decir que es exigente pero, mientras no se lo domestique, las reglas las elige uno mismo. Y permite al autor ponerse entero en un libro: sus fantasías metafísicas y amorosas, sus preocupaciones estéticas y políticas, su concepción del género y su crítica a otras concepciones y a hábitos rutinarios de escritura.
–¿Cómo explica el auge de la microficción?
–No tengo la menor duda de que es la forma más apropiada para contar la contemporaneidad. Es sutil, alusiva, sugerente e irónica. Siempre está poniendo el dedo en la llaga e invariablemente da en el blanco, pero sus disparos son tiros por elevación. La extrema brevedad la obliga a ser tan elíptica que el lector casi la escribe cuando la lee; es decir, genera una complicidad entre autor y lector mayor que cualquier otro género. Es interactiva, posee la liviana concisión de los medios electrónicos, carece de solemnidad, ironiza sobre todo (hasta sobre sí misma) y, a la vez, puede revelar verdades muy profundas. Es libre, puede adoptar diversos formatos narrativos, puede ser argumentativa o poética. Se permite todas las estrategias y los recursos. El autor de microficciones debe disponer de un considerable arsenal de medios y el lector debe “estar al tanto”, es decir, debe poseer la información (que va desde los saberes domésticos hasta los filosóficos, pasando por la historia y las mitologías) que le permita jugar el juego. Porque, además, si hay un género lúdico, ése es la microficción. En una sociedad cada vez menos crédula, menos paciente ante las coartadas, los subterfugios y las pedestres teorías que pretenden explicarlo todo y vender lo que no debiéramos comprar, la microficción es la más bella de las formas de subversión.
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