Sábado, 10 de febrero de 2007 | Hoy
LITERATURA › DAVID VIÑAS EN LA FERIA DEL LIBRO DE LA HABANA
El escritor argentino reflexionó, frente a un auditorio atento, sobre la trayectoria de Ezequiel Martínez Estrada, que empezó bajo el influjo de Lugones y terminó cerca del Che y de José Martí. Viñas aprovechó la ocasión para criticar duramente al establishment literario argentino.
Por Silvina Friera
Desde La Habana
Al colorido vital y popular que tiene la Feria del Libro de La Habana se sumó el pintoresquismo y la erudición de David Viñas. Cuando habla, parece un señor malhumorado, un tanto cabrón, pero en el fondo son sus ademanes y entonaciones, su manera de estar en el mundo, luchando, obstinadamente, contra sus enemigos: el canon, el borgismo –esa sociedad anónima que ha ido segregando a toda una familia–, el Olimpo porteño, la sacralización, el diario La Nación, entre otros blancos predilectos. ¿Un parricida? Sí, y quizá hasta sea saludable y necesaria la práctica del parricidio en ese sentido. El prefiere a los resentidos (tal vez sean más complejos, atractivos y tengan más tela para cortar), a los heterodoxos como Ezequiel Martínez Estrada, que fue el tema de su conferencia magistral. “El canon de la Argentina encarna a nuestros adversarios en el campo cultural”, dijo el autor de Tartabul o los últimos argentinos del siglo XX. “El Olimpo porteño de la literatura pretende pasar por algo eterno, inmutable, es una suerte de teología cuya lectura ha devenido en plegaria con su respectiva complicidad litúrgica”. Sí, no caben dudas: Viñas es un obstinado.
“Hay que desconfiar siempre de todos los dualismos”, advirtió Viñas. “No importa que Borges haya sido condecorado por Pinochet tanto como la omisión de las declaraciones que hizo en una revista española: ‘El general Videla no ha sido lo suficientemente riguroso con los Montoneros’”, recordó el escritor. “La Nación ha borrado dos palabras del vocabulario argentino: dialéctica e imperialismo. Los desaparecidos ya no son cuerpos subversivos sino una palabra políticamente incorrecta”. En una conferencia magistral que, siempre bajo el estilo Viñas, parecía rizomática, volvió a retomar su obsesión con el canon argentino que “opta por el borramiento, el ninguneo”.
Viñas trazó la tan poco lineal trayectoria de Ezequiel Martínez Estrada, que empezó bajo el patrocinio de Lugones y terminó cerca del Che y José Martí. Para el escritor y ensayista, Lugones y el autor de La cabeza de Goliat son “dos heterodoxos que denuncian con sus textos y con sus cuerpos los cánones fraguados por los canónicos respectivos de América latina”. Los jóvenes que se nuclearon en la revista Contorno en los años ’50, entre otros el propio Viñas y Noé Jitrik, fueron calificados de “parricidas” por el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal. Más allá del léxico empleado para definirlos, lo cierto es que esos jóvenes fueron los que tiraron la primera piedra y levantaron el nombre de Martínez Estrada frente a las figuras canonizadas de los años ’50. No se proponían hacer un homenaje sino un rescate porque según Viñas, “el viejo Ezequiel, a través de sus ademanes proféticos, era considerado un outsider, a quien Jauretche llamó ‘profeta del odio’. “¿Estrada era un resentido? Creo que sí, ¿pero qué es un resentido? ¿El que rumia una bola intragable o padece pus en la cabeza? Rimbaud, Poe, Nietzsche, eran resentidos”, añadió Viñas. “Los jóvenes de Contorno tenían el aliento ácido y el canon del ’53 pretendía distribuir bocadillos edulcorados”. Y claro, ya se sabe, ni Viñas ni Jitrik iban a aceptar esos dulces.
Pero además de rescatar a Martínez Estrada, Viñas subrayó que la revista también levantó a Roberto Arlt. Viñas recordó que no faltaron quienes lo criticaran: “¡Cómo le van a dedicar un número especial a un escritor de kiosco!”. Viñas iba subiendo los decibeles, entusiasmado. “En la Argentina, la literatura más viva y auténtica está condenada al ostracismo”, afirmó el autor de Un dios cotidiano. “Sacralizar es la táctica liberal de cooptación del establishment argentino”. De pronto hubo un silencio incómodo, acercó sus ojos al papel y dijo: “Tengo un agregado y no lo puedo leer porque no entiendo mi letra”. Pero pudo y continuó. Y entonces se fue arrimando a los libros de Martínez Estrada. El primero que mencionó fue Radiografía de la pampa (de 1933), en donde “mezcló a Spengler, Simmel y Freud para demostrar la decadencia de la Argentina a partir de enunciados exageradamente pesimistas”, apuntó Viñas. “Este diagnóstico no sólo es celebrado por Horacio Quiroga. También fue saludado con fervor por el diario La Nación. “Con la publicación de La cabeza de Goliat se opone al descubrimiento enternecido de la joven ciudad. El urbanismo ya no es una fiesta sino una advertencia despiadada”, explicó el autor de Los dueños de la tierra.
Así, poco a poco, fue acercándose hacia el momento en el que irrumpió el peronismo en la vida política del país, en 1945. “Enfrenta el fenómeno ya enfermo, y su enfermedad en la piel es síntoma, señal y malestar frente al peronismo. No lo entendió jamás ni intentó hacerlo. ‘¿Qué es esto?’, la pregunta del título de su libro sobre el peronismo, es el indicador de los límites de su imaginación liberal”, opinó Viñas. Y al fin llegó al segundo momento fundamental que modificó el destino de Martínez Estrada: la Revolución Cubana. “Tengo la convicción de que por la Revolución Cubana pasaba la historia íntegra de América latina. Por intermediación del Che, Martínez Estrada fue invitado a trabajar a Cuba –dijo–. El vocativo, che, que parece tan porteño, fue internacionalizado a través de Guevara, pero cómo explicar el boom de la literatura latinoamericana en los años ’60 si no es a través de la Revolución Cubana”. Internacionalización simultánea de un vocativo y de una literatura. Viñas planteó que el autor de La cabeza de Goliat se aplatanó, una expresión que en Cuba se utiliza para sintetizar cómo una sociedad tan abierta en menos de una generación o en apenas un par de años “aplatana” al extranjero que se termina integrando a ella. Lo cubaniza. En cuanto a los artículos que Martínez Estrada escribió sobre José Martí, Viñas señaló que se “trataba de un Martí para el hombre nuevo, no un canon sino un verbo y una acción, una continuidad histórica”. La actualidad de Latinoamérica lo llevó a Viñas a trazar un paralelismo político, geográfico y literario. “Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador, que confieso inesperado, no están en el canon; se trata de la historia de un continente obstinado”.
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