LITERATURA › JORGE HERRALDE, EDITOR DE ANAGRAMA DESDE HACE 38 AÑOS
El español, de visita en la Argentina, reflexiona sobre el mundo que mejor conoce: el de la edición de libros, un ámbito que, reconoce, “es simultáneamente cultura y negocio”.
› Por Silvina Friera
Siempre que viene al país, Jorge Herralde se hospeda en uno de los hoteles más aristocráticos de la avenida Alvear, “la más elegante” de Buenos Aires. Hasta cuando se propone el típico viaje de placer, su soberana pasión por el mundo de los libros se impone, y entre paseos, almuerzos y cenas aprovecha cuanta oportunidad se le presenta para descubrir autores y tentarlos con integrar el catálogo de Anagrama, editorial que fundó en Barcelona, en abril de 1969. De excelente humor, siempre con una risa que fluctúa entre la ironía y la picardía, cuesta imaginar que el señor que ha editado más de 2500 títulos en 38 años estaba predestinado, según cuenta, a ser ingeniero en la industria metalúrgica familiar donde empezó a trabajar. “No puedo dar los nombres porque todavía no acordé”, se excusa el editor respecto de los escritores argentinos que quiere contratar. “Cuando tenga cerrado los tratos, le mando la primicia por mail”, bromea ante Página/12. Herralde está halagado y orgulloso por la creación de la Cátedra Anagrama, que comenzó a funcionar en la Universidad Autónoma de Nuevo León (México) los primeros días de julio, cuando dio una conferencia inaugural titulada como su último libro, Por orden alfabético. “No hay antecedentes de una cátedra dedicada a una editorial”, aclara el editor.
Entre agosto y enero del próximo año, habrá al menos cuatro actividades en el marco de la Cátedra: un coloquio encabezado por Carlos Monsiváis, la presentación del último libro de Mario Bellatin, El gran vidrio; un homenaje a Sergio Pitol, en oportunidad del lanzamiento de Trilogía de la memoria (volumen que recoge El viaje, El arte de la fuga y El mago de Viena), y también un homenaje al gran periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski, coordinado por su traductora al castellano Agata Orzeszek. Herralde dice que una vez incluidos los autores mexicanos más representativos del sello, serían convocados otros autores como Enrique Vila-Matas, Román Gubern, Antonio Escohotado, Paul Auster, Gilles Lipovetsky, Claudio Magris, Alessandro Baricco y Antonio Tabucchi.
–En Por orden alfabético recuerda una cita del escritor Julian Barnes: “Los críticos no son escritores frustrados. Lo que son es críticos frustrados”. ¿Qué serían los editores?
–Siguiendo con este símil, hay editores frustrados o falsos editores, y luego existe un buen número de editores vocacionales, apasionados por la cultura y la literatura. En este binomio del mundo de la edición, que simultáneamente es cultura y negocio y requiere de una mirada estrábica, el editor no puede perder de vista que si la editorial no funciona, deja de ser editor. En el catálogo de Anagrama está clarísimo que hay una vocación por la cultura, lo que no impide que, por fortuna, una parte de nuestros autores haya conseguido a la larga un gran número de lectores, como Paul Auster, Kapuscinski, Tabucchi, Bolaño, Vila-Matas, aunque les haya costado. En algunos casos hubo que sortear una carrera de obstáculos. Vila-Matas no dio el gran salto hasta Bartleby y compañía, Kapuscinski lo hizo con Ebano y Tabucchi con Sostiene Pereira.
–¿Qué hace un editor cuando se enfrenta con escritores de calidad y prestigio que no encuentran sus lectores?
–Como en casi todo, no hay una regla inflexible. Entre esos perdedores, entre comillas, sigo apostando por algunos y voy dejando caer a otros con harto dolor. La historia de cualquier editorial nunca es una sucesión de éxitos, también hay fracasos con libros que no consiguen el número de lectores esperados. Justo Navarro está entre los mejores escritores que tenemos en España, ha publicado varias novelas en la editorial y tiene un enorme prestigio entre sus colegas y los críticos, pero todavía le falta dar el salto para pasar de 5000 lectores a un público más amplio, que sería deseable para el autor, el editor y para el menú cultural de los lectores. La política editorial de Anagrama es el patriotismo de la calidad, no importan los países ni las edades de los autores, aunque preferiblemente intentamos publicar los que serán los clásicos del futuro.
–¿El catálogo fue incluyendo cada vez más autores latinoamericanos?
–Sí, en estos últimos cinco o seis años hay una atención creciente hacia América latina, propiciada por las ediciones simultáneas y en forma sistemática en el país de origen y en España, que también garantizan la difusión en toda Latinoamérica. Tenemos un empeño en el largo plazo que me recuerda la importancia de la frase de Gramsci: “Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”. Es una empresa difícil, pero no imposible. Estoy muy satisfecho con las opciones realizadas y en algunos casos se han visto coronadas con ventas decorosas, buenas o muy buenas, como El pasado, de Alan Pauls, que se ha convertido en un best-seller modesto, y en España funciona muy bien. El resumen es favorable sin ser arrebatador. En los últimos años la mitad de los novelistas publicados por la editorial son españoles y la otra mitad latinoamericanos.
–¿Por qué el cuento fue perdiendo terreno y ya no tiene la misma presencia que antes?
–En el blog El síndrome Chéjov hicieron una encuesta sobre los mejores libros de relatos publicados en España, entre los cuales los tres primeros eran de Anagrama: Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño; Catedral, de Raymond Carver, Velocidad de los jardines, de Eloy Tizón. Cuando empecé a publicar en forma sistemática narrativa en lengua española en los años ’80, había todo un territorio editorial por delante. En varias ocasiones empezamos con libros de cuentos, pero resulta cada vez más difícil hacerlo porque hay un terreno editorial ocupado por los autores de la casa. Publicamos unos veinte libros de narrativa en lengua española al año, y hay un espacio que ya ocupan automáticamente “el nuevo Vila-Matas”, “el nuevo Pombo”. En este caso, como hacemos política de autor, podemos publicar los cuentos. En septiembre publicaremos un libro de cuentos de Vila-Matas, que es su regreso al género. No tenemos una política del patriotismo del cuento sino de los buenos libros.
–¿Le llegan muchos manuscritos a la editorial?
–Un año los contamos y llegaban a 2000, una salvajada. Es una cifra que lleva bastantes años en la carretera; recuerdo un estudio en Francia que señalaba que lo normal es que circularan entre 1500 y 2000 manuscritos al año. A pesar del discurso catastrofista de que la literatura y el libro tienden a desaparecer, la grafomanía de la gente sigue desatada.
–¿Por qué se escribe tanto?
–Hay mucha gente que cree que la descripción de sus peripecias personales es interesante para la humanidad (risas), pero ser escritor implica otras cosas. Hay muchísimos de estos manuscritos que se pueden descartar leyendo sólo una página. Parece muy drástico, pero un profesional habituado a leer puede detectar muy fácilmente si está frente a un amateur o a alguien que puede llegar ser un auténtico escritor. Otra cosa es saber si hay un libro: con leer dos o tres páginas, se detecta si hay un escritor en formación que es capaz de articular un libro.
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