Sáb 11.08.2007
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LITERATURA › FELIPE CELESIA, PABLO WAISBERG Y LA PRIMERA BIOGRAFIA SOBRE EL DIPUTADO ASESINADO POR LA TRIPLE A

“Ortega Peña sería muy útil en este escenario político”

Los dos periodistas se propusieron un trabajo que llevó cuatro años de investigación: la minuciosa reconstrucción de una vida breve e intensa, en la que la pasión política convivió con la abogacía, la filosofía y la tarea de historiador. Quedó un misterio: el destino final de las cenizas de Ortega Peña.

› Por Silvina Friera

“La muerte no duele” era la sentencia que repetía Rodolfo Ortega Peña, el Pelado, cada vez que alguien le pedía que se cuidara. Cuentan que lo decía serio, casi solemne, para después soltar su particular carcajada. Estaba convencido de que la exposición pública y la lucha política junto a sus compañeros eran ese chaleco antibalas que siempre se negó a usar. Aunque el diputado nacional y su inseparable amigo, el abogado Eduardo Luis Duhalde, habían sido advertidos por el entonces ministro de Salud, Antonio Benítez, sobre el “Plan de Eliminación del Enemigo” que el lopezreguismo había presentado a Perón, el Pelado prefería concentrarse en su trabajo intelectual y político más que en diagramas de seguridad o contención. En el otoño de 1974, su situación no era cómoda: había roto con el Frejuli y lideraba el Bloque de Base. Desde esa bancada unipersonal era un francotirador sin parapeto que no dejaba de lanzar andanadas contra el gobierno, fundamentando políticamente cada una de sus exposiciones, molestando, empujando como un tanque. La noche del 31 de julio de 1974, después de haber bajado de un taxi sobre Carlos Pellegrini, en pleno centro porteño, los asesinos de la Alianza Anticomunista Argentina acribillaron a ese provocador de lengua filosa de 38 años, hijo de la burguesía porteña –de familia católica y antiperonista, que festejó el derrocamiento del “tirano”–, educado para asesorar multinacionales, pero que se convirtió en abogado de organizaciones sindicales y defensor de presos políticos, historiador revisionista, militante del peronismo vinculado con organizaciones armadas, peronistas y no peronista, y que había jurado como diputado bajo la consigna “La sangre derramada no será negociada”.

En La ley y las armas (Aguilar), los periodistas Felipe Celesia y Pablo Waisberg reconstruyen minuciosamente la intensidad con la que vivió Ortega Peña, desde la infancia y educación en la exclusiva Escuela Argentina Modelo (EAM), donde lo consideraban el “traga”, un tipo personalista, competitivo y hasta un poco “alcahuete”, aunque la mayoría reconocía que era “un gran lector, con una cultura superior a la normal”, pasando por su opción por la abogacía y su pasión por la filosofía, hasta su identificación con el peronismo revolucionario y su vinculación con la izquierda marxista. El libro, la primera biografía publicada, es una rigurosa investigación que demandó a los autores cuatro años de trabajo, más de cien entrevistas realizadas a personas que conocieron a Ortega Peña, entre las que se destacan sus hijos, Ramiro y Mariana, y su amigo Eduardo Luis Duhalde, actual secretario de Derechos Humanos de la Nación, y el relevamiento de distintas fuentes documentales: diarios y revistas, artículos periodísticos y políticos de la época, y los archivos de la SIDE y la Dipba (el ex servicio de inteligencia de la Policía Bonaerense). Esta biografía viene a reparar el olvido –esa forma de derogación de la memoria– que pesa sobre Ortega Peña a 33 años de su asesinato, sin que los autores intelectuales del crimen hayan sido aún condenados. La causa judicial sobre los crímenes de la Triple A fue reabierta el año pasado por el juez federal Norberto Oyarbide con el pedido de extradición de Rodolfo Almirón, ex jefe de la organización terrorista de ultraderecha que vive en Torrente, cerca de Valencia (España), y que fue descubierto por una investigación periodística del diario El Mundo. En enero de este año el magistrado ordenó también la detención domiciliaria de Juan Morales, ambos sospechados de ser los autores materiales del crimen de Ortega Peña.

Lejos del peligro de moldear un busto de bronce, Celesia y Waisberg, que nacieron en 1973 y 1974, respectivamente, señalan que quisieron relatar el derrotero de una vida corta y explosiva; profunda y lúdica y, a menudo, contradictoria y criticable como cualquier existencia puesta bajo la lupa. “Fue un referente muy importante de los años ’70 que estaba en el olvido”, confirma Celesia en la entrevista con Página/12. “Es un tapado de la historia argentina, que hizo diversos aportes como historiador y que tuvo una activa participación política. Además, representa a buena parte de esos jóvenes que rompieron políticamente con hogares profundamente antiperonistas y que se sumaron a los viejos militantes de la Resistencia.” Waisberg cuenta que lo primero que le llamó la atención fue la intensidad con la que vivió. “Se recibió de abogado a los 21, se afilió al PC, después se sumó al peronismo a través de César Marcos, un histórico de la Resistencia peronista, escribió doce libros de historia y fundó una editorial, Sudestada, para editar a autores nacionales”, enumera el periodista. “Más allá de los claroscuros que tiene su vida, como la de cualquier persona, hay cierta coherencia con su pensamiento más íntimo”, agrega Waisberg. “Era un peronista crítico, que reivindicaba la figura de Perón, pero no para que Perón le dijera que hiciera cualquier cosa. Cuando empezó su ruptura con el peronismo, Perón estaba vivo. Uno puede estar de acuerdo o no con su lectura política, pero eso marca la diferencia con otros dirigentes de la época que no se animaron a cuestionar a Perón en vida.”

Celesia explica que en los ’70 estaba legitimado el asesinato político. “Por supuesto que no lo van a decir públicamente, pero no creo que se hayan entristecido cuando lo mataron a Rucci. En ese momento la confrontación hacía que se legitimara moral y políticamente el asesinato. Ahora el asesinato político no es una práctica habitual, esto es una gran diferencia entre aquella y esta época”, compara el biógrafo. “Si bien no podemos proyectar qué hubiera pasado con un dirigente como Ortega Peña, pienso que sería un tipo muy útil en este escenario político. Quizá en la violencia previa al golpe de 1976 y durante la dictadura, mataron a una parte sustancial de la clase política, que creo que habría evitado muchos males en este país, o por lo menos grandes crisis. No sé si mataron a los mejores, como muchos dicen, pero estoy convencido de que mataron a muchos muy buenos.”

–¿Por qué creen que la figura de Ortega Peña quedó eclipsada, cuando fue tan representativo en los años ’70?

Pablo Waisberg: –Los jóvenes militantes actuales tienen datos muy sueltos, y algunos ni siquiera saben quién fue Ortega Peña. El punto de vista que planteaba Ortega Peña y lo que lo diferenciaba es que con la misma información, él buscaba una lectura distinta. Y eso era bastante revulsivo. Con la misma información con la que Montoneros decía que a Perón lo estaban cercando, él decía que Perón traicionaba el programa del Frejuli.

Felipe Celesia: –Su inorganicidad lo terminó eclipsando. Nunca fue un dirigente ni un militante orgánico de ninguna de las organizaciones armadas, ni de un partido político, entonces no fue reivindicado ni homenajeado por ningún grupo político.

P. W.: –Como no es propio, se lo disputan todas las organizaciones. El PRT-ERP decía que Ortega Peña era de ellos, el peronismo de base y las FAP también. Y no era de ninguno, aunque estuvo más cerca del peronismo de base. En uno de sus últimos libros, Ortega Peña decía que reivindicaba el peronismo de las bases, y el PB lo veía como uno de sus intelectuales. Pero tanto Ortega Peña como Duhalde no eran orgánicos. Lo que él hacía era colaborar con todos, pero no subsumirse a ninguno.

F. C.: –El hubiera logrado otra cobertura en el marco de una organización, pero estaba muy solo políticamente en el ámbito legislativo. Pero también consiguió una relevancia y una trascendencia que era difícil de medir para alguien que era independiente. Cuando asumió como diputado, La Opinión le dedicó la tapa y Noticias hizo lo mismo. No era un hecho menor que Ortega Peña obtuviera una banca de diputado.

–Esta independencia era muy atípica para el paradigma de pertenencia de la época.

F. C.: –El paradigma de la época era que uno borraba su individualidad en función del proyecto colectivo, se integraba sin cuestionamientos. Y Ortega Peña no encajaba en este molde. Tanto él como Duhalde fueron muy criticados por querer figurar y tuvieron que cargar con eso. Hoy serían considerados muy mediáticos.

–¿Ellos apelaban a los medios de comunicación, sin el prurito de considerarlos “burgueses” o funcionales al sistema?

P. W.: –Sí, armaban muchas conferencias de prensa.

F. C.: –Y tenían vínculos con los periodistas que cubrían los temas policiales, hacían comunicados, y cuando tenían la oportunidad hablaban con la prensa, lo cual era muy novedoso para la época. Y tuvieron mucha efectividad como abogados, más allá de que algunos nos dijeron que no eran juristas brillantes. Tenían un gran talento para diferenciar hasta dónde tenía que ser jurídica o política la defensa de un preso político. Eran tipos muy audaces que jugaban con todas las herramientas que tenían a mano.

–¿Creen que si Ortega Peña viviera, integraría el gobierno kirchnerista, como Duhalde?

P. W.: –No sé, sería hacer una proyección política demasiado compleja.

F. C.: –Me animaría a decir que su independencia se habría agudizado. Hoy sería un dirigente de izquierda que mantendría su independencia como valor. Pero si me preguntaran qué hubiera hecho si Kirchner le ofrecía un ministerio, quizá lo hubiera aceptado porque no le tenía miedo al poder. Y supongo que en muchos aspectos coincidiría con la agenda de este gobierno, pero estoy seguro de que no se hubiera encuadrado con el kirchnerismo.

–¿Es cierto que no se sabe dónde están los restos de Ortega Peña?

P. W.: –Sí. Cinco años después de la muerte de Ortega Peña, su padre, que no había ido al velorio del hijo porque estaba peleado con él desde fines de los sesenta, retiró las cenizas del cementerio y las puso en una maceta. Después el padre se murió y nadie sabe qué pasó con la maceta.

F. C.: –Es una interpretación personal, pero hay un contraste notable entre esa intensidad con la que vivió y cómo desaparece y se pierde en el fondo de la historia en una maceta...

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