LITERATURA › HUGO R. CORREA LUNA
Durante años acumuló libros inéditos y cierta reticencia a publicar. Una enfermedad lo convenció para que se decidiera a editar sus textos. La pura realidad es su segunda novela.
› Por Silvina Friera
Una joven pareja argentina de clase media está ultimando los preparativos de su viaje al sur. A Guille, que ya había ingresado “legítima y prístinamente en la zona temporal de las vacaciones”, todo le resbalaba, le pasaba por el costado, “le nefregaba, como quien dice”. A diferencia de su mujer Nelly, a él “la realidad no lo sacudía”. Pero una tarde lo insólito irrumpe en la cotidianidad de Nelly y Guille, cuando reciben una carta de Australia con numerosas fotos de la pareja. En algunas aparecían en cuclillas con un tal George, posando como si fueran un equipo de fútbol; en otras andaban a caballo, estaban de pie, de perfil, en una ruta junto a una flecha que indicaba Melbourne, o sentados a la mesa de un restorán. Jamás habían estado en Australia y no conocían al tal George, ese hombre que les escribía con una amistosa familiaridad, quejándose de que no le hubieran escrito ni una mísera línea. Les corría por la espalda una especie de escalofrío, estaban perplejos, callados, con una sensación muy parecida al miedo. O se habían vuelto locos o eran víctimas de una broma pesada. En La pura realidad (Losada), la segunda novela de Hugo R. Correa Luna, el escritor anuda, de una manera sutil y deliciosa, lo asombroso y lo siniestro, lo mundano y lo metafísico, además de dosificar el suspenso y la intriga con un sorprendente tono de comedia.
Y la novela sorprende, también, por el trabajo de orfebrería que despliega el escritor en el uso efectivo de las formas orales de expresión (“una ricurita”, “flor de lío”, “mejor desensillar hasta que aclare”, “qué paparula”, “listo el pollo”, “ni qué ocho cuartos”). Autor del libro de poemas Andado poesía (1989) y de la novela El enigma de Herbert Hjortsberg (2005), donde lo policial y lo fantástico cobraban novedosas formas, Correa Luna, de escasa visibilidad pública, se ríe cuando Página/12 le pregunta por su condición de “escritor secreto”, con muchas novelas inéditas y cierta reticencia a publicar. “No me animaba y no sabía cómo moverme. No quería mandar los manuscritos a las editoriales y tener que llamar y presionar”, confiesa el escritor. “Pero hace tres años tuve un cáncer y lo primero que pensé es que les iba a dejar a mis hijas todos mis libros... ¡qué herencia pesada trasladar esos papeles!”
–¿El miedo a la muerte lo decidió a publicar El enigma...?
–Sí, pero en realidad tuve suerte porque el editor de esa novela, Eduardo Hojman, ya la conocía, había sido alumno de mis talleres de escritura y habíamos trabajado juntos con una amiga memorable, Maite Alvarado. Y como nos leíamos mutuamente, Eduardo me propuso editarla en Ediciones del Cobre. Una novela publicada es una carta de presentación muy importante, por eso me animé a mandarle a Losada La pura realidad, que forma parte de una trilogía, no en lo argumental, constituida por las novelas El buen sentido y El azar absoluto. La trilogía se va a llamar Australia, porque siempre en lo que escribo aparece Australia como una utopía. La enfermedad hizo que me pusiera a terminar muchas novelas que tenía inconclusas.
–¿Por qué sus dos novelas publicadas tienen estilos tan diferentes, hasta se podría decir que no parecen escritas por el mismo autor?
–Hay dos cuestiones fundamentales en ambas novelas: el enigma y el trabajo con el lenguaje, con el cliché. Como tengo tendencia a escribir al estilo de El enigma..., busqué probarme en otros códigos. La pura realidad era un cuento largo que había escrito a principio de los ’90, que se llamaba Noticias de George, cuando estaba muy trabado con el tema de la escritura. Escribí ese cuento al estilo de Carver, mirá qué diferencia (risas). Me gustaba mucho la trama, pero lo había tomado simplemente como una ejercitación. Cada tanto me daba vueltas ese cuento, y mi mujer decía que tenía que hacer algo, pero no le encontraba la vuelta. Un día empecé a jorobar con el tema de los lugares comunes del lenguaje, a combinar ideas sobre el verosímil y la realidad, y fue surgiendo la novela.
–¿Qué es la realidad?
–Es aquello que aparece por debajo de lo verosímil y del mundo que tenemos armado a nuestra medida. El verosímil no pasa solamente por la literatura, sino también por la concepción del mundo que tenemos. Eso que llamamos realidad cada tanto aparece y es azarosa, pero el verosímil se la va comiendo lentamente, por eso hay una especie de naturalización. Cuando escribo, necesito producir un hecho fantástico para ir diluyéndolo lentamente y que aparezca de nuevo con contundencia, algo que es muy rico desde lo metafísico hasta en la producción textual. Me interesa cómo nos juega malas pasadas esa relación entre lo verosímil y la realidad. Yo trabajo con el supuesto de que el hecho más extraño puede ser la realidad. Es un tema que aparece mucho en Henry James, también en César Aira, no estoy descubriendo la pólvora con esto. Mi idea es que el verosímil se va tragando esa cosa anómala que es la realidad.
–¿Por qué varios personajes confunden a gente común con algunos “famosos” como Sergio Denis, Nelly Beltrán o Guillermo Vilas?
–Lo que está en juego es el contacto con la fama, la idea pavota de la trascendencia puesta a través de esos personajes y sus aspiraciones. Es la idea del minuto de fama por haber estado en contacto con alguien que pertenece a la ficción mayor. Además, siempre hay una cosa desviada, que es y no es al mismo tiempo, y que necesitaba explorar. Me gusta el efecto sorpresa y la gracia que provoca, hay una intención humorística, es como esa gente que tiene un poster amarillo de un viejo ídolo.
–Por momentos, en algunos diálogos y situaciones, por ejemplo durante el asadito, es inevitable reírse a carcajadas...
–Me gusta reírme. El humor en mi novela pone entre paréntesis diálogos que sacados de contexto serían absurdos. Muchas veces hablamos de cosas ridículas pero con excesiva seriedad, hablamos como si estuviéramos modificando el mundo, como dice uno de los personajes de la novela. Quizá como venía de escribir algo muy denso como El enigma... necesitaba cambiar de aire, pero tengo una inclinación natural hacia el humor.
–¿Cuándo empezó a escribir?
–Hace poco encontré un cuento que escribí cuando tenía ocho años. Empecé a escribir porque si miraba una serie de televisión y no me gustaba el final, lo cambiaba. Después escribí poesía y obras de teatro que parecían óperas, con millones de personajes, imposibles de montar. Me acerqué a la narrativa cuando terminé mi libro Andado poesía. Necesito ir buscando por otro lado y la narrativa me sirve para explorar. Me siento como los chicos que juegan con un juguete, le sacan las piezas y ven qué pasa.
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