Miércoles, 29 de agosto de 2007 | Hoy
LITERATURA › MURIO EL ESCRITOR ESPAÑOL FRANCISCO UMBRAL
Galardonado con el Cervantes y el Príncipe de Asturias, publicó más de ochenta libros y se destacó por su talento para dar cuenta de la actualidad en sus columnas periodísticas. Tenía 72 años.
Por Jose Andres Rojo *
desde Madrid
Murió Umbral. Y ya circula la leyenda de que lo hizo mientras dictaba su última columna. Eso cuentan las agencias, y así subrayan que de todo lo que escribió Francisco Umbral lo más importante fueron sus colaboraciones diarias en la prensa. Era un hombre de su tiempo, que se zambulló en sus contradicciones para dar cuenta de ellas todos los días, así que murió con las botas puestas.
A las 2.30 de la madrugada del martes, a Umbral se le paró el corazón en la clínica Montepríncipe de Boadilla del Monte, en las afueras de Madrid. El fallo cardiorrespiratorio se llevaba así a uno de los escritores que más hizo por incorporar la energía de la lengua española, sus variedades y recursos, su riqueza de términos y sus posibilidades expresivas, sus metáforas y su fuerte carga poética a la escritura de todos los días, a la prosa periodística. Umbral llenó sus columnas de humor, ironía y sarcasmo, y las cargó con la pólvora de la actualidad. Sus víctimas fueron muchas y de condición muy variada. Muchos fueron también los que fueron bendecidos con sus elogios.
Fue registrado como Francisco Pérez Martínez cuando nació en Madrid el 11 de mayo de 1935, aunque un ensayo reciente de Anna Caballé afirma que llegó al mundo en 1932. Se trasladó pronto con su familia a Laguna de Duero, en Valladolid, donde pasó sus primeros cinco años. A los diez empezó su formación escolar y a los once lo echaron del colegio. Comenzó a trabajar como botones tres años después. Así que llegó a la literatura de manera autodidacta y fueron sus lecturas las que verdaderamente lo formaron (“En el libro no hay nada. Todo lo pongo yo. Leer es crear. Lo activo, lo creativo, es leer, no escribir”, escribió). Su obra da cuenta de ello: no sólo en la irrupción permanente en sus artículos de los clásicos (Quevedo, sobre todo), los ilustrados, la generación del ‘98 y las vanguardias sino, también, en los libros que dedicó a Larra, Lorca, Valle y Ramón y en su polémico Diccionario de literatura, donde mostró sus filias y fobias de manera arbitraria y caprichosa.
En 1961 desembarcó en Madrid, como quien dice directamente al Café Gijón, y fue esta ciudad la que se convirtió en una sus materias literarias más queridas. Colaboró con los diarios Ya, ABC, La Vanguardia, El País, Diario 16 y, desde 1989, El Mundo, además de estar presente en numerosas revistas. Umbral se casó en 1959 con la fotógrafa María España y tuvo un hijo, Pincho, que falleció de leucemia a los seis años.
En Mortal y rosa (1975), para muchos su mejor novela, Umbral volcó su dolor por esa pérdida que lo marcó de manera definitiva (“El hijo es un relámpago de futuro que nos deslumbra. Por él, por mi hijo, he visto más allá, más adentro, y más lejos, y quizás, ay, eso basta.”) Toda su literatura ha sido siempre testimonial, con una arrolladora presencia del yo y con un obsesivo afán por ser memoria de una época y de unos lugares. Sus obras de ficción tienen así mucho de autobiográfico, como lo tienen sus ensayos. Las gafas de pasta oscura, la melena larga, la bufanda, los jerseys claros de cuello alto. El gato, del que tanto habló, y las mujeres. La política y el poder, la crónica rosa, las anécdotas sobre los personajes públicos que iba atrapando de un lado y de otro, sus rotundas afirmaciones y su gusto por provocar. Todo eso forma parte del personaje. A la obra, a su escritura sobre todo, la reconocieron galardones de la importancia del Príncipe de Asturias (1996) o el Cervantes (2000), entre otros. No tuvo suerte con la Academia: en 1986 fue presentado por Delibes, Cela y Areilza para ocupar el sillón F. A pesar del respaldo de sus padrinos, el elegido fue José Luis Sampedro. Entre sus libros, que son más de ochenta, se destacan Las ninfas (1975), La noche que llegué al Café Gijón (1977), Trilogía de Madrid (1984), El socialista sentimental (1999), Un ser de lejanías (2001), ¿Y cómo eran las ligas de Madame Bovary? (2003), Los metales nocturnos (2003) y Días felices en Argüelles (2005). En marzo de este año publicó su último libro, Amado siglo XX, donde hacía un balance de su vida. “Quizá la literatura sea eso”, escribió en Mortal y rosa. “Desaparecer en la escritura y reaparecer, gloriosamente, al ser leído. Por eso no hay que hacer demasiado evidente el esfuerzo del pensamiento al escribir. Para no entorpecer la resurrección de la carne que glorifica al autor cuando es leído. Toda lectura tiene, por lo menos, este doble fondo. Hay una superficie de prosa, de ideas; y debajo, como una figura inmovilizada dentro del hielo, está el autor.”
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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