Dom 07.10.2007
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LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR ESPAÑOL ARTURO PEREZ-REVERTE

“Soy un lector que escribe libros”

El autor de El Club Dumas recorre su trayectoria literaria. Un balance que resulta oportuno, ahora que acaba de publicarse en edición de bolsillo una biblioteca que lleva su nombre.

› Por Juan Cruz *

Desde Madrid

Arturo Pérez-Reverte es el escritor español más leído en su país (y en América latina); sus libros han sido traducidos en todo el mundo su ritmo de producción es constante y sus títulos están siempre vivos. ¿Cómo se siente un escritor así? Nació en Cartagena en 1951, fue periodista, es académico de la Lengua. Toda su obra está en las librerías y ahora, además, empieza a aparecer en bolsillo una biblioteca que lleva su nombre.

El pintor de batallas, El Club Dumas, La Reina del Sur, Un asunto de honor, Cabo Trafalgar, Corsarios de Levante, No me cogeréis vivo, La sombra del águila... Para un escritor debe ser extraordinario encontrarse de pronto con gran parte de su obra en las estanterías de las librerías y de los kioscos... Arturo Pérez-Reverte está acostumbrado. Y ahora se volverá a ver delante de sus propios títulos, recogidos en la biblioteca que lleva su nombre y que pone a disposición del público Punto de Lectura. Hablamos con él de lo que siente ante la avalancha de su propia obra.

–¿Qué impresión tiene?

–Que el tiempo pasa. Al verlos todos juntos, parece que fue ayer cuando empecé a escribir los primeros libros. Y se han ido acumulando muchos. Es una obra variada, sin duda, con muchos registros distintos: novela, aventura, thriller policía-co-cultural, historia sentimental... He tocado muchos palos.

–Empecemos por El pintor de batallas, que es quizá el libro con mayor madurez humana...

–Bueno, de ese libro han pasado dos años. Fue una experiencia muy intensa para mí. Fue producto de una reflexión que me obligó a mirar hacia atrás, muy en serio. Los recuerdos, las imágenes, mi propia edad, las canas en mi barba, las marcas por dentro y por fuera. Fue un acto de reflexión, intenso y agotador. Es de las novelas que me han dejado más exhausto en cuanto a intensidad. Y eso que es relativamente corta.

–¿Cuál fue el chispazo?

–Un cuadro. Siempre son cuadros. Bueno, son varias cosas que se cruzan. Estaba en Florencia viendo un cuadro y en ese cuadro vi la historia de mi vida. Vi el fondo, el camino largo que he hecho desde que me fui a los 18 años, con una mochila. Decidí no contar mi vida, sino intentar exponer, negro sobre blanco, las conclusiones a que he llegado. Duras conclusiones. Amargas, descarnadas. Un libro muy fuerte y muy duro.

–Un libro de adiós definitivo al periodismo. ¿Sintió nostalgia en algún momento de la profesión?

–No, de eso no se puede tener nostalgia. Yo no fui periodista. Fui reportero, que es otra cosa. No digo que una cosa sea mejor que otra, pero es muy distinta. Yo era un cazador; podría haber cazado animales, obras de arte, pero lo que cazaba eran imágenes. Yo sabía cazar vida. Mi periodismo era el reporterismo. Cuando dejé de ser reportero dejé el periodismo. No había nada que yo quisiese hacer. Nostalgia de mi trabajo no tenía, tenía nostalgia de mi juventud. Además, de esos lugares por los que yo transité no puedes tener nostalgia. Ni de Sarajevo, ni de Beirut. Sentí nostalgia de cuando era joven y había chicas y viajes, y adrenalina y aventura. Eso sí. Pero nostalgia de reportero, no. Lo dejé porque estaba asqueado. Muy harto. Harto de ser un mercenario honrado. Así que me fui. Y tardé diez años en poder escribirlo. Necesitaba distancia.

–Su libro más propio, por decirlo así, es El Club Dumas. ¿Cómo lo hizo?

–Es uno de mis libros favoritos. En él cuaja toda mi vida como lector. Leo desde los seis años. Y crecí con libros toda mi vida. En casa tengo 20.000 libros en este momento. Un día estaba releyendo a Alejandro Dumas y de pronto vi la trama. El Club Dumas surge en un momento en que en España había que escribir como William Faulkner, y todo lo que era contar historias estaba mal visto. Entonces el libro surge como un desafío, en un tiempo en que no se hablaba de clubes ni de nada de esto; fui un pionero. Fue una apuesta, y es el libro más agresivo que he hecho en plan desafío a lo que se estilaba en ese momento. Una declaración de principios. Es un libro con una estructura complejísima, con guiños a la literatura del siglo XIX, de donde saqué las herramientas. Es la novela de la que más he disfrutado. Pero sobre todo fue una patada en los cojones a los que tenían secuestrada la literatura en ese momento.

–Estaba claro Dumas, ahí detrás. ¿Qué otras sombras visibles hay en el trasfondo de su obra?

–Para mí las sombras siguen siendo las mismas, con una dosis de mi propia sombra. Cada semana sigo leyendo al azar a Virgilio, a Homero, a Chateaubriand, a Conrad. Leo páginas, leo registros..., para mí son sagrados. No los leo para deleitarme. Los leo como uno que va al gimnasio y hace flexiones. Es mi gimnasia, mi afinador de herramientas.

–La Reina del Sur. En ella usted ensaya muchos puntos de vista narrativos a la vez...

–¡Hasta los narcos la han leído, en México...! Trataba de contar la historia de una mujer, y quería cambiar registros de lenguaje, de hecho empieza a hablar en mexicano y acaba en español, y dentro hay música, mucha música... Es una novela musical. Quería jugar con planos y puntos de vista tanto del lector como de los propios personajes... Muy compleja. Pero me hubiera parecido de una pedantería total que se manifestara esa complejidad. Me descojono cuando leo una novela en la que se dice que el escritor ha hecho un alarde estructural... Digo, pero, vamos a ver, ¿está diciendo lo listo que es? No hay que enseñar la carpintería. Yo una vez que he hecho la casa quito el andamio, retiro la estructura.

–¿Y qué pasa cuando está escribiendo un libro así? ¿Se va sorprendiendo de lo que encuentra?

–Yo pongo el andamio. En mi caso necesito que todo esté perfecto. Una vez hecha la estructura me pongo a escribir... Una estructura no es rígida, la rompes, la modificas... Son mecanos, hasta lingüísticos. El novelista, si tiene talento, ha de ocultarlo. Y justamente el error del novelista es cuando no lo oculta.

–Un asunto de honor. ¿Cómo nace?

–Me lo pidió un amigo, para El País. El héroe, el camionero, el chaval, la chica. Un cuento de hadas. De príncipes, princesas y dragones... Yo había hecho un programa de radio, Un día en la calle, con camioneros, con prostitutas... Y tenía ese punto muy fresco: el mundo de la delincuencia, el chico que está en la cárcel... Quería contar esa atmósfera, el camionero machote y heroico, la niña guapa e ingenua, los malvados... Una road movie. Con el correcaminos, el coyote y esas cosas...

–Cabo Trafalgar. Ahí se tiene la sensación de que usted aborda una novela hasta con efectos especiales.

–Yo buscaba la eficacia. Cada novela tiene un objetivo: con ésta quiero recordar, con esta otra quiero divertir... La batalla de Trafalgar ya estaba contada por Galdós. Yo tenía que contar lo que no contaba Galdós: la batalla desde dentro de los barcos, desde el punto de vista de un marinero. Quería contar lo que fue la tragedia de ser español, en manos de los mismos hijos de puta de siempre. Lo sorprendente, supongo, es que a pesar de estar muy documentada está contada en plan gamberro. Yo quería que el lector normal, el chaval joven, supiera de esa historia, con un lenguaje apropiado. Y una historia del mar tiene un lenguaje muy específico, que puede ser muy limitado al público. Pero abriendo el registro quizá el público que no sabe de ese lenguaje del mar se acerque a la historia. Eso quise hacer, y eso creo que logré.

–¿Y cómo se adentra usted en una historia que pasó hace tanto tiempo?

–Tengo una biblioteca enorme; de los 20.000 libros, 12.000 son de historia. Hay historia naval del siglo XVIII y XIX, y de todo eso tengo muchísimo. Tengo todo lo que se ha publicado, prácticamente. ¡Sé más de esto que del mundo de Alatriste! Quería hacer un libro gamberro que funcionara. Quería divulgar Trafalgar para un lector que no tenía ni idea.

–¿Qué le dio Galdós a la hora de escribirlo?

–Galdós fue el que me abrió el apetito. Leído Galdós ahora, con 55 años, ya no es el mismo que fue.

–Y aquí está, en esta biblioteca suya de bolsillo Corsarios de Levante...

–En Levante hay varios factores. Ya no me bastaba la aventura; el lenguaje surge como un desafío. Había que rescatar palabras, expresiones, giros lingüísticos que estaban en desuso. Crear un lenguaje que tuviera un aroma clásico. Y fue muy gratificante.

–¿Y desde cuándo le preocupa el lenguaje como elemento constituyente de sus libros?

–Desde siempre. Me ayuda a madurar, a avanzar en la vida. En los últimos tiempos tengo más control de mis recursos, puedo permitirme un mayor control de todos los elementos narrativos.

–Aquí está La sombra del águila.

–Me la pidió El País también. Ahí está Napoleón, a quien tengo muy presente, conozco bien el tema. Es una historia de españoles con Napoleón, España en el contexto europeo. Es un libro con el que me reía mientras lo escribía; me reía de mi propia invención. No me ha ocurrido ni antes ni después. ¡Es tan española la historia!

–¿Se siente un lector mientras escribe?

–Soy un lector todo el tiempo. No soy un escritor, no soy Javier Marías. Soy un lector que escribe libros. Si yo fuera sólo escritor estaría muerto. Sería un teórico. Estaría seco. Por eso no tengo dos novelas iguales. Sería más cómodo, pero igual que me apetece como lector leer cosas diferentes, me apetece escribir cosas como Agatha Christie y cosas como Joseph Conrad. Estoy vivo como escritor porque soy lector.

–No me cogeréis vivo, su libro de recopilación de artículos... Ese título, ¿no es una divisa?

–Sí, realmente es una buena definición, es una divisa. Es un buen lema. Estoy harto de corderos que se dejan degollar. Harto de que todos los sinvergüenzas se hagan solidarios, de tanto cantamañanas, de tanta demagogia. No voy a dejarme matar. Sé que no voy a cambiar nada, pero lo que no se puede hacer es el silencio de los corderos. No dependo de Aznar, ni de Zapatero ni de González, y si un día me echan de este país, me voy a Francia, escribo allí, o en Italia o en Argentina. Puedo hacerlo en cualquier sitio. Esa es la libertad que me da lo que he hecho hasta ahora. Y me encanta lo de morir matando. Hay que morir matando. Gandhi no cambia nada.

–¿Morir qué es?

–Morir es acabar. Lo que estoy haciendo es prepararme para morir. No necesito el perdón del enemigo porque le he dado su merecido antes de morirme.

–Y en este momento, ¿qué es para usted la literatura?

–Vivo de eso y me gano la vida bien. La literatura es el único consuelo y el único analgésico posible. No elimina la causa del dolor pero ayuda a soportarlo.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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