LITERATURA › LO NUEVO DE NOE JITRIK
Con la presentación de El ojo de la aguja, el gobierno de la ciudad inauguró el martes un espacio largamente postergado.
› Por Angel Berlanga
Justo Noé Jitrik, que le quiere huir tanto al lugar común, para inaugurar la Casa del Escritor, un sitio pretendido por el gobierno de la Ciudad como “lugar común para todos los autores”. La coincidencia, a fin de cuentas, también es un lugar común, pero en este caso sirve para intentar signar ambigüedades del lenguaje y de las otras, y para contar, a la vez, de El ojo de la aguja, el libro que presentó este hombre de letras en compañía de la periodista Silvia Hopenhayn y la actriz Cristina Banegas, y del flamante espacio que, desde el martes, funciona en Lavalleja 924, en Villa Crespo.
Este lugar, que antes fue fábrica textil y depósito de libros, tiene una sala principal para ciento cincuenta personas –noventa sentadas–, un hall grande para exposiciones, un patio de lecturas y, en planta alta, una sala con ocho computadoras pensada como archivo de consulta virtual de las bibliotecas de la Ciudad y de la Audiovideoteca, esa notable y valiosa serie de entrevistas a poetas, narradores y dramaturgos argentinos. Daniel Ríos, a cargo de la Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura, es el responsable de las actividades programadas para este mes y el siguiente, que incluyen participaciones de Juan José Becerra, Daniel Divinsky, María Rosa Lojo, Horacio González, Elsa Drucaroff, Diana Bellessi, Hugo Mujica, Carlos Sorín, Daniel Santoro, Juan Sasturain y Tito Cossa, entre otros, con mesas redondas sobre narrativa, poesía, cine, periodismo cultural, edición, plástica y teatro. El funcionario agradeció, escueto, que los próximos invitados vuelquen lo suyo sin cobrar un peso; algo más frondosa en su intervención fue la subsecretaria de Patrimonio Cultural, la arquitecta María de las Nieves Arias Incollá, quien declaró que vive “enarbolando utopías” y que “costó mucho llevar adelante la obra”. El sitio está bien acondicionado, es funcional y parece apropiado para lo que se proyecta; gracias a un crédito del BID iba a ser inaugurado, en principio, en 2004. La utopía tardó un poco (ver aparte).
Aunque estaba anunciado, la ministra de Cultura, Silvia Fajre, no habló oficialmente en el acto de apertura. Vestidos de negro, los veinte muchachos del Coro Trilce –dependiente del gobierno– sí cumplieron con el programa e interpretaron tres canciones de Homero Manzi. Y ya que se habló de coincidencias y de lugares comunes, acaso venga a cuento citar los tres primeros versos de “Trilce”, ese poema extraordinario de César Vallejo: “Hay un lugar que yo me sé/ en este mundo, nada menos,/ adonde nunca llegamos”.
Porque Vallejo conecta mejor con lo literario del encuentro en la Casa del Escritor: Jitrik. Su libro, El ojo de la aguja - Filosofemas, es una sucesión lúcida de pensamientos filosóficos que enhebran temas, autores, tiempos, culturas, corrientes, creencias. Coherentemente, en la edición de la platense Al Margen no hay texto de contratapa que busque sintetizar, ni prólogo, ni índice; los cuerpos de ideas –de entre dos y veinte líneas– son acompañados, apenas, por palabras-guía al pie de página: pecado, teoría, deuda, memoria, poder, género, aventura, Dios, suicidio, deseo, escritura, resistencia. En el comienzo de la presentación, Hopenhayn señaló que la literatura argentina está hecha, más que por novelistas, por pensadores como Sarmiento, Macedonio Fernández, Lugones, Borges, Piglia, Viñas y, también, Jitrik. “En realidad son escritores que ejercen la crítica y al mismo tiempo ficcionalizan sus pensamientos,” dijo. Luego de un sobrevuelo por la obra de este autor nacido en 1928 –que escribió ensayos, poemas y novelas, que dirige la Historia Crítica de Literatura Argentina–, la periodista remarcó el cruce-encuentro de los textos de este libro con los de Canon de alcoba y La letra de lo mínimo, escritos por la mujer de Jitrik, Tununa Mercado. “Cada filosofema es una ola que nos envuelve y nos deposita en una playa, donde nos tenemos que arreglar solos, con aquello que Noé nos hizo pensar”, dijo Hopenhayn.
“Invitarme en la primera actividad de la Casa del Escritor me hace sentir un escritor por primera vez en mi vida”, ironizó Jitrik, y contó que el libro fue macerándose a lo largo de mucho tiempo. “Puedo decir –contó– que empezó con un pensamiento que me resultaba divertido: me preguntaban por la presencia de la historia en la literatura y se me ocurrió decir que la relación era como la cebolla a la salsa: sin cebolla no hay salsa posible, pero si se nota, se va al demonio. Pasa eso con los ingredientes que no pueden faltar en la literatura y que, sin embargo, si se notan, la transforman en otra cosa y deja de ser lo que es: algo que estamos buscando desde siempre, para lo que no hay una respuesta clara.” Y siguió: “Lo que más me interesó fue darles a estos pensamientos un carácter poético, lo cual pone también en tela de juicio la noción de verdad. Porque cuando uno hace afirmaciones que tienen que ver con el miedo, la rebeldía, el destino, la vocación, la muerte, el sacrificio, la religión, si no las poetiza, se convierten en afirmaciones. Y la afirmación es una prima hermana de la verdad, pero prima bastarda”.
Kafka, Nietzsche, Benjamin, Barthes, Freud, Baudelaire, Blanchot, son los autores de algunas de las ideas que resignifica Jitrik, que esbozó un ligero parentesco para este libro con los aforismos de Lugones y César Fernández Moreno. “Núcleos de ideas”, intentó aproximarse en la definición. Luego, al final, Banegas, fabulosa, leyó algunos: “Siempre hay gente que actúa como si tuviera alguna deuda; es bueno si logra saber quién es su acreedor, pero es nefasto si la deuda es consigo mismo: ésa nunca se salda”. “Escribir es eso –había dicho Jitrik apenas antes–: vincularse con aquello que está guardado en la casa de la memoria y que lo constituye a uno, aunque uno no recuerde que eso ha estado guardado.”
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