Sáb 03.11.2007
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LITERATURA › “LA RUTA DEL BESO”

“Una crónica con escalpelo y bisturí”

Así definió Edgardo Cozarinsky el libro de Julián Gorodischer, presentado el jueves en una cafetería.

› Por Karina Micheletto

En medio del supuesto boom de la crónica que anuncia la industria literaria, la escritora Matilde Sánchez lanza la provocación: a ella le parece que los diarios, últimamente, están abandonando el género. Lo hace con afán de polemista, pero el tema viene muy a cuento en medio de la presentación de La ruta del beso, de Julián Gorodischer, publicado por Norma. ¿Es este un libro de crónicas? Eso está por verse.

El autor, periodista de este diario, sale a la caza del beso en los antípodas del emblema romántico institucionalizado del puede besar a la novia: su búsqueda es la del beso casto frente al altar de Gilda en una ruta provincial, el beso desaforado de las fans de Alejandro Sanz, el beso prohibido en la filmación de la película triple X, “el exhibido en Internet como refundación del contacto, el trabajado por las aprendices de heroína de telenovela, el compulsivo que se derrocha en la matinée como prueba a superar”. Lo hace con Roland Barthes y su obra La preparación de la novela como guía, casi a modo de oráculo consultado como I Ching. Pero se enfrenta a una realidad externa e interna que nunca encaja con el modelo de cronista heroico consagrado por la literatura. Aquí, como suele suceder, las cosas nunca resultan como fueron planeadas, imaginadas o soñadas. Y en esa búsqueda siempre desventurada, sufriente, insatisfecha, tan alejada del brillo que emana la figura del escritor, radica el mayor encanto de esta novela.

“Si una cualidad primera emana de las páginas de La ruta del beso es la mordacidad con que el autor, como un entomólogo entusiasta, diseca a sus criaturas y destripa los ambientes donde se agitan. En la práctica hoy renovada de la crónica, Gorodischer se interna con escalpelo y bisturí”, halaga Edgardo Cozarinsky durante la presentación. “Pienso que con el tiempo este libro accederá a esa condición que tienen algunas páginas de las causeries de los jueves y los ‘entre nos’ de Mansilla, donde el testimonio de una época pasada, lejos de perecer con ella, sobrevive en la prosa de un autor que ha sabido escribirla, no sólo vivirla.”

“Julián Gorodischer se pregunta por los límites y las miserias de la crónica: al fin y al cabo, ¿qué es la realidad?”, analiza Sánchez, otra vecina del lugar elegido para la presentación del libro. El escenario no es el habitual de los círculos literarios que se precian de tales. Así que nada de café literario de Palermo, cadena de librería en sucursal céntrica o museo glam de Recoleta. Desde el corazón de Villa Crespo, el epicentro y punto de partida de las aventuras y desventuras del autor, en una cafetería de Corrientes y Malabia que en el pizarrón de su entrada anuncia la promoción de café con leche y torta del día, se propone seguir recorriendo La ruta del beso. “No es un golpe de efecto”, jura el autor, y explica que aquí es donde desayuna diariamente, y se cruza con muchos de los protagonistas de sus páginas; gente que no se conoce entre sí, pero que de alguna forma construye identidad. Vecinos, al fin y al cabo, en el sentido que puede fijar el barrio actual que se refleja en el libro.

El asunto va cobrando sentido cuando el murmullo creciente de la planta baja amenaza con tapar las palabras de los presentadores, el mozo se cruza explicando que la copa de vino puede cambiarse por gaseosa o agua, y sigue cayendo público que se acumula en la escalera. Llega el fotógrafo de la columna literaria chismosa y copa el centro de la escena disparando sobre lo primero que encuentra entre los presentes: Sylvina Walger, Carlos Ulanovsky, María Moreno, sonría, señora, aunque la incomode, por favor ponga un poco de actitud. Gorodischer lee unas páginas de su libro, aquellas del capítulo en el que emprende un recorrido nocturno por los locutorios, con la esperanza de encontrar “los espacios más cargados de sensualidad del barrio” entre los restos de las páginas pornográficas que dejan los usuarios en las máquinas. Lo hace acompañado por el encargado de su edificio, señor Osmar Rodríguez, tan parecido al protagonista de la serie de videos caseros pornográficos Georges for your pleasure. “Todos estos viajes fueron de sacrificio. El displacer, la frustración, el malestar, esos fueron mis estímulos”, asegura Gorodischer. La cafetería comienza a configurarse entonces como una suerte de bonus track de una crónica siempre intervenida por el mundo interior del autor.

Una última pregunta, señor narrador / cronista / literato / periodista, o como quiera llamarse en medio de la pequeña polémica que despliegan las preguntas alrededor del acto de escritura: ¿De verdad sufrió tanto haciendo este libro? “La verdad que sí”, asume Gorodischer. “Yo envidio muchísimo a los cronistas que manifiestan placer con su escritura, que cuentan lo bien que la pasaron en esas investigaciones que los llevan a lugares exóticos o arriesgados. Si con toda crónica se emprende una misión, la idea de trasladarte a la nada misma, gastar plata, privarte de tu mundo habitual, en el que la pasás bien, a mí no me resulta placentera. Y si mi figura es la del cronista en fuga, esto es lo que me toca.”

Y es cierto: en esta novela –así la define Cozarinsky, que reclama al autor ser muy libre cuando escribe, pero un poco dogmático ahora que da explicaciones– el cronista observa, diseca, destripa, pero nunca se pone a salvo en esta operación; interviene y es intervenido, dirá Matilde Sánchez, aún a costa de la propia exposición de miserias y limitaciones, y hasta de la puesta en ridículo, transformado en monigote-señuelo por las maniáticas fans de Alejandro Sanz, o sometido a un maquillaje peneano en medio de la filmación de una porno. Así es: hay crónicas que no encuentran su razón de ser en el brrooommm que siente en la panza quien las hace cuando explota una bomba cerca de su hotel. Desde las cuatro paredes de un monoambiente de Villa Crespo, Julián Gorodischer construye un relato de aventuras alucinante, por momentos alucinado. Así sucede en los mejores viajes, esos que no venden las agencias.

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