Domingo, 13 de enero de 2008 | Hoy
LITERATURA › UNA ANTOLOGIA DE HUMBERTO COSTANTINI
Cuestiones con Costantini reúne los mejores cuentos del gran narrador fallecido en 1987. El libro fue editado por un puñado de lectores fervorosos.
Por Silvina Friera
Humberto “Cacho” Costantini decía que en esta ciudad las paredes le hablaban, que cada adoquín le contaba un cuento. Hasta de la estatua de un prócer en una plaza podía surgir un formidable monólogo interior de un vendedor: “Buenos Aires es toda así, mi estimado prócer. Rostros malhumorados, cansancio, empujones, preocupación, apuro, calor, malabarismos con el sueldo, ¡qué sé yo! Esa es Buenos Aires. Esa ciudad en donde usted está olímpicamente asentado, lucubrando sus altos pensamientos”. Un puñado de lectores de su obra deambuló por la ciudad en busca de una editorial que se interesara en rescatar del olvido a este gran narrador, poeta y dramaturgo –que ejerció una influencia notable entre los jóvenes escritores de la década del ’60–, cuya principal obsesión fue la alienación del hombre en una sociedad hostil. Aunque confiesan que no llegaron a golpear todas las puertas, sólo confirmaron la supina indiferencia de la mayoría de los editores. “Por eso, nos juntamos unos pocos locos de buena voluntad, sentido común y sobre todo admiradores de la obra de Cacho, para dar fin a tanta injusticia histórica y literaria”, cuenta Enrique Zabala en el prólogo de Cuestiones con Costantini (Los cuatro indiecitos), una antología que reúne los mejores cuentos del escritor, publicados en libros como De por aquí nomás (1958), 3 monólogos (1964), Una vieja historia de caminantes (1967), Bandeo (1975) y En la noche (1985).
La antología incluye también algunos poemas como “Che, Yanquis hijos de puta”, “Porteño y de Estudiantes”, “Acerca de la distancia”, “Subdesarrollo”, “Suele suceder” y “Arte poética”, entre otros, intercalados con ilustraciones de Luis Scafati, Pedro Gaeta y Oscar Smoje, y un apéndice, El libro de Trelew, una investigación periodística prácticamente desconocida, escrita por Costantini, incluida como homenaje a los hombres y mujeres que fueron asesinados el 22 de agosto de 1972 en la base naval de Trelew, en la provincia de Chubut. “Es una pena que hoy en día, al habérselo dejado de editar (como a tantos otros escritores de primera línea) muchos no puedan aprovechar o disfrutar con la lectura de sus obras como lo hicimos los que pudimos leerlo mientras compartíamos su amistad”, plantea Luis Bruschtein en la contratapa de Cuestiones con Costantini. “No era un escritor patafísico o ampuloso, ni se lo proponía. Sí, en cambio, fluía en él la garra, la sensibilidad y la permanente búsqueda de la perfección.”
Resulta una delicia de esta antología, muy cuidada en todos los aspectos de la edición, que comience con Entrevista, un cuento que pertenece a Una vieja historia de caminantes, y que quizá muchos lo recuerden porque Alejandro Dolina lo leyó en un par de oportunidades en su programa de radio. Un señor muy importante que murió, Isidoro Passini –que en vida supo cosechar fama, dinero, poder–, no teme presentarse ante Dios para contarle su vida. El diálogo se va tornando cada vez más desopilante –Costantini es un maestro en el arte de llevar a sus personajes a situaciones límite, exasperando la realidad en grotesco– a medida que este hombrecito no puede recordar los cuatro detalles que lo hubiesen salvado. Lo más risible es que esos detalles, aparentemente sin importancia como unos ojos o un árbol, son fundamentales. “¡Que la misión de un hombre en la vida es mirar unos ojos! ¡Mirar dos veces unos mismos ojos!”, exclama, azorado, el hombre ante Dios. Bruschtein señala que “un patio de conventillo, una reunión de militantes, un tango o un partido de fútbol podían ser un cuento”, que a todos estos temas Costantini “los hacía levitar como si flotaran sobre una nube”. Y algo de esta levitación se percibe en Fin de semana, Insai derecho y En la noche, entre otros cuentos incluidos en la antología.
Costantini nació en Buenos Aires el 8 de abril de 1924 y murió en esta ciudad el 7 de junio de 1987. Desde que se publicó su primer libro, De por aquí nomás (1958), el escritor inició una prolífica y variada obra que abarca todos los géneros literarios (cuento, novela, poesía, teatro), entre las que se destacan los relatos de Un señor alto, rubio de bigotes (1963), Una vieja historia de caminantes (1967), Bandeo (1975) y En la noche (1985); las novelas Háblenme de Funes (1970), De dioses, hombrecitos y policías (1979), con la que obtuvo el premio Casa de las Américas en 1979, La larga noche de Francisco Sanctis (1984) y La rapsodia de Raquel Liberman, inédita e inconclusa, en la que, en tono bíblico, relata la gesta de una prostituta esclavizada por la siniestra Zwig Migdal; los poemarios Cuestiones con la vida (1966) y Más cuestiones con la vida (1974), y las obras de teatro 3 monólogos (1964) y Una pipa larga, larga, con cabeza de jabalí (1981). Aunque militó en el Partido Comunista, Costantini se alejó por tener serias divergencias con la conducción burocrática y prosoviética. Su admiración por el Che Guevara lo llevó en los años ’70 a formar parte del ala política más combativa de la izquierda argentina, junto a otros escritores amigos, como Haroldo Conti y Roberto Santoro. Costantini se exilió en México el 9 de enero de 1976, cuatro días después del secuestro de Conti, y de que pusieran un explosivo en su casa. Elogiado por Borges, que le confesó que le hubiera gustado escribir Háblenme de Funes, y por Cortázar, que lo consideraba “un escritor muy importante”, el olvido que pesa sobre el autor de De dioses, hombrecitos y policías –al igual que tantos otros grandes escritores que forman parte del capítulo aún no escrito sobre la ingratitud literaria nacional, como Daniel Moyano, Bernardo Kordon o Libertad Demitrópulos– pone en evidencia que las editoriales entierran a los escritores junto con sus obras. La publicación de Cuestiones con Costantini quizá sea la punta de lanza de un incipiente fenómeno (¿acaso una pequeña “revolución” editorial?): lectores asociados en pequeños emprendimientos que comienzan a exhumar esas grandes obras y las ponen, nuevamente, en circulación y en diálogo con nuevos y viejos lectores.
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